Interpol lo había marcado como armado y peligroso, lo había buscado en todo el mundo con una circular roja desde su cabeza con una ficha secreta que detallaba 26 hechos armados desde 2016 con la ametralladora AK-47 como su arma principal, una vida caliente dedicada a la violencia extrema y al sicariato. Lo acusaron de los delitos como homicidio, robo a mano armada, privación ilegítima de la libertad y secuestro, amenazas, historias de empresarios acribillados a tiros y hombres de negocios que rogaban protección para que los salven de él, hombres y edificios acribillados. El mes pasado, un periódico turco detallaba la nueva imputación en su contra: en noviembre de 2019, un mes antes de su llegada al país, fue acusado de ser contratado para acribillar en Esmirna a un jefe zonal del partido ultranacionalista MHP y luego huir. Lo implicaron en la caída de un avión ruso, derribado por misiles. Fue a juicio por eso. Nadie pudo probarlo.
Luego, huyó. Atravesó literalmente el mundo, acompañado de un cómplice y lugarteniente con un pasaporte falso para instalarse en Buenos Aires: cruzó Georgia, Azerbaiyán, Ucrania, Colombia, y luego aquí. Aprendió español en el camino, una colombiana que se convirtió en su novia, o en su profesora, le enseñó lo básico. Lo siguió hasta Buenos Aires; nunca supo quién era. Vivió como un prófugo de lujo con efectivo en el bolsillo, en un edificio de lujo de la calle Petrona Eyle en Puerto Madero, en plena pandemia, el miembro selecto de una raza de bandido que este país quizás nunca conoció.
Serkan Kurtulus, nacido en Esmirna en 1978, siempre fue lo suficientemente sagaz para construir esa imagen de sí mismo, con un estilo de vida delirante que incluía posts en Twitter e Instagram de boletas de apuestas a partidos de fútbol en la Premier League, citas al Corán y la exhibición grosera de armas de fuego, mientras posaba con supuestos bandidos en las colinas o con hombres a los que llamaba supuestos patriotas bajo banderas yihadistas y más armas en carpas en puntos desconocidos.
Hoy, Kurtulus sabe que hablar y hacerse ver es su mejor chance de seguir vivo.
Está en la cárcel, en la Unidad N°28, la alcaldía de los tribunales de la calle Talcahuano, en una celda sobrepoblada con rateros, con arrebatadores de celulares e indigentes y olor a pis, a donde fue trasladado luego de que la división Interpol de la Policía Federal lo arrestó el 11 de junio pasado mientras caminaba por la calle. La Sala II de la Cámara Federal de Casación se negó a excarcelarlo la semana pasada.
Turquía reclama su extradición por media docena de delitos. Sin embargo, algo demora su salida del país. Kurtulus y su cómplice pidieron formalmente ser refugiados al Estado argentino. No piensan volver a Turquía, porque algo más temible que ellos, dice Kurtulus, los espera para matarlos.
Infobae siguió su caso, reveló su captura, su pedido de permanecer en el país. También se hizo una pregunta: ¿a qué le teme?
Kurtulus mismo llama desde la cárcel para responderla. Lo hace en español.
-¿Por qué huyó a la Argentina?
-Por mi seguridad. Turquía quiere matarme. Yo estaba en guerra, el presidente ayudó a un grupo terrorista. Vi muchas cosas, sé muchas cosas, ahora Turquía quiere culparme. Yo sé muchas cosas de asesinatos políticos. He estado con ellos, pero vi muchas cosas malas y ya no quiero estar más con ellos. En Georgia pedí ser refugiado y me dijeron que tengo mucho riesgo de morir en Turquía. Ahora, Turquía quiere matarme en la cárcel... Muchos políticos quieren matarme.
-¿Quiere vivir en la Argentina como refugiado?
-Yo quiero quedar como refugiado aquí. Mi abogado tiene los papeles. Nosotros no queremos regresar.
-¿Cree que el Gobierno argentino lo ayudará?
-Sí, nosotros queremos vivir acá, no queremos regresar. Ciertamente nos matarán.
-¿Muchas personas quieren matarlo?
-Sí, políticos quieren matarme.
-¿Quién aportó el dinero para su fuga?
-Mis amigos.
Así, Kurtulus revela a lo que le tema: al poder político de Turquía. Habla de “el presidente”, del “AK Parti”, liderado por el actual presidente, Recep Erdogan.
También, revela el intento de ese poder para que sea su sicario, un pistolero a sueldo para matar a sus rivales.
El relato de Kurtulus está atravesado por el tumulto político interno de la Turquía reciente. El conflicto entre Erdogan y el movimiento islamista FETO, liderado desde el exilio en Estados Unidos por el clérigo opositor Fethullah Gülen, acusado de ser parte del golpe contra Erdogan del 15 de julio de 2016, es una constante. Hay un caso que le preocupa en particular, el asesinato de Ahmet Kurtulus, con el que no tenía relación, hombre fuerte del partido AK en Esmirna, cometido en 2019. Supuestamente, según medios turcos, Ahmet fue sospechado de apoyar a la organización criminal de Serkan
“Lo mataron a Ahmet Kurtulus porque sabía”, dice Kurtulus, un caso de fuego amigo: “Querían asesinar gente y culpar a FETO”.
También repite otro nombre famoso en Turquía: el del pastor presbiteriano estadounidense Andrew Brunson, fundador de una iglesia en Esmirna, acusado de ser un aliado del clérigo Gülen en el golpe de 2016, encarcelado y luego enviado a prisión domiciliaria, una situación que provocó fuertes tensiones entre Erdogan
-¿Qué pasó con Brunson?
-AK Parti, querían matarlo y culpar a FETO. Un agente, mi amigo quería matarlo, pero no pudo lograrlo. Después, él estuvo conmigo en Georgia. Tengo muchos papeles, trabajamos juntos. Después me dijeron “Necesitas matar a Andrew Brunson”. Yo no acepté matarle. No me prometieron dinero por matarlo. Nosotros estábamos juntos. AK Parti querían ser fuertes en la calle, con FETO tenían problemas. Por eso querían organizar gente como yo, querían enviar la guerra.
-¿Quien le pidió que mate a Brunson?
-AK Parti quería, AK Parti. Grandes políticos en Esmirna.
Si lo que dice Kurtulus es cierto, entonces un Estado soberano le pidió una bala clandestina para un enemigo de altísimo perfil internacional, un Estado del que asegura el capo, fue su aliado, su socio.
-¿Y usted tiene miedo de que lo asesinen en la cárcel, aquí en el país?
-Puede ser. Turquia puede hacer muchas cosas, puede matarnos en una cárcel. En un camión, un guardia me mostró su teléfono, con una voz del traductor de Internet, en turco. Otros prisioneros lo escucharon, pero no entendieron. Pero nosotros entendimos. Decía: “USTEDES AQUÍ MATAR”.
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