El hombre que antes reptaba, maullaba y hasta daba arañazos a los guardias, ahora no habla.
Gilad Gil Pereg, el femicida de 39 años que mató a su madre y a su tía, parece un hombre deshabitado. A cuatro días del comienzo del juicio por jurados al que será sometido en Mendoza, a cargo de a cargo del Tribunal Colegiado Número 1, el llamado hombre gato pasa sus días en el hospital psiquiátrico El Sauce, donde mejoró en relación a su paso por la cárcel de San Felipe. Allí se la pasaba recluido, sin contacto con nadie y algunos presos quería matarlo porque no los dejaba dormir con sus maullidos y eran obligados por los guardias a limpiar la celda que Pereg ensuciaba con sus heces.
Infobae accedió en exclusiva a un video que muestran a Pereg en El Sauce. Se lo ve con un suero y perdido, como si no estuviera en este mundo. Tiene el pelo y la barba de náufrago y pareciera mirar la nada.
“No sé de dónde salieron esos videos, pero ya ocurrió antes. A Gilad lo ven como alguien extraño. Pero esto no es un circo. Es una persona que está enferma y sufre”, dijo Maximiliano Legrand, su abogado.
Se refiere al primer video que se difundió de Pereg en marzo de 2019, en el sector de máxima peligrosidad de la cárcel de San Felipe. En aquella oportunidad, desde la celda más aislada, se escuchó un maullido desesperado. Los otros presos se quejaron porque no podían dormir. Dos guardias acudieron a ver qué sucedía. Uno de ellos grabó con un celular el recorrido apurado por los pasillos lúgubres y húmedos de la prisión como si fueran a registrar la aparición de un fantasma. Al abrir la celda, se enconctraron con un hombre en estado salvaje, desnudo, en cuatro patas, que maúllaba, los miraba con fiereza y buscaba arañarlos. Desde ese día, todos lo llamaron “El hombre gato”.
Una de las leyendas que circuló en torno a él es casi un gag: se dice que un preso le quiso enviar alimento para gatos y que otro intentó meter una rata en la celda aislada. Otros presos quisieron atacarlo con fierros, desde un agujero de su celda hermética, pero no llegaron a lastimarlo. Otros de los motivos del odio de los otros convictos es claro. En los códigos del hampa argentina no se perdona al que mata a la madre.
Gilad Gill Pereg era un ingeniero electrónico que se radicó a la Argentina en 2007. Hasta entonces había vivido en su ciudad natal, Petaj Tikva, una aldea de agricultores.
Pereg dice que es un gato, que los humanos son criatura de dos patas y que el Ejército israelí le “explotó la cabeza”. Contó que estuvo deprimido en su cama hasta que se le apareció un chivo que le habló. Y luego conoció a un gato anciano de mil años al que llama Badjus y lo defiende de los ghoulies, según Pereg unos monstruos pequeños que se comunican por las cañerías cloacales de todo el mundo y emergen en los inodoros para matar.
Esos seres aparecen en una saga de cuatro películas. Pereg cree que las vio cuando era niño. Pero está convencido de que los ghoulies existen.
El acusado llegó a decir que tenía relaciones sexuales con las gatas para crear una nueva raza. Decía que “las criaturas de dos patas” habían arruinado al mundo y por eso, en venganza, iba con sus gatos y gatas a pisar y orinar las tumbas del cementerio que está frente a su casa.
Su grado de delirio llegó al punto de pedirles a los jueces:
-Otra solución es mandarme al zoológico y ponerme en una jaula con todos mis gatos juntos. Son mis hijos. No puedo estar con personas. Sí en una jaula con 37 gatos. Quiero estar con ellos. O sino que me envíen otra vez a mi casa con mis hijos y pongan los policías que quieran para custodiarme. Pero ahora, en la celda, que ustedes llaman habitación y es una celda, miro la pared me explota la cabeza. No sé dónde están y pienso en ellos.
Para tres de los cinco peritos psicólogos y psiquiátricos que lo examinaron es un esquizofrénico que debe ser internado en un manicomio. Y que actuó por emoción violenta: sospechan que su madre o su tía le dijeron algo que lo enfureció.
El psiquiatra forense Mariano Narciso Castex, uno de los peritos que lo examinó a pedido de la defensa, dictaminó que padece licantropía; es decir, un ser humano que se siente animal. Al menos seis casos como este fueron analizados por la Universidad de Harvard (hombres que se creían monos, chanchos, lobos y perros) y Sigmund Freud se refirió en su libro Tótem y Tabú al niño que se creía gallo. Otro caso mencionado es el del hombre que se creía perra y fue internado en el Borda.
-Que lo lleven a juicio porque creen que simula la locura es un despropósito. Es inimputable de acá a la China. Nadie escuchó las amenazas, las estafas, las persecuciones que dice haber sufrido. El tenía mucho dinero y lo prestaba, pero casi nunca se lo devolvían. Nadie puso su tiempo a merced de escucharlo y analizarlo. Como buen loco, lo han perseguido. Y su locura no es contada, es vivida.
Eso dijo Castex. En su larga experiencia tiene un caso similar: el hombre que mató a su mujer y se creía Poseidon. Se la pasaba en la pileta o en la bañera de su casa.
¿Cómo llegó Pereg a esa locura? ¿Qué hay detrás de ese extraño hombre al que la ciencia define como protagonista de un caso único en la historia criminal argentina?
El frío relato policial refiere que Gil Pereg fue detenido el 25 de enero de 2019 en su casa de Guaymallén, Mendoza, a 1100 kilómetros de Buenos Aires. Vivía solo en un predio de dos manzanas junto a 37 gatos.
Un día después, la Policía mendocina encontró enterrados en su casa los cuerpos de su madre Pyrhia Saroussy, 63 años, estrangulada, y su tía Lily Pereg, de 54, asesinada de tres tiros. Habían ido a visitarlo el 11 de enero. Su madre desde Israel y su tía desde Australia, donde era una respetada profesora de biología celular y molecular de la Universidad de New England. No está claro el motivo del viaje, pero los investigadores creen que sus familiares estaban al tanto del modo de vida de Gilad y pretendían internarlo o que regresara a su país.
Durante las dos semanas de búsqueda de las mujeres, Pereg hizo la denuncia ante la Policía por las desapariciones y hasta les pidió a los camarógrafos y a los periodistas que lo acompañaran a la villa situada a la vuelta de su casa. “Ahí viven los ladrones que las secuestraron”, dijo mientras señalaba una casa.
“Acá hay mucha inseguridad, se las llevaron. O tal vez fueron espías del Mossad o los ladrones del barrio, me quiero ir de este lugar. Pongo en venta mi casa, los interesados saben cómo contactarme”, dijo ante las cámaras el hombre desgarbado, de un metro noventa, rapado (a un vecino le dijo que se había cortado el cabello porque venía de visita su madre), con cara angulosa y que siempre vestía con una remera sucia y vieja, bermudas y unas sandalias.
Pereg tenía 40 armas registradas a su nombre, pero sólo aparecieron dos.
“El caso de Gil Pereg es extraordinario –opina Legrand, su abogado-. Similar al del asesino loco Pierre Riviere, analizado por Michel Foucault. Pereg es muy controversial en cuanto trasunta una curiosa situación. A pesar de las pericias que lo declaran insano, la opinión pública considera que el imputado finge su patología. Para el observador inexperto, Gil Pereg no es un insano. Paradójicamente, la sociedad no distingue un delirio de un discurso normal. El Dr. Mariano Castex, nuestro perito de parte, habla de delirio perfecto. Sus razonamientos no son absurdos prima facie, sin embargo apenas ahondamos en el análisis surge lo bizarro, surge la locura”.
La única entrevista
Infobae logró entrevistar a Pereg hace dos años. En el segundo encuentro, en la cárcel de San Felipe, se subió a la mesa de la sala de entrevistas y comenzó a actuar como gato enojado, primero; y gato bueno, después. En su primera versión, arañaba el aire y lanzaba un maullido penetrante. Los guardias interrumpieron la charla. Él no entendía los motivos.
-¿La próxima vez me pueden traer alimento para gatitos? Pero con la bolsa sellada -pidió.
-¿Tiene miedo que lo envenen?
-No, si me envenenan, mejor.
En el primer encuentro, respondió de esta manera a la primera pregunta:
-¿Cómo está?
-Mal. Porque soy gato y acá no puedo ser gato. Yo no puedo entender la muerte, la muerte me da mucho miedo.
-¿Le da miedo o no la puede entender?
-Las dos cosas. Es muy difícil entender que hay una criatura con vida, que piensa, que siente cosas y después está muerta, no existe nada, sólo algo negro. Y la muerte de mis abuelos me hizo pensar mucho en el mundo que estoy y entendí por qué estoy tan solo, porque siempre estoy tan feo. Como que yo siento que hasta ese momento que mis abuelos estaban vivos yo tenía como los ojos cerrados. Y ahí yo entendí cuál es el problema. Yo entendí que yo no puedo vivir en el mundo de ustedes.
-¿Cómo es el mundo nuestro?
-Ustedes lo ven al mundo como que hay humanos que son ustedes, y hay animales, que son todos los otros y hay plantas que son las plantas, los árboles y todo eso, y hay tierra que es tierra que ustedes están usando para su vida. Y yo entendí que para mí el mundo no es así, para mí no existen humanos, no existen animales, para mí todos los que viven en el mundo son criaturas. Yo no uso la palabra humano y no uso la palabra animales. Hay criaturas. Hay criaturas que caminan a dos patas y tienen la cabeza grande y pueden pensar más porque el cerebro está más grande que son los que ustedes llaman humanos. La única diferencia que esas criaturas tienen de otras criaturas que caminan en dos patas y que cuando era la evolución, la evolución de todas las especies el hueso de la cabeza se quebró y se permitió que se agrandara el cerebro de esas criaturas. Y como se permitió que el cerebro se agrande, se permitió a esas criaturas nuevas que llegaron a ser ustedes, permitió a esas criaturas, pensar. Todas las otras criaturas que eran animales, perros, monos, leones, jirafas, todas esas criaturas no pueden pensar, tienen el cerebro muy chiquito. Esas criaturas, todas esas criaturas no saben que pueden morir. Lo único que tienen es el instinto de cuidar su vida.
-¿Qué piensa de lo que usted llama “las criaturas de dos patas”?
-Los humanos pueden pensar sobre su muerte, y porque podían pensar sobre su muerte podían tener miedo de su muerte y como tenían miedo de su muerte una de las cosas que hicieron inventaron el Dios, inventaron el infierno e inventaron el paraíso. Es una locura pensar que un día voy a dejar de existir. ¿Cómo puede ser eso? Yo existo, hago mis cosas, y un día, al día siguiente, no soy nada. Y te podés volver loco. Vivir mientras estás pensando en la muerte es difícil. Entonces inventaron todo eso… inventaron la vida después de la muerte, para poder vivir la vida bien en este planeta. Entonces paso acá mis ochenta años que tengo que vivir en este planeta, los paso lo mejor que puedo y después voy a vivir así festejando en el paraíso. Toda la eternidad. No existe el infierno, no existe un alma, solamente una persona con cabeza más grande, que puede pensar pero no tiene alma.
-¿Cómo llegó a esas conclusiones?
-Es largo de contar. Un suceso que me detonó fueron mis seis meses en el Servicio Militar de Israel. Allí vi el horror que puede hacer el hombre: matar a un semejante, comer animales, dañar la naturaleza. Hacer guerras. Me dieron de baja porque dijeron que estaba loco. Luego cursé mis estudios de Ingeniería en la Universidad Technion, pero volví a recaer. Me detuvieron cuando corría desnudo y sucio en el campus universitario.
-¿Lo llevaron a un manicomio?
-Si, pero los médicos me enviaron a la casa de mi madre, quien me cuidó y me llevó de comer todos los días en mi habitación. Yo me sentía a punto de morir. YA estaba del lado de los muertos. Hasta que vi una alucinación desde mi cama.
-¿Qué vio?
-A un chivo que me hablaba. Un día, en un restaurante, vi que a un grupo de comensales les daban a elegir un chivo vivo que luego mataban delante de ellos, a través de una ventana, y cocinaban. El chivo que se apareció en mi cuarto estaba vivo, ¡tenía vida! Me hablaba y me decía: “¿Por qué me matan?”. Ahí comprendí que el ser humano, o criatura de dos patas, como llamo yo a los seres humanos, hacen todo mal.
-¿Cómo siguió su conversión?
-Días después, vi un gato que me maullaba. Lo viví como una señal. Ese día decidí convertirme en gato.
Su transformación parece inspirada en La metamorfosis de Kafka, el joven que amanece en su cuarto convertido en un escarabajo. Pero él dice que no sabe quién es ese autor y que olvidó todos los libros que leyó.
-La aparición de ese gato fue el comienzo de mi metamorfosis. Días después, en mi casa se me apareció un ser de un metro, de unos mil años, con forma de gato, cabello largo blanco, que se presentó como “Señor Badjus”. Muy viejito. No fue una alucinación. ¡Fue real! Fue un milagro bueno de la naturaleza que me salvó de morir en esa cama. Desde entonces comencé a actuar como un felino hasta delante de mi madre: defecaba en la habitación, comía alimentos para gato, maullaba.
La metamorfosis de humano a gato, dentro de su cabeza, se completó en su enigmático viaje a la Argentina. No están claros los motivos de su llegada: su tío, el hermano de su madre, dice que su sobrino escapó de la mafia de las apuestas clandestinas por Internet y que la muerte de su abuelo y el abandono del padre lo enloquecieron. Y que era muy inteligente.
En Mendoza, Pereg buscó contactarse con la naturaleza. En San Martín puso una rotisería y y usaba rastas y un pedazo de cemento atado al pelo.
-¿Por qué usaba ese cemento en la cabeza?
-Porque me tiraba a la tierra y rodaba junto a mis gatitos. Era para jugar con ellos.
-¿Cómo se hacía llamar esos días?
-Floda Relitieg.
-¿Puede escribirlo?
-Sí, claro –dice Pereg y en un papel anota Floda Reltih.
-¿Sabe que eso quiere decir Adolf Hitler al revés?
-(Sonríe como un niño) No sabía que Floda Relith significaba eso, sentí que la voz del señor Badjus me deletreó mi nuevo nombre, mi nombre gatuno y era ese, Floda Reltih– dice Pereg.
-¿Qué piensa de Hitler?
-Que hizo cosas malas.
-¿A qué se dedicaba cuando llegó a la Argentina?
-Primero llegué a Buenos Aires. Pero me di cuenta que no era una ciudad para vivir como gato. Mucho ruido, mucho caos. Y una criatura de dos patas me dijo que en Mendoza iba a encontrar la paz que buscaba. En una ciudad llamada San Martín puse un restaurante. Pero me fue mal, mi socio me estafó. Y decidí mudarme a Guaymallén, a unos cuarenta kilómetros, y compré un amplio predio frente al cementerio (en una zona peligrosa) y buscó invertir, pero fracasé.
-¿Por qué le fue mal?
-Me estafan y me creían loco. Y yo para salir y hacer negocios usaba una máscara invisible, como hacían los romanos, y en mi casa era un 90% gato y en la calle un 10% empresario criatura de dos patas.
-Algunos de sus vecinos reconocen que quisieron robarle porque usted descuidaba el dinero…
-¿Dijeron eso? ¡Es verdad! Y otros me apedreaban la casa porque de noche maullaba con fuerza y chocaba dos ollas para alimentar a mis gatos.
-¿Quiénes son los Ghoulies?
-¡Son malos! ¡No hablo con ellos porque son mis enemigos! Quieren matarme y comer a mis gatos. Salen de los inodoros. Hacen así: ¡Pum! Como la bala de un cañón. Son monstruitos que hacen (pone cara de malo) ñañañañañañ, ñañañañañaña, ñañañañañañañaña. Acá en mi celda van a aparecer y tengo terror. En la celda me tiran agua, me quieren atacar, escucho voces y todas me quieren matar.
-¿Y cómo se defiende?
-Compré más de 40 armas. En casa les disparaba, pero los veía reflejados como gigantes sobre el paredón por un reflector que tengo en casa. Los ghoulies salen de todas las cañerías que comunican al mundo. Salen del inodoro como la bala de un cañón. Hacen ¡pum!” (gesticula como saltando). Uno es pelado y tiene dientes de tiburón, el otro tiene cara de rata asquerosa, hay uno que tiene la cabeza machucada y el jefe tiene cara de gato feo. Hace (pone cara de bueno, casi angelical, desde su postura y sus ojos, que se vuelven cristalinos) miauuuuuu, miauuuuuuu, miauuuuuu (tono lento, con la cadencia de una canción de cuna). Pero le Señor Badjus me protege. Pero solo no puede. Me ayuda a tapar los pozos.
-¿Badjus cuándo aparece?
-Aparece los días de noche, cuando hay nubes.
-¿Usted cree que es el único hombre convertido en gato en todo el mundo?
-Es probable.
-Si ahora lo llama, ¿cree que vendrá?
-Intento, pero no creo. A él no le gustan las criaturas de dos patas. Pero lo voy a llamar.
Pereg estira el cuerpo hacia arriba, como arqueándose, y maulla a los gritos:
-¡Miauuuuuuuu, miauuuuuuuuu, miauuuuuuuu, miauuuuuuuu!
Los guardias se notan nerviosos.
-No va a venir porque están ustedes, sabía que iban a venir. Pero él puede meterse por la mirilla de una puerta y aparecer. Pero sólo lo veo yo. Badjus cuida mi casa y mis gatitos. Pero cuando yo estaba ahí, para sentirme más seguro,
Luego reacciona como el gato al que le cae agua. Pone las manos con postura de garra y grita. Los dos encuentros fueron un profundo viaje a su mente fragmentada: un collage de voces, miedos y emociones que forman una caja de resonancias que ningún experto pudo descifrar.
Pereg y sus voces personifican a Badjus y a los ghoulies. Grita, maúlla (a veces su maullido es hipnótico, hipnotizante, y hasta su mirada se vuelve cristalina e inocente), golpea la mesa, se estremece, se sube a la mesa y actúa como gato bueno y gato malo, imita el sonido monstruoso de sus enemigos. Pasa del lamento o la desesperación a contar que de noche en su cabeza oye el pedido desesperado de su madre pidiéndole que la rescate de sus secuestradores.
Su mente es un eco, o el destello de un eco dinamitado, que refleja todas esas voces.
En las entrevistas intenta no hablar de los crímenes que le adjudican. Pero en un momento es inevitable hacerle la pregunta:
-¿Usted mató a su madre y a su tía?
-¡Cómo va a decir eso! ¿Usted vio los cuerpos?
-Fueron encontrados enterrados en su casa.
-¡Es mentira! De noche escucho la voz de mi madre en mi cabeza. Me dice: “¡Hijo mío, ayúdame! Estoy secuestrada en un lugar muy feo”. Pero me desespero porque no puedo salir. Extraño a mis 37 gatos. Son mis hijos. Sé los nombres de todos. Al que más quise se llamaba Bombadil. Me quiero matar, pero al mismo tiempo quiero estar vivo porque quiero mantener el sufrimiento que me aqueja para mantenerme con vida. Por más que quiera evitarlo, mi mano va a querer matarme, quiera o no quiera.
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