En la pequeña pieza dormían José Carlos Bianchi y su esposa Dora. Su beba de diez meses lo hacía en una cuna, a un costado de la cama. El matrimonio se había quedado dormido con el televisor prendido. Era un noche de paz.
Hasta que irrumpieron, armados, Carlos Eduardo Robledo Puch y su cómplice Jorge Ibáñez. Era el 11 de mayo de 1971, más allá de que algunos medios informaron que ocurrió el 9.
El dormitorio, sin revocar, estaba en los fondos de un local que vendía repuestos para autos en Olivos.
Esa noche, los Bianchi no se despertaron por el llanto de su hija. Primero los sobresaltó el ladrido de su perro, después unos pasos en la cocina. Bianchi se sentó en la cama, pero no llegó a decir nada. Robledo Puch ya estaba ahí, en penumbras, parado en la puerta de la piecita, apuntándole con un revólver Bernardelli calibre 7.65.
Después dirá que su amigo y cómplice Jorge Ibáñez le ordenó al oído:
-Matalos sin vacilar.
Robledo entra en acción. Extiende su brazo derecho y gatilla. Bianchi muere de dos balazos en la cabeza. Queda quieto en la cama, como si se hubiese vuelto a dormir. Su esposa grita desesperada. Robledo le dispara dos veces. Queda herida de dos disparos.
Ibáñez se le tira encima y la viola.
La mujer deja de gritar. Creen que está muerta.
-Dale, apurate -le dijo Robledo.
Luego fue a la cocina, abrió la heladera y se sirvió un vaso de agua. En un ropero encontró una caja con trescientos mil pesos moneda nacional, que equivalían a ochocientos dólares de entonces.
Antes de irse, Robledo disparó otra vez. El tiro quedó incrustado en uno de los barrotes de la cuna. Nunca se sabrá si fue un error de puntería o si el asesino quiso dispararle a la beba, que tras el balazo que le pasó cerca, lloró sin consuelo.
Los dos asesinos se escaparon por una ventana del negocio.
Ibáñez estaba ansioso por contar el dinero. Robledo se llevó una palanca de cambios. Dijo a su amigo que era para su auto Fiat 600. Estaba nervioso. Eso le parecía raro. Pensó que iba a estar más relajado. Al fin y al cabo, no era la primera vez que mataba. Ambos creen que todo salió como lo habían planeado. Se sorprenden cuando en el diario La Nación leyeron que la mujer sobrevivió. La Razón titula: “Extraño y confuso crimen en Olivos”.
Una noticia los alivió: los detectives estaban desorientados porque sospechaban que había sido un crimen pasional ejecutado por un amante despechado.
Después del bestial ataque, la viuda de Bianchi baja las escaleras con la beba en brazos. Tiene el camisón desgarrado. Temblaba y estaba a punto de desmayarse. Se va quedando sin fuerzas, hasta que ve al empleado de una estación de servicio. Le hace señas, grita, él se acerca. El hombre llamó a la Policía.
Los médicos que operaron a la mujer le extrajeron dos balas que tenía incrustadas en el cuello y en el hombro.
“El mal los poseía. Voy a decir algo tremendo para una mujer decente, para una madre y esposa que siempre se dedicó a su hogar, a su marido y a su hija. Me opuse a la demencial violación con todas mis fuerzas, pero eran dos demonios. Uno de ellos, el más alto, se encarnizó sobre mí. Grité, y el otro, que tenía el pelo largo y usaba una campera, me disparó. Mi beba y yo estamos vivas de milagro”, declaró la mujer según el diario Crónica.
Los pesquisas quedaron impactados cuando vieron el balazo en la cuna. “La nena se salvó de milagro”, dijo el subcomisario Roberto Alfano.
Esa nena tiene hoy 50 años años.
Durante toda su infancia creyó que su padre había muerto por causas naturales. Su madre soportó todo el dolor en soledad: no quiso que su hija supiera la verdad. Se fue a vivir a una provincia del norte. Viajó en busca de una vida nueva. Trató de olvidar lo que había ocurrido entre esas cuatro paredes.
Un día, su hija se enteró de que su padre había sido asesinado y su madre violada. Se horrorizó. Supo que ella era la beba de la cuna.
-Mi hermana y mi sobrina no quieren saber nada con la prensa. En su momento, a ella le han llovido ofertas de la televisión. Le propusieron comprarle una casa y hasta mandarla de viaje al exterior. No le interesó lucrar con esa historia trágica. Quiso enterrar ese pasado. Vivir otra vida.
Eso dijo a Infobae Ernesto, el hermano de Dora Bianchi. Es un jubilado que vende tarjetas del horóscopo chino. Vive en Caballito. Era amigo de José Bianchi. Dice que era un “tipazo”, un laburador como los de antes. Tenía 29 años cuando fue sorprendido por Robledo Puch. Dora era dos años menor. El matrimonio se había mudado al local de Ricardo Gutiérrez y la avenida Maipú, en Olivos.
Bianchi vendía repuestos para camionetas IKA y autos Mercedes Benz.
-Pobrecito, mi cuñado. A veces pienso en el destino. Cómo Dios los puso esa noche ahí, en esa piecita sin revocar, frente al peor asesino de la historia. Ellos estaban haciendo esfuerzos enormes para ganarse la vida. Pobre José. La bala le entró por acá -dijo Ernesto mientras se señalaba la frente con el dedo índice-. Quedó quietito, en la cama. ¡Qué puntería tuvo el asesino! Todo duró un minuto. No mucho más. Era un matrimonio joven que se había mudado hacía poco al local de repuestos. Alquilaban y dormían en la piecita. Después, si les iba bien, pensaban irse a vivir a un lugar más grande. Soñaban con tener más hijos. Esa noche, la del crimen, se habían dormido con la tele prendida. Mi hermana me decía que siempre les pasaba eso. Ella tuvo un Dios aparte. Está claro que esa noche no le tocaba morir.
Dora Bianchi se repuso de aquel ataque. Trató de olvidarlo. Nunca contó si tiene miedo de que Robledo recupere la libertad. “No quiero hablar”, decía cada vez que su hermano Ernesto le preguntaba del tema.
Él no sabe con profundidad qué pasó la noche del asesinato. De algo está seguro:
-Robledo Puch es el demonio. Tenía cara de angelito, pero el mal suele disfrazarse de bien para engañar a la gente. Uno no se imagina lo que puede generar una tragedia. Es algo que marca para toda la vida. Siempre se habla de los muertos que dejó Robledo, pero nadie pregunta qué fue de los que quedaron vivos. Muchos son muertos en vida. Mire, le voy a contar algo: yo practico la religión umbanda y he sido pai. Hice varios exorcismos. Pero a Puch, no lo salva nadie. Es el mal personificado.
-¿Su hermana llegó a verle la cara la noche del crimen?
-No. Sólo vio la sombra, en la puerta de la pieza. El asesino tenía el pelo largo. Mire, no se ría de lo que le voy a decir, porque no hay que reírse de estas cosas. Cuando muera, Puch se reencarnará en otro cuerpo. Volverá a nacer. Es probable que su alma venga desde hace cientos de años. Ya lo han sufrido varias generaciones. Lo sufrirán otras. Mi familia lo sufrió en esta vida.
Ernesto habla convencido.
En 2008, el autor de esta nota le preguntó a Robledo Puch sobre el disparo en la cuna. El Ángel Negro que mató a once personas y lleva preso 49 años, respondió:
-¿En serio creés que fui capaz de dispararle a un bebé? ¿Vas a darle crédito a lo que dijeron los periodistas que cubrieron el caso?
-En el expediente está escrito que mató a Bianchi, le disparó a su mujer y a la cuna donde estaba la beba.
-¡Ese expediente dice mentiras! Las boletas no son mías. Ibáñez y otra persona, que por ahora no voy a decir quién es porque aún vive, mataron a Bianchi, le dispararon a la mujer e intentaron violarla. No hubo testigos que me reconozcan. Yo no estuve en esos crímenes. Fueron mis compañeros de fechorías.Para terminar este asunto, repito: ¡jamás le haría algo a un niño! Me duele cuando veo por televisión que hay pibitos que se mueren de hambre, que están desnutridos y nadie hace nada. Lloro de tristeza cuando los veo piel y hueso. Con los ojos saltones. Los niños son la única esperanza que tiene el mundo de sobrevivir. Mi sueño era ser padre. Nunca tuve a un bebé en brazos. Debe ser algo maravilloso. ¡¿Cómo le voy a disparar a un bebé?!
La Justicia y la sobreviviente de ese espeluznante asesinato creen todo lo contrario.
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