Los diarios íntimos y la pelea para salir adelante de Victoria, la víctima de la violación en manada de Florencio Varela

Tras ser abusada por diez varones en marzo de 2018, Victoria Mateluna cuenta su historia por primera vez frente a una cámara: se mudó a una nueva casa junto a su bebé, hija del padrastro que la violó. Busca trabajo. Mientras tanto, uno de los acusados de atacarla postea en Facebook desde la cárcel

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Victoria hoy, en su nueva casa.
Victoria hoy, en su nueva casa.

Mejor que la última vez.

Distinto.

Victoria Mateluna tiene 18 años y está con su bebé a upa en una silla de plástico, en una casa nueva, más feliz, más segura de sí misma. Es libre. Victoria es libre y puede elegir. En marzo de 2018, diez varones de su barrio se turnaron para violarla y humillarla hasta que perdió el conocimiento. Tenía 17 años.

El barrio era el Santa Rosa de Florencio Varela a la sombra de la cancha de Defensa y Justicia, una amiga le había dicho de ir a una previa de alcohol y música, la sometieron a golpes e insultos denigrantes mientras se alentaban entre ellos y la dejaron en la misma pieza donde abusaron de ella. Victoria despertó en el piso mojado que olía a lavandina con el corpiño arrancado, solo un bretel en pie.

“Andate”, le dijo el dueño de la casa cuando despertó: “Andate”.

Los denunció a los diez a la mañana siguiente en la Comisaría 1ª de la zona, los señaló uno por uno. Eran chicos de entre 19 y 24 años, de mucho mayor poder adquisitivo que ella. Sus casas eran con revoque a la vista y aire acondicionado, familias completas, padres que les consiguieron abogados particulares.

Victoria lo hizo sola, sin una abogada querellante al comienzo, enfrentó pericias, le extrajeron restos de semen de su interior mediante hisopados. Vivía en ese entonces junto a su tía Isabel y siete primos en un rancho de chapa con piso de tierra. Isabel se dedicaba a cirujear junto a su marido, juntaban cables para quemar en un carro tirado por un caballo al que se le veían las costillas. El padre biológico de Victoria había muerto hace años, un adicto al que le explotó el corazón de un infarto. Su mamá la había abandonado hace años también, se había ido a Corrientes.

Victoria sabía poco de ella. No esperaba nada de ella tampoco.

Ni siquiera la llamaba por su nombre.

Uno de sus diarios que conserva en una caja. Quemó diez cuadernos para cortar lazos con el pasado.
Uno de sus diarios que conserva en una caja. Quemó diez cuadernos para cortar lazos con el pasado.

Victoria es madre también, tiene a su bebé, una nena hoy de casi tres años. El padre de esa bebé era su padrastro, la ex pareja de su madre, Carlos Rolando Acosta, “Carlinchi”, un ex ratero que terminó en silla de ruedas hace muchos años después de recibir un tiro por la espalda. La encerraba, no le dejaba salir, tener amigos. La atormentaba. Lo hacía en verano particularmente, envolvía a ella y a sus hermanos en una manta en un cuarto sin ventilación para que transpiren y lloren: los azotaba si alguno de ellos se orinaba encima.

Comenzó a violarla desde sus once, cuando su madre se iba a limpiar casas por 200 pesos la jornada. Cuando tenía 15 la embarazó. La amenazó a punta de pistola para que se calle. Victoria dio a luz a la bebé en el baño de la casilla. Mientras su madre llamaba a una ambulancia con los llantos de la bebé, “Carlinchi” la tomó del brazo y le dijo que más vale que invente una historia para cubrirlo, que niegue todo si le preguntan.

Su hermano Franco, dos años mayor que ella, estaba de rodillas en los tormentos junto a ella. Fue el primero en irse; se fue a la Villa Zavaleta en Barracas y se convirtió en un adicto al paco y un ladrón piraña junto a otros chicos de la calle. Intentó volver a casa en más de una ocasión: Acosta nunca permitió que Franco entrara. Había llegado una noche para un cumpleaños de su hermana. Tuvo que sentarse en el cordón de la vereda. Franco entró y salió toda su vida, de villas y de comisarías, de cárceles, de centros de rehabilitación, granjitas.

Así, Victoria denunció a “Carlinchi" ante la Justicia cuando su bebé tenía cuatro meses. La bebé era de Acosta más allá de cualquier duda. Tras la denuncia le extrajeron sangre para un estudio de ADN realizado por la Asesoría Pericial de la Procuración bonaerense que marcó su paternidad en una exactitud del 99,9 por ciento. Sin embargo, “Carlinchi” estuvo suelto durante mucho tiempo, no era un prófugo a pesar de la causa y las pruebas en su contra. Ningún fiscal había pedido su captura, simple como eso.

Así, en la intersección del machismo en manada y la pobreza extrema del Conurbano bonaerense, Victoria fue violada.

Victoria lee extractos de su diario y los mensajes de sus amigas en el hogar en donde estuvo.

El juez de garantías Diego Agüero y su equipo fueron esenciales en la causa que comenzó tras la denuncia luego de la fiesta: lograron detener rápidamente a los diez del barrio Santa Rosa, su equipo contuvo a Victoria y aseguró testimonios.

Pero Victoria sintió que tenía que correr.

Le pidió prestado el celular a una amiga para filmar un video y contar su historia. Lo hizo viral. Una mujer adulta, supuestamente la madre de uno de los imputados, la trató de “puta” y “mogólica” en una serie de audios enviados a través del chat de Facebook, aseguró que iba a “partirle el alma”, si no le “limpiaba al guacho”.

“Limpiar al guacho” parecía ser todo. Victoria se había atrevido a señalar a los primogénitos de un barrio del Conurbano, a sus varones preciados, los chicos pillos que posaban sin remera en sus perfiles de Facebook para mostrar los abdominales, los que iban a copar el boliche cada fin de semana para selfies con tragos de colores fluorescentes en baldes. La mujer en el audio de Facebook la aleccionaba: “¿Por qué te drogaste esa noche, mogólica, y te dejaste coger por diez guachos?... Agarrá y aclará, mamita, declará”.

Así, Victoria dejó el rancho de Isabel. Se refugió con su beba a pocas cuadras en la casilla de la madre de una amiga que se había incendiado semanas antes, las paredes seguían mojadas del agua para apagarlas entre pilas de ropa en el suelo en marcos sin puertas. Infobae la encontró ahí el 12 de abril de 2018 tras la puerta de chapa. “Carlinchi” todavía estaba en su casa, a pocos metros.

Tenía 17 años. Contó su historia. “Antes tenía que callarme, pero ahora aprendí a hablar”, dijo. “Miki”, fue llamada en esa nota, un nombre de fantasía para proteger su identidad. Seguiría siendo “Miki” hasta que ella lo decidiera.

Poco después, el mundo de abril de 2018 empezó a cambiar.

Casi un año atrás: Victoria en la casa donde se refugió tras ser amenazada. (Guille Llamos)
Casi un año atrás: Victoria en la casa donde se refugió tras ser amenazada. (Guille Llamos)

Una abogada, María Elena Colombo, le dio su apoyo, Victoria se convirtió en particular damnificada en el expediente. Una psicóloga comenzó a tratarla. Victoria se cruzaba de brazos en las sesiones y no decía nada. Luego comenzó a abrirse. Dibujó símbolos que venían a su cabeza, escribió sus sueños. La fiesta en el Santa Rosa era algo recurrente. A veces no dormía, aterrada. Dejó la casa detrás de la cancha de Defensa y Justicia y con la ayuda de personal en la Justicia ingresó con su beba a un hogar de madres víctimas de violencia de género. No vio a su familia durante meses, a su hermano Ángel, cercano a ella. Ni siquiera tenía un teléfono, no se lo permitían por su propia seguridad. Aprendió peluquería, artesanías, manicura. También quiso aprender a bailar. El juez Agüero instrumentó que pudiera hacerlo en un estudio de Florencio Varela. Salsa fue su primera clase. Pero la salsa se baila con un hombre, con una pareja. No pudo.

“Carlinchi” fue finalmente a juicio. Lo condenaron el 9 de noviembre del año pasado en la sala del Tribunal Oral Criminal N°1 de Florencio Varela, luego de una situación tragicómica en donde parecía que el juicio se suspendía porque nadie encontraba al imputado, todavía libre, en silla de ruedas y en una provincia con más de 50 mil personas privadas de su libertad. Al final apareció. Le dieron 17 años de cárcel, un año menos que lo que pidió el fiscal Dino Mastruk. Antes de condenarlo, la jueza que presidía el tribunal le ofreció la chance de dar sus últimas palabras. Dijo que no tenía nada que decir. Y se lo llevaron, empujó la silla él mismo a la salida.

No se veía tan amenazante como lo que decía la imputación en su contra, lo que le pasa a los monstruos cuando pierden. Miki no estuvo en la sala para el veredicto, no quiso. Su abogada, presente en el lugar, se mostró satisfecha con el fallo. No estuvo sola. Su familia, sus amigas, las celadoras del hogar, fueron a acompañarla ese día.

Ese día a la noche, Victoria fue a una fiesta de Halloween donde iban sus amigas, la directora del hogar se lo permitió. Se disfrazó de Merlina de Los Locos Addams.

Victoria busca trabajo y lleva a su hija al jardín. Teje alfombras que vende en ferias.
Victoria busca trabajo y lleva a su hija al jardín. Teje alfombras que vende en ferias.

Ya no vive en el hogar, pudo dejarlo. Se mudó a un barrio de Florencio Varela, a una pequeña casa con dos ambientes y patio donde vive con su beba. Un centro comunitario la ayuda con el alquiler, le consiguieron un horno, una vieja heladera. Se siente bien, busca trabajo. Hace artesanías, alfombras de tela que aprendió en el hogar, para vender en una feria de la zona. Su hermano Franco está con ella, un chico torcido por la pasta base, de habla casi inaudible. Se escapó de su último centro de rehabilitación en La Matanza hace poco más de un mes, porque había una villa cerca, con transas. Supo que su hermana ya había salido del hogar. Fue directo a verla. Dice que quiere estar mejor. Victoria le sonríe, le dice que se mejore.

Va de a poco, dice ella, con su bebé. Pidió hablar en esta nota, dejar de llamarse “Miki”: es la primera vez que muestra su cara en un medio. Quiere volver a bailar, recuerda sus clases de zumba, quiere trabajar y estudiar abogacía, terminar la secundaria, le queda solo un año de estudios por cursar. También quiere dar un mensaje.

-Estás afuera.

-Tuve miedo. Llevaba a mi nena al jardín y miraba a todos lados. A mi ventana en el hogar la trababa con un palo, pero me empecé a calmar. Las celadoras también habían vivido ahí, me contaron sus historias. Desconfiaba de todo el mundo. Pero me contuvieron. Ahora tengo mi celular, un botón antipánico. Te juro no podía dormir de noche. Ahí cumplí 18. Me regalaron banda de cosas. Me sentí rara. Nunca tuve un cumple así.

-Tu padrastro está preso.

-Tenía bronca. Me dio mucha angustia. No pude quedarme para la sentencia. Soñaba con eso, lo repetía en la cabeza, lo escribí en los diarios. Diez cuadernos.

-¿Los conservás?

-No, los quemé. Hicimos una fogata acá cerca. Solo me quedaron dos o tres, unos dibujos.

-¿Pensás en tener un novio?

-No. No sé si voy a tener un novio.

-¿Volviste a hablar con tu mamá?

-Sí, está en Corrientes. Me gustaría volver a verla, más por mi hermana de diez años que está con ella. En su momento sí, nos abandonó. Carlos nos verdugueaba, no me dejaba ir al colegio, un mes, dos meses. Tenía que pedirle permiso para tomar un vaso de agua. Mi mamá nos hacía promesas. Me podría haber protegido de Carlos, y de muchas cosas.

Hay otras cosas nuevas que aterran a Victoria, capturas de Facebook que le envían sus amigas. “Lo hacen para que me ponga mal”, dice. “Yo lo bloqueé, ni lo veo”.

Es Laureano Martín Coria, uno de los detenidos. A pesar de estar encerrado en la Unidad N°54 de Florencio Varela, Laureano sube fotos y estados desde la cárcel. “Al mejor estilo”, escribió el 4 de enero, gorra Nike y zapatillas de marca, cadenas y pulseras, la misma sonrisa que tenía en Facebook antes de estar preso.

Al mejor estilo: Laureano Coria, post de Facebook desde la cárcel.
Al mejor estilo: Laureano Coria, post de Facebook desde la cárcel.

Como antes, cuando estaba libre, muestra sus abdominales, a los otros detenidos en su ranchada. Aprovecha para anunciar su estado civil, “soltero”. Lo vivan en los comentarios, “mi bello”, “mi hermoso”, “pronto en la calle”, nadie le dice que pare o qué hace en Facebook si está preso. El pabellón es el trasfondo de sus fotos, cualquiera que haya visto una cárcel bonaerense se da cuenta. Victoria sabe que lo volverá a ver en el juicio, pero los tiempos parecen inciertos. No depende solo del juez Agüero.

El 9 de enero pasado, Agüero rechazó el pedido de libertad de uno de los diez de Santa Rosa. La defensa argumentó un punto preocupante: casi un año después de la denuncia, los cotejos de ADN del caso no están listos. El examen depende de la Asesoría Pericial de la Procuración bonaerense. Agüero exhortó a la fiscalía del caso para que “arbitre los medios necesarios”.

Victoria también se pregunta qué pasa, por qué tanta demora.

Fotos y video: Thomas Khazki

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