“Yo hasta ahora estoy pensando que ella está mintiendo. Él crio a sus hijos, su hija, a su nieto, a su nieta. Su mujer lo había abandonado y se quedaron los chicos con él. Todos los vecinos lo conocen a él, es un señor tranquilo. Solo toma no más. Es cristiano, va a la Iglesia”.
La mujer no le creía del todo a su hija, que no se llevaba bien con J.A, el hombre que había sido su novio durante seis meses, un changarín de 52 años de la Villa 31. J. y la mujer se habían separado hace poco, luego de que el hombre viviera en la casa de ella durante los tres últimos meses de. El 10 de octubre de 2019, la mujer tuvo que correr al Hospital Fernández. Su hija había dicho en su colegio que su ex novio “la había tocado”.
Poco después, la madre declaró en la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema. Aseguró, básicamente, que ya lo sabía, que todo había ocurrido hace tres meses, mientras ella había dejado a su hija con su entonces novio cuando fue a trabajar una noche como moza en un cumpleaños de 15.
El hombre, tras irse a tomar vino, volvió a la casa en la que convivían para acostarse en la misma cama que la nena. Cuando la madre llegó, encontró a J.A, no en la cama de su hija, sino en la suya, como si nada hubiese pasado. “No sé qué quiere la nena, está inquieta, te mandó mensajes, te mandó audios”, le dijo su novio. Su propia hija le había alertado de la situación desde el celular de su agresor.
La madre no creyó en su hija, pensó que todo era un berrinche, que la chica no quería más en la casa a su nuevo padrastro. La mujer declaró en la OVD que, efectivamente, pensaba que todo era una mentira.
No fue el único hecho que se le imputó al changarín. El 18 de febrero, otra denuncia recibida por la División Protección Familiar Área Este de la Policía de la Ciudad se agregó a la causa que se forma en contra del changarín. La propia hija de J.A, la madre de sus nietos, lo acusó también. Uno de sus chicos le había dicho que le dolía “el potito” a la hora de la merienda. La hija del changarín entendió de inmediato que algo ocurría. Los chicos comenzaron a llorar.
“No pasó nada, no pasó nada”, gritaban. Luego, hablaron: “El abuelo nos hace cochinadas. También nos pega con el cinto todo el tiempo, yo lo odio pero también lo quiero mucho y no quiero que vaya preso”, dijo uno de ellos. Su relato contenía al menos una violación, en términos explícitos. La madre fue al Hospital Rivadavia, pidió ayuda. Los médicos la alentaron a reportar el hecho. La mujer luego declaró en la Justicia. Creía que su padre también habría aprovechado los momentos en que quedaba solo con sus nietos.
Hoy, J.A espera en una jaula del penal de Ezeiza, luego de un expediente a cargo de la doctora Alejandra Provitola, Juzgado N°6, la misma que elevó a juicio días atrás al ex diputado nacional José Orellana, acusado de abuso sexual. Provitola lo procesó a comienzos de junio, una decisión que fue ratificada tres semanas después por la Sala N°5 de la Cámara de Apelaciones del fuero. Le fueron imputados al changarín los delitos de abuso sexual con acceso carnal gravemente ultrajante, agravado por la convivencia, por la condición de ascendencia, ser un familiar de su víctima, el responsable de su guarda, ataques cometidos bajo amenazas y coerción.
Las víctimas, para la Justicia, fueron cuatro: su hijastra, dos de sus nietos y un sobrino con el que convivió tras dejar la casa de su ex pareja. Su hijastra tenía 12 al momento de sus ataques; sus nietos, 9 y 5. Dos defensorías públicas de Menores e Incapaces intervinieron en el caso. La ex pareja del acusado también aportó información, fue una testigo.
Su hija pidió expresamente que restrinjan sus movimientos al denunciarlo, una tobillera para que no se acerque a su casa. Lo que contó fue aberrante: aseguró que su padre obligó a uno de sus nietos a que abuse del otro, el mayor contra el menor, según los supuestos relatos de los chicos que ella repitió.
Así, la historia del changarín se convierte en la de un depredador, un violador serial que ataca sin distinción de género o parentesco, a un chico que le dijo a su propia madre que lo ama, que no desea que vaya a la cárcel, al abuelo que lo violó y azotó con su cinto, un hombre de Dios que va a la iglesia, que bebe de vez en cuando. Las cámaras Gesell fueron la clave para imputarlo. La pandemia imposibilita trasladar a la víctima al dispositivo del Cuerpo Médico Forense en el cento porteño. La jueza Provitola, así como las funcionarias de la Defensoría de Menores, la presenciaron de forma virtual. La víctima también: declaró en su propia casa en la Villa 31, en un ambiente separado de sus padres, sin que puedan oírla.
“Le quería dar una cachetada pero no pude”, dijo la menor ante los psicólogos, que concluyeron que “no se registraban indicadores de producción imaginativa de índole patológico…sin que se advirtieran indicadores de influencia directas de terceras personas de su entorno en su decir”. No había elementos de mentira, una valoración que por ejemplo fue clave en el cuerpo de pruebas que llevó a la condena de 14 años de cárcel al futbolista Jonathan Fabbro.
La cámara Gesell, realizada por los especialistas del Cuerpo Médico Forense porteño, también reveló qué sentía hacia su mamá, que no le había creído: “En el área afectiva presenta rasgos de labilidad, y ambivalencia en tomo a la figura materna, oscilando entre una marcada dependencia y a la vez, rechazo y hostilidad en relación a su madre”.
El mayor de los nietos del acusado también declaró: repitió los mismos términos, describió el abuso en la misma forma en la que le habló a su madre. El caso contra el changarín no está cerrado. La jueza Provitola, por su parte, investiga la posibilidad de otros dos chicos que podrían haber sido atacados. Su identidad es mantenida en reserva para no exponer a sus víctimas.
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