El 12 de enero pasado, Federico Julio López y su compañero, policías de la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la PFA, se entreveraron encubiertos en un caminito a la vera del río Matanza, en el borde peligroso del Barrio Fátima de González Catán, cerca del cruce de Ruta 21 y Calderón de la Barca. La UFI temática de Drogas de La Matanza les había enviado un oficio a comienzos de ese mes, para entrar en el territorio e investigarlo. Federico y su compañero llegaron a bordo de un Chevrolet Corsa gris al asentamiento de casas bajas, rodeado de vegetación y las orillas de barro.
Los policías de la Federal sabían los riesgos de su capacha, su vigilancia encubierta: en abril de 2017, Alan Maximiliano Dolz, también parte de Drogas Peligrosas, fue acribillado en la Villa Loyola de San Martín cuando un grupo de hampones le olió el disfraz. Los fiscales acostumbrados a investigar el Barrio Fátima contaban en ese entonces al menos un homicidio por mes o más, motivados por ajustes de cuentas de las guerras entre pequeñas facciones. Decían que no había un solo capo en el territorio, un líder, sino cowboys del paco bonaerense y el porro prensado, paraguayos principalmente. Se disparan entre ellos. También tienen las agallas para dispararle a la Policía misma, a plena luz del día.
Para Federico y su compañero, las balas llegaron desde un puente cercano. Tres hombres que vigilaban ese punto los encontraron y comenzaron a disparar. “Tirale, tirale que son polis”, gritó uno de ellos.
El compañero salió ileso: Federico recibió un impacto de lleno en el cráneo. Fue trasladado de urgencia al hospital Churruca poco después, donde fue operado. Luego, sobrevivió.
Las secuelas siguen en su cuerpo hasta hoy: López todavía pelea por recuperar la movilidad en su cuerpo, con complicaciones en el habla y en funciones motrices. Evoluciona, pero no es sencillo.
Sin embargo, los policías no se fueron con las manos vacías. Segundos antes de que Federico cayera, el compañero logró fotografiar a los tres transas pistoleros. Con esa imagen, la fiscal Andrea Palin, encargada de investigar el intento de homicidio de López, comenzó su tarea. Hubo misiones de inteligencia, varios testimonios del lugar en ese día, con un expediente que acumuló ocho cuerpos. En paralelo, la fiscal Julia Panzoni, de la UFI de Drogas, seguía su causa, cruzaban información.
Así, llegaron al alias de uno de los hombres de la foto, el que sería el pistolero que disparó. No se conoce su nombre real, solo su apodo: “Bodoque”.
Ayer miércoles por la tarde, más de seis meses después, la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la Federal volvió al barrio con tropas de asalto y topadoras bajo las directivas de Panzoni. Derribaron ranchos de venta, secuestraron municiones, pistolas y una bolsa llena de cartuchos de escopeta, 47 kilos de marihuana, dos de cocaína, con varios detenidos. Encontraron la tirolesa con la que cruzaban de un lado al otro del río Matanza, un clásico de los traficantes de la zona.
También fueron por la cuenta pendiente. No era la primera vez que allanaban por López, con varios detenidos a lo largo de los últimos meses. Pero faltaba “Bodoque”. Y allí estaba. Se lo llevaron detenido.
Hoy por la mañana se esperaba el ingreso de “Bodoque” en la OTIP, la Oficina Técnica de Identificación de Personas de La Matanza, para certificar su identidad y así indagarlo. La fiscal Palin, por lo pronto, busca encontrar la mano que efectivamente le disparó a López para matarlo. “Bodoque” cayó con una 9 milímetros. Se podrá peritar esa arma para saber si fue usada en el ataque.
López no fue el primer policía de la Federal al que le dispararon en el Fátima. La esquina de Calderón de la Barca y Tuyú fue el foco de otro ataque a policías, esta vez sin heridos. Ocurrió en febrero de 2020: un grupo de tres hombres fue interceptado por la Policía Bonaerense y respondió a los tiros con una 9 milímetros. Uno vestía un chaleco antibalas. En un bolso llevaba 40 municiones de FAL.
Hubo jefes, pequeños señores en el Fátima que cayeron con el tiempo. Reynaldo, oriundo de Paraguay, que tenía el hábito de amenazar a sus vecinos, fue perseguido con un drone y arrestado a mediados de 2016. Le encontraron un poco de marihuana, también cocaína y pasta base.
Después, vino otro, apodado Ajuka, también oriundo de Paraguay, el nombre de un personaje de animé que como los viejos pandilleros de la New York de los años 70 llevaba su nombre y su insignia en la espalda de su chaleco, un cráneo maléfico fumándose un porro pintado con aerosol. Cayó en febrero de 2017 tras una investigación del fiscal Marcos Borghi. El Grupo Halcón de la Bonaerense, irónicamente, lo sorprendió en bote por el río Matanza.
Con los chalecos detectaron una curiosidad: habían sido confeccionados por la misma banda, literalmente chalecos antibala caseros. “Metían una chapa y la cosían. Estaban muy bien hechos”, comentó uno de los investigadores. También secuestraron unos stencils con los que marcaban la ropa con su propio logo: una calavera.
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