90 minutos con un cuchillo en el cuello: el relato salvaje detrás de una toma de rehenes en Cañuelas

Ocurrió esta mañana frente a la comisaría de la zona en la calle Libertad. Un hombre, de nacionalidad uruguaya, amenazó de muerte a la dueña de una escribanía para protestar por valiosos terrenos que supuestamente le retenían en "una jugada política". La negociación para que libere a su víctima

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La escribanía Lamarca, donde ocurrió
La escribanía Lamarca, donde ocurrió el hecho. (Google View)

A mediados de la mañana de hoy, Héctor Darío Sierra entró la escribanía Lamarca en la calle Libertad, zona de Cañuelas. Pidió hablar con la dueña del lugar, fue recibido. Con domicilio en la zona, Sierra, oriundo de Uruguay, de 60 años, comerciante, llegaba un poco nervioso para discutir, una vez más, según él mismo, el problema con una serie de terrenos en Marcos Paz que decía eran de su propiedad, que estaban retenidos indebidamente. Sierra quería lo que era suyo, por la razón o por la fuerza.

Entonces, tomó una cuchilla de carnicero de 50 centímetros de largo que llevaba oculta. Estaba recién afilada, el brillo en el borde era obvio a simple vista. Redujo a la dueña del cuello y se atrincheró en la oficina trasera donde fue recibido. Una empleada salió espantada. La escribanía queda, irónicamente, justo enfrente de la comisaría de la zona.

Poco después, los efectivos del GAD y una serie de patrulleros de la Policía Bonaerense aislaban la zona en un estado de tensión, con un expediente a cargo de la UFI N°1 de la zona, con la fiscal Norma Pippo.

Era, oficialmente, una toma de rehenes.

Sierra retuvo a su víctima al menos una hora y media con la cuchilla en el cuello, según relataron fuentes del caso a Infobae. La fiscal Pippo envió al secretario de su dependencia, Pablo Ober, que actuó como negociador. Logró que Sierra depusiera su arma y se entregara. No tuvo que ser trasladado lejos. Quedó aprehendido en la comisaría frente a la escribanía. En el medio, mientras amenazaba de muerte a su víctima, Sierra le contó su historia.

“No sé si llego al final del día, ¡estoy jugado!”, gritó. Decía que esos terrenos eran de gran valor, que “una movida política” los retenía indebidamente, que todo dependía de la escribanía. Hasta le contó a Ober que unos matones lo habían golpeado hace unos años: tenía cicatrices entre el pelo entrecano, a simple vista. “Esta hija de puta no me quiere entregar lo que es mío”, amenazaba el comerciante, en medio de su relato salvaje. Su víctima estaba pálida, temblaba. Sierra hasta pidió hablar con el gobernador Axel Kiciloff, con el funcionario que pudiera atenderlo.

Finalmente, Ober logró calmarlo. “Te entiendo, es difícil”, le decía. Intentaba lograr algo de empatía, una sensación de comprensión, algo que le bajara la furia al comerciante. El secretario logró su propósito a través de un intercambio: aseguró que le tomaría la denuncia por los delitos que deseaba reportar en la situación alrededor del terreno, pero debía entregarse. Ahora Sierra está en una celda, acusado de privación ilegítima de la libertad bajo amenazas.

El relato salvaje de Sierra se sale del guión. La desesperación lo empujó al pasado: hace años que las tomas de rehenes son un recurso desesperado para los delincuentes con altas chances de perder, rodeados por grupos tácticos y móviles de televisión. Cada vez ocurren menos, en el contexto de asaltos que no resultan y que salen de control. En la zona rosarina de Capitán Bermúdez, un robo a una tienda el mes pasado terminó en clientes privados de su libertad y un tiroteo con la Policía de Santa Fe. Finalmente, los tres ladrones se entregaron.

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