Un celador del neuropsiquiátrico El Sauce, de Mendoza, quiso emular a los penitenciarios que, en marzo de 2019, grabaron con un celular a Gilad Gil Pereg mientras maullaba y caminaba en cuatro patas como un gato. Como ve a los guardiacárceles, los mira con fiereza y les tira un manotazo. El video recorrió el mundo. Pero esta vez, el doble femicida, no les dio el gusto. No actuó como gato. Pero hizo movimientos extraños en su celda, como si fuera una performance indescifrable, un hombre sin rumbo que parecía querer traspasar los pocos metros de su lugar de encierro.
Pereg, 38 años, ingeniero electrónico, radicado en la Argentina desde 2007 nació en Petaj Tikva, una aldea de agricultores que fue escenario de guerras, entre ellas la de Alejandro Magno con los persas.
El frío relato policial refiere que Gil Pereg fue detenido el 25 de enero de 2019 en su casa de Guaymallén, Mendoza, a 1100 kilómetros de Buenos Aires. Vivía solo en un predio de dos manzanas junto a 37 gatos. Lo acusaron de estrangular a su madre Pyrhia Saroussy, 63 años, y matar de tres tiros a Lily Pereg, de 54.
Lo habían ido a visitar el 11 de enero. Su madre desde Israel y su tía desde Australia, donde era una respetada Profesora de biología celular y molecular de la Universidad de New England. No está claro el motivo del viaje, pero los investigadores creen que sus familiares estaban al tanto del modo de vida de Gilad y pretendían internarlo o que regresara a su país.
Durante las dos semanas de búsqueda de las mujeres, Pereg hizo la denuncia ante la Policía por las desapariciones y hasta les pidió a los camarógrafos y a los periodistas que lo acompañaran a la villa situada a la vuelta de su casa. “Ahí viven los ladrones que las secuestraron”, dijo mientras señalaba una casa.
Los cuerpos aparecieron enterrados en la casa de Pereg. Aún se declara inocente y dice que su madre está viva.
El arma del crimen fue encontrada en su casa. Se presume que con la 38 mató a su tía, según opinaron los forenses. Tenía 40 armas registradas a su nombre, pero sólo aparecieron dos.
Vivía como si fuera un gato. No se bañaba, no tenía cama y sus vecinos lo escuchaban maullar.
Ahora, la novedad es que el llamado Hombre Gato abandonó la cárcel de San Felipe, donde estuvo detenido poco más de un año. Allí, según él, vivió un calvario. Algunos presos querían agredirlo, los guardias no lograran que se bañara (Pereg decía que, como los gatos, odiaba el agua), y quería alimentarse con comida para gatos.
Casi no salía de su celda. Y dijo varias veces que quería matarse y les pidió a los jueces que lo juzgaran como un gato, no como un hombre. Además pidió que prefería estar preso en una jaula de un zoológico con sus 37 gatos.
“Está mucho mejor que en el penal. Si bien no deja de estar detenido, en el psiquiátrico hay médicos psiquiatras y está más contenido, más allá de que ocupa una celda. Por otro lado, en ese lugar coinciden con la pericia de Mariano Castex, que consideró que Pereg no comprendió la criminalidad de sus actos”, dijo a Infobae Maximiliano Legrand, uno de los abogados del imputado.
El psiquiatra forense Mariano Narciso Castex, uno de los peritos que lo examinó a pedido de la defensa, dictaminó que padece licantropía; es decir: un ser humano que se siente animal. Al menos seis casos como este fueron analizados por la Universidad de Harvard (hombres que se creían monos, chanchos, lobos y perros) y Sigmund Freud se refirió en su libro Tótem y Tabú al niño que se creía gallo.
Pereg dijo que mantenía relaciones sexuales con su madre y con las gatas. “Quería crear una raza híbrida, pero no pude”, confesó.
“Es inimputable de acá a la China. Nadie escuchó las amenazas, las estafas, las persecuciones que dice haber sufrido. Nadie puso su tiempo a merced de escucharlo y analizarlo. Como buen loco, lo han perseguido. Su locura no es contada, fue vivida”, dijo Castex a Infobae.
Sin embargo, la fiscal Claudia Ríos está convencida de que Pereg es un gran simulador. “Hace papel de gato. Más allá de eso, lo esencial es que ocurrió en el momento de los asesinatos. Notas una planificación. Y cuando niega el hecho incurre en contradicciones”, analizó.
Aún no hay elevación a juicio, pero el Hombre Gato enfrenta dos destinos: el neuropsiquiátrico o la cárcel con una condena a cadena perpetua. Si avanza el expediente, habrá un juicio con jurados populares.
El tío de Gilad, Moshe Pereg, 66 años, quiere que su sobrino sea condenado. “Es un hombre muy inteligente que perdió la cabeza. Lo siento por mis hermanas, almas puras que sólo querían ayudarlo. Todo el tiempo no pensé que él fuera el asesino, pensaba que eran otras personas con las que estaba en contacto. Tiene una gran inteligencia. Después de que mi padre murió, sufrió un cambio en el comportamiento y desarrolló un trastorno mental. Apostó en Internet y perdió mucho dinero, por lo que decidió abandonar el país. Es un genio que enloqueció, tenía un gran coeficiente intelectual”.
En las audiencias, Pereg maúlla, camina como gato o defeca en la sala. A Castex le dijo que haber estado en el Ejército de Israel le “estalló” la cabeza. “Comprendí que las criaturas de dos patas hacen daño. Mi metamorfosis fue a partir de la aparición de un ser de un metro, de unos dos mil años, con forma de gato, cabello largo blanco, que se presentó como Señor Badjus. Muy viejito. No fue una alucinación. ¡Fue real! Fue un milagro bueno de la naturaleza que me salvó de morir en esa cama. Desde entonces comencé a actuar como un felino hasta delante de mi madre, en mi casa de Israel: defecaba en la habitación, comía alimentos para gato, maullaba”.
En la pericia habló de lo que considera su peor pesadilla: “Los ghoulies, monstruos pequeños que se comunican por las cañerías cloacales de todo el mundo y emergen en los inodoros para matar. Asesinan gatos. Me quieren matar a mí”.
Esos seres aparecen en una saga de cuatro películas. Pereg cree que la vio cuando era niño. Pero está convencido de que los ghoulies existen.
Aunque tenía dinero como para vivir mucho mejor (ocultaba en un armario dos bolsos con 300 mil euros), Pereg dormía en un colchón sobre el piso, rodeado por sus gatos. No se bañaba y hacías sus necesidades en el patio. Además había gatos disecados. En su especie de fortaleza inconclusa había un muro con pintadas (”Viva Alá”) e impactos de bala.
Se había mudado frente al cementerio porque según él, ese era el lugar de la justicia para las criaturas de dos patas. “Iba a celebrar. Llevaba a mis gatitos y pisoteábamos las tumbas de esas criaturas que se dedican a hacer el mal, desde guerras, violencia, odio, contaminación y mucho más”.
¿Se está ante un fabulador notable o ante uno de los casos más intrigantes de la historia criminal argentina?
Quizá la respuesta no se sepa nunca.
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