Pepita la Pistolera: cabarets en Mar del Plata, el hampa y el día que tomó cocaína en la mesa de Mirtha Legrand

Margarita Di Tullio fue una mujer de armas llevar. Murió hace 11 años y creció el mito. Cómo fue la madrugada en que se ganó el apodo que ella odiaba. El arma debajo del colchón, los tres ladrones fusilados y una sorprendente revelación. El detector de mentiras de Chiche Gelblung, las prostitutas y su banda. ¿Se viene la película con Natalia Oreiro o la China Suárez?

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A 35 años de la noche en que dijo que acribilló a los tres rufianes que entraron a su casa, la leyenda de Margarita Di Tullio sigue y se conoce un detalle jamás revelado
A 35 años de la noche en que dijo que acribilló a los tres rufianes que entraron a su casa, la leyenda de Margarita Di Tullio sigue y se conoce un detalle jamás revelado

Al juez, Margarita Di Tullio le dijo lo que al otro día salió en los diarios. Que esa madrugada del 25 de agosto de 1985 dormía con su marido, el capitán de pesca Guillermo Schelling, cuando tres pistoleros los sorprendieron. Iban a violarla y matarlos. A ellos y a sus dos hijos. Y después llevarse la plata.

Shcelling le dijo al oído:

-Manoteá el fierro.

Dos de los sicarios de llevaron a su marido a buscar la plata mientras el tercero amenazó a la mujer:

-Queremos la guita, pero antes te vamos a violar a vos, a tus hijos y matarlos a todos.

Di Tullio sacó el arma debajo del almohada y les dio “sin asco”, como declaró ante la Justicia.

Los tres cayeron en la habitación. Ella creyó que estaban muertos. Pero uno de ellos, malherido, se levantó con la pistola en la mano y le colocó el caño en el entrecejo.

-Me pusiste -dijo temblando.

Era como si hubiera vuelto de la muerte para vengarse.

Lejos de paralizarse de miedo, Di Tullo sacó el caño y se lo puso entre los ojos al matón.

-Ahora te voy a poner.

Y disparó.

Los tres rufianes eran Alejandro “El Tarta” Losada, de 31 años, su hermano Roberto, de 21, y Américo Córdoba, de 22.

Sobre los Losada, el “Tarta” grande y “El Tarta” chico había una leyenda negra que algún día se escribirá.

Aparecieron mencionados en el caso de Silvia Cicconi, la joven de 17 años violada y apuñalada 32 veces el el 27 de agosto de 1981. Y el más grande de los Losada fue acusado de enviarle un asesino a sueldo a Ubaldo Néstor “Uby” Sacco, el campeón mundial de boxeo que apareció vinculado a las drogas.

Pero Di Tullio los borró del mapa. A partir de ese día se ganó un apodo que siempre odió: “Pepita la pistolera”.

La versión que dio ante el juez ya fue contada. Pero hay otra, la que les contó a sus hijos antes que se la llevaran presa.

Y esa versión sale a la luz en esta nota, a 35 años de la matanza:

Los tres hombres quisieron matar a la pareja.

El “Tarta” grande, el más peligroso de ellos, con una mano ahorcaba a Di Tullio mientras con la otra sostenía el fierro. Los otros dos pesados hacían lo mismo con su marido.

Ella logró sacar el arma debajo del colchón y le disparó al hampón, que al caer al suelo perdió su arma. Su marido logró zafar y forcejear con su atacante. Se escuchó un disparo y el sicario cayó. La pareja nunca supo si el balazo fue del marido de Di Tullio o del pistolero. Sin dejar de apuntar al tercer hombre, Di Tullio agarró el arma que se le había caído al Tarta y mató de un balazo al tercer agresor.

Pepita la Pistolera, que aún era Marga para todos, mató a dos, no a tres.

Margarita Di Tullio y su pareja Guillermo Schelling
Margarita Di Tullio y su pareja Guillermo Schelling

¿Por qué les dijo a los policías y al juez que había matado a los tres hombres? ¿Qué cambiaba con decir que había matado a dos?

-Eso queda entre cuatro paredes -le dice Gabriel Triviño a Infobae.

En su cuenta de Facebook, Gabriel publicó un video emotivo con imágenes familiares de su madre y la canción Si tu no estás aquí, de Rosana. Margarita aparece con sus hijos, con sus nietos, disfrutando un cumpleaños, bailando.

La mayoría de los comentarios a ese posteo habla de una mujer entrañable. Recuerdan algunas anécdotas, favores que hizo a cambio de nada.

“Eso no sale en los medios, ponen lo peor”, dice Gabriel.

-Yo puedo hablar de mi mamá, de la madraza, la mujer que nos cuidaba, que amaba a sus nietos. Que era divertida, amaba vivir y era generosa. Mucha gente me vino a decir en el velorio que mi mamá la había ayudado. Filas de autos había. Quiero decir que tenía un gran lado luminoso, pero por algunos de sus actos quedó catapultada como alguien del hampa. De las mujeres que pasaron por sus boliches, que la siguen extrañando. Nunca avalé la delincuencia ni la droga. Yo me ocupé en su momento de los locales y el dinero que se ganaba era por las copas de las chicas.

-¿Puede contar qué pasó entre esas cuatro paredes?

-No sé. Quizá en persona.

-¿Por qué Pepita se hizo cargo de todos los crímenes?

-Ella nos lo habrá contado como veinte veces. Sacó fuerzas de donde no tenía para no ser asesinada. Amenazaron con violara a ellas y a sus hijos, a nosotros. Eran muy pesados. Dijo que quedaba mucho mejor decir que ella había matado a los tres. “No podemos dejar a los dos chicos sin papá ni mamá. Voy presa yo y vos ocupate de ellos, de la crianza”, le dijo a mi papá.

-Se habló de una venganza porque estos rufianes eran socios en el Pool 444 y de un cabaret.

-No eran socios. Y mi madre no le debía nada a nadie. Mi padre ganaba mucho dinero cuando se embarcaba. Fue una maldad que hicieron esos hombres. Mi mamá decía que cayeron drogados, en busca de plata.

Margarita Di Tullio con sus hijos: "Era una madraza", afirma Gabriel
Margarita Di Tullio con sus hijos: "Era una madraza", afirma Gabriel

Pero más allá de la versión de Di Tullio, la Justicia condenó a los dos. En 1986, la condenaron en primera instancia a 20 años de prisión y a Schilling a 16, pero la pena se redujo a 3 años y quedó libre. La calificación fue exceso de legítima defensa, pero quedó como legítima defensa. Estaba claro que si ellos no se defendían, iban a ser asesinados.

Di Tullio murió el 30 de septiembre de 2009 de un ACV. Tenía 61 años. El ataque la sorprendió en San Juan el 5 de julio, el día del cumpleaños de su hijo Gabriel, que fue a buscarla en un helicóptero sanitario. Estuvo casi tres meses en coma.

Su velorio fue una fiesta: la gente tomó champán y escuchó cumbia y canciones de Sandro.

Una vida de película

A Margarita le gustaba el cine y el teatro. Murió sin saber que hay dos proyectos cinematográficos que planean contar su historia. Se habla de Natalia Oreiro o la China Eugenia Suárez en los papeles principales.

-Nos han contactado para llevar su vida al cine. Pero a nosotros nos importa, sin negar su vida delincuencial, lo que era ella como persona. En los últimos años se sentía gorda y se acercó a un grupo de gente más joven. Malas compañías que la metieron en la droga. Y yo, que no consumo, iba a sacárselos de encima a esos drogadictos. Hasta se mandó varias cagadas. Robar farmacias, por ejemplo.

Su hijo también la suele recordar cada vez que escucha la The Show Must Go On, de Queen, que también le gustaba a su madre.

Margarita quería ser famosa. Conoció a algunas celebridades, como Carlos Tevez, y llegó a la mesa de Mirtha Legrand
Margarita quería ser famosa. Conoció a algunas celebridades, como Carlos Tevez, y llegó a la mesa de Mirtha Legrand

Antes de morir, Margarita quería escribir un libro.

Y tenía en claro cómo debía comenzar su libro. No había elegido la escena de la matanza de sus tres enemigos, ni cuando la detuvieron injustamente por el crimen de José Luis Cabezas. Su autobiografía iba a comenzar con esta anécdota: “El día que me invitaron a la mesa de Mirtha Legrand, tomé cocaína en su cara. Me metía el polvo blanco debajo de la uña del meñique y aspiraba. En un corte, Mirtha me preguntó si me picaba la nariz. Hoy me arrepiento de eso, pero venía de estar presa pese a ser inocente y mi cabeza estaba en cualquier lado”.

Pero el libro nunca vio la luz.

El relato del escándalo oculto del día que fue al almuerzo más famoso de la televisión argentina simboliza cómo era la mujer que se hizo respetar en Mar del Plata.

Soñaba con ser famosa y conocer a los personajes de la farándula, pero no podía despojarse de la marginalidad.

Di Tullio se hizo famosa por ser una de los “perejiles” del crimen del fotógrafo de la revista Noticias José Luis Cabezas. Fue acusada de liderar la banda de Los Pepitos, pero no había tenido nada que ver con el brutal asesinato ocurrido el 25 de enero de 1995.

Ese fue un año trágico para Pepita, no sólo por el caso Cabezas. “Cuando estuve presa le recé para que se supiera la verdad. A mí me metió la Policía. No sé nada. La única vez que hice algo feo fue para defender a mis hijos”. Pero por esos meses, su marido, uno de los amores de su vida y padre de sus hijos, Guillermo Schelling cayó de un quinto piso y murió. Creen que se cayó desmayado. Porque no puso los brazos hacia adelante durante la caída. El temor de Pepita parecía hacerse realidad: ¿Quién cuidaría a sus hijos? Pero logró ser liberada y estar junto a ellos, pese a la tristeza de la muerte de ese hombre al que amó con locura.

Por esa época también fue vinculada injustamente a los asesinatos de cinco prostitutas, adjudicados a un falso asesino serial inventado por la policía y bautizado como el “Loco de la Ruta". Su popularidad la llevó a la mesa de Legrand y al detector de mentiras de Chiche Gelblung.

fue vinculada injustamente a los asesinatos de cinco prostitutas, adjudicados a un falso asesino serial inventado por la policía y bautizado como el “Loco de la Ruta". Su popularidad la llevó al detector de mentiras de Chiche Gelblung
fue vinculada injustamente a los asesinatos de cinco prostitutas, adjudicados a un falso asesino serial inventado por la policía y bautizado como el “Loco de la Ruta". Su popularidad la llevó al detector de mentiras de Chiche Gelblung

Veinte años después apareció envuelta en otro escándalo.

Llamó “buchona” a su hermana Alicia, quien delató a su marido Rubén de la Torre y a la banda que había robado el Banco Río de Acassuso el 13 de enero de 2006 junto a otros seis delincuentes.

-Me arrepiento de habérsela presentado al pobre Beto. Igual yo se la canté justa y le dije que la víbora venenosa le iba arruinar la vida. Es una arpía y una traidora. La última vez que hablamos, ella no me quiso pagar una deuda y hasta me amenazó con un arma. No se la saqué de un manotazo porque estaba con su hijito, pero la cobarde no se animó a dispararme. Siempre me tuvo miedo.

De chicas ya tenían diferencias. A los 14 años, Pepita andaba a las escondidas con un noviecito. Para que su hermana no la delatara ante su madre, le tenía que comprar bombones.

-La muy turra me mandó en cana igual. Ya botoneaba desde pibita. En los Di Tullio no queremos buchones. Mientras yo me ensuciaba la ropa jugando al fútbol con los pibes, ella peinaba muñecas. Siempre fuimos el día y la noche.

Está claro. Alicia era el día. Margarita, la noche.

En el cumpleaños de Gabriel, el hijo de Pepita (la de negro). Alicia es la de la izquierda
En el cumpleaños de Gabriel, el hijo de Pepita (la de negro). Alicia es la de la izquierda

La carrera criminal de Pepita comenzó con hurtos menores. Luego formó su propia banda: se dedicaba a robarles a los turistas y a las parejas que iban a tener sexo en sus autos cerca del mar. También robó fábricas, industrias y negocios.

En sus cabarets podían verse las escenas más surrealistas: un enano con el pelo hasta la cintura y lentes negros saliendo, con gesto altivo, de la pieza de la mano de una morocha en minifalda; una travesti en bombacha ofreciendo porciones de pasta frola de membrillo que llevaba en un contenedor de plástico; un marinero coreano cantando El día que me quieras mientras Pepita le tiraba desodorante de ambiente por la “baranda” a escamas que tenía en la ropa. O ella bailando con las chicas en un trencito interminable.

El bastión de Di Tullio creció en los ochenta y noventa, la época en que el negocio de la prostitución no era cuestionado y los comisarios y los jueces hacían la vista gorda. “Ninguna mujer está acá porque es obligada, de hecho muchas se han ido a la competencia y son libres”, decía ella.

Tiempos en que la lucha contra la trata y la revolución después del Ni una menos parecían utopías.

Pepita a veces reunía a sus chicas, se paraba en el medio de la ronda como haría un DT ante sus dirigidos, y con su vozarrón les advertía:

-No me vengan más en zapatillas y gorrita. Esto no es una fábrica. Ustedes no son costureras: son putas. A toda honra. Acá hay que poner la mejor sonrisa. Con las luces apagadas todas se ven lindas. Y la que no quiera laburar que se vaya a su casa, nadie las obliga a nada. Son libres. ¿Alguien tiene algo para decir?

Nadie, nunca, decía nada.

Pepita decía que cada uno de sus tres prostíbulos era un antro de la perdición donde los viejos pescadores intentaban apagar el fuego que han cultivado en alta mar
Pepita decía que cada uno de sus tres prostíbulos era un antro de la perdición donde los viejos pescadores intentaban apagar el fuego que han cultivado en alta mar

Pepita decía que cada uno de sus tres prostíbulos era un antro de la perdición donde los viejos pescadores intentaban apagar el fuego que han cultivado en alta mar, los perdedores buscaban hundirse aún más en su desdicha y los jóvenes iban sacarse la virginidad de prepo.

Neisis, su puticlub emblemático, terminó mutando en una especie de pub: iban matrimonios que escuchaban cumbia y tomaban una copa mientras alguna chica bailaba en el caño o coqueteaba con un cliente. También podía aparecer algún taxi boy. Detrás de la barra, al lado de una botella de champán y una peluca rubia, había una foto gigante de Margarita –iluminada con una lucecita– con la leyenda “Nuestra Pepita”.

Mientras permaneció abierto -porque tiempo después cerró- se mantuvo ese cuadro, una especie de santuario: los clientes lo miraban con nostalgia y las prostitutas le rendían tributo con una copa en la mano. En otra de las paredes había un afiche con una foto de Pepita con una escopeta. Los clientes y los amigos de la madama escribieron frases en su homenaje. “Marga, que con vos no se muera la noche”, dice una.

Pero ese mensaje no alcanzó para que tras la muerte de Pepita también muriera esa noche que ella supo crear.

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