Hay una fantasía más o menos general sobre lo que debería ser un narco, una cosa de mármol blanco y lujo vulgar a lo Escobar Gaviria, una mezcla de rey de feudo y terrateniente y lumpen matón, con un lago privado con hipopótamos y vínculos oscuros con el costado podrido del Estado. En este país, es difícil encontrar un narco que encaje perfectamente en esa fantasía.
Vladimir, el hijo de César Morán de la Cruz, el capo más temible de la Villa 31, vinculado a años de tormentos y ejecuciones en aguantaderos, se había construido un jacuzzi en su casilla de ladrillo hueco en el asentamiento de Retiro, a metros de los pasillos donde vendían los dealers. “Marcos” Estrada González, señor de la 1-11-14, también tenía un jacuzzi, pero en su casa en un country de Ezeiza donde vivía a un par de puertas de un ex ministro. Se cree que ambos capos, hoy presos en cárceles federales, que fueron allanados una y otra vez a lo largo de los años, preferían enviarla en dólares a Perú en elaborados esquemas antes que gastarla aquí. Los hermanos Loza, salteños presos por enviar polvo a Europa, se la gastaban en autos de colección, como la Ferrari Spider roja que perteneció a Maradona.
Reynaldo Delfín Castedo Aguilera, o Delfín a secas, el hombre acusado de estar detrás de la tonelada de cocaína de la causa Carbón Blanco, siempre fue distinto, un verdadero patrón, más sobrio, con menos gritos, menos ínfulas, más silencio, la verdadera base del poder.
Delfín, hoy preso, era precisamente un terrateniente, con 28 mil hectáreas en la zona de Salvador Mazza, su estancia conocida como El Pajeal, se lo acusó de controlar el movimiento de cocaína desde Bolivia al país, con rutas que se esparcían a Santa Fe al mando de su clan familiar con su hermano Raúl, “El Ula”, como figura principal. Y lo tenía al ex juez federal de Orán, Raúl Reynoso, hoy preso con una condena de 13 años de cárcel por beneficiar a narcos, que fue acusado de beneficiarlo a Delfín también con un acta judicial falseada. Reynoso fue absuelto de esa acusación a mediados de marzo en el segundo juicio en su contra, según publicó Página/12, con Castedo imputado también.
Con el tiempo, entró otro juez a Orán, Gustavo Montoya. La semana pasada, bajo la firma del juez Montoya, y luego de una investigación del fiscal José Luis Bruno y PROCUNAR, el ala de la Procuración dedicada a perseguir delitos de narcotráfico bajo el fiscal Diego Iglesias, la Policía Federal arrestó en Orán a “Ricky” Ervas, el acusado de ser su asistente, un hombre que, por lo menos, según los cálculos de la Justicia, algo sabe. Lo encontraron agentes de la subdelegación Salvador Maza junto con Gendarmería, lo buscaban desde febrero, se enteraron que usaba otro nombre, que manejaba una Volkswagen Saveiro, usaba el documento de su hermano cuando lo frenaban en algún control.
“Ricky”, según la acusación en su contra, había manejado El Pajeal, el campo de los Castedo, pero no era un simple casero de una quinta de fin de semana de un potentado del interior. A Ervas le intervinieron el teléfono: según la acusación en su contra, tuvo que negociar el pago de un envío de droga, hablaba una y otra vez con hombres de la organización. De las conversaciones se desprende, por ejemplo, que “Ricky” no estaba feliz con el trabajo, ni con cómo lo trataba Castedo o la mujer del capo. El envío, por otra parte, venía del otro lado de la frontera: 30 mil pesos por mover polvo en una camioneta, una maniobra con fecha de diciembre de 2016 en el paraje La Unión, en la zona salteña de Pichanal.
A la camioneta la encontraron: la capturó el Escuadrón N°45 de Gendarmería, llevaba más de 165 kilos de polvo. El conductor era el mismo hombre mencionado por “Ricky” en sus charlas, lo que disparó un pedido de allanamiento a El Pajeal en 2016 firmado por Bruno y la PROCUNAR.
“Ricky” fue mencionado en otro requerimiento de los fiscales. Hay otra charla interceptada a Ricky, horas después de que Castedo era capturado en Ituzaingó, a una mujer llamada Micaela, que se comunicaba regularmente con Delfín. “Lo agarraron en el sur, tirá todo, rompé el teléfono lejos, no lo tires cerquita”, le dijo Ervas. Micaela accedió. Las escuchas del caso, irónicamente, fueron lo que permitió encontrar al capo narco.
“Ricky”, por otra parte, tenía que escuchar muchas cosas por teléfono. Los reclamos de “Don Ricardo" se habían vuelto intensos para julio de 2016. “Don Ricardo”, al parecer, era una línea de provisión: el hombre tampoco estaba contento con Castedo, con otros lobos aullándole en la puerta por la plata para una supuesta compra de drogas.
“Qué le cuesta decir a ese tipo, carajo, que estoy acá y tal día voy a estar, a uno le hace amenazar para la mierda y él está tranquilo ahí, carajo. Están muy enojados, a mí es al que achacan… Me amenazan amigo, no sé qué decir, no puedo ni salir a la calle hermano, tengo que estar escondido… ¿Cuando empiezan las clases pues ahí en la Argentina? Porque acá en Bolivia empiezan en febrero, en mi tierra en Perú empiezan en abril”, dijo el hombre al teléfono. “Bueno, bueno”, decía Ervas, como intentando aplacar la cosa.
“Ricky”, albañil en los papeles de la AFIP, de 55 años de edad, cubierto por la obra social de su mujer, fue indagado: no contestó preguntas. Un abogado le pidió 300 mil pesos para comenzar a defenderlo.
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