Cuando la división Precursores Químicos de la Policía de la Ciudad entró en el chalet de dos plantas de la calle Libertad en San Isidro en donde vivía el farmacéutico Sebastián Agostini con su mujer, Lucía, se encontraron con un detalle. Había instalado hace poco un espacioso jacuzzi en el patio, pero no era para él, aparentemente: en uno de los asientos del hidromasaje estaban las piedritas para las necesidades de su gato. Tenía también otros lujos, un Alfa Romeo Giulietta valuado en más de medio millón de pesos. Fanático de las motos, tenía cuatro estacionadas en el lugar, modelos Honda y Yamaha. También había armas de fuego, revólveres calibre .44 y .357, una pistola .45.
Pero lo más fuerte estaba en el lavadero, justo sobre el lavarropas.
No era ropa sucia, precisamente.
Sobre el lavarropas, la Policía porteña bajo las ordenes del fiscal contravencional Aníbal Brunet encontró una máquina comprimidora de pastillas eléctrica, equipada con una tolva, un modelo fabricado en Ciudadela capaz de hacer cuatro mil comprimidos por hora según estimados de investigadores con un precio estimado de 150 mil pesos, fácil de conseguir en sitios de venta online. Alrededor, en diversos envases con marcas de reconocidos laboratorios locales, había drogas de venta legal, altamente controladas: opioides, las mismas sustancias que desataron una crisis de adicción con decenas de miles de muertos en los últimos años en Estados Unidos.
Los aparatos de la Policía dieron positivo para sustancias como metadona, oxicodona, tramadol. Era insólito: a pesar de más de dos décadas de droga sintéticas nunca se intentaron vender opioides en el mercado dealer de la Argentina.
Agostini, farmacéutico, ex empleado de firmas del rubro, quedó detenido en el acto junto a su pareja.
La Policía llegó a Agostini precisamente a través de un dealer al que frecuentaba, el hombre había sido visto vendiendo pastillas en una fiesta Mandarine Park en agosto del año pasado, los seguimientos vincularon al vendedor y al farmacéutico. La casa del vendedor fue allanada: le encontraron un guante de látex con más de 500 pastillas de tramadol.
Mientras tanto, fuentes en la causa cuentan cosas crueles, que la organización llegó a infiltrar grupos de adictos en recuperación de un hospital público con la excusa de que sus pastillas servían para ayudarlos a rehabilitarse, o que vendían su material como si fuera éxtasis en fiestas, sin aclarar su contenido. Se cree que habrían llegado a al menos 400 posibles compradores.
La máquina -fácilmente adquirible en el mercado de usados y en sitios web- le daba a Agostini una capacidad casi industrial para producir su presunto material. Sin embargo, el resto de su proceso era crudo y rudimentario, con equipos caseros de cocina: no había forma de controlar si una pastilla tenía una cantidad de droga letal o nada de droga directamente, una lotería que podía llevar a una sobredosis de opioides y a la muerte en una guardia de hospital.
Los resultados fueron presentados hoy en una conferencia de prensa a cargo del ministro de Seguridad porteño Diego Santilli, el secretario Marcelo D’Alessandro y el fiscal general porteño Juan Bautista Mahiques.
SEGUÍ LEYENDO: