(Enviada especial a Dolores) La tranquila ciudad de Dolores está convulsionada. La Unidad Penitenciaria Nº 6, la cárcel más sobrepoblada de la provincia según los registros de la Comisión Provincial de la Memoria -la capacidad es de 350 pero aloja a 885- está situada en el medio de la ciudad y, desde hace un día, aloja al grupo de 10 rugbiers de Zárate acusados de asesinar a golpes a Fernando Báez Sosa.
Fueron alojados en el sector de alcaidía, en una celda ocupada exclusivamente por ellos. Sus padres los visitaron hoy por primera vez pasadas las 17, luego del horario usual en la cárcel, cuando las otras visitas de detenidos se habían ido. Sin hablar con la prensa, sin ropa negra de acuerdo a lo que ordena el código de visitas del Servicio Penitenciario Bonaerense -ese color le corresponde a los carceleros- entraron para ver a sus hijos.
Luciano Pertossi, Ayrton Viollaz, Matías Benicelli, Alejo Milanesi, Blas Cinalli, Juan Pedro Guarino, Máximo Thomsen, Enzo Comelli, Ciro Pertossi y Lucas Pertossi pasaron este miércoles su primera noche en la cárcel de Dolores, donde seguirán detenidos en una celda con cinco camas cuchetas y un inodoro para compartir, por lo menos hasta que se firme el pedido de prisión preventiva en su contra y sean trasladados a otro penal, posiblemente la Unidad Nº 57 de Campana, reservada a jóvenes de 18 a 21 con una primera condena o prisión preventiva.
Los 10 jóvenes fueron sometidos a una revisación médica apenas ingresaron y también fueron entrevistados por psicólogos. Angustia, preocupación o arrepentimiento no parecen ser -a priori- sus principales sensaciones.
Esta mañana, después de desayunar, cuando vieron el cielo despejado y que levantaba la temperatura en Dolores, se lamentaron en voz alta de no poder tomar sol. “Se piensan que siguen de vacaciones”, comenta con indignación a Infobae una fuente cercana a la unidad penitenciaria. “No caen, parece. No se dan cuenta donde están”, convalida otro.
En este penal no tendrán, al menos por el momento, contacto con la población carcelaria. Será lo mejor además, según el criterio del Servicio Penitenciario Bonaerense, para evitar riesgos: el crimen del que se los acusa no es tolerado por el resto de los presos. “Cobardes”, “giles” y “nenes de mamá” es lo mínimo que usan para describirlos entre los internos. Un efectivo de rango entre los guardias del Servicio Penitenciario Bonaerense los supervisa a toda hora y no permite que nadie entre al lugar.
Este jueves, sin embargo, fue un día distinto. Les tocó día de visita -que se reparten durante la semana por sector o por letra del apellido del detenido- y recibieron a sus familiares y a su abogado, Hugo Tomei. Desde las 7 de la mañana había ya fuera del penal una fila de parejas, padres e hijos esperando la estricta requisa de mercadería que traen para el resto de los reclusos y cerca de las 17 se retiraron.
Pero los padres de los rugbiers, que solían visitarlos con menos controles en la Comisaría 1º de Pinamar, fueron citados más tarde. De esa forma se evitó no sólo el contacto con otros presos, sino también el contacto con otros familiares. “Están en un pabellón de refugiados esos giles”, le decía una chica a otra esta mañana. Al llegar todos juntos, se anunciaron en la misma puerta que todos los visitantes y esperaron de espaldas a las cámaras en la ventanilla de la oficina donde serán estrictamente revisados los bolsos y objetos que trajeron de acuerdo al intrincado reglamento penitenciario de visitas.
En las bolsas de plástico traslúcido que los familiares traían en la mano se podían ver vasos y tazas de plástico, pares de zapatillas y ropa cuidadosamente doblada que probablemente los rugbiers necesiten para dejar atrás las mallas floreadas y remeras manga corta con las que los sorprendió la Policía Bonaerense en la casa en que se hospedaban en Villa Gesell.
Todos ingresaron al penal en silencio, de espaldas a las cámaras. Algunos prefirieron cubrirse los rostros o caminar con las cabezas gachas. Marcial Thomsen y Rosalía Zárate, los padres de Máximo Thomsen, el joven más complicado, acusado de la autoría material del crimen, llegaron juntos y esperaron pacientemente a ser recibidos. Antes de ingresar al penal y a la salida, Marcial hizo declaraciones a la prensa.
Atrás se situaron los familiares de Juan Guarino y detrás de ellos, los padres de Alejo Milanesi, el único joven que no fue señalado por los testigos en las ruedas de reconocimiento. Ellos esperaron e ingresaron últimos, sin taparse ni bajar la mirada.
Durante toda la tarde algunos vecinos y curiosos se acercaron, otros pasearon por la cuadra indignados por la presencia de la prensa y otros manifestaron estar molestos solamente con la idea de tenerlos cerca de sus casas. El miércoles por la tarde, horas después de su arribo, un puñado de vecinos se acercaron a dejar flores en memoria de Fernando y algunas fotos, a pesar de que la lluvia les impidió dejar también velas. Por la mañana del jueves ya no había prácticamente rastros del homenaje.
El paredón que da a la calle Alberdi, tras del cual se sitúa la alcaidía donde están alojados los jóvenes de Zárate, es uno de los puntos de atención desde hace 24 horas. Un auto con las ventanas bajas disminuyó la velocidad a media tarde y una mujer se asomó a los gritos en esa dirección: “¡Asesinos!”.
Fotos: Ezequiel Acuña
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