Sergio Schoklender tuvo sexo con su novia. Jorge Ibáñez, el cómplice del asesino Carlos Robledo Puch, se encerró en el hotel Tren Mixto, en Constitución, con una mujer. Tomaron alcohol y se revolcaron en la misma cama donde el ladrón había desplegado las joyas robadas. Ricardo Barreda entró en un hotel alojamiento con su amante después de invitarla a comer una pizza en el centro de La Plata.
Estos tres episodios, fuera de contexto, no dicen nada.
Pero lo esencial es que pasó antes.
Schoklender mantuvo relaciones después de matar y esconder los cadáveres de sus padres. Ibáñez llegó al climax de la lujuria después de liquidar a balazos a un sereno. Y Barreda se reencontró con su amante después de asesinar a escopetazos a las cuatro mujeres de la familia.
Cuando lo detuvieron, el 23 de agosto de 1985, Alejandro Puccio -miembro del clan que secuestraba y mataba empresarios- miraba una película con su novia en su casa de de la calle Martín y Omar, en San Isidro.
Habían tenido sexo y, según el hijo del siniestro Arquímedes Puccio, no sabía que en el sótano de ese lugar, la empresaria Nélida Bollini de Prado llevaba más de 30 días secuestrada en condiciones inhumanas.
En estos casos, el sexo aparece como coronación del acto criminal, como si fuera una materia indisoluble.
El fallecido forense Osvaldo Raffo decía que en cierto tipo de asesinos el sexo los llevaba a prolongar la sensación de haber matado. “Es como un doble orgasmo, en los dos actos hay una liberación y un goce”, dijo el perito que examinó a Carlos Robledo Puch, asesino de once personas, participó en casos resonantes, como el crimen del soldado Omar Carrasco, y realizó más de veinte mil autopsias.
Jorge Ibáñez, el cómplice de Robledo Puch, tenía una pulsión homicida y sexual. En 1971 violó a dos mujeres (las terminó asesinando su compañero) y después de robar y matar iba con su compañero a discotecas de moda. Bailaban, tomaban alcohol y con lo que sobraba del botín alquilaban piezas en hoteles de mala muerte.
Los hermanos Sergio y Pablo Schoklender mataron a sus padres el 30 de mayo de 1981 en su casa de 3 de Febrero 1480, en Belgrano. El hecho fue descubierto por unos niños que jugaban en Coronel Díaz, entre Pacheco de Melo y Peña, en pleno Barrio Norte, cuando vieron que del baúl de un Dodge Polara metalizado oscuro salía un hilo de sangre. Asustados, fueron a decirles a sus padres, que llamaron a la comisaría 21.
Las primeras en declarar en la causa fueron las novias de Sergio y Pablo, Nancy y Juana. El relato coincide: dijeron que el domingo 30 los cuatro almorzaron en un restaurante. Pablo vivía en un hotel. Luego fueron a la casa de sus padres, en la calle 3 de febrero 1480, en Belgrano. Ellos no estaban. Mientras Pablo y su novia subieron a una habitación a dormir una siesta, Sergio y la suya prepararon la torta. Cuando estaban por sentarse a una mesa para celebrar (Sergio cumplía 24 años), sonó el teléfono. Era la Policía. Los hermanos deciden acompañar a las chicas hasta la parada del colectivo. Ellas volverían a verlos días después a través de las fotos de las tapas de los diarios.
Es decir, Sergio y su hermano -en apariencia- disfrutaron de una velada con sus novias mientras los cuerpos de sus padres estaban en el baúl de un auto.
El 15 de noviembre de 1992, Ricardo Barreda mató a en su casa de La Plata a su esposa, Gladys McDonald (57 años), a su suegra, Elena Arreche (86), y a sus dos hijas, Cecilia (26) y Adriana (24). Luego salió a pasear al zoológico, visitó la tumba de los padres y se encontró con su amante. Terminaron en la habitación de un hotel teniendo sexo. Cuando declaró la mujer, que nunca quiso dar entrevistas, dijo que lo notó tranquilo. “Como si no hubiera pasado nada. Es más, hasta podría decir que quería quedarse más tiempo teniendo relaciones”, declaró la amante del cuádruple femicida.
No sería la única que tuvo sexo con el odontólogo después de la matanza. La vidente “Pirucha” Guastavino, aunque nunca se probó, lo recibió y lo habría consolado en su cama, como solía hacerlo cada vez que él le decía: “No doy más, son ellas o yo”.
Un enigma es Arquímedes Puccio, el siniestro secuestrador que mantenía cautivas a sus víctimas en la bañera o en el sótano de su casa. Su banda cayó en 1985. Casi 25 años después dijo que era un adicto al sexo y que hasta tuvo una doble vida. Es decir: le fue infiel a su esposa Epifanía. ¿Después de matar o mientras mantenía cautivos a sus rehénes mantenía realciones con su esposa o salía en busca de su amante?
“Estuve con más de 200 mujeres y aun hoy, a los 82 años, sigo con una actividad sexual que cualquier mocoso envidiaría. Me gustaría morir teniendo sexo”, le dijo al autor de esta nota en 2012, un año antes de morir.
Otro caso parecido es el de Yiya Murano, la tristemente célebre envenenadora de Monserrat, que en 1979 mató con cianuro a tres amigas. Cuando le hacían entrevistas hablaba de sus amoríos y de sus amantes. Según su hijo Martín, en la época en que mataba se veía con varios hombres. Pero, al igual que Puccio, no está claro si tenía sexo después de matar.
-No se puede generalizar. Hay que ver caso por caso. Si esos dos actos están relacionados en lo temporal hay que ver qué tipo de vínculo los relaciona. Es decir, si después de una cosa vino la otra, quizá podría tener que ver con un festejo del criminal.
Eso dice el licenciado en Psicología Luis Alberto Disanto.
Sus referencias académicas y su experiencia lo convierten en una palabra más que autorizada: es Master en Perfilación y Análisis de la conducta de la Universidad de Barcelona, especialista en Investigación Científica del Delito, docente e investigador universitario, director del Programa de Actualización en Psicología de la Investigación Criminal de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, co-director diplomado en Criminalística, Criminología y Psicología de la Investigación Criminal y desde 2009 a 2019 trabajó en docencia e investigación en el Programa Nacional de Criminalística, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación.
-¿Cómo se explica lo de la celebración del crimen?
-El autor del crimen ha hecho algo: pasó al acto de matar, ya sea por única vez o en forma repetida, se se relaja y lo festeja no solamente teniendo sexo sino yendo a comer o viendo una película. Como si necesitara levantar la líbido después de haber cometido un hecho criminal.
-Como si hubiese una liberación...
-Claro. Sería la idea contraria a alguien que comete un crimen y se angustia, siente culpa o miedo de ser capturado. En estos casos donde el sexo aparece como una secuencia posterior al asesinato, existe cierta cosa de triunfo. El misterio es un triunfo sobre qué.
-En este tipo de casos, ¿el asesino necesita el sexo como para calmar su deseo?
-Puede ser. Eros y Tanatos están vinculados. Por ejemplo, al orgasmo los franceses le decían la petit mort, porque después del orgasmo aparecía una especie de disolución del sujeto, como un adormecimiento. Otro ejemplo que es más una leyenda. A la mandrágora la llamaban la planta del ahorcado. Porque cuando ahorcaban a alguien, por reflejo neurológico o defecaba o eyaculaba. Ese semen que caía daba lugar a la mandrágora, según refiere el mito. En fin, en estos casos hay algo que vincula al a muerte con la sexualidad. También hubo casos de gente que ha perdido a un familiar muy querido y el día del entierro el familiar, luego de irse a dormir, tuvo eyaculaciones espontáneas sin haber tenido sexo o a través de un sueño erótico.
“El sólo hecho de presenciar la muerte o vivenciarla, desde cerca, ya sea en guerras, desastres naturales u otro tipo de sucesos, puede llegar a estimular en algunos casos el instinto básico de supervivencia de la especie. Es por ello que se evidencia u aumento del deseo sexual, uno de cuyos fines es la reproducción y el mantenimiento de la especie, en los testigos de esas situaciones. Conozco como ejemplo el caso del soldado rodeado de muerte en el campo de batalla que tenía erecciones, tenía la pulsión de muerte y la de tener sexo, y por otro, episodios amorosos surgidos en un velorio”, opina el médico integrista Fernando Basilico.
El sexo no sólo está relacionado a los que matan. Los que roban también suelen festejar con sexo. Algunos miembros de la superbanda parecían tener un ritual. Después de cada golpe, se encerraban -cada uno por su lado- con una mujer. Como si el delito fuera un tónico vigorizante.
Un mítico pistolero que lo hacía era Tato Ruiz, el primer líder de esa famosa banda que robaba bancos y blindados. Se atrincheraba con una o dos mujeres. Pero su adicción a la cocaína le generaba un efecto de paranoia. Escondía los billetes debajo de la cama o se levantaba, agarraba su pistola y miraba por la mirilla.
En cambio, otro de sus compañeros lo disfrutaba más pero tuvo un final inesperado. Una tarde robó miles de dólares con la banda y por la noche festejó con una ,mujer. No faltó la droga, el whisky y el viagra.
Ese ladrón decía que iba a morir como todo ladrón temerario: enfrentándose con la Policía. Pero su muerte no fue violenta ni salió en los diarios.
Su corazón se detuvo mientras tenía sexo.
Los que asistieron al velatorio no dejaron de comentar que en su rostro había serenidad y tenía una especie de sonrisa.
Seguí leyendo: