Empezó el juicio por las valijas rusas: acusaciones al “señor k”, el peligro del karma y la “salchichita azul”

El ex policía Blizniouk y el marino Chikalo escucharon hoy las acusaciones en su contra. Uno de ellos pidió declarar para desincriminarse . Están acusados de haber querido mandar más de 400 kilos de cocaína en valijas diplomáticas

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Los acusados en el juicio
Los acusados en el juicio por las valijas rusas

La cámara del zoom los mostró sentados uno al lado del otro, en la sala de conferencias de la cárcel de Ezeiza, donde están detenidos hace tres años. Robustos, barbudos, el ex integrante de la Policía Metropolitana Iván Blizniouk y el marino mercante Alexander Chikalo, ambos de origen ruso, esperaban en silencio el momento en que el juez Jorge Gorini diera comienzo el debate -virtual- para juzgarlos un caso escandaloso: haber intentado traficar casi 400 kilos de cocaína en doce valijas que estuvieron escondidas durante un año en la Embajada de Rusia en Buenos Aires.

Según la acusación, Blizniouk (ex policía, 38 años, tres hijos) y Chikalo (técnico, 40 años, una hija de tres años) son solo dos piezas de una organización “transnacional” dedicada a narcotráfico con vínculos no solo en Argentina y Rusia, sino también en Alemania y los Países Bajos. Por este caso, hay una causa judicial abierta en Rusia con otros cuatro sospechosos en ese país.

Entre ellos, el hombre clave para los acusados en Argentina: el “señor k”, como se lo identificó en algunos tramos de la causa que llevó el juez Julián Ercolini y que resultó ser Andrey Kovalchuk, quien oficiaba de “empresario” y se presentaba como representante de empresarios rusos y de la propia Embajada. Algo de eso no era cierto. La denuncia que dio inicio a la causa fue hecha el 13 de diciembre de 2016, cuando el embajador ruso en Buenos Aires, Viktor Koronelli, se presentó al Ministerio de Seguridad para denunciar la presencia de doce valijas con un contenido sospechoso dentro del colegio adjunto de la sede diplomática, en la calle Posadas de esta Capital. Adentro había 389 kilos de cocaína, acondicionadas en 360 paquetes.

Casi 400 kilos de cocaína
Casi 400 kilos de cocaína fueron hallados en la embajada rusa en Argentina

Pero en ese momento la policía no hizo público el hallazgo. Cambió la droga por harina, puso rastreador satelital a las valijas y dejó que la banda siguiera su plan. Como se quería detener a toda la organización, se montó un sistema de monitoreo y se escucharon conversaciones. El primer cargamento rumbo a Rusia salió, por vía diplomática, el 9 de diciembre de 2017. En ese momento fueron detenidos Ali Abyanov, ex agregado económico de la embajada rusa en Buenos Aires; Vladimir Kalmykov e Ishtimir Khudzhamov, mientras que Kovalchuk fue atrapado en Berlín.

En Buenos Aires las detenciones llegaron poco después: Blizniouk estaba en actividad en la Policía de la Ciudad cuando el 21 de febrero de 2018 fue detenido en el aeropuerto internacional de Ezeiza, adonde llegó de sus vacaciones con su familia. Lo acusaron de “custodiar y asegurar” la cocaína para mantenerla “bajo resguardo en el interior del colegio adjunto y bajo control de la organización”. Chikalo, en tanto, está imputado de llevar adelante distintas gestiones y de ser quien acondicionó la cocaína en las valijas que luego fueron dejadas en el anexo de la embajada. Incluso, se asegura, se agregaron distintos elementos en la valija para confundir el olor de los perros detectores.

Al borde del vencimiento de sus preventivas, el Tribunal Oral Federal 4 -con los jueces Jorge Gorini, Néstor Costabel y Ricardo Basílico- comenzó el debate que se había postergado primero por la pandemia y después por cuestiones operativas. A las 9.30 de este jueves, desde el penal, se acomodaron frente al zoom que les mostraba quiénes eran los jueces que definirán su veredicto. Allí también estaba el fiscal Abel Córdoba y los abogados de ambos: Osvaldo Miranda, en nombre de Chikalo; y Federico Paruolo y Liliana Borisuk, por parte de Blizniouk.

Chikalo, uno de los acusados
Chikalo, uno de los acusados

Chikalo pidió declarar. Tras dar sus datos personales y explicar que tenía estudios universitarios en mantenimiento de propulsores marítimos (“Estos estudios los realice en Rusia y validé el título en la Argentina, en la Armada”, afirmó), Chikalo acercó su cara al celular que lo registraba y dijo: “Ante todo quiero decir cómo yo conocí a Kovalchuk en 2013 o 2014. A un tipo que trabajaba para el gobierno ruso y estaba representando a empresarios rusos”. Este hombre, dijo, se mostraba interesado traer artículos rusos a la Argentina, como trigo sarraceno, caviar y chocolate, e importar carne, pieles y vinos. “Pedimos una propuesta formal. Nos comprometimos para buscar precios en Argentina -dijo-. Pero me dijo que eran muy caros. Se fue y no escuché más de él”.

A Iván, en cambio, lo conocía de hacía más tiempo, desde que prestaba servicio en la Prefectura. A fin de 2015, contó, volvió a aparecer Kovalchuk, pidiéndoles un favor para que le compraran un pasaje y le reservan un hotel. Así lo hicieron, recibieron una transferencia y se quedaron con una comisión. Para ese momento, a Chikalo lo habían despedido de su trabajo y con la indemnización de un millón de pesos se tomó el 2016 como un “año sabático” buscando un nuevo futuro. “Me fui a Rusia a conocer a mi futura esposa”, agregó en un español marcado por su idioma de origen.

Pero al regresar a Argentina, “el señor K” volvió a contactarlo. “Me llamó varias veces donde pedía comprar tapados, vino exclusivo. Me dijo que todos sus amigos de la embajada estaban de vacaciones y me empezó a consultar a mí. Me llamo varias veces. Al final me dijo que se estaba por ir y me dijo de encontrarnos en un bar de Córdoba y Florida. Me contó sobre los subsidios que no era tan fácil porque el país estaba en una situación difícil. Me dijo que le sobraron unas valijas porque no pudo comprar regalos que le encargaron en Rusia porque la Argentina estaba muy cara”.

Me ofreció dos valijas por un precio muy barato, dos valijas que le sobraran... Prácticas, grandes, muy buenas valijas, me dijo. Cuando fui a la mañana, me estaba esperando en la vereda con mis dos valijas que le compré. Cuando se las iba a pagar, me dijo que si le podía hacer un favor: que había vendido otras cuatro valijas y como se estaba yendo si se las podía dar a otro señor... Accedí a ese pedido porque era un buen tipo, educado, no quería quedar mal”, dijo. Al día siguiente, lo llamó un desconocido diciendo que era amigo de Kovalchuk, “que si yo tenía sus valijas. Vino ese mismo día”.

“Estaban vacías, yo le pregunte a Kovalchuk y él me dijo que no tenían nada. Cuando las levanté eran livianas. Era un hombre de 45 o 50 años, que vino con una mujer. La mujer se alegró mucho por las valijas. Son buenas, dijo. Las cargaron en el auto y se fueron -agregó. Yo seguí con mi vida. Vino mi futura esposa, fuimos a Brasil con las valijas compradas. Y después en noviembre de nuevo a Rusia. Las valijas eran buenas para mudanza. Nos casamos en diciembre”, agregó.

fiscal Abel Córdoba
fiscal Abel Córdoba

Para el año siguiente, Chikalo había conseguido trabajo y esperaba su primer hijo. “El señor k” volvió a llamarlo. “Quería sacar unas valijas de unos ex empleados de la Embajada. Esto me sorprendió. Iván también me dijo que la compañía iba a mandar unos regalos empresarios, tipo muestras, con unos amigos y que ‘K’ le dijo que quería sacar las cosas, aprovechar el momento. Me sorprendió mucho, me alarmé, tuvimos varias conversaciones. Dijimos que no queríamos participar en nada de lo que estaba planeando. Empezaba a mentir mucho.”

Aunque habían acordado no atenderlo, fijaron igual una reunión. “La idea era ir con Iván pero él estaba ocupado”, dijo. En el mismo bar de Córdoba y Florida, Kovalchuk volvía a hablarle de un negocio: poner un club de habanos y coñac caros. O enviar productos de exportación. En otro encuentro por Recoleta, le pusieron como condición que trajera “papeles”. “Le dije que hacía un año que tenía su valija y que se la llevara. Vino enfadado, que Iván no le contestaba las llamadas y qué el necesitaba el coñac, que así no se trabaja, que había más interesados”. Lo trataban bien, con cautela, porque no querían tener problemas en la Embajada, creyéndolo una persona influyente. Algo, admiten, debieron sospechar: cuando llegaba en taxi no tenía para pagarlo. Los bares tampoco.

Cuando el fiscal Córdoba le preguntó si sabía si la Embajada no tenía un agregado de negocios, el acusado dijo que sí pero que “es el sueño de un inmigrante vender carne, cobrar un porcentaje y vivir de eso”, y que quiso probar “aprender un nuevo oficio”.

Cuando le consultaron si había visto las fotos de las valijas secuestradas, el acusado afirmó que nunca había visto antes esas valijas. “No sabía ni siquiera que existían”. También desmintió haber acondicionado la carga. “Nunca tuve en mi poder nada ilegal. En la valija, que me vendió, había una salchichita chiquita de color azul que yo la tiré al inodoro. No sé para que estaban en la valija”.

Sobre las escuchas de la causa, el fiscal le preguntó por una conversación entre el policía metropolitano y él en donde hablaban del dinero que les ofreció “el señor K” y la posibilidad de que fuera “coca”. A eso, el acusado respondió: “Conversamos, no valía la pena involucrarnos en el asunto por cualquier plata. No valía la pena arruinar nuestra karma por una cosa así”. Más tarde, insistió, “no supe nada de droga, no sé nada de droga, para mí es una cosa que no entra en mi pensamiento”.

El policía acusado
El policía acusado

Luego, fue el turno de Blizniouk. Contó que llegó a la Argentina en 1999 con 17 años y su madre bioquímica para vivir en un hotel familiar y empezar a trabajar de cero; que fue empleado de un local de comidas rápidas, lavó autos, trabajó en una fábrica de chocolates (”no fue fácil ganarse la vida pero siempre por el buen camino”, dijo). Hasta que entró en la Prefectura en 2003, donde hizo carrera y trabajó como intérprete de ruso. En 2013 un jefe le propuso pasarse al a Metropolitana con mejores sueldos y él, que recién tenía un hijo, aceptó.

Inmediatamente después dijo: “Y un día me detienen en (el aeropuerto de) Ezeiza sin decirme de qué se me acusa. Llevo 3 años acá. Hace tres años que vivo un calvario. Mi mujer es discapacitada motora y al momento de mi detención se nos quitó el auto, que yo no manejaba y con el que ella se desplazaba para hacer las compras y llevar a los chicos al colegio. Es más, como no los puede traer, en estos tres solo vi a mis hijos cinco veces. Hablo todas las noches por teléfono y me preguntan cuándo vuelvo. Es una situación aberrante. Acá en la unidad empecé a estudiar abogacía, estoy terminando el tercer año, pero eso es todo lo que voy a decir. No voy a responder ninguna pregunta por ahora y voy a pedir ampliar mi indagatoria una vez que el fiscal presente pruebas en mi contra”.

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