“¿Qué opino sobre los rugbiers? No quiero hablar de eso”. Una de las mozas del café más tradicional de Zárate, enclavado frente al edificio municipal donde hasta hace algunos días trabajaba la madre de uno de los principales acusados de matar a golpes a Fernando Báez Sosa, gira y se va con su bandeja. Un instante antes la mujer había sido simpática y amable con los clientes. Todo cambió cuando apareció sobre la mesa del bar el hecho que conmueve al país: “No sé, tendrías que hablar con el dueño”.
En esta ciudad portuaria de 100 mil habitantes la comunidad navega entre el hermetismo y cierta negación freudiana, como si no pudieran creer -y mucho menos aceptar- que 10 jóvenes nacidos y criados aquí, hijos de funcionarios, profesionales, comerciantes, empleados, de distintas clases sociales, se convirtieron de repente en los protagonistas del verano por violentos, asesinos y acusadores de un inocente, que también es hijo de este pueblo.
En las calles de Zárate flota la bronca, el estupor y la vergüenza. Incluso cierta pena. Pero en el universo de las sensaciones, el monopolio es del silencio. En los barrios donde vivían los jóvenes que terminaron con la vida de Fernando (que ahora habitan un pabellón especial en la cárcel de Dolores, a salvo de la amenaza del resto de los presos) los comentarios son por lo bajo.
Las casas donde vivían los acusados junto a sus hermanos y su padres están cerradas y vacías y las persianas, bajas: como la tragedia también es de ellos, el enojo se destiñe ante el respeto por lo que algunos viven como una especie de duelo. Lo que aquí se siente es que no sólo le arruinaron la vida a los padres de Fernando (y durante cuatro días al acusado injustamente Pablo Ventura), sino que también lo hicieron con su propia gente.
En el paredón pegado la casa de Máximo Thomsen (20) frente a la cancha de Defensores Unidos, en el barrio Villa Fox, un mural avisa: “Zárate ciudad de guapos”. Lo que habrá nacido como un mensaje futbolero de la absurda cultura del aguante hora parece el sarcasmo de algún irrespetuoso, en definitiva, un boomerang gráfico que debería servir para reflexionar.
Dos casas más allá de la que habitaba el principal implicado en el crimen de Fernando, un hombre de rastas rubias apenas escucha, de mala gana, la primera pregunta de los periodistas. “¿Cómo era él con la gente del barrio?". “Es”, responde lacónico. “Es porque Máximo está vivo, todavía no se murió”, agrega, y luego da un portazo.
Rosana, una vecina que había ido a buscar a su niña a la colonia de verano de Defensores, observa la descortesía al pasar por la vereda. “Algún día iba a pasar. Acá los pibes son unos violentos. La salida de los boliches son batallas campales, yo viví un tiempo frente a uno de estos y todos los fines de semana rompían algo. Se tapaba todo porque quedaba acá. Ya no. No quisiera que estos pibes vuelvan a Zárate, tengo hijos chicos, da miedo vivir cerca de asesinos”, dice la mujer.
Thomsen cursó durante 2019 el primer año del profesorado de Educación Física. Marina (su nombre es ficticio porque quiso proteger su identidad) fue compañera de “Machi”. Lo recuerda como un joven tranquilo en el mano a mano. “Cuando estaba solo era un pibe copado, el tema es a la noche, cuando andaba con su grupo”, comenta, y se muerde los labios.
Marina cuenta que en las clases Máximo siembre buscaba sobresalir delante de profesores y compañeros con alguna broma. “Siempre quería llamar la atención, pero me parece que el problema de él era que se juntaba con los Pertossi”, agrega, en referencia a los hermanos Ciro (19) y Luciano (18) y a su primo Lucas (20), de igual apellido, todos presos por la muerte de Báez Sosa.
“Máximo es un pibe tranquilo. Es una cagada lo que hizo”. Mucho no quiere contar la moza de la sucursal Zárate de una famosa cervecería marplatense. Porque en este local trabaja uno de los hermanos de Enzo Comelli (19), otro de los detenidos.
“Las familias de los chicos están destrozadas, mi compañero se pidió unos días de franco, está muy mal con este tema, todos los están”, agrega la empleada del lugar, quien recuerda a varios de ellos, como Comelli, Juan Pedro Guarino (19) y Alejo Milanesi (20) como jóvenes cuya actitud en Villa Gesell era inesperada. “En cambio los Pertossi sí que son bravos”, insiste.
Sobre Comelli no opina lo mismo Exequiel, un chico de 20 años que trabaja en una fiambrería del centro de la ciudad. “Es peleador, yo me agarré a piñas con él hace poco”, revela. Comelli trabajaba con su cuerpo: era “patovica” del boliche local Federico Chopin. Algunos dicen que Thomsen también trabajó allí como seguridad. Lo cierto es que después de lo que pasó en Gesell, la municipalidad de Zárate clausuró Chopin.
Cuenta Exequiel sobre su pelea con Comelli: “Estaba por entrar, en la fila, y él me dice que yo no puedo ingresar, que los dueños no quieren. Era obvio que se le ocurrió a él no dejarme entrar porque los dueños ni saben quién soy, y le dije que estaba diciendo cualquier cosa. Entonces, sin mediar palabra, me agarró del cuello, me hizo una toma y me quiso sacar de la fila. Yo le pegué un codazo y me soltó, y después nos cruzamos unos golpes y me fui con mis amigos. Algunos de los pibes son violentos y muy cancheros”, comenta con bronca.
El joven de la fiambrería recuerda a los hermanos Pertossi buscando pleitos en las calles de Zárate. “Andaban en una motito con otros pibes y a mí se me ha puesto al lado y acelerado su moto como buscando que yo entre en su juego para pelearse. Se lo vi hacer varias veces”, relata.
Los Pertossi viven en el barrio San Jacinto, alejado del centro de Zárate unos 10 minutos en auto, lo que para los habitantes de esta ciudad puede ser lejos. Es un barrio obrero, de calles de tierra y casas bajas. La casa de los hermanos Ciro y Luciano queda cerca de la de su primo Lucas, los tres ahora detenidos en la alcaidía de Dolores. El frente es gris. Las ventanas están cerradas. Una camioneta ocupa la vereda. Es la del padre de los jóvenes. Nadie atiende cuando tocan el timbre, igual que en el resto de las casas de los diez acusados.
A media cuadra de allí vive la abuela. En la puerta de la casa están algunos amigos de los Pertossi y uno de sus primos. No quieren hablar. Solo dicen que los jóvenes se están “comiendo un garrón” y que los que fueron tendrán que pagarlo. A unos metros, dos vecinas recuerdan a los Pertossi como pibes violentos y que, más de una vez, rozaron el delito.
“Y, a veces choreaban. Pero se venían salvando porque eran menores. Tienen un hermano de 17 que anda en quilombos y un hermano estuvo preso porque se metió a robar en una quinta, con la mala suerte de que estaba el dueño, un abogado. Ahora andaba por acá, con la tobillera electrónica”, comenta una mujer, sentada en la vereda, junto a su madre, que agrega: “Estos se curan con cárcel”.
Lucas Pertossi, primo de Ciro y Luciano, es técnico en Seguridad e Higiene. Era empleado en las plantas de dos grandes cervecerías, en Zárate. Alguien que trabajó con él comenta: “Lo echaron hace poco porque no era lo suficientemente exigente con los controles, pero no sabíamos que era violento”.
Este Pertossi, según uno de sus hermanos, apenas pasó por el Club Náutico Arsenal, donde jugaban algunos de los 10 acusados de matar a Fernando. Está registrado desde mediados de 2018 en los rubros de la AFIP orientados a arquitectura, ingeniería y servicios técnicos. Desde marzo integra una SRL dedicada al rubro de la que es empleado, según el Boletín Oficial provincial. También es socio de la firma junto a una mujer de 49 años.
Los hermanos Ciro y Luciano sí jugaban. Son, junto a Alejo Milanesi y Blas Cinalli (19), los cuatro suspendidos por el club tras el crimen de Fernando. En el Náutico Arsenal el hermetismo es el mismo que gobierna la ciudad entera. “Tiene que hablar con el abogado”, comenta amablemente una empleada administrativa a Infobae. Pero el celular de Marcelo Urra está apagado.
Fue este hombre quien comentó que Lucas Pertossi, que perteneció también al club Arsenal, dejó inconsciente a otro joven durante una pelea ocurrida el año pasado. Ese presunto hecho es una verdad por ahora sin pruebas que recorre Zárate. Pero se desconoce la identidad de la supuesta víctima. Y Marcelo Urra nunca aclaró si tenía evidencia de lo que dijo.
“Sí, Lucas hacía fiestas clandestinas en su casa y tenía problemas con los vecinos por los ruidos. Y todos dicen que el verano pasado casi mata a un chico de nombre Joaquín", contó una joven que, como todos los entrevistados consultados por este medio, prefirió resguardar su identidad.
Los Pertossi son primos segundos de Milanesi, a quien en Zárate todos marcan como el más tranquilo, igual que Guarino, hijo y nieto de médicos locales. Los Pertossi y Milanesi son a la vez sobrinos de Juan José Tártara, un reconocido motorista del automovilismo nacional.
“El padre de Milanesi anduvo estos días por acá, en su camioneta roja, siempre es un hombre de saludar y sonreír, simpático, pero ahora andaba con un gorro y anteojos de sol, muy muy serio, pobre”, contó un vecino de la casa de la abuela de Alejo, en el barrio Villa Fox.
En ese mismo barrio, todos miran con cierta curiosidad la casa quieta de los Thomsen. Su mamá, la arquitecta Rosalía Zárate, renunció días atrás a su cargo de titular de Obras Públicas municipal. “Es lo mínimo que podía hacer. La culpa no es de ella pero también hay que pensar en qué fallaron esos padres”, comenta Rosana, la vecina del barrio.
En el edificio municipal donde trabajaba Zárate todo es silencio. Sepulcral. Dos empleados públicos, un hombre y una mujer, dicen que no los dejan hablar. Ella apenas suelta: “¿Qué se dice de los rugbiers? No se dice nada”. El hombre primero se excusa, pero luego comenta por lo bajo lo que parece ser el sentimiento de toda la ciudad: “Esto que pasó es aberrante. Avergüenza a todo Zárate. ¿Y sabe qué es lo peor? Que todavía nadie le pidió perdón a la familia de Fernando”.
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