“Había uno en el kiosco que le dio unos alfajores a una señora para que se fuera: era el chorro. Ahí, nos metimos y escuchamos los tiros: pá, pá, pá. Y nos tiramos al piso”, relató C. a Infobae.
C. tiene miedo. Dueño de un negocio ubicado a metros del kiosco “Drugstore Pato” de Ramos Mejía, donde el domingo pasado fue asesinado a balazos Roberto Sabo, de 48 años, durante un asalto; su relato, hasta ahora desconocido, estremece; y es clave para entender los pormenores del crimen del kiosquero que golpeó de lleno a los vecinos de esa localidad de La Matanza.
A Roberto lo mataron a 300 metros de la comisaría de Ramos Mejía. Hasta allí fueron los vecinos a protestar el domingo a la noche. Ayer, lunes, la policía no le permitió a la multitud que se movilizó para pedir Seguridad y exigir Justicia llegar hasta la seccional. La gente igual se hizo escuchar.
C., si bien prefirió reservar su nombre por temor, no se quedó callado: contó por primera vez cómo fue el asalto y en qué circunstancias Roberto recibió los disparos mortales. Es que su versión da cuenta de la frialdad con la que actuó Leandro Daniel Suárez, preso e imputado por el homicidio; y de su descarnada estrategia para poder concretar el robo.
El domingo pasado, después del mediodía, cuando ocurrió el crimen del kiosquero, eran muy pocos los negocios que estaban abiertos sobre la avenida de Mayo al 800, en Ramos Mejía. El de C. y el de Roberto eran dos de los que sí trabajaban. Según el testigo, en un momento, uno de los clientes del kiosquero se acercó a su local y le contó que un joven desconocido estaba atendiendo el drugstore; que trataba con los clientes que se acercaban hasta el kiosco y los despachaba. Eso encendió las alarmas.
“Tengo unos clientes de mi negocio que nos dijeron que había uno que le dio unos alfajores a una señora para que se fuera. Era el chorro. Ahí nos metimos y escuchamos los tiros: pá, pá, pá. Y nos tiramos al piso. Ahí, hubo un llamado al 911 y al minuto llegó la Policía”, fue el relato completo de C. a Infobae. Es decir, según el testigo, Suárez, para quedarse a solas con su víctima en el local, atendió a varios de los clientes para que se fueran rápidamente. En ese ínterin fue que lo ejecutó de cuatro disparos. No se sabe todavía -según la investigación del fiscal Federico Medone- si Sabo se resistió ni por qué lo mató con tanta saña.
“Pocos minutos después vino la Policía. Lo vi a Roberto boca abajo, respirando un poquito y nos dijeron que no podíamos tocarlo”, fue el crudo recuerdo de C., quien agregó: “El chorro estuvo 15 minutos adentro con él. Roberto era una buena persona, no creo que se haya resistido, pero no lo sabemos”.
Y se lamentó: “No tenía por qué matarlo de esa manera”. Luego, lo que ya se sabe: Suárez y su cómplice intentaron escapar, pero fueron detenidos a las pocas cuadras. “Todo es un desastre”, se entristeció C..
Capítulo a parte merece la amistad que mantenían. C. recordó que fueron amigos durante años y que no era la primera vez que a Roberto le robaban. Narró que en 2010, en una oportunidad, lo encañonaron y tuvo que refugiarse en su negocio. “Pobrecito. Esa vez salió corriendo y se escondió acá”, relató el testigo y optó por hacer un último comentario antes de seguir atendiendo a sus clientes: “Sólo voy a decir que prefiero callarme porque no quiero decir nada en contra de los fiscales, los políticos y la Justicia”.
El dolor de un barrio y el nacimiento de un santuario
Nubia es colombiana y hace tres años trabaja en una cafetería de la avenida de Mayo al 600, a dos cuadras de donde fue asesinado el kiosquero. Por respeto a la familia de Roberto Sabo, la comerciante el lunes decidió cerrar el local. Walter, dueño de la librería “Lápiz y Papel” y amigo de la víctima, imprimió hojas con el tradicional símbolo de luto y las pegó en la entrada para rendirle un homenaje. El kiosco “Valentino”, con un cartel en contra del Estado, y el local de ropa Mickys, ambos a escasos metros del lugar del crimen, todavía permanecen cerrados en honor a la víctima.
Así, con dolor y bronca, viven los comerciantes y vecinos de Ramos Mejía, a menos de 48 horas de la muerte inexplicable del kiosquero de 48 años. Sienten dolor porque perdieron a un amigo, a un colega y a un vecino al que, en muchos casos, querían y, en otros, respetaban porque trabajaba desde hacía muchos años en el mismo lugar donde el delincuente lo acribilló.
Pero los comerciantes también tienen bronca por la creciente inseguridad y todos coincidieron en una cosa: ausencia del Estado.
Pablo, dueño de una ferretería, ubicada sobre la avenida de Mayo, casi al lado del mismo restaurante donde ayer hubo un robo mientras los medios de comunicación cubrían el crimen del kiosquero, recordó a Roberto con la voz casi quebrada. Eran amigos y que se querían. “Yo a él lo conocía de años. Salíamos a comer. Una persona increíble, y más bueno que Lassie”, contó y no dudó en apuntar contra el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza.
Walter, el dueño de la librería, recordó que Nicolás, el hijo de Sabo, iba a todos los días a su negocio a sacar fotocopias. “Lo conocía desde siempre. Era muy buena persona. Hoy le tocó a él. Mañana podría ser cualquiera de nosotros”, agregó. En ese sentido, comentó que con los otros comerciantes de la zona tienen la costumbre de cerrar sus negocios al mismo tiempo y avisar cuándo van a salir, así que se cuidan unos a otros. “Va a ser un luto para siempre”, dijo.
Bruno y Beatriz, dueños de la fiambrería San Francisco, ubicada en diagonal al kiosco donde ocurrió el crimen, sólo tuvieron palabras de elogio para Roberto, y lo único que expresaron fue el miedo que les despierta la situación. Desde hace años sufren la inseguridad y sólo piden una respuesta a las autoridades. “¿Tan difícil es hacer las cosas bien en este país?”, se preguntó Bruno, para quien esta grave situación sólo se soluciona “con leyes más duras”.
La la zozobra en las inmediaciones de la escena del crimen es inconmensurable. Son varios los comercios que todavía permanecen cerrados en señal de luto sobre la avenida de Mayo. Todos con carteles y fotos alusivas al crimen. No se habla de otra cosa.
Pero lo que más conmueve es la propia entrada del kiosco de Roberto, que en cuestión de horas se convirtió en una suerte de santuario donde cientos de vecinos dejaron arreglos florales y carteles para pedir Justicia o criticar al Gobierno. Cada uno que pasa deposita lo que quiere como muestra de respeto, y sigue su camino. Incluso un jardín de infantes, ubicado a la vuelta del local, confeccionó un cartel con las huellas de las manos de cada uno de los nenes, y lo ofreció a la víctima. “Es que todos lo conocían. Hasta los nenes que le compraban”, dijo a Infobae Irma, una vecina de 87 años.
Como epílogo de un día marcado por el dolor y la bronca, Pedro Sabo, el papá de la víctima, se acercó hasta el santuario y agradeció las muestras de cariño. Frente a la prensa, dijo que “no sabe cómo seguir adelante”, y reveló que mantuvo una reunión con el ministro de Seguridad Sergio Berni. No dio muchos detalles del encuentro. El hombre sólo quiere Justicia y, por lo pronto, se alista para despedir los restos de su hijo. Del otro lado de la avenida, dos policías de la Bonaerense observaban los homenajes para Sabo.
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