Pocos días después de ser sometida y denigrada por una manada de al menos 11 varones en una previa de alcohol de su barrio, el Santa Rosa de Florencio Varela, Victoria Mateluna decidió filmar un video para difundir en las redes sociales.
Lo hizo sola, sentada en una cama, con un teléfono que su mejor amiga le había prestado, ni siquiera tenía uno propio. En ese video, Victoria señaló a esos varones, con nombre y apellido, uno por uno. Los había denunciado la Comisaría 1° de su zona, luego de despertar en el piso mojada de la fiesta, en llanto, con escenas como chispas en su cabeza, semidesnuda, con el olor punzante de la lavandina que alguien había echado, solo un bretel de su corpiño en pie. “Andate”, le dijo el dueño de casa: “Andate”. Una amiga la había llevado hasta ahí esa noche.
Entonces, Victoria corrió por la calle de tierra, en el barrio a la sombra de la cancha de Defensa y Justicia, y pidió ayuda al primer policía que encontró. Tenía 17 años.
Al hacer su denuncia, Victoria atravesó todo el protocolo que se aplica a una víctima de violación: toma de testimonio, hisopados en cada una de sus partes para recolectar posibles perfiles genéticos, el ADN de otros.
“Empiezan a entrar todos en fila, me acuestan en la cama y me empiezan a violar”, continuó Miki: “Lo que yo les quiero decir, chicas, es que no se callen. Estuvieron como tres horas violándome. Se turnaban entre ellos, ‘andá, ponelo en cuatro, te toca a vos’. Uno me agarraba la cabeza y me decía que se la chupe”. Su amiga que la llevó hasta ahí también aparece en su relato en el video, riéndose mientras la abusaban bestialmente desde el marco de la puerta.
Al día siguiente de difundir ese video, Victoria recibió una serie de audios a través del servicio de mensajes de su perfil de Facebook. Era una mujer de su barrio, una madre, la madre de uno de los varones que acusó ante la Justicia y mencionó en el video. Lo que esa mujer dijo en esos audios estaba totalmente vacío de empatía. No había ninguna palabra de aliento para Vicky, sino todo lo contrario. “Te voy a partir el alma si no retirás la denuncia”, le dijo.
“Si no querés que vaya a la comisaría y te denuncie por falso testimonio más te vale que elimines todo lo que pusiste en Facebook. Agarrá y aclará mamita, declará, decí que ‘yo pensé que eran tales chicos los que estaban esa noche y me acordé…’ Vos lo hiciste viral…”, le dijo la mujer, con la voz retorcida.
El monólogo de la mujer avanzó hacia la coacción explícita: “Vos lo viniste a buscar acá a mi casa a P.,", en referencia a su hijo: "Yo tengo cámaras en mi casa. Si no te diste cuenta que tengo cámaras en mi casa… Pará mamita, ¿qué te pasó que estás pelotuda? ¿Por qué te drogaste esa noche, mogólica, y te dejaste coger por diez guachos? Más te vale que me limpiés al guacho porque cuando te agarre te voy a partir el alma”.
Así, una mujer, una madre de familia, amedrentaba a una víctima para que retire su denuncia, a una chica sin padre, abandonada por su madre biológica, una chica que era madre también, con una bebé en sus brazos cuyo padre era el propio padrastro de Victoria, que se forzó sobre ella, la violó y la humilló durante años, una chica que vivía de prestado en el rancho de su tía que se dedicaba a cirujear.
Con el tiempo, con una causa investigada por la UFI N°8 de Florencio Varela y el Juzgado de Garantías N°6, los once varones terminaron detenidos, enviados a comisarías y luego a prisiones bonaerenses. Uno de ellos era menor de edad, con apenas 14 años, con un expediente propio en la Justicia de menores. Otro de ellos, Nehemías González, había permanecido prófugo durante un tiempo, para luego entregarse
Ese, básicamente, fue el pensamiento de muchos en el barrio Santa Rosa, algo con lo que Victoria tuvo que aprender a vivir, ese murmullo a sus espaldas, del que nunca pudo escapar del todo. Luego del abuso, Victoria vivió con su hija en un hogar de madres, luego pudo conseguir una casa donde comenzó a hacer sus artesanías para vender en ferias y escribió su diario íntimo, donde extraños se le aparecieron por la noche, para mirar fijo desde autos estacionados en la vereda de enfrente. Mientras tanto, los acusados tomaban sus teléfonos clandestinos en la cárcel, se tomaban selfies, vestidos con equipos deportivos de marca, con abogados particulares que los defendían
“Se drogó”, “se regaló”, “una putita”, decían en los almacenes, en los grupos de WhatsApp: “¿Y los ADN?” “¿Y los ADN?”. El barrio que defendía a sus primogénitos, varones preciados, a sus chicos cancheros de estilo turro, confiaba extrañamente en la ciencia.
Más de un año después, los resultados de esos estudios de ADN están. El juez de la causa, Diego Agüero, del Juzgado de Garantías N°6 de Florencio Varela, recibió los resultados en los últimos días de los análisis realizados por el Laboratorio de Análisis Comparativo de ADN de la Asesoría Pericial Departamental de La Plata. La demora fue insólita de más de dos años, atribuida a la falta de reactivos. El test de ADN más célebre de la última década, el del portero Jorge Mangeri, femicida de Ángeles Rawson, fue resuelto en cuestión de horas.
El barrio ya no puede decir nada: Victoria fue reivindicada.
De esos once varones, cinco fueron identificados a través de las muestras de semen recolectadas en el cuerpo de su víctima.
Nicolás Barreto, Alexander Germán Krick -el anfitrión, en cuya casa se realizó la previa, frente a la canchita de fútbol del Santa Rosa, Alan Gabriel Lazarte, Ezequiel Silva y Joel Octavio Coria fueron los implicados.
Los tests identificaron sus perfiles genéticos en las muestras encontradas en el cuello de Victoria, en ambas piezas de su ropa interior y en su vagina, también en su boca, una muestra recolectada a través de una gasa masticada. Nicolás Barreto aparece en las muestras del hisopado del cuello y en la boca. El perfil de Alan Lazarte, el mayor de los acusados en términos de edad, de un barrio aledaño al Santa Rosa, de 25 años de edad al momento del ataque, padre de una nena, fue encontrado de los órganos sexuales y la bombacha de Victoria.
Los otros cinco detenidos, entre ellos Laureano Coria, hermano mayor de Joel Octavio, continuarán en la cárcel. Que sus nombres no aparezcan en la lista podrá sonar bien para sus defensas, pero en los cálculos de una Justicia penal contemporánea y con perspectiva de género, una pericia de material genético no es la única pieza de evidencia importante. El relato de la víctima es clave. Y para el juez Agüero, el relato de Victoria es sólido.
Hay, por otra parte, otra incógnita que revela el test: se detectaron, al menos, otros cinco perfiles genéticos sin nombre y apellido, de varones que no son parte de la causa, o de los perfiles entregados.
La violación en manada, en sí, podría ser mucho mayor. Hay, según los cálculos del juez Agüero, cinco nuevos prófugos allá afuera. Victoria habló de “sombras” en su declaración. Ahora, esas sombras deberán tener un nombre.
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