Hoy viernes por la mañana, la Policía Federal se llevó a Martha Luz Gómez Pacheco, acusada de ser la jefa de los dealers de la villa La Carbonilla, el asentamiento porteño ubicado junto a las vías del tren San Martín a la altura de Paternal. El Departamento de Inteligencia contra el Crimen Organizado que depende de la Superintendencia de Inteligencia Criminal allanó siete puntos y logró otras seis detenciones: a Martha Luz le incautaron polvo, computadoras y plata.
Hubo otras señoras dealers en La Carbonilla, peruanas como ella. A Magalí Vázquez Huamán la arrestaron en abril de 2021 por menudear droga en su kiosko de golosinas, pero Martha Luz era una ruda. Su banda amenazó a dos vecinos a punta de pistola, lo que disparó la causa en su contra en el Juzgado N°48. También era una estratega.
Con su sobrino Edward como lugarteniente, Martha —madre de tres hijos, nacida en Lima en 1975, alias “La Tía Mari”— se dedicaba a coordinar y a contratar a los miembros de su banda y a contar billetes en la cueva donde sus asistentes ataban las bolsitas y atendían compradores por WhatsApp. Entre sus dealers hubo, por ejemplo, un barra del club Comunicaciones. Tuvo choferes y mandaderos, tanto argentinos como peruanos. También le detectaron una flota de seis autos, no a su nombre, ya que al parecer tiene un testaferro. Así, se la llevaron.
Puso cara de fastidio mientras la esposaban. No era para menos. El allanamiento y la jaula cortaban uno de los ascensos más meteóricos en la historia reciente. Años atrás, “La Tía Mari” se dedicaba a otra cosa.
En marzo de 2017, el Tribunal N°23 le dio seis años de cárcel a Pacheco por el delito de robo en poblado y en banda. También le unificaron una pena previa, seis meses de rejas por una usurpación violenta. Pero la mecánica de esos robos por los cuales fue condenada no era la usual, no eran ataques de caño a comercios, sino cosas más finas. “Mari”, para empezar, no salía a robar junto a una banda de chicos enardecidos, sino con históricos ladrones, habilidosos de tomar lo ajeno. Entraban en casas, siempre con algún cuento. O, directamente, creaban la escena.
En mayo de 2015, Gómez Pacheco y otros miembros de su banda usurparon una casa en la calle Pergamino para atrapar a un conocido empresario inmobiliario, a quien llamaron para pedirle una tasación. Allí, lo golpearon y lo maniataron con una corbata que llevaba. Tomaron las llaves de su casa y fueron a desvalijarla. Se llevaron computadoras, cámaras de fotos. También, encontraron una llave de una caja de seguridad de un banco. El empresario seguía reducido en la casa donde lo citaron, vigilado por un miembro. Del otro lado del teléfono, recibía las ordenes de la banda que saqueaba la casa para que apretaran a su víctima, a la que abandonaron allí y pudo zafar de sus ataduras gracias a vecinos que lo oyeron gritaron.
Un mes antes, usurparon otro domicilio de grandes dimensiones en la calle Chacabuco, que hoy es un gimnasio. Lo convirtieron en una pensión para madres solteras, personas fáciles de desalojar. Vendían habitaciones a diez mil pesos cada una.
La hoy “Tía” negó todas las acusaciones en su contra en la causa. Dijo no conocer a ninguno de sus cómplices, que vivía de subalquilar su casa, de vender verduras y ropa de La Salada en una feria. Las escuchas lo delataron. No tenía una gran función ni siquiera. Apenas era una campana en la banda. Ya había tenido otras causas en su contra: hurto, uso de documento privado falso, cosas menores.
Poco después de ser condenada, la Sala I de la Cámara la excarceló tras un pedido de su defensa, con un voto favorable de la actual interventora del Servicio Penitenciario Federal, María Laura Garrigós de Rebori. Un año después, la Dirección Nacional de Migraciones pidió que sea expulsada de la Argentina. Martha Luz planteó una oposición con su defensa, adujo que sus hijos eran argentinos.
El proceso se estiró durante años. El 18 de noviembre de 2021, la Sala I de la Cámara en lo Contencioso Administrativo Federal falló a su favor, probablemente mientras se convertía en la presunta jefa transa de una villa porteña.
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