“Se recomienda este servicio: es puntual, económico, conductor muy bien aseado y absoluta confianza”, decía J.A de sí mismo, remisero de profesión, en su perfil de Facebook.
En junio de 2020, una de sus pasajeras terminó en el hospital.
El día 25 de ese mes, un efectivo de la Policía de la Ciudad llegó al Policlínico Bancario de la calle Gaona, alertado por una denuncia de una mujer que acompañaba a su abuela, una jubilada y pensionada de 78 años internada en el lugar. Según el relato de la nieta, la mujer había tomado dos días antes un remise para ir a ver un departamento en alquiler. Horas más tarde, regresó a su casa en Almagro, claramente desorientada y perdida en espacio y tiempo, débil en las piernas, al parecer, por los efectos de alguna droga o medicación psiquiátrica. Así, se le practicó una serie de estudios. Se le analizó su orina.
Allí, en el líquido, le encontraron espermatozoides.
Entonces, se inició una causa penal, en manos del Juzgado N°6 a cargo de la jueza Alejandra Provitola. Un primer análisis médico-legal encontró lesiones en los genitales de la jubilada, así como en múltiples partes de su cuerpo. J.A, el conductor del remise fue encontrado y detenido. Sigue preso en una cárcel federal hasta hoy.
A mediados de septiembre, el remisero, casado, nacido en Paraguay, de 68 años, fue condenado a diez años de prisión por el Tribunal Oral Criminal N°18 luego de que Provitola lo elevara a juicio tras un procesamiento de más de cien páginas, con la calificación del delito de rapto en concurso real con el delito de abuso sexual agravado por haber mediado acceso carnal, por haber llevado a su victima a un estado de “sumisión química”, dice el fallo firmado por el magistrado Darío Medina. La extensa causa en el medio es sadismo sexual puro.
El chofer fue declarado reincidente al recibir su nueva pena. Tenía un largo cuento criminal a sus espaldas: ya lo habían condenado dos veces en su historia. En marzo de 2008, el Tribunal Federal N°2 le había dado tres años de prisión por los delitos de falsificación de documento público y estafa. Cuatro años antes, el Tribunal Oral N°3 lo había sentenciado culpable por otro caso: abuso sexual agravado. Sus registros personales muestran una aparente larga estadía en cárceles del sistema federal a mediados de la década pasada, con el cobro del sueldo tumbero por tareas menores. Así y todo, logró registrarse en los rubros propios de un chofer de la AFIP y consiguió trabajo en una empresa de taxis.
Entonces, a través de una remisería en la que trabajaba, J.A. llegó a su nueva víctima.
La conoció mientras la llevaba a hacerse estudios en el Policlínico Bancario, semanas antes. Allí, intercambiaron números de teléfono. Tiempo después, lo citó para que la llevara a ver un departamento que le interesaba, en la calle Bartolomé Mitre al 3900. En el viaje de vuelta, en donde el Peugeot 408 que conducía Jorge G. hubo una parada. Bebieron un té, comprado en un local de comidas rápidas. Allí, cree la Justicia, el hombre le drogó la bebida a su víctima. La atacó luego en el mismo auto.
Lejos de negarse a declarar, el remisero dio un extenso descargo ante la Justicia. Aseguró que su pasajera le contó de su vida y de sus pesares: “Ella me dice ‘que suerte, encontrarme con un amigo, y encontrarme con un departamento cerca de mi bisnietas’. No quería desprenderse de las bisnietas, pero no soportaba es el trato de la nieta, una chica sin trabajo regular, con tres hijos menores de edad. Se sentía muy fastidiosa y molesta, sobre todo porque se apropiaba de su celular, su dinero, su jubilación, etc. Todo eso le molestaba mucho”, afirmó.
Sobre el ataque sexual, continuó: “Le dije que si tenía ganas de estar conmigo, si tenía ganas de sacarnos el gusto, que fuéramos a buscar un hotel”. Sin encontrar uno, aseguró el chofer, estacionaron en Costanera. “Ella se bajó por sus propios medios y se subió en el asiento de atrás. Yo hice lo mismo, seguimos charlando un ratito, comenzamos a excitarnos y estuvimos. Todo fue algo natural, nadie forcejeó a nadie. Fue algo consentido. Se lo juro, doctora”, aseveró.
Se encontraron en el teléfono de la jubilada varias llamadas correspondientes a JA, pero faltó otro detalle. Pericias posteriores no encontraron fármacos dentro de la sangre u orina de la víctima, se sospecha un uso de escopolamina, conocida vulgarmente como burundanga: el cuadro que presentaba en el Policlínico solo podía ser explicado por un consumo de droga a traición. El relato del remisero parecía inverosímil desde el comienzo: la mujer se movía con andador, tenía insuficiencia venosa en las piernas, artrosis en las rodillas.
La víctima, por otra parte, lo contradijo fuertemente con su testimonio.
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