“El agua del mate te la calientan a tiros”, se ríe con ironía alguien que conoce a la banda y al territorio: “Acá no se jode”.
Al borde de Camino Negro, en los asentamientos que crecen a la altura de Ingeniero Budge, un grupo de traficantes paraguayos comenzó su historia hace diez años, en un territorio donde dos décadas atrás otros dealers bolivianos resolvían sus problemas con ráfagas de UZI. El plan era sencillo: viajar de vuelta a Paraguay para importar marihuana prensada, la mayor commodity ilegal de Latinoamérica. Con el tiempo, se expandirían a cómplices bolivianos y argentinos, a familiares como hermanos de sangre que viajaban a territorio guaraní para traer de cien kilos a la vez de un producto que al pie de la planta puede costar poco más de 30 dólares el kilo en los marihuanales controlados por temibles bandas brasileñas dedicadas al tráfico a gran y escala como el PCC para venderse en San Isidro o Palermo a 1200 pesos la porción de 25 gramos. Los paraguayos de Ingeniero Budge no eran simples transas: empleaban sus sicarios también, cobradores capaces de incendiar autos o golpear sin piedad a sus deudores. También fueron, sospecha la Justicia, mayoristas para otros traficantes.
Hay otras historias en el mundo narco de Budge: tres años atrás, un grupo de transas que operaba en la extrema pobreza de la Estación Kilómetroo 34 del Ferrocarril Roca cayó detenido y luego fue elevado a juicio tras una investigación del fiscal federal Sergio Mola y la PROCUNAR. Dos policías de la Bonaerense fueron implicados en su negocio, acusados de recibir una coima de 10 mil pesos semanales para ayudarlos a esquivar allanamientos y alertarlos de causas en su contra. Sin embargo, los del Camino Negro, veteranos que hoy tienen entre 40 y 55 años, fueron mucho más ambiciosos.
Con el tiempo se expandieron a Villa Fiorito, Monte Grande, Luis Guillón, Guernica, Cañuelas, Villa Celina. No había un líder claro; la inteligencia policial en su contra revelaba un mando fluido, jefes intercambiables, nuevos socios que se alternaban con los que caían detenidos, una banda en donde un capo podía ser reemplazado, un signo propio de las grandes organizaciones narco de Capital Federal. El hermano de uno de los jefes fue interceptado en Chaco en marzo del año pasado, con cien kilos de hierba en un doble fondo de su auto.
Esta semana, tras más de un año de investigación a cargo del Juzgado Federal N°2 de Lomas de Zamora con la firma del juez Juan Pablo Augé y la instrucción del secretario Maximiliano Callizo, sus casas fueron allanadas en una redada de la Unidad de Investigaciones de Delitos Complejos y Procedimientos Judiciales “Cinturón Sur” de Gendarmería que incluyó tres objetivos en Budge. Cuatro de ellos fueron detenidos luego de que se intervinieran sus teléfonos, con varios prófugos todavía sueltos.
La causa sigue: lo que se encontró en esa redada fue sumamente llamativo.
En uno de esos domicilios en Ingeniero Budge se incautó el lote mayor: 1486 kilos de marihuana prensada, separada en 73 bultos.
Así, siguieron con 30 allanamientos más en las paradas identificadas de la banda más otros domicilios en Lanús. Ocultos en un techo había 9 mil dólares y 500 mil pesos: se encontraron 14 mil dólares en total en todos los allanamientos, 1,7 millones de pesos. En la habitación de una chica de 16 años, hija de una familia de origen boliviano, encontraron 24 kilos de cocaína. Se encontraron sus celulares, más de 20, sus armas, 147 balas. También, su depósito de autos, 41 vehículos, ninguno de alta gama, que rotaban para hacer sus transportes.
Los cuatro detenidos permanecen incomunicados, en una causa manejada con estricto hermetisimo. En los allanamientos también se encontró otro documento curioso: papeles judiciales, que muestran conflictos con la Justicia federal de larga data.
El comienzo del fin de la banda del Camino Negro es otra historia en el mapa dealer del Sur del conurbano. A comienzos del mes pasado, “Pintita” y “El Gordo Pablo”, dos hampones de prontuario largo, fueron detenidos por la DDI de Lomas de Zamora tras una investigación de la UFI N°14 a cargo de Eusebio Vaqueiro.
Les encontraron casi dos kilos y medio de marihuana, 1400 bolsas de cocaína para un peso total de poco más de un kilo, un potente revolver Smith and Wesson calibre 32, una vieja ametralladora 9 milímetros, una pistola Bersa del mismo calibre, una pistola calibre 7.65, dos escopetas también de alto calibre, más de 70 balas y una ridícula réplica de una AK-47, claramente falsa, en casa de Emma Griselda, una supuesta vendedora.
Dicen investigadores de la causa que “Pintita” había sido, presuntamente, el aliado de un temido capo de la zona Sur, “El Peruano Jesús”, casi un mito entre transas. La bendición de “Jesús” podía ser poderosa. Jonathan Omar Palomeque, oriundo del barrio El Campanario, una zona de casas precarias de Llavallol fue detenido en enero de 2017, una acusación en su contra fue ser, junto a su hermano menor Brian, de 20 años, el regente de una poderosa asociación ilícita, de las mayores y más despiadadas organizaciones narco que se vieron en la Provincia en los últimos años, capaz de apretar rivales y delatores, matar a tiros a sus traidores internos, coimear policías y lavar dinero en una agencia de autos de lujo. “Yo soy el dueño acá, lo tengo todo comprado. No me saca nadie”, se lo oyó gritar a Palomeque en el barrio, la marca de un niño jefe.
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