Los negocios de “La Tumba”, acusada de ser la nueva jefa dealer detrás de la cocaína de Constitución

Una mujer trans oriunda de Perú es el centro de una nueva investigación a cargo de la fiscal Celsa Ramírez y la Policía de la Ciudad. La declaración del “buchón” que la expuso, el cambio en la jerarquía del negocio del polvo y la suerte de “El Chibolo”, su predecesor en el negocio

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"La Tumba", imputada en la Justicia por la fiscal Celsa Ramírez.
"La Tumba", imputada en la Justicia por la fiscal Celsa Ramírez.

Encontrar a “La Tumba”, o saber de su existencia, fue un poco fortuito, una clásica situación en el submundo narco porteño donde una pista lleva a la otra. Al comienzo, se trató de una camioneta.

El rastro había comenzado a fines de enero de este año con un llamado de la Policía de la Ciudad a la Fiscalía General porteña. Los policías hablaban de una camioneta Toyota Hilux blanca que se introducía en la Villa 1-11-14 para llevar y traer cocaína, un dato proveniente de un buchón, un hombre de nacionalidad paraguaya que prefería no revelar su identidad por temor a terminar muerto. La fiscal Celsa Ramírez ordenó tareas de inteligencia, vigilancias: la Hilux fue vista una semana después, tras cruzar la esquina de Bonorino y Riestra rumbo a la zona de Los Piletones, poco menos de tres kilómetros. Lo siguieron, con un poco de discreción. La camioneta llegó hasta el barrio La Esperanza en Los Piletones, para luego irse. Entonces, la Policía comenzó a preguntar: esa Hilux llegaba una vez por semana al barrio, o cada quince días, para entregar droga en encuentros furtivos sobre el puente en Lacarra, que había autoridades que sabían y que no hacían nada.

Luego, la pista siguió. Marcaron una casa en la calle Plumerillos en Los Piletones, un punto de entrega. Quien manejaba la Hilux era, básicamente, un mayorista. Y ese mayorista tenía una supuesta clienta, una mujer trans llamada Celeste, oriunda de Perú, que vendía polvo en las inmediaciones de la cabecera de una empresa de colectivos en la calle Pavón, barrio de Constitución.

Celeste, de 32 años, tenía su domicilio en un conventillo ruinoso de la calle Brasil. En el medio, otro testigo de identidad reservada, otro buchón, decidió delatarla. Celeste, en ese relato, no era la jefa de nada. Pero lo que el buchón aseguró era muy llamativo, parte de una nueva narrativa, otra historia en la jerarquía transa del margen de la ciudad. La línea de Celeste, su proveedora, era otra mujer trans, peruana como ella.

A esa línea de polvo, el buchón la llamó “La Tumba”.

El allanamiento al departamento de Santa Fe y Cerrito.

“Vende merca en un edificio de la avenida Santa Fe”, aseguró el delator, con una dirección precisa, el piso en donde se ubicaba el departamento, a pocos metros de la esquina con Cerrito. Aseguró que le vendía no solo a Celeste sino también a otras mujeres trans de su misma nacionalidad. “La Tumba”, aseguró el delator, también venía de Perú, donde aparentemente tuvo problemas con la autoridad: sus registros en su país natal indican que la Superintendencia de Aduanas ordenó el decomiso administrativo de su parte a mediados de 2016. Había llegado a la Argentina al menos cinco años antes según su fecha de alta en la AFIP. Logró un DNI con un domicilio registrado en un pequeño departamento de la calle Venezuela, otro en un hotelito en Almagro sobre la calle Agrelo que fue allanado varias veces, el mismo domicilio de un hombre cubano que terminó condenado a seis años por narco junto a un curioso brasileño que manejaba seis alias distintos, una causa que data de 2018, juzgada en el Tribunal Oral Federal N°3.

Su departamento funcionaba las 24 horas. La venta mínima, según el delator, era de cinco gramos, un terrón blanco envuelto en un fragmento de bolsa de nylon, nueve mil, once mil pesos que sus clientas debían fraccionar y cortar a ojo. El buchón sin nombre también indicó otros movimientos: “Celeste vende en Constitución de noche, en la calle Pavón, maneja a otras cuatro o cinco trans más que trabajan para ella, pero no tiene la cocaína encima, la tienen sus soldados”. Habló de satélites, de una segunda al mando de Celeste, alta y rubia, llamada Casandra.

Más vigilancias comenzaron. Celeste fue vista en la esquina que señaló el delator junto a otra clienta de “La Tumba”, llamada Casandra. Los investigadores vieron lo que esperaban ver: taxis, pasamanos, satélites que silbaban por si venía algún policía, todo a metros de un colegio, de una canchita de fútbol, de una iglesia evangélica. La fiscal Ramírez tuvo que insistirle al Juzgado en lo Penal y Contravencional N°25 para que firme la orden de allanamiento, aseguran fuentes en Tribunales.

Entonces, finalmente, se allanó. La División Operaciones Especiales Requeridas de la Superintendencia de Investigaciones de la fuerza porteña entró en el departamento de Santa Fe y Cerrito y en dos puntos de Balvanera ligados a las principales clientas y operadoras de “La Tumba”. Cinco personas fueron detenidas: tres fueron condenadas a cinco años de cárcel de cumplimiento efectivo, dos con penas condicionales. Los nombres de Casandra y Celeste estaban allí, en una lista de contabilidad, 53 mil pesos, balanzas digitales. Pero “La Tumba” no fue encontrada: sigue libre, imputada, buscada por la Justicia que por lo pronto conoce su cara, su nombre, apellido y número de documento.

“La Tumba” claramente no fue la primera. Tiene un predecesor inmediato en el negocio de Constitución, hoy encerrado.

Historia reciente: Ardinson Amaury Aquino Vázquez, alias “Chibolo”.
Historia reciente: Ardinson Amaury Aquino Vázquez, alias “Chibolo”.

“Chibolo” es un término bastante común a lo largo de Latinoamérica, con varias acepciones. En Perú significa “muchacho”, un adolescente que todavía no es un hombre adulto, también “hinchazón” o “chichón” en algunos países de Centroamérica y el Caribe. Ardinson Amaury Aquino Vásquez, apodado “Chibolo”, llegó a la Argentina desde la República Dominicana a mediados de esta década. Se registró en la AFIP como monotributista en el rubro de peluquería, fijó como domicilio un departamento sobre la calle Pasco en San Cristóbal, pagó algunos impuestos, tuvo sus cuentas en orden por un tiempo, incluso cobró un beneficio por asignación familiar de la ANSES. Eventualmente, “Chibolo” cayó preso, con un lugar reservado en la alcaidía de los tribunales de Comodoro Py.

A fines de , la Dirección de Narcocriminalidad de la Policía de la Ciudad arrestó a Aquino Vázquez en una casa sobre el Boulevard de los Italianos en Avellaneda, en el marco de un operativo ordenado en conjunto por el Juzgado Federal Nº 4 a cargo de Ariel Lijo, el N° 1 a cargo de María Romilda Servini y el Nº 2 bajo Sebastián Ramos; le encontraron, además de 37 balas, una camioneta Toyota y cien mil pesos, 40 kilos de cocaína. La Policía lo buscaba por un honor francamente dudoso: ser el transa de transas, el presunto jefe detrás de buena parte de la venta de cocaína del barrio de Constitución. Su base de operaciones era una peluquería en la calle Venezuela. Sus vendedoras, mujeres trans.

El Tribunal Oral Federal N°8 lo condenó finalmente a cinco años de cárcel en octubre de 2019. “El Chibolo” peleó su arresto domiciliario, con planteos que llegaron hasta Casación, mientras su mujer y sus hijos subsistían con la tarjeta Alimentar y un sueldo reducido porque la peluquería en la que trabajaba se encontraba cerrada por el aislamiento obligatorio. La Sala III de la Cámara Federal le negó volver a su casa el 30 de junio de este año.

Mientras tanto, “La Tumba” es misteriosa como su alias. Quiénes son sus financistas, sus jefes o sus enemigos naturales, a quién le tributó para operar en el hampa, es otro punto a resolver.

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