Fue un secuestro extraño, no terminó después de cobrar el dinero planeado tras amenazar y golpear a la víctima. Liberaron a la víctima, un empresario del negocio de la carne de 31 años, pero se quedaron con algo más. Los delincuentes siguieron enviándole mensajes al secuestrado tras liberarlo, exigiéndole más plata, a cambio de devolverle unos cheques a su nombre que le habían robado durante su cautiverio. Negociaciones mediante, la víctima acordó pagar nuevamente. Acordaron una nueva cita en el paredón detrás del Cementerio de La Tablada el 31 de enero. Dos de los secuestradores fueron a cobrar ese nuevo botín, pero la Policía estaba esperándolos: un inspector y una cabo simulaban ser una pareja que estaba en la zona, vigilando.
Entonces, uno de los dos secuestradores, Luis Contreras Rendón, olfateó algo raro y sacó su arma. Terminó muerto a balazos. A centímetros de su cadáver, quedaron la pistola 9 milímetros que llevaba y los billetes que había cobrado y que nunca contó, guardados en una mochila color salmón a lunares blancos.
Al ver lo que pasaba, su compañero intentó huir y quedó detenido tras una persecución. Un tiro le pinchó la rueda de su camioneta. El cómplice que sobrevivió fue procesado esta semana por los delitos de secuestro extorsivo agravado y extorsión, mientras buscan a al menos cuatro cómplices que formaron parte de la banda. La investigación se encuentra en pleno trámite, mientras que a los policías que participaron del tiroteo se les abrió una investigación de rigor.
La historia, a la que accedió Infobae, comenzó el 25 de enero último, minutos antes de las 2 de la tarde, el empresario salió de un galpón dedicado al corte de carne de Mataderos. Cuando estaba por subir a su camioneta, se dio cuenta que tres personas caminaban a su encuentro. Vestían ropas como si trabajaran en un frigorífico. Uno hablaba por teléfono. Casi en un minuto, dos de los desconocidos le mostraron las armas, le pusieron una gorra con visera y lo subieron en la parte de atrás de su propia camioneta. Empezaron los gritos y las advertencias. Tenía que mirar al piso o le pincharían un ojo, le dijeron.
Los secuestradores eran tres. Uno robusto, de tez morena junto a dos jóvenes parecidos, de tez clara, cabellos rubios, flacos y altos. “A vos te vendieron, sabemos todo de vos”, le hicieron saber. Uno le dijo que ya había estado en prisión y no tenía nada que perder.
A los 20 minutos o media hora, lo cambiaron de auto. Lo taparon con una frazada mientras lo golpeaban. Por lo que entendió, el que manejaba el nuevo vehículo era el dueño. Lo mantuvieron sentado sobre el tubo de gas. Lo obligaron a llamar a su esposa. No tenía que decirle que estaba secuestrado. "Hola, quédate tranquila, yo estoy bien, necesito que saques 7000 mil dólares, y vayas a la entrada del club, los va a pasar a buscar una moto”, le dijo.
El empresario no lo sabía, pero su mujer se dio cuenta que algo andaba mal. Su marido hablaba muy alto. Se escuchaban más voces. Enseguida sospechó que algo le estaba pasando y le avisó a su cuñado. Esperó un nuevo llamado de su marido y las indicaciones. Y fue hasta el lugar acordado. La moto detuvo su marcha y la saludo con un “hola” y su apodo. La mujer le entregó la bolsa con el dinero.
Después de conseguir el dinero y detenerse en un quiosco a comprar una gaseosa, lo liberaron en La Matanza. Se llevaron sus cosas: su alianza, su reloj, una cadena de oro, una mochila en la que tenía su computadora y un maletín con cheques de varios bancos. Sin embargo, le devolvieron la billetera y el celular. Antes de irse le advirtieron que para el 4 de febrero tenía que juntar 200 mil pesos y cinco mil dólares. Le dijeron que sabían todo de su vida. Que esperara el llamado. “Mirá que no te lastimé. Soy de palabra así que cumplí”, le dijeron.
A la víctima la fue a buscar su cuñado. Hizo la denuncia. Y a los dos días del secuestro, la camioneta apareció abandonada por Isidro Casanova y, como es de rigor, se levantaron rastros. Pero el 28 de enero, D.A. comenzó a recibir mensajes de Whatapp: “Mañana quiero los 5 mil dólares (...) ya sabes lo q va a pasar si n kumplis y yo tengo palabra” (sic). Los llamados siguieron. “Si no vas a cumplir con lo acordado, aceptar las consecuencias hdp”.
Poco después, Contreras Rendón, de 31 años, con domicilio en Lomas, terminaría muerto a tiros policiales. En su cadáver estaban los cheques a nombre del secuestrado. También encontraron un cargador con diez municiones de calibre 9 mm. y un celular. A un costado quedó la pistola marca Taurus, calibre 9 mm y la bolsa negra: adentro, un bolso rosa con lunares con la plata del nuevo botín.
Maximiliano Ferro fue el secuestrador que intentó huír y fue detenido. Según pudo reconstruir Infobae, Ferro, 26 años, se despegó de la acusación en su indagatoria. Acompañado por el abogado Roberto Herrera, Ferro explicó en la fiscalía federal de Carlos Stornelli que a “Lucho” lo conocía del barrio y sus novias eran conocidas. Además, como él entrenaba en el gimnasio Contreras le pidió que lo acompañara por si se armaba lío. “Tengo que cobrar una plata que me debe mi ex patrón”, le dijo. Ferro aceptó porque le prometió pagarle 15 mil pesos.
Cuando lo pasó a buscar en su Kangoo con la que hacía fletes, “Lucho” le dijo que lo siguiera con su camioneta. Pero en un momento vio bajar a “Lucho” y a tres personas más que caminaron hacia su auto: le abrieron la puerta de su auto y entraron todos. Uno de los que entraba era una persona con una gorrita blanca y un trapo blanco en la cabeza. Era el empresario víctima del secuestro.
Ferro aseguró que ahí se dio cuenta que era un secuestro y que llevaban armas. En su indagatoria, afirmó que cuando preguntó qué estaban haciendo, a él también le ordenaron que se callara y que manejara; que lo amenazaron cuando él les dijo que se bajaran y le apuntaron diciéndole que lo iban a matar y que “iba a cobrar” su familia también. En el interín, al secuestrado le pegaban. Después de más de una hora, la esposa de D.A. entregó el dinero que buscaban y después lo dejaron bajar y no se diera vuelta. A el también, aseguró, le dijeron que se fuera. “Sinceramente no tengo nada que ver con esto, soy un chico de trabajo”, afirmó, mientras contaba cómo su cómplice muerto amenazaba a punta de pistola a él y a su novia.
A Ferro, la jueza María Capuchetti lo procesó con prisión preventiva como “coautor de secuestro extorsivo agravado por haber logrado su propósito y por haber participado en el mismo tres o más personas con robo agravado y por haber sido cometido con armas y extorsión”. “La versión dada por el imputado en oportunidad de recibirle ampliación de declaración indagatoria es inverosímil”, dijo la jueza en su resolución. “Ferro se encontró presente desde el inicio de los hechos aquí analizados, hasta su culminación”, agregó. No le creyeron.
Pero el defensor de Ferro ya apeló el procesamiento. El abogado Herrera afirmó que la acusación “se sostiene en base a interpretaciones forzadas y arbitrarias”. En su planteo afirmó que su cliente “no participo de la emboscada” y que no formaba “parte del grupo” de los secuestradores, sino que apareció mucho después cuando los que lo raptaron tuvieron que cambiarlo de vehículo. Insistió en que fue allí para cobrar una deuda y no para un secuestro. Y que no había suficientes elementos de prueba para desvirtuar su estado de inocencia. La revisión está en manos de la Cámara Federal.
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