Jorge podría haber sido una víctima del delito, otro cautivo en un secuestro extorsivo en el conurbano bonaerense, un delito que antes era regular, común, pero hoy es una rareza para el sistema penal. No ocurre mucho. Y cuando ocurre, es porque lo cometen auténticos pesados, pistoleros de carrera, mucho más que rateros y motochorros. Pero el de Jorge, un nombre de fantasía empleado en esta nota para proteger una investigación en curso, no es el caso.
Ocurrió el 19 de febrero pasado. Estaba junto a su novia, a la que se llevaron también. Tres delincuentes le exigieron a su suegro cien mil dólares. Pero el rescate nunca se pagó. Así, los soltaron: ambas víctimas salieron ilesas. Pero el joven oriundo de Del Viso no era tan inocente, al menos según la imputación de la Justicia, con un caso en manos del fiscal Paul Starc. Lo detuvo la Policía Federal esta semana, con una investigación y un arresto de la División Operativa Central, lo que solía ser la división Antisecuestros.
Los secuestradores, los que se llevaron a él y a su novia, descubrió la Justicia y la PFA, eran sus amigos. Jorge, un chico de pocas luces, ex albañil, sin antecedentes penales, fue supuestamente el entregador de su propia novia. También fue el ideólogo de todo el plan. Ninguno de ellos era un delincuente experimentado con antecedentes penales, Jorge incluido, pichones en un delito que tuvo como emblema a criminales temibles como Sergio Orlando Leiva, “El Negro Sombra”, hoy libre.
Así, con su debut en el crimen, Jorge enfrenta una posible pena de diez años.
La historia es así:
El 19 de febrero pasado, el joven de 23 años supuestamente pidió un automóvil de una aplicación de viajes junto a su novia de 19 en el shopping Pueblo Caamaño de Pilar, zona de La Lonja, tras pasar el día en un country cercano donde vivía su suegro, un ex marino mercante que había trabajado durante años en una conocida petrolera. Hacía dos años que Jorge y su novia salían; una mujer de la familia de la joven había muerto poco antes, el hombre de Del Viso se había convertido en alguien muy cercano, un sostén, la confianza era evidente.
Que pidiera un auto no era nada fuera de lo común.
Así, llegó una Ford EcoSport al lugar. Unos kilómetros después, en una intersección de la Ruta 8, insólitamente, un hombre sube al asiento delantero. Comienza a hablar con el chofer, según fuentes de la causa. Su familiaridad con el conductor parecía extraña. Entonces, tomaron pistolas y apuntaron: ya era un secuestro. Tomaron el teléfono de la joven, llamaron al suegro de Jorge, a los gritos: cien mil dólares o la muerte.
Sin embargo, todo su trato era rústico, inflexible. No tenían el refinamiento de los secuestradores de carrera, insistían en guardar a su víctima en una locación desconocida, ni siquiera negociaban el precio: los secuestros exprés ocurren hace años en autos en movimiento, los captores toman lo que les den. El suegro, sin embargo, se mantenía inflexible. La víctima incluso recordó la casa donde la mantuvieron cautiva en Del Viso, con un colchón sucio.
Al final, no hubo pago y los soltaron en el área de Tortuguitas. Al final, fueron las contradicciones en el relato de Jorge lo que llevó a su caída. Pero hubo una torpeza más: tenía entre sus contactos de Facebook a los otros presuntos secuestradores, dos medios hermanos, todos de su viejo barrio, en Maquinista Savio.
Otros dos sospechosos fueron arrestados junto a él.
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