El abogado Sergio Samuel Arenas estaba por ganar una partida de ajedrez ante un amigo. Pero cuando analizaba un movimiento de piezas, se le cruzó una imagen como un relámpago en medio de la noche más oscura. Sintió que las piezas perdían forma y que se alejaba de ese lugar. Su contrincante lo terminó por vencer.
A esa altura, el tablero era un jeroglífico indescifrable para Arenas. Su cabeza estaba en otro lado.
¿Cuál era la imagen que lo perturbó y lo llevó a un plano oscuro?
Fue el rostro de Emilio del Carmen Salazar, un técnico industrial que ocultaba a un psicópata perverso. Pero sobretodo, en Arenas seguía esa mirada cínica del asesino, que parecía seguirlo aun cuando el abogado se iba a su casa. Una mirada que parecía traspasarlo. Algo viscoso y tóxico que debió sortear para fortalecerse. Su rol -y a la vez desafío- era clave para que esa hombre terminara en la cárcel casi de por vida.
Por ese entonces intentó bucear y meterse en la cabeza del femicida.
Hace nueve años, Arenas era el abogado acusador por parte de la familia que había destrozado Salazar, el femicida que el 13 de marzo de 2009, en Pilar, mató a martillazos a su esposa, Nancy López, y luego la descuartizó. Él tenía 36. Ella, 33. Ambos tenía una hija de 3 años, que mientras ocurrió el femicdio estuvo encerrada en su pieza con su perro.
Vivían desde hacía cuatro años en un departamento de la calle Sanguinetti al 200, en la parte de arriba de una panadería, cerca del centro de Pilar.
Los investigadores creen que mató a Nancy para poder vivir en la misma casa con Mariela Correa, de 41 años, que era su amante. Aunque en el comienzo él le dijo que vivía solo, que su esposa lo había abandonado y estaba a cargo de su hijita. “Soy un poco papá y mamá”, le escribió en una carta. Pero Nancy seguía viviendo en esa casa. Correa dijo que fue víctima de una “gran mentira” de Salazar.
Más adelante, sospechan los pesquisas, habría usado a su amante para deshacerse de su esposa. Sin embargo, la mujer fue absuelta de esas acusaciones.
Para el hermano de Nancy, Adolfo López, “lo importante es que quedó probado que fue un plan elaborado minuciosamente”.
El juicio oral contra Salazar (que ahora tiene 47 años y está detenido en la cárcel de Florencio Varela) se desarrolló en junio y el Tribunal Oral en lo Criminal Número 7 de San Isidro, integrado por los jueces María Coelho, Mónica Tisato y Eduardo Lavegna, lo condenó el 6 de julio de 2011 a reclusión perpetua más la accesoria por tiempo indeterminado.
Es la misma pena que el 27 de noviembre de 1980 recibió Carlos Eduardo Robledo Puch, el Ángel Negro que entre 1971 y 1972 mató a once personas y está preso desde entonces.
Salazar fue juzgado en una jaula, como el asesino serial ruso Andrei Chikatilo.
Desde allí, recuerda Arenas, hablaba solo o gritaba, como un animal enjaulado que tiene la posibilidad de expresarse.
-¡Barreda corazón!
-¡Robledo Puch es supremo! Yo soy un ser supremo.
La pena que recibió podría dejarlo en libertad dentro de 40 años. Salazar tendrá 86 años. “Creo que no saldrá nunca más. Además, ningún informe psicológico o de conducta le dará favorable”.
“Su conducta fue inhumana y degradante”, argumentaron los jueces.
El fiscal, y el abogado querellante Arenas, pudieron reconstruir que la noche del femicido, mientras su pequeña hija dormía, Salazar tomó dos martillos, siguió a su mujer hasta el baño y la asesinó a golpes.
En otra carta, mientras planeaba eliminar a Nancy, le escribe a la mujer que intentaba conquistar: “Soy familiero, no soy de salir, no fumo, no tomo alcohol, no me drogo. Eso sí: tomo mucha leche. Dos litros por día. Soy muy lechero”.
Nancy sufría la violencia machista de Salazar desde tiempo antes. Una amiga suya declaró que estaba aterrorizada porque él la maltrataba. Y una vez hizo una exposición.
-Mató a Nancy porque era un estorbo para sus fines, el quería vivir con su amante y su hija. Es un psicópata de libro, calculador, perverso, frío, pero no muy inteligente.
Eso dice Arenas.
Hasta hoy ese caso tenebroso lo persigue. Es un abogado que pasa más tiempo en las bibliotecas o leyendo expedientes que en los sets de televisión. Su punto fuerte es su obsesión por los detalles y las estrategias. Experto ajedrecista, trataba de manejar los casos como si los expedientes fueran un tablero.
Logró notoriedad en la acertada defensa de Sebastián García Bolster, el “ingeniero” del Robo del siglo. Arenas logró que al acusado de robar el banco Río le bajaran la pena y además que no se lo ubicara en la escena del hecho.
-Pero el caso Salazar me marcó. Fue muy macabro. Entré en la casa donde ocurrió todo. No lo voy a describir porque sería morboso. Investigué a este psicópata y cuando lo interrogué pude quebrarlo, sobre todo cuando le hablé de su hijita, de todo el daño que le había hecho.
-¿Qué hizo después de matar?
-Él se deshizo de parte del cuerpo andando en la misma bicicleta donde llevaba a su hija y en la que repartió panfletos hechos por él para que buscaran a su esposa, que él mismo había asesinado.
-¿Es verdad que miraba videos de asesinos?
-Él miraba videos de mujeres que iban a ser asesinadas, de autopsias, porque quería aprender a desmembrar un cuerpo, y hasta de asesinatos rumanos... Justo donde se dice que nació Drácula.
-¿Salazar tenía una amante?
-Los jueces condenaron a cinco años y nueve meses de prisión a Mariela Alejandra Correa, la mujer que lo habría ayudado a limpiar la escena del crimen con un pote de lavandina. Pero Casación la absolvió. Se habían conocido por un chat de Internet. Eso quedó claro en el juicio y en la investigación del fiscal Marcos Petersen Victorica. No sólo eso. Ante esta mujer se hacía pasar por dos hermanas que no tenía.
Se había inventado esas hermanas para hablar bien de él ante su amante. A quien le decía: “Emilio es un gran hombre, muy fuerte. Un héroe que nos protege. Cría solo a su hija. Es un ángel. Es bueno con las mujeres, y además muy viril. Lo de su ex mujer, no sé que decir... dejar abandonada a una nena como un trapo viejo, como muchas veces se lee en las noticias”, llegó a escribir. Por entonces, Nancy vivía, pero él le hacía creer que lo había abandonado a él y a su hija por otro.
-Estudié mucho por esos días, porque él parecía impenetrable. Era como hablarle a la pared. Hasta que me fijé y vi videos de las técnicas interrogatorias del FBI para asesinos y en un momento cuando le hablé de su hija él cambió su discurso, que parecía amurallado como él. Usó un martillo y como no la pudo matar, usó el otro para rematarla. Por entonces no existía la figura del femicidio. Y ellos no estaban casados. Por eso fue fundamental probar la alevosía. Que la mató sin peligro para él, en estado de indefensión para ella. Sino lo condenaban a homicidio simple...
Salazar trabajaba en el polo industrial de Pilar. Nancy en Frigor.
En su declaración, el acusado dijo que era inocente.
“La mató el amante que ella tenía”, mintió.
Frente al interrogatorio en el juicio, se mostró estructurado, casi invulnerable. Parecía programado. Hasta que Arenas comenzó a derribar la estructura del relato.
-Dijo que los martillos los había comprado para arreglar un ventilador, pero el ventilador de su casa se colocaba con destornilladores. No hacía falta ningún martillo para repararlo ni nada por el estilo. No tuvo más remedio que decir: “La maté a martillazos y después la seccioné. No recuerdo en qué momento y cómo”.
Cuando en la sala se pasaron los videos siniestros que miraba, muchos de los presentes se taparon los ojos. Salazar miraba con atención y se reía.
-Después de ese momento hubo un cuarto intermedio porque todo daba náuseas -recuerda Arenas.
Mientras buscaban a su esposa, Salazar cenaba con sus suegros y con su cuñado y se mostraba consternado. Y buscaba desviar la situación. Hasta fue a hacer la denuncia (hecho por el cual también fue condenado, por falsa denuncia) y dijo que su mujer había abandonado el hogar.
En el juicio se pudo reconstruir los momentos previos al asesinato. “Vení, amorcito. Está la comida. Te hice arroz con pollo”, es el mensaje de texto que le envió a Nancy. Ella le escribió a una amiga: “Le tengo miedo”. La nena dormía. Salazar, y esto Nancy no lo sabía, la había encerrado a la niña y al perro con llave.
Cuando ella entró en la cocina, él se le abalanzó desde atrás de la puerta y la atacó a martillazos. La descuartizó en el baño. Salazar usó un cuchillo y una sierra. Terminó de deshacerse del cuerpo en la colectora de la Panamericana, después de que tomara un remís. Llevaba lo que quedaba de Nancy en una bolsa.
Al remisero le dijo por teléfono y luego en persona: “Metele porque al perro se le están enfriando las patitas, se va a endurecer y va a ser más difícil levantarlo”:
Cuando el chofer fue a declarar, seguía horrorizado. Llegó descompuesto a los Tribunales.
Cuatro días después, los restos de la víctima fueron reconocidos por los tatuajes de escorpiones que tenía.
El primer hallazgo fue un brazo que apareció en el barrio Santa Marta. Al otro día, dos cartoneros encontraron un torso adentro de una bolsa de residuos, a pocos metros de la Panamericana, en el kilómetro 52, a la altura de Pilar.
“Primero se deshizo de algunos miembros que cargó en su bicicleta. Luego tiró el resto cuando pidió el remís”, dice una fuente del caso.
Cuando la Policía fue hallando los restos, se presentó en la casa de Salazar. Fue sorprendido con su amante.
En el celular de Correa hallaron estos mensajes que provenían del teléfono de Salazar: “Si no lo arreglo por los buenas, lo voy a hacer por las malas”, “Ahora sí estamos solos”, “Vamos a ser felices”.
-Todavía sigo afectado por esa historia. En mi alegato apunté que Salazar mató a partir de un plan y lo hizo con alevosía, dice el abogado.
Arenas pasó por muchos estados. Estuvo atormentado, firme a la hora de enfrentar a un hombre que parecía imperturbable y también conmovido. Una imagen que recuerda es la de la hijita de Nancy acariciando a su perro. “Fue una escena llena de luz, después de tanta oscuridad. Era como si el perro también la abrazara a ella, nunca sabremos qué pasó dentro de esa habitación mientras ocurría lo peor”, cuenta Arenas.
La nena, que hoy tiene doce años, está a cargo de sus abuelos maternos.
Del cruel Salazar se sabe poco y nada. Quizá sea mejor así.
Quedan como recuerdo lo que dijo después de escuchar el veredicto que lo catapultó al encierro casi de por vida:
-Y bueno, qué se le va a hacer.
Luego sonrió.
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