“Para ellos, era una práctica habitual golpear a una sola persona entre varios”, aseguró Marcelo Urra, apoderado del Club Náutico Arsenal de Zárate, a donde concurrían la mayor parte de los diez detenidos por el crimen de Fernando Báez Sosa, de 19 años, el sábado, en Villa Gesell.
Hasta ahora la fiscal Verónica Zamboni imputó a Máximo Thomsen y Ciro Pertossi como coautores del asesinato de Báez Sosa. Además, consideró partícipes necesarios al resto de los rugbiers, mientras que Pablo Ventura fue liberado. Y, aunque todavía sigue involucrado formalmente, parecería comprobarse que su detención se debió al testimonio de uno de los presuntos asesinos que habitualmente lo responsabilizaba de sus atropellos.
El Club Náutico Arsenal suspendió a los rugbiers que integraban su club y el Club Atlético San Isidro (CASI) también sacó de su lista de socios a Máximo Thomsen. Pero no alcanza con parar la pelota después del asesinato, sino de volver a pensar las reglas de juego.
“Es hora de que el deporte se ponga los pantalones largos”, interpela el Doctor en Ciencias Sociales y Profesor de Educación Física Pablo Scharagrodsky y compilador del libro histórico (de próxima aparición) “Hombres en movimiento. Cultura física, deportes y masculinidades”. “Los clubes deben incorporar la perspectiva de género. Esta situación no es aislada sino que se repite recurrentemente”, resalta Scharagrodsky. Y propone: “Hay que identificar practicas sexistas, homófobas, desde las sutiles hasta las más visibles y enseñar con perspectiva de género para poder desaprender la violencia”.
El machismo mata a las mujeres y, por eso, la pelea contra los femicidios es una cuestión social, pública y política y no de casos aislados. Muchas veces para contraponer la pelea contra la violencia machista se dice que hay más varones asesinados que mujeres. Pero el punto es, justamente, que la mayoría de los jóvenes asesinados pierden la vida a causa del machismo: en peleas callejeras, en discotecas o entre vecinos; por la cooptación del crimen organizado o los narcos; por el gatillo fácil de la policía o por su piel y condición social.
La lucha contra el machismo no es contra los varones, sino para que se puedan preservar sus vidas, muchas veces, amenazadas por varones violentos que buscan demostrar su poder a través de la fuerza.
“El machismo no solo hace sufrir a las mujeres y a otras identidades sexuales sino también a la propias masculinidades porque terminan generando mucha violencia entre los propios varones”, contextualiza.
Por supuesto, Scharagrodsky resalta que en el asesinato de Fernando Báez Sosa también falló el Estado –que debía controlar lo que pasaba en las calles de Villa Gesell– y la escuela por la falta de Educación Sexual Integral (ESI) en estos últimos cuatro años cuando se paralizaron las capacitaciones masivas y la impresión de materiales pedagógicos que puedan frenar la reproducción de masculinidades violentas.
Las pruebas de cámaras de seguridad mostraron que Pablo Ventura (que practica remo) se encontraba en Zárate y que fue incriminado falsamente. También revelaron otra práctica habitual de burla que, en este caso, llegó más lejos. Pero no es aislada de los ritos de competencia que nada tienen que ver con el juego. “En general hay otro que se feminiza. Por ejemplo, porque los de canotaje no tienen la virilidad que se supone necesaria en el mundo masculino”, detalla Scharagrodsky en diálogo con Infobae.
El rugby no tiene la culpa, pero sí puede jugar por el cambio
“El rugby no tiene la culpa”, subraya Cecilia Di Constanzo, ex jugadora de rugby en Centro Naval e integrante de la Comisión de Género del Club Universitario de La Plata. Y ejemplifica: “Somos 5.176 jugadoras en todo el país y no andamos a las piñas por la calle”, ejemplifica.
Así como la pollera no es culpable de la violación, la pelota ovalada tampoco es la responsable de las patotas encarnizadas contra él o la más débil. Sin embargo, sí, los inicios y ritos de los deportes son la esencia de la educación de los varones para ser agresivos, ganadores y humillar a sus rivales.
“El rugby ha sido un coto practicado por sus orígenes en una elite masculina y blanca. Pero no estoy de acuerdo con estigmatizar a una práctica por su historia o ciertas instituciones. No se puede generalizar. Hay gente que lo practica en el conurbano y hay torneos que atraviesan clases sociales. La tradición ha sido sexista, clasista y patriarcal en sus orígenes pero han pasado más de cien años. Y ahora vincular rugby con violencia no permite ver la diversidad que existe y que hay algunas instituciones que intentan revertir las huellas del patriarcado en el deporte”, remarca Scharagrodsky.
El tercer tiempo es con las mujeres y gays adentro
La inserción de las mujeres en el rugby es central para pensar que no se pide que el deporte desaparezca o que la fuerza y la garra tengan que extinguirse, pero sí que no se aliente la agresión y la superioridad como formas de crueldad frente a los otros. La aparición de equipos de mujeres y disidencias sexuales es un signo claro de que no hay que dejar la cancha sino repensar qué pasa adentro y afuera de los partidos y entrenamientos.
“El rugby se mantiene conservador y en ese mundo conservador hay un modo de ser varón que exige ciertas demostraciones. En el juego se exacerba la pertenencia, el equipo y la cohesión. Y eso a veces puede ser muy peligroso. Algunos dicen que el deporte es el último bastión masculino. Yo no creo que sea el último, pero sí un bastión que está siendo disputado. Es un espacio reafirmador de masculinidades. Y lo que hacemos nosotras en el rugby es dinamitar las bases por las que se construye esa masculinidad: tackleamos sin tener huevos, ganamos sin romper ortos (que son las expresiones cotidianas que se traducen en cuestiones más graves). Las mujeres dinamitamos esa filosofía que dice que hay que ser viril para poder jugar al fútbol y al rugby que son los deportes tradicionalmente masculinos en Argentina”, relata Di Constanzo.
En Argentina hay 5.176 mujeres que juegan sin que la pelota sea redonda, según la Unión Argentina de Rugby (UAR). Pero entre noventa clubes, de la Unión de Rugby de Buenos Aires, solo veinte tienen rugby femenino.
No es solo que falta, sino que hay resistencias al cambio. “Cuando te acercás con un proyecto a una institución te lo niegan y si sos mujer tenes que adaptarte a ciertas convenciones impuestas a las que accedés porque te hacen sentir que estás de prestada en el club”, devela Di Constanzo.
La guinda del machismo
El machismo en el rugby existe y no es cuento: “No tenemos representación en las comisiones, generalmente los entrenadores son varones porque consideran que somos un quilombo y nunca nos dejan organizar a nosotras. Se apela a una figura paternal que nos ponga en orden y que les saque el problema de encima y se alega que no podemos jugar porque no hay espacio. Pero sí hay espacio para el hockey. El trasfondo es que está bien visto que las chicas jueguen al hockey y no tanto que la pibas jueguen al rugby”, crítica una de las impulsoras de la perspectiva de género en el deporte.
La Unión de Rugby de Buenos Aires realizó un comunicado de menos de cuatro líneas por el asesinato en donde expresaron que la entidad “se solidariza con la familia de Fernando Báez Sosa. La URBA repudia y condena cualquier acto de violencia que en nada representan los principios y valores del deporte”.
Di Constanza objeta esa idea de que los imputados manchan al rugby y no lo representan: “La Unión de Rugby de Buenos Aires trabaja sin perspectiva de género y no hace autocrítica. En el comunicado se los excluye: “Estos no son rugbiers”. Pero para jugar en la Primera hay que bancarse el bautismo y disocian un acto violento que sucede afuera del club y con un grupo reducido, pero que pase con jugadores formados en rugby nos tiene que interpelar. Tenemos que pensarnos, revisarnos y plantearnos cuestiones”.
Primero se juntaron como amigos. Pero el grupo les quedó chico y buscaron gente para jugar su primer partido. Les gustó y quisieron mejorar la técnica. Los avances necesitaban un lugar de práctica y lograron una cancha. Pero el juego no era un juego y formaron, además, una asociación civil. Los entrenamientos no alcanzaban para pensar su identidad y diversidad sexual y generaron una metodología de trabajo desde hace dos años. Así nació Ciervos Pampas, el primer club de rugby de diversidad sexual de América Latina que lucha por un rugby libre de homofobia.
Caio Varela, el Presidente de Ciervos Pampas convoca: “Hoy tenemos la misión de reinventarnos como varones en una sociedad racista, machista, homofóbica, xenofóbica. Somos muchos extranjeros, del conurbano, de otras provincias”.
Y revela que también, como muchos espectadores de televisión y lectores de redes sociales, se estremeció con el crimen de Fernando Báez Soca y la falsa acusación a Pablo Ventura.
“No puedo creer la sordidez de una falsa acusación a otro chico”, se asquea. Y reflexiona: “Pero es la lógica del machismo: la mentira, la manipulación y el menosprecio al otro”.
Por eso, los Ciervos Pampas no van contra el rugby, sino con otro rugby: “Nosotros queremos aportar al mundo del rugby con lo que estamos haciendo”, propone.
La masculinidad en jaque
Por supuesto que el machismo no es la única raíz de la violencia. Di Constanza también adjudica una actitud de tanta crueldad que el arma a periciar es una zapatilla, para ver quien gatilló su propia patada a un malestar generalizado que se traduce en violencia. Pero, sin lugar a dudas, la reafirmación de ser macho (como si la licencia de masculinidad venciera permanentemente y se necesitara revalidar el carnet todos los días) son también parte de esa patada en la cabeza de un pibe que perdió la vida por la brutalidad sin piedad en un boliche de Villa Gesell.
“Uno no se autopercibe como varón y chau, con eso es suficiente. Todo el tiempo está el riesgo de feminizarse y, por eso, se debe reafirmar la masculinidad a través de alguna potencia. Cuando no se dispone de potencia económica se traduce en potencia sexual o se produce una gran frustración. Pero todo el tiempo hay que mostrarle al resto que se es un varón hecho y derecho”, señala Di Constanza.
Con ella coincide la Doctora en Ciencias Sociales Julia Hang, que es becaria del CONICET e investiga las relaciones entre deporte, política y género: “Este caso muestra que la violencia entre varones jóvenes tiene una lógica y una racionalidad anclada en el machismo estructural de nuestra sociedad que supone demostrar todo el tiempo la virilidad, la masculinidad y la hombría”.
Y el deporte no se puede esconder en el túnel para no ver sus propias enseñanzas. “El rugby argentino se ha configurado de modo tal que ser buen jugador es ser macho, lo que se expresa por ejemplo en el modo en que el deporte es enseñado: entrenadores que les exigen a sus jugadores que vayan al choque, que no sean maricones, que no sean putitos, que se la aguanten. A su vez, todo el conjunto de rituales por los que los jugadores deben pasar si quieren jugar en Primera (golpes, meterse cosas en el culo, abusos de todo tipo) lo cual tampoco se denuncia porque es ‘de puto’ y que se encuentran profundamente naturalizados”, detalla sin dejar de lado la humillación sexual que implica aguantar y la humillación que, igualmente, supone no aguantar.
“El rugby de varones en Argentina se constituyó bajo esta lógica, y aparece a su vez como una de las prácticas preferidas de los jóvenes de clases medias y medias altas, cuyas acciones muchas veces tienden a permanecer impunes”, delinea Hang. En este caso el avance judicial parece –hasta ahora– dar respuestas. Pero el pedido de justicia para Fernando sigue y crece. Porque la impunidad siempre es una amenaza.
La investigadora también mete el dedo en la llaga: “¿Un grupo de pibes jóvenes va a bailar a una discoteca o va a buscar pica? ¿Qué es lo excitante de terminar en una pelea un sábado a la noche? “Los pibes se pelean porque es apasionante, divertido y les genera adrenalina. Deberíamos pensar por qué los varones necesitan encontrar emoción en las peleas. ¿Que hay en nuestra sociedad, en el modo en que vivimos, que lleva a eso?”
El crimen a patadas de Villa Gesell, en el comienzo del 2020, no solo sucede, sino que espanta y genera conmoción social. Se da en un tiempo y en un país de grandes avances del feminismo. Por eso, se demuestra que este progreso no es indiferente a la muerte de los varones, sino que la agresión serial sin freno –y algunos de los implicados ya habían sido señalados por acoso sexual a chicas menores- es un riesgo para cualquiera que sea más vulnerable que los que se adjudican ser más fuertes.
“El asesinato de Fernando ocurre en un momento de gran avance de los feminismos en nuestro país que viene mostrando que la violencia machista afecta tanto a mujeres como varones y otras identidades”, destaca Hang.
El avance del feminismo se da en muchas áreas. Pero, sin duda, la profesionalización del fútbol femenino en el 2019 marca un antes y un después en la incidencia de los movimientos de la liberación de la palabra (y el cuerpo) en la Argentina post Ni Una Menos.
“En relación al deporte los espacios de género que proliferaron en los clubes con mucha fuerza, desde 2018, se han abocado a trabajar no solo la violencia hacia las mujeres sino a la posibilidad de pensar nuevas masculinidades y el modo de replantear el éxito deportivo: romper con la idea de que ganar es cogerse al otro, que es un putito o putita al que hay que humillar”, remarca Hang.
Perder ya no es ser una “Putita Golosa", como decía una bandera de Rosario Central a Newell´s. Y ganar ya no es violar. La lógica futbolera arengaba que las mujeres, trans y homosexuales que son penetrados son perdedores. En la cultura del fútbol se condena el goce femenino, lésbico, travesti o gay y cuesta soportar que ellas también pueden transpirar la camiseta y disfrutar.
En muchos casos la mayor agresividad de sectores machistas no es solo por tradición, sino por una reacción exacerbada frente al avance de quienes, hasta ahora, no les representaban una amenaza.
“Los espacios de género, con mayor o menor legitimidad, dentro de los clubes vienen realizando talleres, charlas, encuentros con deportistas, dirigentes, empleados. Las mujeres están organizadas y tienen como objetivo principal romper con el machismo estructural. El rugby se configuró como un espacio de varones regulados y gestionados por varones (hay apenas un 6 por ciento de mujeres dirigentas en clubes de fútbol y en su mayoría son vocales suplentes). Es el momento de que quienes gestionan el deporte asuman realmente un compromiso de trabajar contra la violencia, lo que implica necesariamente romper el pacto de machos, dejar de ser cómplices de lo que sucede en los vestuarios y en las canchas y escuchar a las mujeres que hasta ahora no han podido ser escuchadas”, propone la investigadora del CONICET.
El vínculo entre rugby y violencia no es nuevo, ni un territorio sin explorar. Juan Branz jugó al rugby y fue futbolista profesional (aunque ahora confiesa tener más ganas que rodillas veloces) e investigó durante ocho años los mandatos de masculinidad del rugby. Ese trabajo lo volcó en el libro “Machos de verdad, Masculinidades, Deporte y Clase en Argentina”.
"El rugby fue esencial para la exaltación de la virilidad”, define. Y explica: “El deporte es masculinizante y se expresa con cierta idea de cofradía, de club de amigos. En ese club tenemos que conformar y certificar que somos “machos, pero de verdad”. Ese es el concepto: la certificación de ser macho. Es una prueba: se rinde, te aprueban, aprobás, nos aprobamos. Impugnamos todo lo que no responda a las lógicas de una masculinidad dominante: la exaltación y exhibición de todas nuestras potencias. Potente, de eso se trata”.
La incidencia de las mujeres en el deporte quiere rescatar la fuerza, el juego, el trabajo en equipo y la sed de ganar. No se trata de desarmar el entrentamiento, ni de despreciar el valor de dejar todo en la cancha. La pionera en la pelea por patear la pelota desde otro angulo, Mónica Santino, directora técnica de La Nuestra Fútbol Feminista de la Villa 31, plantea: “En los medios de comunicación hay una construcción del rugby bueno contra el rugby malo. El rugby tiene un origen aristocrático y de varones. Entre chicos incluso se dice ‘el rugby es un deporte de caballeros’. Pero hay que salir de la meritocrocacia y los privilegios. ¿Qué te da libertad para matar a alguien en patadas? Los privilegios”.
Ella cree que la incidencia masiva de las mujeres y la diversidad sexual en el fútbol no llega solamente para acomodarse en el mismo modelo sino para cambiar la legitimidad de la violencia. “Hay muchas mujeres jugando rugby intentando desarmar el machismo y nosotras decimos que otro fútbol es posible e intentamos que se junten Huracán y San Lorenzo; Gimnasia y Estudiantes; River y Boca; que tienen tradición de batallas pensando en un fútbol que no sea ‘al rival lo mato’ sino ‘voy a seguir a ganar siempre, pero con el rival juego’. Hay que aplicar la herramienta maravillosa que tenemos que es la Educación Sexual Integral (ESI) con jugadores de fútbol y de rugby”.
Santino cree que los imputados por homicidio no son inadaptados, sino que se adaptaron a un sistema que promueve su violencia. ¿Cómo se puede hacer para trabajar con varones que ya tengan indicadores de violencia (acoso sexual, peleas callejeras, maltratos) y lograr revertir su conducta?
“Los varones también son víctimas del machismo patriarcal”, define la psicóloga Mariela Fernández, que es Directora de Salud Mental de Lomas de Zamora. En el sur del conurbano tienen cuatro grupos (de entre ocho y doce integrantes) para varones que ejercen violencia que funcionan semanalmente con una coordinación interdisciplinaria. “El machismo mata y no solo a las mujeres. El asesinato de Fernando en Villa Gesell lo muestra con una crudeza inusitada”, afirma con un dolor compartido socialmente.
“Son víctimas del machismo cuando son testigos centrales de la violencia que un padre o una pareja de su mamá ejerce contra ella, cuando reciben maltratos, amenazas y golpes, cuando sienten que tienen que interponerse entre el agresor y su mamá, cuando piensan que el único modo de salir de eso será crecer para ejercer esa misma violencia contra el agresor, cuando son víctimas de abuso sexual infantil y cuando son víctimas indirectas de femicidios”, describe la psicóloga.
En la Argentina las políticas públicas para varones fueron pioneras pero hoy son apenas experiencias aisladas. Por eso, los grupos de Lomas de Zamora si bien son reducidos pueden ser un foro a multiplicar. “Los grupos de asistencia interdisciplinaria en consumos problemáticos, salud mental y varones que ejercen violencia son una política que funciona como resorte preventivo a la repetición de situaciones de violencia que terminen de manera trágicas”, detalla.
Fernández remarca: “Habilitar desde el Estado el espacio para poner en cuestión el modelo tradicional varón, potencia y violencia será un desafío central de esta etapa histórica de nuestro país”.
Nerina Favale integra el proyecto de Lomas de Zamora y está próxima a integrar el nuevo Ministerio de las Mujeres, Políticas de Géneros y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires en el abordaje territorial y cuenta: “Vimos cómo varones que se acercaban con una demanda inicial de tratamiento por consumo problemático iban contando las violencias que ejercían (a mujeres, niños o pares) y que decían que tenían que sostener las masculinidades porque así eran respetados. Ellos sufrieron violencias (padres que ejercían maltrato hacia sus madres, abuso sexual infantil, golpes, etc) y se construyeron alrededor de ese mandato de masculinidad que se defiende a través de la violencia".
El machismo lastima, abofetea, humilla, penetra, desagrada y después parece darles a los varones solo la herramienta del machismo para lastimar a otras personas igual que los lastimaron a ellos.
Las muertes nunca dejan de doler. Pero el asesinato de Fernando tiene que cambiar las reglas del juego. Ningún pibe más tiene que morir de una patada.
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