Todo ese ruido sonó por nada. “No, ningún caso nuevo”, dice una histórica fuente judicial en Tribunales. El término tampoco aparece tras una búsqueda minuciosa entre condenas o fallos de Casación. Nadie cayó, no hubo ningún culpable, ningún nuevo estafador o estafadora, al menos, que haya sido denunciada o atrapada por la ley. Es curioso: en julio de 2019, un año atrás, el Telar de la Abundancia se convertía para muchas y muchos en el microfenómeno social más divisivo de los últimos años y la paradoja de una época que mezclaba desprecio e indignación y a la vez todo lo contrario, una cosa compleja que existía entre el pensamiento mágico y la posibilidad de cometer un delito.
La idea era vieja, viejísima, un típico esquema Ponzi que solo podría sostenerse con un flujo de plata ilimitado. Lo habían intentado a comienzos de la década pasada con otros nombres, la Flor, el Mandala, el Fractal: era todo básicamente lo mismo, una cadena de dinero donde muchos pagan para que uno cobre. Entonces, para que los aportantes no pierdan, la cadena se debía reiniciar.
Hubo advertencias, con un caso histórico que data de 2016 en Chamical, La Rioja. Julieta Magalí Ruiz terminó presa en su casa, amenazada por vecinos, con una causa por un engaño que alcanzó a 1.500 personas desde sus propios familiares a vecinos de otros pueblos en un daño de 7 millones de pesos. Tres años de anuncios y explicaciones de la PROCELAC, el ala de la Procuración dedicada a investigar delitos financieros, tampoco alcanzaron para disuadir. Solo hacía falta creerle a un completo desconocido en un chat de WhatsApp y girarle dinero por Mercado Pago sin siquiera recibir un recibo o constancia alguna con la promesa de recibir hasta ocho veces lo que uno aporta. La gente caía igual.
Todo se trataba de discurso, al fin y al cabo. El Telar 2019 se reinventó desde los nuevos grupos de WhatsApp en todo el país con un discurso feminista. Su nuevo esquema hablaba de “fuegos” y “vientos”, que eran las mismas piezas del viejo esquema, aportantes de dinero, cobradoras y líderes que esta vez no hablaban de “éxito capitalista” sino de “empoderamiento sororo” y de “una alternativa al capitalismo del patriarcado”. Había otros términos como “regalos”, “energías”, “economía colaborativa”, “fuego” para convertirse en “agua”, cumplir sueños, con telares controlados por abogadas en Santa Fe, docentes en El Bolsón, profesoras de yoga o chantas de la vieja escuela. Hablaban de “cumplir sueños”, que usualmente no eran la iluminación mística, sino cambiar el auto o viajar a Europa.
Varios grupos de Facebook servían como carteleras donde extrañas y extraños invitaban a otros a unirse con links de chats grupales con nombres como “Gratitud Divina” o “Soñando Despiertas”, con videos testimoniales que invitaban a sumarse con supuestos casos de éxito y una gran cantidad de tela de modal. Una vendedora de cosméticos en Ituzaingó llamó al suyo “El Unicornio Sin Fin”. Otros, directamente, hablaban de “solidaridad”. Nadie hacía catarsis de sus problemas financieros, nadie dice que no tiene para los remedios de su hijo. La regla espiritual del capitalismo, proyectar éxito, aplicaba aquí también.
Las apuestas eran más altas que en los viejos mandalas, la tarifa de entrada ahora era de 200 dólares. La tensión en el movimiento feminista fue inmediata: voces visibles como Malena Pichot o Julia Mengolini mostraron su repudio. Otras defendieron el esquema Ponzi en su versión buena vibra, sin hacer mención a las potenciales víctimas o a la idea de perder.
Y después llegaron las actrices.
Una reconocida figura con años de cine y televisión me contactó para hablar bajo un pacto de anonimato en medio de la polémica. Señalaba a sus compañeras, sus colegas. “Esto va a terminar mal. Quizás sea estupidez, malicia, puro ego. Pero va a terminar mal. Y va a salir gente lastimada”, decía, preocupada de que alguien venga y escuche: “No estamos tan lejos de una hecatombe”. No soportaba la idea que, según ella, sus colegas más famosas recolectaran dinero con el esquema de mujeres de mucho menor poder adquisitivo, con menos posibilidades. La línea era compleja, la actriz en su cabeza no podía definir si sus compañeras lo hacían tan solo de incautas, o si tenían un real dolo para estafar.
Mostró audios, capturas de pantalla, que decidió no entregar. “Hola hermosas, tengo que intervenir. Conozco el Telar, van a decir que es una estafa, pero es un sistema económico entre mujeres. Tiene componentes espirituales y emocionales. No nos dejemos amedrentar, es parte del contraataque al que nos exponemos. Cuando quieran conversamos. Un beso”, aseguraba una de ellas, al ver las críticas crecientes
Las actrices que señalaba no respondían los llamados, bloqueaban el contacto, mientras preguntaban entre ellas con insistencia a ver quién habló. Luego, apareció un audio de más de siete minutos. Una de ellas era la que hablaba. “Suena muy asombroso pero es absolutamente real. Hay compañeras que conocemos que están en nuestro mandala y que ya tejieron varios mandalas antes, ese proceso ya lo vivieron y cobraron los 30 mil dólares. Hay mujeres que dejan de trabajar y se dedican a esto… Es bastante increíble”, decía la actriz. Esa actriz era Jazmín Stuart. Luego, Stuart ofreció sus explicaciones cuando su audio se convirtió en trending topic. La polémica terminó poco después. El Telar, como fenómeno, como tema de conversación, pasó a la sombra, desgastado.
Un año después, la cuarentena trae al Telar de vuelta. Los viejos grupos de Facebook vuelven a servir como carteleras: las nuevas ofertas para unirse a chats grupales de WhatsApp se multiplicaron en las últimas semanas en uno que acumula más de 6.700 miembros, a un ritmo de 25 posteos por día. Ya no hay discurso cósmico o feminista. La retórica es mucho más simple. Ya no hablan de mandalas, sino de “chisperos”, el nuevo término. Entre las ofertas hay hasta “bingos solidarios” y quinieleros, vecinos que montan pequeños esquemas de juego clandestino en la era de las criptomonedas desde sus teléfonos. El Telar, en medio del coronavirus, entre los bolsillos golpeados, se reinventó como un rebusque del conurbano bonaerense.
Grupos como “Economía Solidaria” o “Chispero Fases”, con 40 miembros, muestran la nueva mecánica, un proceso escalonado con un sistema de cobros paulatinos que comienzan con un aporte de 200 pesos para cobrar en tres etapas y luego “retejer”, es decir, volver a aportar. Los jefes se frustran ante la falta de ofertas: “Vamos calentando esos fuegos”, insistía uno ayer a la mañana. El pago final varía, entre 4.500 y 6.600 pesos.
Las arengas son obvias: “Subite a la nave, el cambio lo hacés vos”. Prometen cobros rápidos, dentro de las 72 horas, hablan de decenas de “consagrados”, o gente que cobró. Las preguntas son obvias, con el emoji del hombrecito que se toma el mentón. Un hombre buscaba saber hoy martes a la mañana cómo se hacían los pagos en uno de los principales grupos. “Mercado Pago o Uala”, le contestaba el líder: “Se les deposita la plata”. En otros chats, los aportantes envían capturas de pantalla de sus aplicaciones para acreditar pagos. Los líderes, de inmediato, los recompensan con un emoji. Quienes promueven en Facebook sus telares no ofrecen mucha información sobre si mismos, no incluyen sus fotos de perfil en WhatsApp, postean fotos de zapatillas o perfumes a la venta en vez de fotos de ellas o ellos mismos o de sus familias.
La presión en los grupos es un tanto burda. Queda claro que no son para turistas. Ingresé a cinco en el curso de esta semana para ver su movimiento: en todos recibí mensajes privados o públicos para invitarme a pagar y ser parte. En otro, “Economía Solidaria”, fui incluido en una “lista de chispas”, bajo advertencia de ser eliminado en el plazo de 24 horas, que estableció más tarde sus reglas: no permite retirarse a mitad de camino en la cadena de plata hipotética. Las “retejidas” son obligatorias.
La herramienta Zoom también se usa: un telar basado en El Bolsón ofrecía una reunión virtual de reclutamiento a mediados de abril. El discurso cósmico resistía con fuerza. “Acción y Foco en crear hoy nuestro futuro aquí y ahora y MUCHO AMOR”, prometían desde su propuesta, con horarios para Uruguay, Chile, España, Perú. “Convocando miles de chispitas, esparciendo semillas de amor y luz”, cerraba su convocatoria. El término es distinto, no hablan de “chispero”, sino de “linaje”. En uno de los principales grupos, al menos 10 mujeres dijeron pertenecer a ocho “linajes” distintos en zonas como Comodoro Rivadavia, Lanús o Bahía Blanca desde fines del año pasado hasta hoy.
El 12 de julio, la nueva cultura del Telar tuvo uno de sus hechos más curiosos, algo que puede ser una historia triste o una mentira descarada. Una mujer, desde la cuenta de un hombre de 35 años oriundo de Tigre, una mujer, que sería su pareja, anunció una rifa. Su pedido de plata era para, básicamente, entrar a un Telar. “Tengo una hija de 3 años y uno de mis sueños es poder darle su espacio, su casita. ¿Me ayudarían difundiendo y comprando está gran rifa?”. Pedía cien dólares por boleto, los premios eran dos heladeras y dos notebooks, ambas usadas. Se comprometía a devolver la plata a quienes no ganaran.
En los grupos, por lo pronto, nadie se queja. Nadie dice cobrar, tampoco.
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