Una de las víctimas recordó el olor a chiquero, como si hubiese chanchos, las paredes de chapa arruinadas y el piso de tierra, las pilas de ropa sucia y el colchón gris, los pedazos de carrocería de auto desperdigados.
Los hombres desconocidos capturaron a M. y a su novia el 18 de enero de este año cerca de las 11 de la noche en una calle de Longchamps, eran entre cinco y ocho en una camioneta de color oscuro, los cruzaron para abordarlos en su Honda Civic a punta de pistola. 15 minutos después los hicieron bajar. Cruzaron un campo de pastos altos, allí M. y su pareja entraron a la pieza. El olor los golpeó de inmediato. Poco después, comenzaron a forzarlos para que llamaran a sus padres para pedirles un rescate. Poco antes probaron con una hipótesis: le dijeron a M. que era “un transa”, lo amenazaron para que contara dónde estaba “la merca”. Lo golpearon. Hicieron llamados a sus familias entre gritos y amenazas, lloraban.
Entonces, dos de los hombres violaron a la novia de M., al mismo tiempo, abuso con acceso carnal, oral y vaginal. Los violadores la obligaron a ponerse en cuatro patas tras amenazarla con arrancarle una uña, luego un dedo. No usaron preservativo, ninguno de los dos. La joven tenía un buzo que le tapaba la cabeza. Le pidieron su perfil de Facebook a gritos, tomaron fotos de su DNI para amedrentarla. Le hicieron lavar sus genitales en una pequeño tacho con agua. Los insultos seguían. Solo había una chapa entre M. y el cobarde abuso a su novia.
Luego, tras algunas negociaciones, se movieron, dejaron el lugar.
Los llevaron de vuelta hasta la casa de uno de ellos, tras acuerdos caóticos, cargadas de improvisación. La Policía Bonaerense llegaba al rancho de chapa en ese momento, minutos después de que la banda se fuera con sus víctimas. La banda se enteró. Golpearon a M. otra vez, le dijeron que los había vendido. Al final los dejaron ir. No cobraron ningún rescate. Les robaron hasta las zapatillas. A la pareja de M. le pidieron expresamente su bombacha.
Así terminó el secuestro extorsivo más violento y cruel de la historia reciente. Los insultos a punta de pistola y las golpizas son moneda corriente. Pero violar va contra el código, por así decirlo. Los secuestradores no violan. La banda era ciertamente otra cosa, algo más vil.
Hoy, por ese secuestro y violación, tres hombres fueron procesados con prisión preventiva por el juez Juan Pablo Augé del Juzgado Federal N°2 de Lomas de Zamora tras una investigación de la fiscal Cecilia Incardona y la UFESE, el ala de la Procuración dedicada a investigar secuestros extorsivos con el fiscal Santiago Marquevich, que hoy logró el procesamiento de Eric Torales, el joven de Moreno acusado de violar la cuarentena y contagiar de coronavirus a su abuelo.
Todos ellos eran de la zona: Gerardo Ezequiel Frutos, alias “Eze”, de San Francisco Solano, 38 años, Omar Clavero Serrano, de 33, vecino de Guernica, Brian David Guillermo, de 24 años, también de Solano. La Policía Federal los detuvo en diferentes allanamientos, con la división Operativa Sur a cargo de los procedimientos, junto a tareas de la DDI de Lomas de Zamora.
Frutos dijo que no tenía nada que ver cuando lo indagaron, que los conocía a todos del barrio, que era remisero, que tuvo una agencia y la perdió, que Clavero lo llamaba “para remisear, que andaba en algo raro". Clavero dijo lo mismo, a grandes rasgos. Brian Guillermo hizo silencio: el joven fue acusado junto con Clavero de participar de la violación.
No solo los imputaron por el secuestro del 18 de enero: están sospechados de cometer otros tres hechos en menos de un mes, una rancha caliente como no se veía hace años en el sistema penal argentino desde el auge de los secuestros express en el acceso Oeste cinco años atrás.
El primero ocurrió el 22 de diciembre del año pasado, la víctima fue una docente de 60 años, interceptada por tres de ellos mientras llegaba a su casa en Glew. La llevaron a la casa de chapa, “El Campito”, le decían los secuestradores. Cobraron 18 mil pesos al principio. Se pusieron codiciosos: demandaron 50 mil más. Tras conseguirlos, la soltaron cerca de una remisería de Glew. Volverían a atacar 20 días después, un joven al que también le exigieron plata, que tuvo que pagarse su rescate él mismo. El 14 de enero, cuatro días antes de raptar y violar a M. y a su pareja, se llevaron a un joven de 24 años en Banfield. Los captores usaron su camioneta negra. Se lo llevaron para “El Campito”.
Su libertad le costó a sus padres otros cien mil pesos en efectivo y un microondas. El padre de la víctima fue a pagar: le robaron la camioneta con la cual salía a trabajar.
Había otros en la trama, un hombre apodado alias “Rulo”, que Frutos admitió conocer: el paragolpes del auto de la última pareja secuestrada, que fue robado e incendiado, terminó en el auto de “Rulo”. “El Campito” también era usado como desarmadero ocasional.
“El Campito” fue detectado, lo encontraron. Precisamente estaba en Guernica, quedaba sobre la calle Ascasubi, los investigadores lo marcaron cuando una joven, la ex pareja de Clavero Serrano, había intentado venderlo “con papeles y todo” a 250 mil pesos en un grupo de compra y venta de Facebook de la zona, seis días antes del último secuestro. La joven fue detenida, luego liberada por falta de mérito. “Rulo” también cayó. Lo soltaron: resultó ser menor de edad. Tenía 17.
Ahí, en ese punto, en “El Campito”, había impactado según antenas el celular de la primera docente secuestrada.
Según datos de la UFESE, no hubo ningún secuestro extorsivo en Capital y Gran Buenos Aires en todo el mes de abril. La pandemia aplanó la curva.
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