Lucas Benvenuto se sintió mejor este último fin de semana. Sintió otro espíritu luego de días de ansiedad, de fumar un cigarrillo tras otro y de literalmente no comer. Encontró una forma de paz y supo que no estaba solo luego de contar su historia en Infobae el viernes pasado. Le escribieron otras víctimas como él en redes sociales, lectores que le dijeron que era valiente, que le ofrecieron su apoyo y que hacía era vital, necesario, transformativo. “Si no cuento mi historia me voy a terminar matando”, dijo Lucas en cámara, al filo de su energía, en su guerra larga solo para ponerse de pie.
Lucas, literalmente, habló para sanar y sobrevivir. Rompió el silencio. Pasó los últimos 17 años de su vida en ese silencio, su nombre fue virtualmente desconocido para quienes seguimos su caso de cerca, una víctima sin nombre, cuidada con estricto recelo por su abogado querellante, Javier Moral, que había sido querellante en el caso de la banda de los “boy lovers”, el grupo de acusados de pedofilia alrededor del reconocido psicólogo Jorge Corsi, entre ellos, el profesor de música Marcelo Rocca Clement, de un lugar de particular jerarquía en la estructura, un reclutador.
En 2012, con Rocca Clement ya encarcelado, Lucas contactó a Moral. Aseguró, él también, haber sido una víctima. Así, comenzó una larga guerra, ocho años en Tribunales, en el Juzgado N°45 de María Fontbona de Pombo, que investigó originalmente la causa Corsi. Los acusados fueron al menos tres: dos de ellos fueron sobreseídos entre 2017 y 2018 por la prescripción del delito, el paso del tiempo jurídico que jugó a su favor. “No dejo de señalar el dilema moral que genera adoptar este tipo de decisiones en hechos gravísimos como los aquí investigados donde se hallan involucrados víctimas menores de edad”, señaló la jueza al firmar la prescripción de uno de ellos por el simple motivo de que la matemática lo beneficiaba.
Solo uno de ellos, Rocca Clement, fue finalmente condenado: por corromper a Lucas, el profesor de música recibió la pena de seis años en un proceso abreviado acordado por las partes en el Tribunal Oral en lo Criminal N°3 el martes 3 de noviembre, tras admitir su culpa en un llamado a su defensora desde la cárcel. No era la primera vez que Rocca Clement era condenado, todo lo contrario. Era la tercera pena que recibía en su vida por el mismo delito: capturar chicos, corromperlos. Su primera condena encierra un relato de particular oscuridad. En octubre de 2008, en un expediente paralelo, el profesor recibió once años de cárcel por llevar en el año 2000 a un niño de 12 años a Mar del Plata para abusar durante todo un fin de semana, una decisión tomada por el Tribunal Oral N°12.
Así, con este nuevo cómputo, su condena se consideró cumplida.
El mismo día que el Tribunal N°3 tomó su decisión, el profesor de música dejó el penal de Senillosa en la provincia de Neuquén, una cárcel reservada para violadores y femicidas. Se negó a entregar su ADN al registro de abusadores del Ministerio de Justicia, una orden expresa del Tribunal que lo condenó. No era el primero en hacerlo. Jorge Mangeri, el femicida de Ángeles Rawson y Julio César Grassi, cura abusador, ambos con condenas confirmadas por la Corte Suprema, también se habían negado a hacerlo en sus encierros. Tal como el cura y el portero, Rocca Clement tuvo que ser obligado a un hisopado.
Negarse a cumplir esa orden de la Justicia fue quizás un último acto de rebeldía. En mayo de 2017, el Consejo Correccional de la cárcel patagónica elevaba un informe a la Justicia porteña donde hablaba de un Rocca Clement distinto, colaborativo, que accedía a las distintas fases de un tratamiento psicológico, con entrevistas presenciales realizadas en forma regular. “La defensa hizo hincapié en la voluntad de su asistido para someterse a un tratamiento terapéutico desde el inicio de su detención en aras de evolucionar”, asegura un documento del expediente al que accedió Infobae.
Así, se convirtió en un hombre libre que no le debe nada al sistema penal, que no debe reportarse a ningún patronato por los delitos aberrantes que cometió, con un antecedente público y a la vez esquivo, con una cara escasamente conocida. No es la única paradoja que atraviesa a Lucas, por otra parte. Los sobreseimientos dictados y confirmados implican la extinción de la acción judicial, que esos dos acusados ya no pueden ser acusados nuevamente.
Lucas, irónicamente, no puede detallar con nombre y apellido los delitos por los cuales los acusó sin exponerse a ser acusado en la Justicia él mismo por los delitos de calumnias e injurias. Al saber que uno de ellos fue sobreseído en 2018, Lucas intentó quitarse la vida. Fue su primer intento de suicidio que lo llevó a terapia intensiva, uno de dos.
Todavía le quedan recuerdos en su cabeza que en su momento relató en la Justicia. Todavía revive cómo un joven mayor que él lo llevó a un cine de Flores para que lo masturbe en las butacas tras un chat de Messenger, de cómo fue capturado a través de chats y promesas en un cyber de Mataderos para ser llevado a una fiesta, para ser manoseado en baños, para que se masturben sobre él en un departamento de Villa Luro mientras intentaban convencerlo de penetrarlo por la fuerza con excusas de que sentiría “más placer”, una historia de pederastía vil y detestable donde adultos se disputaban su premio supremo: un nene virgen.
Lucas habla de testigos, de adultos que vieron lo que pasaba y que no hicieron nada. Desaparecía de su casa durante días. Su familia, dice, ni siquiera se sabe cuenta. Uno de los acusados sobreseídos, según la denuncia original de Lucas, hasta lo habría extorsionado con contarle a su familia que él “era gay”. Con otro de ellos, según la condena a Rocca Clement, Lucas mantuvo “una relación”, un vínculo, una suerte de noviazgo retorcido.
Todo ocurrió desde comienzos de 2003 hacia el año 2004. A través de todos estos abusos y vejaciones bestiales, Lucas tenía tan solo once años.
“Me enoja muchísimo, estoy enojado con la Justicia argentina. Me llegan mensajes de personas que sufrieron abuso sexual siendo chicos y es siempre la misma historia: que la causa prescribió, que cumplieron su condena ya bajo prisión preventiva. Las caras de los abusadores desaparecen de internet, se esfuman, no sé cómo, pero logran borrar sus caras. Es una porquería la Justicia en ese sentido”, afirma en la segunda parte de su reportaje con Infobae: “Mi vida quedó en pausa el día que los conocí a ellos”.
-¿Qué recordás de ese primer encuentro?
-Yo me había escapado de mi casa, lo que me era fácil dado que mi mamá tenía problemas con adicciones. Entonces me escapé, estaba la época del Hotmail. Antes de seguir me gustaría decir que es muy importante que se chequeen las redes sociales de los chicos. Tienen que controlar. A mí y a mi familia bastó un descuido para que me cagaran la vida.
-¿Cómo fue ese descuido?
-No controlarme, el hecho de que tenga acceso a una computadora solo, que no haya un control parental como lo haya en algunas aplicaciones. Antes no lo había. Me escapé. Había entrado al mail. No sé cómo explicarlo. Esto no sé cómop explicarlo, Para que te hablen por Hotmail, les tenés que dar tu mail. En este caso ellos ya estaban en contactos. Es como si tuvieran una base de datos de menores de edad. Tenía 11 años y como no entendía la tecnología ni siquiera me puse a pensar, cómo me agregaste. No. Nada, cero.
-¿Y qué fue lo primero que te dijeron?
-Me había hablado un chico que no sé su nombre, que no sé nada de él. Me dijo si quería salir a bailar, a comer. Accedí. Esa persona no me acuerdo su nombre, repito, fue la que me llevó a una fiesta que se hizo en un departamento. Me dijo: “Te quiero presentar a alguien”. Estaba lleno de hombres.
-¿Hombres de qué edades?
-30 para arriba, fácil. Todos tenían barba, cosas así. Es muy fácil para mí recordar eso.
Eran las cinco de la mañana. El chico insistía. El hombre al que le querían presentar, dice Lucas, era Marcelo Rocca Clement.
“No me dejaba de mirar mientras estaba con ese chico, me acarició, anotó mil mail en un papel y se fue”, recuerda Lucas: “Luego estuve desaparecido cinco días. Mi familia ni siquiera lo reportó a la Policía”.
Luego, Rocca Clement lo contactó “para pasar a buscarme por el cyber”. Lo llevó al departamento en Villa Luro con un cómplice. “En ese departamento pasaron todas las cosas... tocamientos, sexo oral, desnudos en la cama, así fue unas cinco, seis veces”.
Luego, uno de ellos focalizó sobre Lucas: “Me dio un celular, me dijo que lo tuviera escondido para que nos comunicaramos más fácil, un trabajo de que era mi novio, de jugar a los novios”. Tardaría años en entender el daño, años de exploración con una psicóloga.
Lucas, asegura, no vio otros niños en ese mundo. Solo era él. “Pero no lo hago solo por mí. Hoy soy un adulto, siento y entiendo como un adulto. Ojalá que si esta nota se hace más visible, entonces que esos chicos salgan a hablar”, afirma.
Hay, por otra parte, otra cosa que los conecta.
-¿Recordás haber visto a Jorge Corsi en algún momento?
-Sí. Fue una sola vez. Siempre tuvieron mucho cuidado para venir a buscarme. Siempre era en el auto de Marcelo o de Augusto. Venían así y un buen día Augusto viene a buscarme pero no en su coche, supuestamente en un remise. El cuidado extremo para que no vieran con ellos, incluso me venían a buscar a diez cuadras de casa. Me parecía raro. Augusto se sube adelante y empiezan a hablar como si fueran grandes amigos. Y era Jorge Corsi.
-¿Le viste la cara?
-Sí. Y además recuerdo su voz.
Video: Thomas Khazki
Fotos y video: Gastón Taylor
Edición de video: Ariel Grieco y Carolina Villanueva
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