El lunes al mediodía, un grupo de presos de la Unidad N°32 en el complejo de cárceles de Florencio Varela tomo los patios para enfrentarse como toreros, con mantas montadas a los brazos para amortiguar el filo de las facas o las piedras que caían.
Al principio parecía otro resultado previsible de la química de los últimos tiempos, nada fuera de lo común, detenidos agitados por el fantasma del coronavirus, en una cárcel sobrepoblada, mil donde debería haber 500 según números que difundió Télam. Ocho pabellones habían salido a combatir bajo el sol, entre la ropa colgada, en los patios divididos por alambres. Intentaban treparse a los muros para cruzarlos, agitándose entre ellos. Hay una plaza en el penal, donde juegan los chicos de los detenidos.
Fueron 40 minutos de ira, con vidrios rotos, focos de incendio, lanzamiento de piedras, el disturbio explotó en pleno horario de talleres. El día no terminó bien. Los penitenciarios desde los muros replicaron con postas de goma: 10 carceleros heridos, 30 detenidos con lesiones, todas de carácter leve. El penal entero terminó encerrado, presos aislados entre sí, en silencio, con rumores de traslados masivos.
Era llamativo que la Unidad N°32 explotara. Sus internos, algunos veteranos del encierro, vieron desde sus celdas como a fines del mes pasado la Unidad N°23 en el mismo complejo iba a la guerra total con el motín más caótico y violento en la historia bonaerense reciente luego de oír el audio de WhatsApp de un supuesto médico del penal que decía que todos se contagiarían de covid-19. “O nos morimos del corona, o de huelga de hambre, o a los tiros", aseguró uno, desafiante, confundido. Así, se jugaron la suerte y ganaron los techos. Un preso terminó muerto con varios tiros de plomo en el cuerpo, tres penitenciarios luego fueron detenidos en una causa penal, pero la Unidad N°32, como colectivo, no hizo nada. Prefirió la paz.
De vuelta al disturbio de ayer, los presos de Varela rápidamente comenzaron a señalar responsabilidades. No era un conflicto de presos contra penitenciarios como en la 23. Fue de presos contra presos. Hablaron de instigadores. “Son los ‘hermanitos’”, coincidieron rápidamente los detenidos que no querían arriesgar la estabilidad y los beneficios conseguidos y los hombres de inteligencia del Servicio Penitenciario Federal. Es un término de jerga, viejo, histórico. Los “hermanitos” son los presos evangelistas, congregados en pabellones.
Tienen un lugar en el imaginario de las personas que no está presa, o no conoce un penal por dentro, se los concibe como lugares de paz y contemplación de una vida en Jesucristo, un refugio para que no maten a facazos a violadores o femicidas a cambio de una conversión. “El Nene" Sánchez, el asesino serial y violador de nenas de Avellaneda que enterró a sus víctimas bajo una losa, tenía un 10 en conducta tras las rejas en su registro del SPB. Se quitó la vida en 2017, ahorcándose en su celda del penal de Batán. Su ficha penitenciaria lo decía: se reconocía evangelista. Fabián Tablado, el asesino de Carolina Aló, 113 puñaladas, también estuvo encerrado en un pabellón de la fe.
Sin embargo, más allá de la religión, a 35 años del primer experimento en el penal de Olmos, con sus bautismos en piletas de lona y sus ordenes de jerarquía desde siervos a atalayas, con sus reglas estrictas de no beber ni fumar, los sectores cristianos de las cárceles se convirtieron en un nuevo factor de poder dentro del Servicio Penitenciario Bonaerense, y un poder que preocupa, que quizás, eventualmente, no se pueda controlar.
Todavía no hay una teoría el disturbio de la Unidad N°32. Algunos del lado penitenciario dicen que los evangelistas estaban hartos de sufrir acosos y verdugueos por parte de otro sector de presos liderados por un detenido al que insultaban desde las rejas en videos que viralizaron, con el equipo de rugby del penal en el centro del planteo. “Metete la guinda en el or...”, gritaban unos, en referencia a la pelota ovalada.
Otros por lo bajo, señalaban al preso pastor del lugar, “Edu”, o “El Gordo Edu”.
Daniel Eduardo P., oriundo de Avellaneda, 36 años, con su pena a cargo del Juzgado de Ejecución N°1 de Lomas de Zamora, tiene al menos dos causas en su contra de mediados de la década pasada, una por robo simple, otra por robo a mano armada en una entradera que terminó con un hombre muerto, un metalúrgico de 58 años. Los otros presos, los más veteranos, lo resienten, hablan de supuesta codicia, de un plan para “manejar” todos los pabellones de la Unidad N°32 menos el de homosexuales, hablan de impuestos oscuros, de quedarse con los “bagayos”, las bolsas de mercadería que las familias traen a los detenidos.
Algunos en el Servicio Penitenciario ven en él a un factor de poder y un emergente de los actuales tiempos tumberos. Sobre el pastor Eduardo, una figura de peso en el entramado de la cárcel apunta: “Las autoridades no lo quieren. Los pastores ganan poder y se vuelven anárquicos, difíciles de controlar”.
En Florencio Varela, lo cierto es que, sea la hipótesis que sea, los presos evangélicos salieron a destruir en vez de huir y leer la Biblia, como pasó en el motín de Sierra Chica que terminó con decapitaciones y empanadas con relleno de ser humano. Los evangelistas también controlaron su propio disturbio, apagaron lo que empezaron, algo que pudo ver de frente el ayudante fiscal Cristian Granados, que se presentó en el lugar.
Los presos piden ir a estos pabellones en busca de menos riesgo. Se les llama “refugiados” en la jerga, entre otros términos, buscan los beneficios de una convivencia donde tienen menos chances de ser apuñalados o humillados a diario. Fernando Benítez, condenado a 48 años de cárcel en Bahía Blanca por torturar, humillar y abusar de dos mujeres junto a su familia, pidió irse con los presos religiosos por miedo a que le hagan lo mismo que a su víctima. Así, el número crece. En 2017, 330 detenidos asistieron en Magdalena a un bautismo de pileta de lona dentro del penal.
A comienzos de 2018, el SPB calculaba que un 37% de su población se reconocía evangélica, más de 10 mil detenidos. En todo este esquema entran los pastores, algunos percibidos por los presos como líderes espirituales, testimonios de fe, hombres respetados. Un pastor evangélico contuvo a los rugbiers acusados de matar a Fernando Báez Sosa en el penal de Dolores, por ejemplo. Otros son vistos como simples chantas. Pero, al fin y al cabo, se trata de control.
Y en la fragilidad del presente, ese poder de control vale, y mucho.
Un ex funcionario del SPB que llegó a una de las más altas jerarquías dice sobre la dinámica entre pastores y autoridades: “La relación es de conveniencia. A la gente del Servicio le conviene tener pacificados los pabellones. Hay muchos penitenciarios que son evangélicos, pastores. A ver, con los hermanitos no vas a tener mayor quilombo. Llegado el momento de equilibrar a la balanza puede ser un factor de poder a favor del Servicio. Es una relación de tolerancia. No se quieren, pero se toleran”. Otro, un judicial histórico con jurisdicción sobre varias cárceles conflictivas, asevera: “Tienen el poder que el Servicio les permita”.
Otros hablan de cosas más sórdidas, jugadas sucias o violencia sin Dios. Meses atrás, en medio de huelgas de hambre, detenidos de varias cárceles circulaban entre elos un audio en donde un preso relataba la muerte a puñaladas de un siervo en un pabellón de una cárcel del interior de la Provincia que terminó atravesado por cuchillos porque decidió comerse el menú de Nochebuena que estaba en el freezer.
“Nunca se ha podido comprobar nada. Pero siempre se dice que en esos pabellones se paga la protección. Los presos pastores son tipos pesados que mágicamente se convierten al cristianismo, pero hay versiones que hablan de familiares de presos que terminan pagando el diezmo a las iglesias a las que responden afuera, se dice que las familias trabajan por fuera del penal prácticamente gratis para ellos. Pero jamás se pudo comprobar. Por verlos, siempre todo es medio dudoso. Nunca obtenés una respuesta clara. Y cuando salen afuera, se van de la iglesia, no es que siguen. Te das cuenta que entran ahí por protección", dice un ex funcionario que tuvo rango de alto jefe.
Un pirata del asfalto que cumple condena en Florencio Varela aseguraba tiempo atrás:
“Los hermanitos andan todo el tiempo cantando o tocando la guitarra, se hacen los buenitos pero tienen todo el poder. A veces manejan los penales. Hace unos años pasó una tremenda. En Olmos habían hecho piezas en los buzones para las visitas íntimas. Había un siervo, Hugo, que hacía pasar a los que tenían la pareja más linda. El guacho había instalado una camarita. Y vendía las imágenes a una página de internet. Cuando los presos se enteraron se armó una batahola. Casi destrozan al pabellón de los evangelistas. A mí por suerte no me filmaron. Además me caen mal. No creo en Dios. Sólo en mí mismo”.
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