Hay un momento en la misa, la consagración de la Eucaristía, uno de los momentos más sublimes de la liturgia cristiana, tomar el pan y el vino en la misa para volverlo parte del misterio de Cristo y entregarlo a la congregación, para ser uno en Dios y uno en los hombres. El símbolo es antiguo y poderoso, la responsabilidad del sacerdote como líder espiritual de una comunidad. Aquí, el sacerdote se justifica a sí mismo como el intermediario de lo divino, a través de esa consagración.
El cura Manuel Fernando Pascual era el religioso al frente de las Hermanas de San José, una pequeña orden de monjas que regenteaba obras de bien, el Hogar Amparo Maternal en Núñez para mujeres en situación de calle con sus hijos, un retiro espiritual, un campo llamado La Ermita ubicado en la zona de Capitán Sarmiento, a 150 kilómetros de Capital Federal.
Pascual solía dar misa en La Ermita, a veces en privado. Hubo una misa en noviembre de 2015, con una sola monja presente, en un retiro privado del cura donde la religiosa era su asistente. En la privacidad del campo, en plena misa y con el pan en su mano, Pascual tomó a la religiosa, la acarició. Luego, sin soltar la eucaristía, subió con su mano hasta su entrepierna. La monja rompió el llanto.
La escena data de noviembre de 2015, es parte de la declaración testimonial que esa monja hizo ante la Justicia. No fue la única vez que el padre Manuel la habría atacado: en su declaración, la religiosa relató cómo el sacerdote, de 60 años en aquel entonces, la habría forzado en otras visitas a solas al retiro espiritual durante ese año, donde la monja iba como sirvienta del cura para la limpieza y otras tareas domésticas. La atacó, contó la víctima, mientras rezaban a solas, juntos por la noche.
El padre hasta tenía un discurso para ella, para someterla en medio del aislamiento, en la casa de La Ermita en el medio del campo, con el sonido de grillos y nadie en cientos de metros a la redonda: la invitaba a masturbarse frente a él, a que se desnudara para desatar a “la mujer que llevaba dentro”. El cura, según el relato de la religiosa, se habría garantizado el silencio al tomar por la fuerza su teléfono celular y quedárselo.
Esta religiosa no fue la única en acusarlo. Otra más declaró contra el padre Manuel, con un expediente iniciado en 2019, a cargo del fiscal Marcelo Retes, Fiscalía N°23. Sus víctimas no serían solo dos, sino cinco. Sin embargo, solo dos de ellas llevaron adelante la acusación en su contra.
Hoy, el sacerdote está preso en el penal de Ezeiza. Fue elevado a juicio ante el Tribunal Oral Criminal N°4, aunque, paradójicamente, el Arzobispado de Buenos Aires, continuaba siendo su empleador al menos hasta abril último según registros previsionales, con el pago de sus aportes incluido.
En su descargo, Pascual negó las acusaciones en su contra e hizo un racconto de su vida en la Iglesia, donde aseguró que fue durante “más de veinte años" "la cara de la institución del Arzobispado” de acuerdo a la transcripción, habló de su rol como encargado de acompañamiento espiritual en la Diócesis de Buenos Aires, designado por Monseñor Antonio Quarracino y por el actual papa, Jorge Mario Bergoglio. Habló también de un complot en su contra, un presunto interés negro. En su relato, señaló a una prominente organización en particular que nuclea a religiosos católicos que quería “sacarlo del medio”.
Con diagnósticos como presión alta y otras patologías de la cárcel, la defensa del cura pidió recibir el arresto domiciliario el mes pasado, que sea excarcelado con la excusa del coronavirus. El Tribunal se lo negó. Los motivos fueron simples: la naturaleza de la acusación, con una pena de hasta 40 años de cárcel si es que condenado, y las fuertes pruebas en su contra.
El padre Pascual no solo fue acusado de tocamientos furtivos, sino también de violación, abuso sexual con acceso carnal gravemente ultrajante agravado por su función de sacerdote, por aprovecharse de su rol de poder, cuatro años de presuntos ataques desde 2012 hasta 2016. Su primera víctima, que había sido víctima de otro abuso sexual años antes, lo acusó de penetrarla por la fuerza en la boca: Pascual era su confesor. “Quiero verte desnuda en el campo”, le habría dicho el cura a la monja, según su relato.
Otra vez, Pascual negó todo: aseguró que esta víctima era una “dominadora”, que ya habría tenido relaciones amorosas con otros dos sacerdotes y que juró que lo iba a “destruir".
El pedido de elevación a juicio firmado en su contra por el fiscal Marcelo Retes tiene un párrafo algo perturbador, el juego que el cura supuestamente jugaba. “Pascual ejerció una manipulación sobre su psiquis, siendo que la hacía hablar de situaciones traumáticas del pasado (entre las cuales constan abusos sexuales de vieja data), las cuales provocaban una profunda angustia en la victima, y frente a su incontenible llanto, Pascual aprovechaba el estado de vulnerabilidad, comenzando con el contacto físico y manipulación, de forma en que la besaba en todo el cuerpo y en la boca al tiempo que intentaba quitarle la ropa, esgrimiendo que dichas prácticas obedecían a buscar ‘una absolución, o bien sanarla del dolor que llevaba consigo”, dice el documento,o que “lo hacía para para que gozara y aprendiera a gozar”.
De allí, el cura seguía. El expediente en su contra tiene como prueba incorporada un escrito que el cura le entregaba a sus víctimas: “Lectura cristiana de la sexualidad femenina” era su título, una rara pastoral.
Hay en el expediente más de 50 piezas de evidencia consideradas: documentos, tareas policiales, los testimonios de las otras religiosas. Una de ellas relató cómo Pascual supuestamente la instruyó para “ser vulnerable y bajar las defensas que había creado a su alrededor" y que "para poder ser una buena hermana de San José tenía que ser muy humana, para poder ser una buena religiosa tenía que ser plenamente mujer, tenía que explorar el propio cuerpo, que tenía que permitirse sentir”.
No declararon únicamente monjas. Un hombre que aseguró haber sido seminarista relató que “el padre Pascual le propuso realizar una serie de ‘ejercicios’, a fin de destrabarlo sexualmente siendo que se encontraba muy reprimido”, asegura un documento de la causa. “Pascual acordó una reunión en su oficina de San Isidro, debiendo quitarse la ropa y esperar que arribe una monja”, continúa la transcripción del relato del testigo. En el “ejercicio”, la monja estaba desnuda.
Una psicóloga también dio su relato, la especialista a cargo de tratar a la primer víctima, la religiosa que acuso a Pascual de violación, aseguró que no había elementos de fabulación en su relato, así como una profunda angustia. El Cuerpo Médico Forense dijo lo mismo al evaluarla: “La estructura lógica del relato de los hechos denunciados no está interferida por ideación delirante, contenidos bizarros o relleno fabulatorio”, asegura el estudio posterior. Las secuelas son las mismas: angustia, desvalimiento, depresión, signos compatibles con las secuelas de un abuso sexual.
Seguí leyendo: