Hay formas argentinas de lidiar con el vacío. En una ruta bonaerense, con la pandemia que redefine la era moderna en el aire, con la chance de contagiarse y morir, Ezequiel Moscoso camina con lo puesto: una muda de ropa, una carpa, un amigo y una bandera. El amigo es para no estar solo. La carpa es para dormir al costado de la ruta, para no ingresar en ninguna ciudad a causa del aislamiento. La bandera es la historia de su vida.
Ezequiel salió a pie tres días atrás desde Monte Hermoso, piensa llegar hasta la Casa Rosada con esa bandera, para que lo reciba el presidente Alberto Fernández y reclamar justicia. Cinco años atrás, a fines de mayo de 2015, luego de varios días de desaparición, el cuerpo de su sobrina Katherine había sido encontrado en un médano de la ciudad costera cercana a Bahía Blanca. La autopsia realizada al cuerpo en la morgue de la zona dijo algo horrible, que había muerto por asfixia por sepultamiento. A Katherine, según los forenses, la enterraron viva.
Luego, Monte Hermoso ardió.
Con el tiempo, Ezequiel se convirtió en el garante de la memoria de su sobrina. Erigió pequeños santuarios en la plaza frente al pequeño monoblock donde Katherine vivía, estampó una remera con su cara para salir a vender helados para los turistas en temporada, encabezó marchas y batucadas con un redoblante. Se constituyó como querellante en los tribunales: se reunió con el procurador Julio Conte Grand para motorizar el expediente, presentó nuevas denuncias. Su hipótesis habla de una trama infame, fiestas sexuales regenteadas por patovicas para servir el placer de funcionarios públicos con chicas pobres y tomadas por la fuerza, como Natalia Melmann, casi 20 años atrás, ultrajada hasta la muerte por policías. Katherine tenía 18 años, un retraso madurativo leve, estudiaba en una escuela especial. Fue vista por última vez en la disco Arenas de la zona. Había ido a bailar con sus amigas.
Hoy, cinco años después, la causa sigue sin ningún detenido, ningún condenado.
Así, Ezequiel peregrina la ruta junto a su amigo y su carpa. Son 630 kilómetros a pie hasta la meta. Envía videos desde el camino, ya llegó a Tres Arroyos, ni siquiera un cuarto del trayecto, los días que vienen serán más fríos que los anteriores. Sin embargo, Ezequiel tiene ánimo, hay una forma de épica en lo que hace, un poco desesperada, pero es épica, el hombre solo contra todo. Monte Hermoso era un lugar mucho más desolado hace cinco años atrás, en los días de la muerte en la arena.
Después de las puebladas y las turbas que terminaron con la muerte a golpes a “Canini” González, un jubilado acusado de proxeneta e implicado por rumores en el crimen, del incendio en la casa del secretario de Seguridad del municipio, Marta Mesa se sentaba en la mesa de su cocina, entre paredes húmedas, la pintura turquesa carcomida. Las trabajadoras de Desarrollo Social le hablaban en voz baja, los vecinos llegaban a la puerta con los móviles de televisión. Marta, de 63 años, se levantaba de su silla vieja con cierta dificultad, levantaba la voz por encima del ruido del calefón destartalado.
Marta era, es, la madre de Ezequiel, la abuela de Katherine.
La abuela había criado a Katherine luego de que su propia mamá la abandonara. La madre no estaba lejos, Vivía en Coronel Dorrego, a 50 kilómetros de distancia, vivía una nueva vida en pareja con un camionero. “Tuve la tenencia provisoria de mi nieta, tramitamos la permanente. El papá verdadero de ella nunca la reconoció, estuvo preso, salió del penal y lo mataron, parece que lo mató la misma policía. Y mi hija me la dio para que la críe, a ella y a su media hermana, Macarena”, recordó Marta. Su madre habría querido vivir con ella, decían otros familiares de Katherine, pero su pareja, el camionero, habría sido el problema.
Así, durante 15 años, Katherine llamó “papá” a su propio abuelo, que ya había muerto para ese entonces, durante 15 años compartió la cama de su abuela. Ahí, a la noche, Katherine hablaba. Le contaba a Marta de sus planes de casarse y de tener un bebé, de los juguetes que encontraba en la calle y conservaba para su hipotético hijo. “Yo no lo voy a abandonar”, le decía Katherine a su abuela. Quizás, la frase resonaba con su propia historia. Marta le consiguió a Katherine un psicólogo que ayude a estimularla con su condición. “Hizo terapia hasta los doce años. Después no quiso ir más. Era como una chiquilina. Pero cantaba, memorizaba bien. No podía mandarla al almacén, volvía con cualquier cosa”, decía la abuela.
Marta, en un pueblo de intrigas, no sabía de quién sospechar: “Estoy seguro que alguien la entregó, o que no se prestó a algo y por eso la mataron. Quizás la querían cambiar por droga”, decía. La vio por última vez el domingo 17, mientras se iba a la disco Arenas. “Kathy” se escabulló: “Yo no le había dejado ir a bailar, se había armado un bolsito con un pantalón de jean y una remerita”, recordó. Marta no estaba a favor del linchamiento de “Canini”, no le parecía que fuese la forma.
Katherine tenía una amiga, su mejor amiga, Daiana Sánchez. En esas horas, Daiana, de 24 años, también con un retraso madurativo, estaba detenida, la única acusada del crimen en aquel entonces. Marta la conocía, Daiana venía seguido para escaparse de la pieza sin baño que le alquilaba a “Canini”, el hombre linchado. “Esa negra amenazó con matarme”, aseguraba Marta que le dijo su nieta, tiempo antes de morir.
El testimonio de la joven detenida al sitio La Brújula 24 en Bahía Blanca se volvió algo escalofriante para Marta y su familia: allí, Daiana reconoció los celos que le tenía a Katherine y le endilgó el crimen a Guillermo Moyano, apodado “Pemo”, un joven de 26 años, peón de albañil, que fue su novio, que vivía a pocas cuadras del médano donde la encontraron muerta.
“Pemo”, según él mismo, tuvo un roce con Katherine.
“Pemo” ya no estaba en su casa para aquel entonces. Se escondía en lo de un familiar en otra ciudad de la zona, en la cocina de su hermana. Lo encontré, luego de salir a buscarlo. Accedió recibirme y hablar. “Y bueno, pasó, soy hombre”, decía de su situación, de su triángulo amoroso con dos jóvenes con retraso mental que terminó en un femicidio.
Moyano estuvo en la disco Arenas de Monte Hermoso la noche del 17 de mayo, en que Katherine desapareció, aunque testigos afirmaron haber visto a la chica deambulando por las calles del pueblo el día después. Allí, dijo él, “la vi bailando con dos hombres, de entre 20 y 25 años, no la saludé”. Tras salir de la disco al amanecer, Guillermo visitó a Daiana en la pieza que “Canini” le alquilaba: admitió tener sexo con ella. “Yo iba. Si estaba me abría la puerta, si no, no”, dice. Dos días antes de la aparición del cuerpo de Katherine, declaró como testigo en una comisaría en Monte Hermoso.
En su refugio, frente al termo del mate, decía que escapaba de los supuestos apremios ilegales de la policía, que vinieron dos efectivos a apretarlo, le hablaban de ponerle “una bolsa en la cabeza”. Daiana mismo lo había señalado para que lo investiguen.
Finalmente, “Pemo” no fue imputado de nada. Nadie fue imputado de nada. Daiana fue liberada al mes siguiente, aunque sujeta al proceso.
Para el 27 de mayo, 10 días después de la desaparición de “Kathy”, ya no quedaban muchos periodistas en Monte Hermoso, que recuperaba su ritmo, o una especie de silencio. Busqué a la madre de Katherine en Coronel Dorrego; nadie respondió a la puerta. El crimen iba camino a resolverse, o a estancarse. Finalmente, todos los periodistas se fueron, yo con ellos.
Josué, un nieto de “Canini” fue señalado como sospechoso, se ahorcó en agosto de 2018 en la misma casa en la que su abuelo fue linchado en el barrio Procasa. Supuestamente lo vieron discutiendo y forcejeando con Katherine en la noche de su desaparición. Medios bahienses locales hablarían un año después de un expediente reservado manejado en estricto secreto, con novedades en camino, pero que los Moscoso o su abogado ni siquiera podían ver.
Poco después, el tío Ezequiel comenzó a levantar la voz.
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