La Comisaría de la Mujer de la ciudad de Rojas, ubicada al Noroeste de la provincia de Buenos Aires, el 9 de febrero pasado amaneció destrozada: las ventanas rotas, los vidrios astillados y las paredes grafiteadas, cubiertas de cartulinas de colores. La noche anterior, amigos, vecinos y familiares de Úrsula Bahillo (18) se habían acercado a esa dependencia motivados por la furia: la chica, oriunda de esa localidad de apenas 20 mil habitantes, había sido apuñalada hasta la muerte.
El cuerpo de Úrsula fue hallado en el paraje rural Guido Spano, a 13 kilómetros del centro urbano de Rojas. Junto al cadáver estaba Matías Martínez, el ex novio y asesino que fue condenado este martes a prisión perpetua por el crimen. Minutos antes de que lo encontraran había llamado a un tío para espetarle la confesión cliché del criminal machista argentino: “Me mandé una cagada”.
Tras el femicidio de Úrsula hubo enfrentamientos con la Policía, un patrullero incendiado, varios jóvenes aprehendidos y hasta una chica con un balazo de goma en un ojo. Pero el enojo vecinal y los destrozos tenían más de una justificación: en el lapso de un mes, la chica asesinada había hecho, al menos, tres denuncias contra Martínez, que además había sido, hasta ser cesanteado en el 2020, miembro de la Policía Bonaerense.
Tras la represión de esa noche de febrero, un cartel blanco con letras negras, escritas con tempera, se destacaba más que el resto en la fachada de la Comisaría de la Mujer: “¡Perdón, Úrsula! Porque siempre en esta ciudad se protege al culpable”.
Es que varios días y semanas antes de su femicidio, Úrsula había expuesto en sus redes sociales la violencia a la que la sometía su ex, y quien luego se convertiría en su asesino. Se lo dijo a su familia, lo habló con sus amigos. “Me quiero ir de acá, amiga. Tengo mucho miedo. Me arrancó todos los pelos, me re cagó a palos”, dijo en un mensaje de voz que envió en noviembre del 2020. Las amenazas de Martínez estaban claras: “Amiga, me dijo que me va a matar. No aguanto más”.
Úrsula también había formalizado sus temores ante la Justicia. El 9 y 28 de enero, y el 5 de febrero de este año lo denunció por los delitos de amenazas y desobediencia, este último por la restricción de acercamiento que Martínez violaba sistemáticamente. Los tres expedientes quedaron en manos del magistrado Luciano Callegari del Juzgado de Paz local, el fiscal Sergio Terrón de la UFI Nº5 –que 10 días más tarde quedaría a cargo de la investigación de su femicidio y fue fiscal del juicio– y de la UFI Nº3, respectivamente.
En una paradoja lamentable, la mañana del lunes 8 de febrero pasado el juez Callegari había solicitado una restricción de acercamiento con un radio de exclusión de 200 metros, “rondas periódicas y frecuentes de vigilancia por 15 días” y la entrega de un botón antipánico para Úrsula.
No fue suficiente.
Ese mismo día por la tarde, Martínez la buscó en su Peugeot 307 gris y manejó 20 minutos hasta el paraje silencioso y prácticamente deshabitado, rodeado de pastizales crecidos y montones de basura, donde más tarde fue descubierto el cuerpo de Úrsula: la había degollado y apuñalado 15 veces con un cuchillo de carnicero.
Las aperturas de los teléfonos, autorizadas por la jueza de Garantías del caso, revelaron algunos días después que Úrsula y su asesino habían acordado el encuentro por chat: su ex, en pose amable, le había ofrecido charlar para “aclarar las cosas”. Ella, suponían sus amigas, pensó que tal vez ahí terminaba el hostigamiento.
Hasta el día que mató a Úrsula, Martínez esquivó a la Justicia varias veces y sin demasiada dificultad. Todavía vivía con su familia en el barrio La Loma, una zona de calle de tierra y casas bajas al Noreste de Rojas. Unos meses antes del femicidio, además, lo habían desplazado de la Policía Bonaerense con una carpeta psiquiátrica: le sacaron su arma reglamentaria.
Úrsula no había sido la única en exponer a Martínez. Belén Miranda, otra ex pareja, lo había denunciado por un episodio de violencia ocurrido en 2017: se había enfurecido con ella porque su hijo de cuatro años se había hecho pis en la cama que compartían, le apuntó con su arma cargada y la golpeó. En esa oportunidad, también se había metido el arma en la boca y amenazó con suicidarse. Dos semanas después del crimen de Úrsula fue condenado a cuatro años de prisión efectiva por ese ataque.
Belén y Úrsula estaban en contacto, se animaban una a otra y se daban fuerza para seguir adelante con las denuncias. En la puerta de la funeraria Casa Solari, donde se agolpaban cientos de jóvenes sin consuelo, la otra ex de Martínez lloraba con congoja: “Tal vez me siento culpable por lo que pasó”, dijo y bastó para que una marea de brazos la rodeara y la alejara de las cámaras.
No era la única que se sentía culpable. Milagros, una amiga de la víctima, de apenas 16 años, fue una de las últimas personas que la vio con vida, cuando Martínez rompió una vez más la restricción de acercamiento y la hostigó en la calle. Milagros se ofreció a salir de testigo y junto a su novio fueron hasta la comisaría para denunciar lo que había pasado. “Me pesa que esa denuncia haya sido lo que lo enfureció y lo llevó a matarla”, le dijo a Infobae.
En una carta pública en su cuenta de Facebook, otro ex novio de Úrsula también se disculpó: “Siento que de alguna forma tengo que pedir perdón por no hacer más cuando me dijiste que la estabas pasando mal”, le dijo.
El martes 9 de febrero, 18 días antes del cumpleaños número 19 de Úrsula, Adolfo Bahillo y Patricia Nasutti despidieron a su primera y única hija, nacida en 2001 y tras 10 años de tratamientos de fertilidad.
El cuerpo de Úrsula fue de la morgue a su casa, de su casa a la sala velatoria y del velorio a la Iglesia San Francisco de Asís, frente a la plaza central de Rojas, donde sus padres tienen la heladería y confitería “Urbana” y donde esperaban cientos de vecinos en un profundo y respetuoso silencio, sólo interrumpido por los sollozos de sus más cercanos.
El femicidio había sacudido a todo el pueblo y el inexplicable desamparo que vivió Úrsula lo transformó en un suceso de trascendencia nacional.
En el responso que se hizo en la iglesia San Francisco de Asís, previo al cortejo hasta el cementerio de la Ruta 188, el cura Ángel Cuchetti puso en palabras de fe la angustia de Belén, de Milagros y de todos los amigos, familiares y vecinos de Úrsula. “Yo también me siento culpable”, dijo en un mensaje para la comunidad a la que ya no le alcanzaban las cartulinas para denunciar el femicidio de una joven a la que no le bastó con pedir ayuda más de una vez.
“No mueran pensando que las cosas no se pueden cambiar. Úrsula murió esperando que alguien la cuidara, no permitamos que eso pase de nuevo”, pidió Cuchetti. Los vecinos de Rojas estallaron en aplausos.
En mayo pasado, Matías Martínez cumplió 26 años en su celda de la Unidad Penal N°49 de Junín. A pesar de que su defensa intentó convencer a los jueces del Tribunal Oral en lo Criminal N°1 que fue Úrsula quien lo atacó y que él la mató en legítima defensa, este martes por la mañana fue condenado a prisión perpetua por el femicidio.
Fotos: Lihuel Althabe
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