Eran las 8:30 de la mañana del miércoles 8 de julio. Eduardo Soria paseaba a su perro, un caniche en la puerta de su casa, sobre la calle Marconi en el barrio Bongiovanni, a siete cuadras de la Autopista Acceso Oeste, en la localidad de Paso del Rey, partido de Moreno. Dentro de su casa se encontraban su esposa y sus tres hijos, de seis, nueve y once años. Eduardo vio cómo se acercaba lentamente un Volkswagen Suran color gris, que se detuvo frente a él. Sintió alivio cuando vio bajar del vehículo a una mujer policía, detrás apareció otro hombre, de aspecto mayor, también identificado con el uniforme que parecía ser de una fuerza de seguridad.
La mujer, impávida, le dijo que era un allanamiento. “¿Allanamiento de qué?”, le preguntó él. “De los muebles”, le respondió. En esa vivienda, Eduardo tiene un microemprendimiento familiar y no confecciona muebles: fabrica sillas de madera, hace revestimientos. Trabajan él, su esposa y en las épocas de mayor demanda un tercer empleado. “Bueno, dame dos minutos que llamo a la comisaría y te abro”, atinó a contestarle. La mujer le dijo que ella era la policía y se metió, prepotente, en el hogar. Detrás de ella el otro hombre. En ese momento, un tercer policía se acerca. También un cuarto. Escucha el “click click” de las armas y la voz, imperativa, de alguien que le ordena: “Metete para adentro”.
Eduardo recién ahí pudo comprender la secuencia. No eran policías, no era un allanamiento. Era víctima del robo de una banda de ladrones disfrazados. Eduardo no se resistió. Por su atrevimiento, terminó golpeado, con una culata de pistola en la cabeza. “Hemos hablado con mi mujer sobre este tema. Pero bueno, en un momento de furia me salió todo al revés”, aseguró Eduardo a Infobae.
Al verse rodeado, Eduardo, pensó en sus hijos y en su mujer: “Tenía dos opciones, meterme para adentro o sacarlos para afuera. Decidí llevarlos para afuera. Me trencé con dos y gracias a Dios no me pudieron volver a meter”, afirmó. En esa vorágine, los ladrones pedían entre ellos desmayarlo a golpes.
La mujer policía, la supuesta líder, le decía: “Dame los papeles, dame la plata”. Sin embargo, mientras lo golpeaban y lo sujetaban entre tres, Eduardo metió la mano en su bolsillo y activó una alarma vecinal, que fue concebida hace apenas un mes para combatir la invasión de motochorros en el barrio Bongiovanni. Cuando empezó a sonar la alarma, la mujer exigía que la apagara. Por el ruido de la alarma y los gritos del forcejeo, los vecinos empezaron a salir de sus hogares. El ruido espantó a la banda, que huyó. Tanta que casi se olvidan a la mujer, quien, según analizan los investigadores, podría ser la líder de la banda.
La víctima se había librado de los delincuentes y ya estaba en la esquina buscando ayuda, según TN, que adelantó el caso. Tenía sangre en su cabeza por los culatazos, lesiones que fueron consideradas leves. Mientras escapaba corriendo, le gatillaron dos veces por la espalda: afortunadamente los disparos no salieron.Todo duró apenas dos minutos y quedó registrado en las tres cámaras que documentan los movimientos en el ingreso a la vivienda.
“No sé por qué me tocó a mí”, razonó Eduardo: “Acá a la vuelta hay tres mueblerías grandes. Pienso que se habrán equivocado. Acá hacemos sillas de maderas, las vestimos. Tomamos pedimos por Internet y los clientes los vienen a buscar. Hacemos todo por encargo y no atendemos al público. No sé qué estaban buscando”, afirmó.
Por la tarde, Eduardo radicó la denuncia en la Comisaría N° 8 de Las Catonas, donde le tomaron declaración y entregó las imágenes del hecho. En la investigación, interviene la UFI N°1 de Moreno. Horas después, los policías -esta vez reales- acudieron a su casa para tomar evidencias y recabar más información. Ya no estaban sus tres hijos. A las más chicas las llevaron a la casa de un familiar por precaución y para evitar exponerlas al movimiento de medios, móviles policiales y vecinos curiosos. No vieron lo que pasó, solo escucharon los ruidos. El mayor sí vio a la mujer que ingresó a la casa. Hijo de una relación anterior, le hizo un pedido a su padre: “Tiene once años, vio y entendió todo. Después de lo que pasó me dijo ‘papi, me quiero ir a la casa de mi mamá porque tengo miedo’”.
Eduardo afirma que hace unos meses un vecino sufrió una entradera con el mismo método delictivo: un presunto allanamiento de falsos policías. Y que últimamente la alarma en el barrio suena seguido: comúnmente por los motochorros que le roban a la gente que sale temprano a trabajar. “La alarma vecinal es un botón y cada vecino tiene uno con su número. Cada vez que suena tratamos de salir para hacer bulto y ver si se puede solucionar el problema”, contó: “Si yo no tocaba la alarma, andá a saber lo que pasaba. Por eso traté de sacarlos para afuera. Eran mis hijos y mi mujer o yo”.
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