Obinna Chukwuemeka Ejikeme hablaba con su propia música. Fue a mediados de 2021 cuando una grabadora judicial se encendió al sonar su teléfono. Alguien del otro lado del mundo le hablaba en su lengua, el dialecto de la etnia igbo de Nigeria. Ejikeme, alias “Bobby”, ciertamente estaba lejos de casa. Había registrado años atrás un domicilio en la calle Catamarca de San Telmo luego de su paso por Brasil, donde tuvo varias causas penales en su contra. Luego, llegó a Morón.
A mediados de 2019, comenzó a vincularse con jóvenes venezolanos y colombianos como Nicol O. y Luis Fernando C., un gastronómico y terapeuta psicosocial oriundo de Valencia en Venezuela, que trabajaba en una conocida tabaquería de Belgrano. Se convirtieron en sus operarios, sus recaudadores. Eran estafadores, avezados jugadores de un cuento del tío a una escala insólita para el hampa argentina. Atacaban a mujeres con falsos intereses románticos a través de redes sociales para luego despojarlas de sus claves bancarias y comenzar a vaciar cuentas o retirar préstamos. No solo se trataba de amor. También realizaban maniobras de ingeniería social para buscar información de deudores y morosos. Con un mensaje similar al del acreedor original, lograban hacer caer a la víctima.
Fueron descubiertos por casualidad, gracias a una pericia realizada al teléfono de un estafador colombiano detenido en Montserrat en 2019. Así, se disparó una nueva causa penal, a cargo del Juzgado N°5 de Manuel de Campos con la división Investigación de Delitos Tecnológicos de la Dirección de Lucha Contra El Cibercrimen de la Policía Federal, que depende de la Superintendencia de Investigaciones Federales. Comenzaron a cerrar el círculo con los teléfonos encendidos. Un traductor fue convocado para dilucidar las charlas en igbo de “Bobby”, donde hablaba de plata.
Otros en su banda eran mucho más desfachatados:
“Sí, hermano, es una estafa, prácticamente, pero no nos involucramos tanto porque el remitente es el otro loco que tiene otro loco, pues. Le manda mensajes a ella y está claro que el paquete y el paquete es plata. Ellos dos hablan, es como un intermediario para sacarle más plata a la vieja, pues”, dijo uno de ellos.
Así, recaudaron 300 millones de pesos con una primera ola de detenidos y allanamientos en agosto de 2021. Hoy, la historia sigue. “Bobby” continúa prófugo, con un pedido de captura internacional en su contra. Hay una nueva camada de cómplices arrestados. En los últimos días, la Federal detuvo a 29 de ellos, de nacionalidades como argentina, venezolana, haitiana. Se secuestraron dos camionetas, 39.950 pesos, 1,6 millones de dólares falsos, libras, rupias de la India, tarjetas de crédito y 130 dispositivos tecnológicos.
Una vez acreditado el dinero, los estafadores lo transferían a sus cuentas: se repartía el botín o lo giraban al exterior mediante empresas de envío de dinero como Western Union a más de treinta países como Estados Unidos, Canadá, México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil, Paraguay, Uruguay, España, Indonesia y Nigeria. Operaban hasta una casa de cambio ilegal en la avenida Santa Fe que funcionaba detrás de un local de comidas venezolanas.
El lote de dólares falsos fue hallado en Lanús Oeste, en la casa de Pegui Wadach Sacheu Tchokonthe, de 32 años, oriundo de Camerún, un ex monotributista registrado en el rubro de taxis de la AFIP. Los billetes ni siquiera estaban cortados: estaban en planchas enteras. La sospecha de la Federal es que la banda los había comprado para un nuevo truco, por fuera de sus estafas usuales.
Tchokonthe tenía un lugar en la trama. “Las personas de origen africano dentro de la banda obtenían la información de ingeniería social para identificar a las víctimas. Bajaban luego esa información a una segunda línea de personas colombianas y venezolanas que ejecutaban las estafas. Los africanos no podían hacer el engaño por teléfono, dado su acento. Necesitaban gente más creíble. Las mulas prestaban sus cuentas para recibir depósitos. Luego, el dinero circulaba de vuelta hacia los africanos y hacia el resto del mundo”, dice un investigador clave.
Las nuevas redadas de la PFA apuntaron, precisamente, a esas segundas y terceras líneas.
Hubo otros presuntos jefes. John Umede, compatriota de Ejikeme, vendedor de zapatillas en Lanús Oeste según él, mismo, cayó como organizador y virtual socio gerente, acusado de desfalcar junto a Lucas Areco, un carpintero argentino, a un jubilado platense de 69 años. El cuento fue al menos creativo: se hicieron pasar por un soldado iraní que amenazaba a la víctima para exprimirle casi 90 mil pesos, le aseguraban que lo habían marcado, que lo seguían. Umede, lejos de ser un criminal maestro, pedía que le depositen en la cuenta a su nombre en un banco del Conurbano.
Otros relatos golpeaban más bajo: los tramposos apelaban al amor y a la soledad.
El caso de G., ex empleada del Gobierno porteño de 53 años, es paradigmático. Le robaron tras una trampa en la que intervinieron Nicol, Lucas Areco y una tercera cómplice que aportaron sus cuentas para desfalcarla. En noviembre de 2012, un hombre que se hacía llamar Williams Scott contactó a G. por la aplicación de citas Tinder.
“Le contaron una historia falsa -relativa a que se trataba de un hombre de origen inglés, que trabajaba en una plataforma off shore, que se encontraba físicamente en Japón y que dentro de poco tiempo iba a viajar a la República Argentina para establecerse por unos meses y conocerla- hasta que finalmente le dijeron que le iban a enviar una encomienda con objetos de valor, lo cual aquélla creyó y se comprometió a recibir”, asegura el procesamiento firmado por De Campos.
Todo era una mentira. Scott no existía y las fotos habían sido encontradas en Internet. Así, le quitaron a G. 278 mil pesos. Nicol dejó sus rastros: aportó una cuenta que estaba literalmente a su nombre. “Bobby”, prófugo hasta hoy, recibió el dinero en efectivo.
Hay intervenciones telefónicas exhaustivas en el expediente, donde un hombre de las segundas líneas le explicaba a las mulas cómo poner sus cuentas para los cobros. Falta, sin embargo, una parte de la historia: cómo se montó toda esta red, literalmente una familia criminal dedicada a desvalijar gente con chamuyos.
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