“Sumario penal caratulado contra Glenda Aciar y Luis Montaño por homicidio agravado art 80 del CPA E/P de Rubén Quiroga”. Una causa, una imputación, dos acusados, una muerte, muchas abreviaturas. Pero sobre todo, un Poder Judicial que insiste en una sola mirada. Esa que no ve con perspectiva de géneros.
Durante horas, Glenda relató a la Justicia sanjuanina el calvario de violencias que vivió al lado de Luis Montaño, el papá de su hija. No alcanzó. Entonces ahora tiene que probar que no mató, que fue su marido, que abusó de ella, la torturó y la obligó bajo amenaza de muerte a presenciar un asesinato, que ella tenía miedo, que estaba en shock, entregada. Desde el penal de Chimbas, Glenda tiene que probar que es una víctima más, para así probar también que su historia es otro ejemplo de una Justicia que sigue sin escuchar a las mujeres.
“Necesitamos que el juez haga aplicación de la ley Micaela y empiece a llevar la causa desde la perspectiva de género. Nosotros estamos trabajando para demostrar que Glenda ha sido víctima del poder que tenía Montaño sobre ella con violencia extrema, y que estuvo en el lugar del homicidio de Rubén Quiroga con su voluntad totalmente anulada. Estuvo ahí porque, si no, Montaño la mataba”, afirma a Infobae Leonardo Miranda, uno de los abogados de Glenda.
La punta del ovillo
Glenda tiene 23 años y nació en Rodeo, la localidad cabecera del departamento de Iglesia, al noroeste de la provincia de San Juan. A los 15 conoció a Luis Montaño, ocho años mayor, y empezaron a salir. No lo compartió enseguida ni con familiares ni con amigos. Tampoco hizo falta: en los pueblos, los rumores se ocupan de poner al tanto pronto.
“Un día nos presentó a Luis. Un hombre serio, que no hablaba mucho. Con una mirada que le daba ya era suficiente y se iban. Siempre fue así. Yo le preguntaba a Glenda y me contestaba que estaba todo bien y que se llevaban bien. Pero a mí no me gustaba. Además, era muy mayor para ella. Pero bueno, me pasó a mí. Yo me puse de novia a los 13 años y me casé con el mismo hombre. No podía decirle nada”.
Mónica es la mamá de Glenda y quien quedó al cuidado de una nieta de dos años, cuando a Glenda y a Luis Montaño los detuvieron por el crimen de Rubén Quiroga. Un crimen que es apenas la punta del ovillo.
“Cuando Glenda quedó embarazada se fueron a vivir juntos, y ya con la nena nosotros los visitábamos todas las tardes. Una vez le encontré a mi hija el ojo negro, como que le habían puesto una piña. Le pregunté y contestó que se había pegado con la puerta. Le pedí que no me mienta y dijo ‘el Luis, hemos estado jugando y me ha refilado’. Pero tenía morado. Ya venían los problemas… y una sin saber nada. Si lo hubiéramos denunciado, me imagino que no hubiera pasado todo esto”.
Mónica habla bajito, usando formas compuestas de verbos. Y se quiebra. Escucharla es desgarrador.
“Mientras estuvo en la comisaría íbamos los martes, jueves y domingo para que pase tiempo con la bebé, que todavía tomaba la teta. Desde que la llevaron al penal no hemos podido ir a verla por la pandemia. En la comisaría lloramos mucho juntas. No le pregunté nada. Ella es una mujer fuerte. Yo también, y voy a tener que sacar más fuerzas”.
Los mil mandamientos
A 195 kilómetros de la ciudad de San Juan y casi al pie de la Cordillera de los Andes, las cadenas montañosas parecen abrazar a las y los habitantes de Rodeo. Luis Montaño trabaja en la mina, en Veladero. Se pasa “arriba”, en la mina, 14 días de corrido y “baja” una semana. No es el único. Muchas familias del pueblo viven de la minería y los hombres están fuera de sus casas más tiempo que dentro, formateando de cierta identidad los vínculos.
Dolores Córdoba, integrante del colectivo Ni una Menos de San Juan, describe los imaginarios y normas sociales que en Rodeo le hacen el caldo gordo a las violencias contra las mujeres: “Es común en los hombres que están 14 días encerrados en la pre-cordillera desconfiar de la mujer que se queda sola. Son celosos, perseguidos. Es una conducta general que se alienta bastante entre los mismos compañeros. Como si fueran estudiantes de secundario se hacen chistes sobre con quién se quedó la esposa del otro, qué estará haciendo... Encima, en un pueblo chico esas cosas pesan más que en una ciudad. Es un contexto difícil para las mujeres, sobre todo para las más jóvenes. Porque no hay prevención, ni difusión sobre los derechos de las mujeres. Glenda, por ejemplo, no tenía conocimientos sobre que eso que a ella le estaba pasando no tenía por qué pasarle y que el Estado debía protegerla de las violencias que sufría”.
Para Córdoba, se pone en juego también una historia que imprime siglos de culpas sobre las mujeres: “Glenda sentía culpa por no ser la esposa que se suponía que tenía que ser. En cambio, el rol de los varones nunca es interpelado. Ellos cumplen porque llevan el pan. Esos son comentarios que todavía se escuchan en Rodeo y en toda la zona de Iglesia”.
El horror
Luis Montaño controlaba a Glenda. La sometía. En mayo, la llamada de un amigo fue la excusa para una nueva explosión de celos y entonces reventó el celular de Glenda contra la pared. De los restos del teléfono sacó el chip y se lo puso al suyo. Un mensaje de Rubén Quiroga que encontró lo puso en alerta, dando pie a una escalada al abismo.
“Montaño le pidió explicaciones a Glenda, le dijo ‘te lo has cogido a este’. Le pegó, la obligó a abrirse de piernas y le dio un puntapié con el botín de punta de acero. El tipo se volvió loco y le preguntaba si la había pasado bien, cómo tenía el pene, qué cosas le hacía, en qué posiciones. Y si no le contestaba, le pegaba peor y la amenazaba con matarla”, cuenta a Infobae la defensa de Glenda.
Con el chip en su teléfono, Montaño comenzó a hacerse pasar por Glenda e intercambiar mensajes con Quiroga. Tras un ida y vuelta, Montaño le propuso verse. El cotejo pericial confirmó que el mensaje que citó a Quiroga a las 12 de la noche salió con el número de Glenda desde el teléfono de Montaño.
“Ese viernes, Montaño armó una mochila, cargó guantes y echó un bidón de nafta a una botella de plástico. Metió mucho papel de diario y un fierro que había soldado. Todo el tiempo amenazaba a Glenda con matarla si no lo acompañaba. Y después le dijo: ‘Cuando llegue vos no vas a dejar que te toque, si te toca los mato a los dos. Este no te toca más’”. La defensa de Glenda retoma los relatos de una indagatoria que duró más de siete horas.
La noche del 22 de mayo de 2020, Quiroga llegó al lugar del encuentro en bicicleta. Glenda lo esperaba en una piedra, donde la colocó su marido antes de esconderse. Cuando Quiroga atinó a abrazarla, Glenda se corrió. Resonaban en su cabeza las repetidas advertencias de muerte. En ese momento, Montaño apareció por detrás de Quiroga y le partió la espalda y la nuca con el fierro. Después cargó el cuerpo en la bicicleta y lo llevó a un basural a pocos metros donde tenía preparada una hoguera, con gomas y ramas. Antes de rociarlo con nafta y prenderlo fuego, revisó los bolsillos. Sacó el celular, documentos, la billetera, pero se guardó la plata.
Según su defensa: “Glenda entró en shock y atinó a irse, pero Montaño la agarró de los pelos y le dijo ‘te vas a quedar a ver cómo se quema tu macho’. Cuando durante la indagatoria le preguntaron si no atinó a llorar o a gritar, ella respondió ‘Yo no sabía dónde estaba. Pensé que me moría ahí... Estaba entregada’”.
Después de una hora de obligarla a ver cómo ardía el cadáver de Quiroga, Montaño permitió que Glenda volviera con la nena que había quedado durmiendo sola. La mañana del domingo la llevó otra vez al basural y la hizo remover y poner los restos en una caja. Montaño destornilló el inodoro de su casa, los tiró al pozo negro y volvió a atornillar.
Crimen y castigo
El crimen de Rubén Quiroga responde, con puntos y comas, a la definición de femicidio vinculado: la muerte de otro u otra que tiene como objetivo seguir castigando, destruir psíquicamente a una mujer sobre la que se ejerce dominación.
El médico psiquiatra Enrique Stola aclara cómo funcionan los engranajes de violencia: “El femicidio vinculado es una de las formas más extremas de violencia contra la mujer, tratando de que la mujer quede viva y sufra porque se está asesinando a veces a los hijos, hijas, o a algún familiar o persona que está o ha estado relacionado afectivamente con ella”.
Las torturas continuaron y hasta se recrudecieron durante la semana que Montaño permaneció en el pueblo. Fue todavía peor cuando “subió” a la mina.
“Glenda manifiesta que desde que se enteró de la infidelidad era mirarla para castigarla. Él necesitaba verla todo el tiempo llorando o padeciendo dolor; si no, no tenía paz”, dice Cecilia Maldonado, del equipo de defensa.
Desde Veladero, Montaño la llamaba a cada rato y le pedía mensajes y videos para saber dónde estaba. Las dejó sin plata, solo con la mercadería, para que no hiciera falta salir. Bajo amenazas, la obligó a rapar su pelo largo y “ruludo” y a usar su ropa de trabajo “para evitar que otros la miren”. La obligó a mandar videos masturbándose y haciendo poses y bailes sexuales. Gran parte de ese material se recuperó de los teléfonos y forma parte del expediente judicial de una causa de la que, igualmente, Glenda está imputada.
Mónica recuerda cuando encontró a su hija rapada: “Era precioso el pelo que tenía. Una noche fuimos y estaba con un gorrito. Cuando le pregunté por su pelo contestó que se lo había cortado por una promesa de Luis. Es que la bebé nació con unos cositos en la cara, que le llaman mamelones, y la tuvieron que operar. La promesa era que ella se cortara el pelo y se lo llevaran a la Difunta Correa. No quería sacarse el gorro, pero nunca nos contó nada”.
Para Stola, lo que vivió Glenda puede compararse con lo que viven millones de mujeres que en situación de trata o de prostitución son manipuladas y sometidas por explotadores o tratantes a fuerza de golpes, de descalificaciones y torturas: “La persona puede estar sola, delante de la policía o de su familia, y no se va a atrever a hablar porque tiene incorporado al represor que la domina totalmente. No es necesario que esté presente el dominador físicamente porque está presente internamente y puede hacer lo que quiera con ella, aun a la distancia”.
Derecho al delirio
La etapa de instrucción de la causa comenzó como una investigación sobre el paradero de Rubén Quiroga. Del informe de telefonía celular resultó que la última activación había sido frente a la casa de Glenda y Luis Montaño. Por orden del Juzgado Letrado de Jáchal, entonces, intervinieron sus teléfonos y está asentado que en las escuchas se confirma “el fuerte sometimiento de la voluntad de Glenda sobre la voluntad de Montaño, quien en reiteradas ocasiones la amenaza”.
Cuando la policía apareció en su casa, pasado un mes del asesinato, Glenda contó todo. Así pudieron hallar los restos de Quiroga y la barra de hierro con la que Montaño lo mató. A su abogado le confesó que en ese momento sintió alivio.
Sin embargo, Glenda está presa en San Juan e imputada de homicidio con dos agravantes: alevosía y por la condición de pareja que el juez Eduardo Javier Alonso entendió que existía con Quiroga. Sobre Montaño pesa un agravante menos. Su abogada, además, solicitó un cambio de carátula para que no se lo investigue como homicida sino por encubrimiento. El juez rechazó el pedido.
La defensa de Glenda resalta que Montaño no pudo probar el supuesto móvil: “Montaño declaró que Glenda mató a Quiroga porque la chantajeaba, la extorsionaba con videos y fotos. En la computadora de la víctima se secuestraron muchos videos con alto contenido sexual, pero ninguno que acredite que es Glenda. No hay pruebas de que es una de esas personas”.
Consultados por Infobae, desde la Dirección de Comunicación Institucional del Poder Judicial de San Juan explicaron que el Dr. Alonso no responde preguntas para no poner en riesgo el proceso.
“Lo que nosotras sostenemos es que la están castigando por no estar muerta. Glenda está presa como forma de disciplinamiento. Hasta que encontraron indicios de la muerte de Quiroga, Glenda estuvo encerrada con terror, sin moverse de su casa, con lo cual no es una persona que vaya a escapar. Tiene limitaciones económicas, una bebé y está enferma de Chagas. Tiene todas las causales para estar libre, pero el juez la acusa con más agravantes que al homicida. En San Juan las cárceles están llenas de mujeres con más condenas que los varones por un mismo delito. Hay una cultura machista en fiscales, jueces y funcionarios. La historia de Glenda lo evidencia muy brutalmente”, asegura Dolores Córdoba, del colectivo Ni una Menos.
El 29 de noviembre de 2019, el Boletín Oficial de San Juan publicó el decreto de reglamentación de la Ley N° 1317-S y la Ley N° 1854-O “con el objeto de garantizar la aplicación integral y efectiva en todo el territorio de la provincia de la Ley N° 26.485 de Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres”. Es decir, más de diez años después de sancionada la normativa nacional. Sin reglamentación, no hay aplicación efectiva.
Pero además el artículo 4 de la ley de adhesión provincial a la ley nacional obligaba a prever la creación de una partida presupuestaria específica. Sin embargo, nada aclara al respecto el decreto de reglamentación del año pasado. Sin presupuesto, tampoco hay aplicación efectiva.
El cuerpo como culpa
Glenda siente culpa. Cree que hizo algo para provocar tanta violencia. Repite que merece que la condenen por infidelidad pero no por matar.
Stola pone luz sobre esa necesidad de castigo: “Cuando los machos violentos atacan a personas que la víctima quiere o a alguien relacionado con la víctima y esa persona muere o sufre graves agresiones, lo que siente la víctima es culpa. Se siente responsable, siente que por ella están sucediendo las cosas y aparece la necesidad de castigo. Pero esto tiene historia: tiene que ver con la forma en que las mujeres son socializadas y esa culpa que la estructura cristiana en la que vivimos ha introducido en los cuerpos, especialmente en los cuerpos de las mujeres. Ellas siempre son las culpables de hacer mal las cosas, de perjudicar a los hombres, de no cuidar a la familia, a los hijos. La culpa histórica que traen las mujeres se llena de contenido con las diversas prácticas sociales y en los vínculos, y de acuerdo al momento histórico que se viva. La situación de Glenda Aciar es casi el paradigma de lo que viven las mujeres en el mundo”.
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