Hoy por la mañana, Claudio Alberto Tinari, de 44 años, oriundo de Merlo, empresario y jugador de rugby, esperaba ser indagado por el fiscal Juan Pablo Calderón, titular de la UFI N°4 de Pinamar tras ser detenido en la tarde de ayer. Una de sus más de diez empleadas lo había denunciado por abusar de ella el 22 de diciembre pasado en un hotel de la calle Del Cangrejo donde Tinari hospedaba al staff del restaurant de un balneario que operaba en la ciudad costera, un contingente de chicos y chicas que había llegado a comienzos de diciembre, poco más que adolescentes de diversos puntos del país. Para Tinari era su primera temporada en Pinamar, luego de haber montado un bar en la zona sur.
En la Comisaría de la Mujer local, la empleada, de 33 años, que trabajaba en la cocina del lugar, relató cómo su jefe se abalanzó sobre ella. “No grites, va a ser rápido”, le dijo supuestamente Tinari, corpulento, de espalda ancha. “Callate”, la amenazó, para tomarla de los brazos sobre la cama de su habitación y penetrarla por la fuerza sin preservativo. No solo se trató del relato de la víctima: una médica constató una lesión compatible por abuso, entre evidencias de estrés post-traumático.
Sin embargo, esta acusación no es el único problema que Tinari enfrenta en la Justicia.
En paralelo, el fiscal Walter Mercuri, a cargo de la UFI de la jurisdicción especializado en trata de personas, investiga una causa paralela en donde acumula pruebas que ciertamente complican al empresario acusado. En este nuevo expediente, Mercuri cuenta con el pasado delictivo de Tinari, con una condena por exhibiciones obscenas del año pasado: también cuenta con los testimonios de sus otras empleadas en el balneario.
En estas declaraciones, a cuyo contenido accedió Infobae, las empleadas, cuatro de ellas, de poco menos de 20 años, hablaron de un clima denigrante: aseguraron que Tinari las tocaba, las encerraba en un baño para forzarlas a que le den un beso. En ocasiones, les preguntaba con insistencia cuánto le cobrarían por tener sexo, una potencial violación enmascarada en una propina.
También, hablaba de otras cosas. Fuentes en el expediente aseguran que en sus testimonios, tres testigos reflejaron cómo Tinari les hablaba de supuestos amigos con dinero que las invitarían a fiestas clandestinas para tener sexo a cambio de cien dólares cada una, aunque por el momento no está acreditado que existieran estas fiestas o estos amigos.
La investigación de Mercuri no solo es por trata sexual, sino también laboral. Decir “empleadas” en un eufemismo: Tinari, descubrió el fiscal, algo constatable en registros previsionales, no tenía un solo empleado a su cargo con pago de aportes. Todos estaban en negro.
Los relatos también hablan de presuntas amenazas, de cómo tras mudarse del hotel al ser expulsados por repetidas escenas de gritos y violencia, Tinari recaló con su staff en una casa de la calle Llao Llao. Allí, aseguraron los testigos, los encerraba sin dejarlos salir tras su horario laboral tras asegurar que los echaría. Nunca tuvieron llave: debían escabullirse por la puerta del garage o por una ventana, tras enfrentar sesiones de insultos y rabietas.
Hoy, el fiscal Mercuri recoge nuevas pruebas para fundamentar un pedido de detención ante el juez del caso, David Mancinelli, que no le otorgó la detención por esta acusación en un primer momento, el mismo que interviene en el expediente del asesinato de Fernando Báez Sosa. Mancinelli, por su parte, habilitó que se secuestre el teléfono del empresario para peritarlo. Mientras tanto, Tinari permanece encerrado en la causa por violación.
Poco después del mediodía, Tinari se negó a declarar.
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