Berazategui y Moreno, los focos de la nueva violencia criminal en el conurbano: drogas y robos detrás de una serie de asesinatos

En medio de hechos de alto impacto en toda la provincia, ambos municipios concentran casos de inusitada violencia en plena cuarentena

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El 38: el revolver descartado por Diego Arzamendia al fugarse del robo que terminó con su cómplice muerto.
El 38: el revolver descartado por Diego Arzamendia al fugarse del robo que terminó con su cómplice muerto.

Augusto Iturralde y Diego Arzamendia eran compañeros en sus salidas. Se conocían de su barrio, Villa Mitre, de casas bajas y calles con asfalto, no más conflictivo que otros barrios del conurbano bonaerense, quizás algunas bandas, pero no una zona de guerra. Augusto, con antecedentes por homicidio cuando era menor de edad, con causas previas por robo a mano armada, era quizás un poco más impulsivo que Diego. “Andaba zarpado, afanaba en el barrio”, cuenta un histórico en la zona: “Están los que salen a afanar cuando se les acaba la falopa, y está un pibe como Augusto”.

El domingo pasado a comienzos de la noche, Augusto y Diego cruzaron desde Villa Mitre hacia Hudson, unos cinco kilómetros, a bordo de su moto negra. Intentaron robarle, supuestamente, a un efectivo de la Policía de la Ciudad que se disponía a hacer unas compras en un comercio del lugar. Intercambiaron disparos, el policía descargó su pistola once veces, según un peritaje balístico posterior a cargo de Gendarmería.

Augusto, de 25 años, murió, atravesado por un disparo en el pulmón, dijo la autopsia posterior. Su cadáver quedó junto a su moto, con su campera negra y sus zapatillas blancas. Diego huyó a pie. Descartó el arma que había llevado para el asalto, un viejo revolver calibre .38. El policía, tras ser detenido, quedó libre, la Justicia evaluó que había actuado en

La familia de Augusto resintió que Arzamendia escapara, que dejara tirado a su compañero aunque cargar un cadáver en moto sea algo complicado. Se presentaron en una comisaría de la zona. Dijeron en la comisaría que querían hacer “justicia por mano propia”, con ánimos calientes. La fiscal Silvia Borrone, a cargo de investigar el caso, no sabía la identidad de Arzamendia, no tenía forma de determinarla: la familia de Iturralde mismo lo marcó.

Dos días después, mientras la familia de su cómplice recibía el cadáver de Augusto para velarlo, Arzamendia completó el círculo. Ayer martes, cerca de las 17, apareció en el centro comercial de Berazategui. Lo vieron fuera de sí, agitando una cuchilla de cocina, un estado de furor que captaron cámaras de seguridad, al menos una decena de testigos en pleno horario de trabajo.

Policías en Villa Mitre, de donde eran oriundos Arzamendia e Iturralde (Twitter)
Policías en Villa Mitre, de donde eran oriundos Arzamendia e Iturralde (Twitter)

“¡Estoy jugado, estoy jugado!”, gritaba Diego. Policías de la fuerza local lo persiguieron, se parapetaron en grupo, luego de que se abalanzara sobre dos de ellos. Terminó muerto, con dos tiros de una reglamentaria en el cuerpo, llegó al hospital Evita Pueblo en una ambulancia. La fiscal Borrone, a cargo del caso también, espera la pericia toxicológica a su sangre, algo que tomará un tiempo. Las fotos de Arzamendia ensangrentado y moribundo con su jogging negro manchado de rojo y su corte de pelo al ras se filtraron en Facebook, junto con videos que lo mostraban cuchillo en mano. “Boquea como pescado fuera del agua”, se burló un usuario, al verlo morir.

Mientras tanto, en Berazategui, la realidad se vuelve otra. “De las tres jurisdicciones de Quilmes, con Quilmes mismo y Varela, era comparativamente la más tranquila, pero algo pasa”, asegura un investigador histórico en la Justicia local. “Los homicidios de los últimos tiempos no son frecuentes”, apunta un alto jefe en tribunales. Los delitos no aumentaron, aseguran estas fuentes, no estadísticamente, al menos no en los números, pero las historias son otras, son peores, más violentas.

La semana previa a la cuarentena, según estadísticas de fuentes oficiales, el departamento entero de Quilmes había registrado cinco casos homicidios, dos de ellos en ocasión de robo, 360 robos, 130 de ellos con algún tipo de agravante como el uso de arma, 160 hurtos, 134 causas por estupefacientes. La primera semana de cuarentena había bajado el calor del fuego. El efecto pandemia se sintió, al menos en lo inmediato: dos homicidios en total, 81 casos de robo. A nivel provincial fueron 7100 nuevos expedientes contados por la Procuración contra 18 mil de la semana anterior.

Hoy, las mismas fuentes oficiales consultadas por Infobae no hablan, por el momento, de nuevas estadísticas, no las tienen. Pero en medio de la cantidad de casos de alto impacto a lo largo de la provincia, los robos que terminan en muerte, muera la víctima, muera el victimario, parecen ser el nuevo standard. Berazategui tiene los suyos.

Iturralde y Arzamendia no fueron los únicos en morir a manos de un policía en un presunto robo. La historia esta vez es distinta. A mediados de mayo, en el mismo partido, Alan Maidana, un joven de 19 años, fue también asesinado de un tiro en la espalda por otro policía, esta vez un cabo primero de la Federal, en el mismo partido, lo que generó una fuerte indignación en la zona con marchas para reclamar justicia. El fiscal Daniel Ichazo imputó al policía, llamado Germán Bentos, por homicidio agravado, un posible caso de gatillo fácil. El policía aseguró que se defendía de un presunto intento de robo. La bandera de su familia, desplegada en las protestas, dice: “Perdimos tanto que ya perdimos el miedo”.

Alan Maidana, muerto en Berazategui por disparos policiales.
Alan Maidana, muerto en Berazategui por disparos policiales.

Días antes, dos hermanos de 19 y 24 años fueron detenidos por el homicidio de Miguel Jesús Carballo, ocurrido el 9 de mayo. Murió de un tiro en el pecho, desangrado. Le encontraron plantas de marihuana en su casa, se cree que vendía flores de la hierba, no hubo robo en su casa: se cree que lo mataron por una disputa dealer, un posible robo cogollero, con un expediente a cargo del fiscal Carlos Riera. También a mediados de mayo, poco después del crimen de Carballo, Irma Sosa, una jubilada de 75 años, fue encontrada muerta en su casa de la calle 118, su cadáver quemado. Su nieto que vivía al fondo de la propiedad fue detenido. La hipótesis: Irma se negó a darle plata para comprar droga. El 12 de marzo, días antes del aislamiento, un hombre de 47 años murió a tiros mientras forcejeaba con dos ladrones encapuchados en su casa de Ranelagh. Su familia lo vio todo.

Las peleas de gallos que terminan en la morgue también se sienten, más allá de cualquier robo o hecho de inseguridad. “De cinco homicidios que me tocaron, cuatro fueron por peleas entre personas”, asegura un fiscal de la zona. El 27 de mayo por la madrugada en la esquina de 16 y 126, Darío Ezequiel Villalba recibió un cuchillo en el pecho por defender a un adolescente que agredían a la salida de una fiesta. El fiscal Ichazo detuvo a un hombre por el crimen. El detenido, que simuló auxiliar a Villalba en medio del caos, dijo que habían intentado matarlo en otro intento de robo.

Los transas juegan también: “El Viejo Coco”, de 74 años, y su nieto “El Parri”, de 34, con prontuario narco histórico, fueron encontrados por la Bonaerense mientras vendían paco y cocaína en su viejo rancho del barrio Bustillo. Tenían 20 mil pesos en efectivo, 450 piedritas de paco. Los habían liberado de la cárcel con el pretexto del coronavirus, al ser un grupo de riesgo. Según Télam, ambos contrajeron tuberculosis, una enfermedad infecciosa que se repite en los penales bonaerenses.

Los investigadores hablan de situaciones salvajes, caóticas, adictos que balean a sus traficantes porque no les venden, borracheras que terminan en lesiones graves. Hay varios termómetros, testers para la violencia. La morgue es uno, las celdas otro, las guardias de hospitales también sirven. Paradójicamente, fuentes en los organismos de salud aseguran que al hospital Evita Pueblo, uno de los principales de la zona, entró tan solo un herido de bala en todo el mes de mayo.

Debora Ríos, asesinada en Moreno.
Debora Ríos, asesinada en Moreno.

De vuelta en un penal no muy lejos de Berazategui, un ladrón histórico con dos condenas que lee las noticias desde su teléfono dice: “Estos pibes están zarpados. No saben afanar sin sangre, son pendejos, todos con la motito haciendo quilombo, están del orto”.

Casualmente, en Berazategui ocurrió a fines de abril uno de los robos más lucrativos y sofisticados de los últimos tiempos, sin una sola gota roja en el suelo. Un grupo de al menos cinco asaltantes entró a la casa de Norberto Velay, “El Tano”, de 55 años de edad, en el country Los Ombúes de Hudson, para llevarse más de 30 millones de pesos de la recaudación de cigarrillos. Se fueron con un móvil de la empresa de seguridad del country, habían deshabilitado las cámaras de seguridad violentando los servidores. Un informático fue detenido por la fiscal Borrone como cabeza de la banda.

Moreno, del otro lado del conurbano, también se hace sentir. El crimen barbárico de la playera de estación de servicio Débora Angel Rios, muerta a puñaladas y golpes en la cabeza, se suma al asesinato de un hombre de 71 años en su casa de Trujui, golpeado y ahorcado quizás por alguien que lo conocía, descubierto anoche. El 3 de junio, en el mismo día, también en Trujui, el cadáver de otro hombre fue encontrado con un tiro en la cara, envuelto en una alfombra en un baldío. En Las Catonas, un albañil fue acribillado de siete tiros mientras tomaba mate ese mismo día: lo mataron frente a su novia, al parecer, en un ajuste de cuentas.

El cambio aquí es mucho más dramático. En la semana previa a la cuarentena, de acuerdo a datos oficiales, Moreno tuvo apenas un solo homicidio.

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