Fue una cuestión de picantes en un verano particularmente caluroso. El 16 de enero de 2016, Jesús Alejandro Pellegrini, un hombre del barrio Castañares con problemas de adicción al paco que había sido internado en un psiquiátrico tiempo antes por su madre, hacía arreglos de albañilería para un amigo, una changa, frente a la Escuela N° 20 en la calle Newton. Roberto Alexander Ruiz, otro joven del barrio, tenía 20 años en ese entonces, con fama de pesado y una supuesta cuenta pendiente. Hay policías que dicen que Pellegrini le había dicho “algo a su hermana”.
Entonces, según la acusación en su contra a cargo de la UFI N° 2 de Moreno con la fiscal Carina Saucedo, Ruiz tomó una pistola 9 milímetros y le disparó tres veces a Jesús, causándole la muerte. La última bala entró en el cráneo, tras un forcejeo en el medio.
El barrio entró en conmoción, los vecinos cortaron la calle en protesta. Medios locales relataron cómo un grupo de personas fue hasta la casa de la familia del acusado. Comenzó un disturbio, alguien disparó y alguien respondió. Dos personas resultaron heridas, entre ellas, la madre de Roberto. Ruiz se fue, sin volver a ser visto.
Sonia, la madre de Jesús, declaró a Moreno Noticias en ese entonces: “Mi hijo hacía cuatro días que estaba jalando bolsitas de Poxirán, pedí que lo internen de vuelta en Open Door. Pedí un patrullero para que lo internen y viene un chico diciendo que le había piropeado a la hermanita, era este chico Roberto. Este pibe vino y me dijo que lo iba a matar, fue con una moto robada y lo mató a Jesús”.
Hoy por la mañana, una brigada de detectives de la división Homicidios de la Policía Federal lo encontró en el barrio Trujui, también en Moreno. Se delató a sí mismo por una seña sumamente obvia, evidente a simple vista: se había tatuado el nombre de su mujer en el cuello, un nombre al que los detectives habían llegado tiempo antes.
Ruíz, según contaron fuentes de la causa a Infobae, se había cuidado de que sus rastros no se notaran, usaba un DNI de otra persona, sin antecedentes penales ni pedido de captura. Hoy con 25 años, Ruiz no tuvo un trabajo en blanco a su nombre, un error que muchos prófugos cometen.
Sin embargo, una joven detective recién egresada de la Escuela Pirker lo rastreó a través de las redes sociales, comparando fotos hasta llegar hasta él. Las consultas a vecinos hicieron el resto. Ruiz, acusado de matar a un adicto por decirle algo a su hermana, cayó por un análisis hecho en un escritorio. Se espera su indagatoria en las próximas horas.
Así, la división Homicidios de la PFA acumula una serie de capturas en lo que va de la pandemia, al recibir pedidos de fiscalías por causas nuevas y de larga data con sospechosos como “Sorbete” Lizarraga, señalado como barra de Almirante Brown, hijo de un concejal condenado a perpetua por homicidio, que en 2012 mató a una vecina de su zona en Isidro Casanova a tiros por error.
“Sorbete” cayó siete años después en el mismo barrio del crimen, semanas después de que la Federal recibiera el pedido de colaboración. Todavía usaba el mismo Chevrolet Astra con el que huyó tras asesinar de una bala en la cabeza a su vecina.
Días después, detuvieron a Víctor Ariel Cayetano Zarza, alias “Ciru”, carbonero de oficio, 25 años de edad. Lo buscaban por un crimen algo desagradable. Había ocurrido el 23 de enero del año pasado. Zarza y su hermano mantuvieron una discusión con Gastón Sánchez, un primo, mientras estaban borrachos los tres. Gastón terminó apuñalado en el lado izquierdo del pecho. Murió en un hospital de la zona casi quince días después, una agonía larga. Zarza y su hermano escaparon.
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