Tucumán: una madre tuvo que esconder a su hija porque su vecino violador con prisión domiciliaria la acosa constantemente

El hombre de 71 años fue condenado por embarazar a su propia hija. “Vivo con el miedo de llegar a casa y encontrar a mi hija violada o muerta”, dice la madre de la niña, que tiene 12. Tras la difusión del caso, intervino la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia y le ofreció asesoría legal

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El violador con prisión domiciliaria
El violador con prisión domiciliaria

J., de sólo 12 años, tuvo que abandonar su hogar y esconderse en la casa de un familiar porque desde hace poco más de un mes comenzó a tener miedo de quedarse sola. No puede ni siquiera salir al jardín o ir a jugar en su barrio por el pánico que le despierta poner un pie en la calle. El motivo: su vecino, un hombre de 71 años identificado como Gregorio Evaristo Leiva, se obsesionó con ella al punto de acosarla sistemáticamente todos los días hasta convertir su vida en una pesadilla.

Tampoco se trata de un vecino cualquiera. Leiva, además, cumple una condena desde 2017 por abuso sexual agravado luego de haber violado y embarazado a su propia hija hace algunos años, pero la Justicia le otorgó en junio el arresto domiciliario porque es un paciente de riesgo ante la pandemia del coronavirus.

El drama de la nena y su familia ocurre en la localidad de Alderetes, muy cerca de San Miguel de Tucumán. El primer episodio ocurrió el 27 de junio. Ese día, Leiva hizo una reunión con sus amigos y comenzó a tomar. Al ver a J. jugando en la calle, comenzó a acosarla verbalmente con frases que rayan en el horror. Según dijo a Infobae Eliana, la mamá de la menor, “son frases irreproducibles y asquerosas”. La mujer, de 37 años, increpó a Leiva luego de que su pequeña hija, entre lágrimas, le contara lo que había ocurrido. El hombre no se inmutó y ni siquiera le contestó. Apenas guardó silencio delante de sus amigos y solo la miró, impune.

Eliana primero se acercó a la comisaría de Alderetes, pero allí le dijeron que no podían hacer nada y le indicaron que se dirigiera al Patronato de Liberados. Dejó sus datos pero no la contactaron de vuelta. Allí, otra vez le dijeron que no era su problema y le informaron que se dirigiera a la fiscalía de la zona. No fue suficiente y la rebotaron otra vez, para decirle que se fuera hasta la Brigada. Desde allí la enviaron a la Regional Este, que es adonde pertenece la jurisdicción de Alderetes, hasta que le dijeron que volviera a la comisaría.

Entonces, finalmente, le tomaron la denuncia.

J. ya no está en
J. ya no está en su casa: está escondida en algún lugar de la provincia

En el medio pasaron casi dos semanas y la primera denuncia quedó radicada el 10 de agosto. Mientras tanto, Leiva seguía. Los acosos a J. no mermaron. Todo lo contrario. Se tornó más pesado y obsesivo. “La nena, por su parte, lo único que pudo hacer fue llenarse de miedo y hasta evitó asomarse por la ventana”, relató la mamá a Infobae.

Pese a tener una tobillera electrónica, el hombre de 71 se mueve por el barrio como quiere, en moto inclusive. “Creo que la tobillera le cubre un radio de 100 metros. Él está a dos de mi casa. ¿Cómo no puedo pensar que puede meterse y violar a mi hija? Yo no quiero aparecer después con un cartelito y el nombre de mi hija pidiendo justicia porque la mataron. Fue por eso que decidí viralizar y contar el caso”, dijo la mujer, con una revelación hecha por la periodista Mariana Romero.

La primera denuncia casi no tuvo efecto. Eliana pedía una custodia policial para evitar que el violador se acercara a su hija. En la comisaría le dijeron que no tenía sentido que siguiera con las denuncia porque la causa ya estaba en la Fiscalía de Delitos contra la Integridad Sexual y que ellos debían actuar. Sin embargo, por la pandemia, la sede judicial estaba cerrada. Recién esta semana la convocaron y hoy –con la difusión del caso– pudo ampliar la denuncia.

El detonante de todo ocurrió en las últimas semanas. Leiva se acercó a J. y le ofreció comer una fruta. La nena, asustada, salió corriendo. El terror invadió a la familia y llevó a la madre a tomar una medida desesperada. Ante la falta de respuestas y el pánico en su hija de 12 años, no tuvo más remedio que separarse de ella: la escondió en la casa de un familiar para cortar el problema de raíz. Como no obtuvo ayuda del Estado, alejó a su hija de casa pese al dolor que eso le genera. “No quiero que la mate”, reiteró.

La situación con el acosador trastornó la vida de la familia. Según contó la mujer a este medio, en el último tiempo la nena se había acostumbrado a dormir con ella porque tenía miedo. “Ayer, por teléfono, me pidió que no duerma sola”, contó la mujer, quien además es madre de otros tres menores.

Otro problema es que al ser el único sostén de la familia –ayuda a cuidar a una señora mayor–, Eliana se ve obligada a salir a trabajar y dejar a sus hijos solos. Sin embargo, los vecinos del barrio le tendieron una mano y estuvieron pendientes haciendo guardias para controlar que Leiva no se acercara. Tuve que esconderla con todo lo que eso implica. Y no es fácil salir a contar eso, pero no me quedó de otra solución, dijo la mujer.

La historia entre Leiva y la familia de la nena se remonta a 2011. Desde ese año son vecinos y los problemas siempre estuvieron presentes. El hombre era violento y, según detalló Eliana, les ordenaba a sus hijos que les robaran. En el medio vino la condena por abuso contra Leiva, pero eso no frenó los asaltos a su casa. Todos en el barrio sabían que eran Leiva y los suyos. La convivencia se hizo insostenible y pese a que el terreno es de su propiedad y de que a esa altura su vecino ya no estaba, la mujer y sus hijos decidieron dejar el barrio.

En enero de 2019, cuando se enteraron de que en la casa de Leiva no había nadie, Eliana y sus hijos decidieron volver a su casa. Fue el primer año y medio de tranquilidad que tuvieron. Pero llegó la pandemia y con ella la posible liberación de presos con riesgo de contraer el virus. A mediados de junio observaron cómo un camión del Servicio Penitenciario, procedente del penal tucumano de Villa Urquiza, llegaba a la casa contigua y dejaba allí al violador condenado.

“Al principio no pensamos que fuera a pasar nada. Tenía tobillera electrónica y no se podía escapar. Pero comenzamos a verlo todos los días en el barrio. Anda en moto de un lado a otro. Sólo pedíamos un policía en la puerta, nada más”, resaltó.

La respuesta del Estado provincial

Después de que el caso se difundió, la provincia tomó intervención. Según dijeron desde el gobierno local, el Cuerpo de Abogados para Víctimas de Violencia Contra la Mujer, que depende de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia, ofreció asesoría a la familia.

La titular de la Secretaría, Erica Brunotto, dijo que apenas conocieron el hecho se contactaron con la madre de la menor de edad. “Eduardo Ruffino, director del Cuerpo de Abogados para víctimas de violencia contra la mujer, puso a su disposición el patrocinio jurídico gratuito para obtener el acceso a la justicia correspondiente”, expuso.

La Justicia determinó medidas y solicitó al juez interviniente que se sirva de realizar las medidas que considere necesarias para que la prisión domiciliaria de la que goza el hombre sea revocada, dijeron a Infobae.

Por lo pronto, J. sigue escondida y recién hoy llegó un policía a la puerta de su casa, según contó Eliana a este medio.

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