El policía de la Bonaerense llegó en su moto, fue el primero, se presentó al pie del cadáver de Diego Xavier Guastini como amigo de su familia, así lo recibieron autoridades alrededor del caso, dice un investigador. El policía tenía poco más de 40 años, rango de teniente, de un área dedicada a investigar narcotráfico en el conurbano, pero también había sido investigado él mismo en Asuntos Internos por supuestas irregularidades en procedimientos. No habían investigado su patrimonio, aunque tenía una empresa a su nombre con un socio, dedicada al negocio automotor. El policía estaba ahí, junto al Audi A4 de Guastini, con la marca de tres balas disparadas por un sicario que traspasaron la puerta y lo mataron, a una cuadra de la Municipalidad de Quilmes.
Ya todo comenzaba raro en una muerte peculiar desde el comienzo, pero tenía sentido que así fuera: Diego Xavier Guastini, contador y financista, cuevero, colaborador de narcos, vivió una vida completamente peculiar. Y la vivió de los dos lados de la ley, o justo en el medio.
Durante los dos últimos años de su vida, Guastini se había convertido un arrepentido colaborador de la Justicia. Le brindaba su información a una agencia de investigación en particular, de manera fluida, a la que llegaba con su campera inflable Moncler que podía valer 50 mil pesos, su pelo corto prolijamente cortado y sus camisas Tommy perfectamente planchadas.
Dejaba las llaves de su Audi en el escritorio y hablaba. “Yo solo toco plata”, decía, como si no tocar droga lo exonerara de alguna forma.
Plata tocaba, ciertamente.
Tenía una cueva en la calle Florida al 500, que atraía a clientes oscuros de todo tipo. Guastini les proveía un servicio muy particular, una mezcla de courier y clearing bancario de plata negra: había conformado un negocio un poco insólito de transporte global de plata oculta en valijas. Usaba a jubilados de la zona sur, pastores evangélicos, panaderos, almaceneros, gente a la que un oficial de Aduana mira en un aeropuerto sin sospechar, casi como La Mula, el personaje de Clint Eastwood en una de sus últimas películas, un veterano de la Guerra de Corea sin siquiera una multa de tránsito en su legajo que llevaba y traía cocaína en su camioneta a través de la frontera mexicana.
Guastini, con un hombre hoy preso por narco entre sus compañeros, resolvía esa necesidad para grandes delincuentes: materializar efectivo, llevarlo o traerlo desde cualquier parte del mundo. Las mulas de Guastini podían mover más de 250 mil dólares en un solo trayecto. Iban y venían: los destinos incluyeron puntos de partida y llegada como México, Roma, capitales de América Central.
La Aduana eventualmente se dio cuenta del esquema de mulas y lo denunció en 2014 en el fuero penal económico. Firmó un juicio abreviado junto a su cómplice preso en el Tribunal Oral en lo Penal Económico Nº 1. La sentencia fue dictada el 20 de septiembre pasado: tres años de prisión en suspenso por seis hechos que involucraron más de tres millones de dólares.
“Le llevaba la guita a medio mundo”, dice un funcionario judicial de alto rango que no está acostumbrado a las exageraciones. Así, Guastini trabajó, por ejemplo, para un traficante de cocaína muy pesado, no lo hacía con los que hacen su riqueza con soldados adolescentes esclavizados en villas y asentamientos; prefería los más sofisticados, los internacionales de alto vuelo. Le gustaban las asignaturas difíciles: un cliente, cuenta un hombre que conoció su vida, le pidió cambiar cuatro millones de euros a dólares de un día para otro para liquidar una deuda. Guastini aceptó la asignatura, supuestamente los cambió, una historia que cuentan cueveros y personajes del submundo. Tenía los contactos para hacerlo.
Desde la Justicia le dieron una custodia de hombres de Prefectura luego de que habló. Guastini pidió que se la destinen a su esposa: tener policías a su alrededor con móviles de civil era malo para su negocio, hacía demasiado evidente su nueva función de colaborador de los jueces. Luego, el financista dijo que a esa custodia no la necesitaba más. Hay quienes creen que tenía un guardaespaldas personal, otros lo niegan, otros aseguran que pidió custodia para su esposa y que se compró un arma, una Glock calibre 40, moderna, ágil, fuerte pero sencilla de usar, ideal para defensa personal, dicen expertos en armas. La tenía encima cuando el sicario lo mató de tres disparos.
Guasti nunca llegó a apretar el gatillo. La Glock, irónicamente, estaba registrada a su nombre como legítimo usuario.
¿Quién mató a Guastini? Mejor todavía: ¿quién lo mandó matar? Tres meses después, todavía no se sabe el nombre del sicario, tampoco el del cerebro. La causa recayó en la UFI Nº3 de Quilmes a cargo del fiscal Martín Conde, con la colaboración de la Policía Bonaerense y la división Homicidios de la Policía Federal. El sicario tiene un rostro: quedó retratado por cámaras de seguridad, mató a cara descubierta y luego huyó hacia una villa de la zona. Tampoco se sabe por qué lo mataron. En total, según pudo saber Infobae de diversas fuentes, Guastini colaboró como arrepentido en al menos cinco cusas. Sin embargo, en el medio, nunca dejó de hacer sus negocios: había ido a su cueva el día antes de morir. Alguien dice desde el corazón de la causa: “Puede haberlo matado alguien que delató, como alguien a quien le debía. Quizás se fue con la guita de muchos. Todos los frentes están abiertos. Todos”.
Por ahora, asegura una fuente clave, no hay ninguna hipótesis confirmada.
Guastini no solo tenía su cueva en la calle Florida, también tenía otra en la calle Tucumán que fue allanada por la Federal. Sus empleados no dijeron mucho. Su mujer, que vivía a pocas cuadras de donde lo mataron, dio una declaración escueta, meramente protocolar. Tenía dos iPhone en su poder en el Audi cuando murió, supuestamente cargados con un software que destruía mensajes. El fiscal Conde todavía no conoce sus contenidos. No fueron abiertos hasta ahora. Las dificultades de abrir un teléfono Apple son históricas. En los últimos días, trascendió que la Policía Federal tiene la tecnología para hacerlo, y que la aplicó para desbloquear los celulares de los diez rugbiers detenidos por el crimen de Fernando Báez Sosa. Sin embargo, al fiscal Conde todavía no se le comunicó esa posibilidad, según fuentes cercanas a la causa.
El golpe para matar a Guastini fue profesional. Fue totalmente estudiado: siguieron la misma ruta que hacía todos los días, el financista se dirigía a una de sus oficinas en Capital cuando lo mataron. Una Toyota Hilux le bloqueó el paso para que lo mataran. Gracias a un cotejo de cámaras se pudo detectar su patente: era robada, con la denuncia hecha en septiembre pasado en Morón, un mes antes del crimen. Pertenecía, precisamente a una Hilux de distinto color. La camioneta, por su parte, habría estado registrada en Neuquén, vendida recientemente, con el nombre de su dueño original todavía inscripto.
Ningún rastro, en ningún lugar, como hacen los profesionales, solo la cara de un tirador que se fue.
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