T., básicamente, fue un amigo fiel.
Fue a llorar a su compañero Fernando Báez Sosa al cementerio de la Chacarita el lunes pasado, su compañero del Colegio Marianista con el que había viajado a Villa Gesell, luego de velarlo toda la noche, encontró a un amigo en una escalera de cemento de la necrópolis y se abrazó. Alto, el más alto del grupo de amigos del Marianista, morocho, de pelo corto, T. tenía la cara herida detrás de los anteojos de lectura, el ojo izquierdo morado, los labios rotos, los codos raspados por rodar en el pavimento.
Tal como a Fernando, los rugbiers lo golpearon en la vereda frente a la disco Le Brique, lo hicieron caer. Trató de defender a su amigo. No pudo contra diez, un grupo de rugbiers en la noche que lo habían esperado para emboscarlo según los cálculos de la Justicia. T. podría haber muerto. Poco después, Fernando moría en el hospital Arturo Illia por los golpes que recibió en su cabeza.
Hoy por la mañana, T. ingresó al edificio de la Jefatura Distrital de Policía de Villa Gesell, como parte del grupo de tres testigos del crimen que deberán participar hoy de las ruedas de reconocimiento que comenzaron poco después de las 8:30, donde los imputados y Pablo Ventura, acusado falsamente y liberado por falta de mérito, se mezclaron con “extras”, falsos imputados reclutados a la madrugada por la Policía Bonaerense. Los testigos deben marcarlos, señalar a quien participó del crimen, y a quién pateó a Fernando hasta la muerte.
La semana pasada, T. declaró en el expediente por homicidio agravado a cargo de la UFI Nº6. Contó cómo llegó a la disco Le Brique para ver el show del cantante de trap Neo Pistea junto a Fernando y otros dos testigos. Aseguró que había “mucha gente, nos chocábamos, había mucha gente empujándose”, según fuentes cercanas a la causa.
Entonces, dice, ve “a dos chicos alterados que nos incitaban a la pelea, intento calmar todo y recibo golpes de puño.” “Che, no sirve pelear, nos van a echar a todos”, grita T. Uno de los que lo atacaba, a quien no identificó, le dijo: “El problema no es con vos, es con tu amigo, me voy a quedar esperando”. T. no supo por quién se lo decían, si era por Fernando, o por otro amigo más. La frase no es en vano: la premeditación es uno de los agravantes que empeora la acusación contra los acusados de Zárate,
Poco después, supo que Fernando había sido echado del boliche. Salió a la calle y lo vio. Báez Sosa no pudo especificarle por qué fue la discusión, cree que se ocasionó simplemente porque el lugar estaba lleno, porque los empujones eran inevitables.
Fernando tenía “la camisa rota”, afirmó en su testimonial, le preguntó a su amigo qué había pasado, le habló del ataque por parte de este grupo de desconocidos. Entonces, fueron golpeados a traición.
“Estábamos hablando cuando aparecen por detrás un grupo de sujetos”, relató.
Fernando fue el primero en caer. “Lo empujaron y lo patearon en el piso, yo traté de defenderlo”, declaró. Entonces, el amigo cae:
“Me pegan patadas por todo el cuerpo, principalmente en la cabeza, creo que al menos tres personas me pegaron a mí".
Luego, se levantó: “Cuando logro levantarme veo a algunos amigos golpeados, a Fernando ensangrentado, con la cara golpeada e inconsciente. Una chica que estaba en el lugar comenzó a hacerle RCP a Fernando. Al menos vi ocho pibes pegándonos”.
Entonces, uno de los rugbiers advirtió, según afirmó T. bajo la advertencia de la pena por falso testimonio: “A ver si nos volvés a pegar, negro de mierda”. En la causa no surge que Fernando le haya pegado a ninguno de los rugbiers.
La acusación contra los rugbiers no incluye las lesiones que recibió T., que podrían ser consideradas de índole leve, y por las que el joven los podría denunciar. Mientras tanto, su tarea es otra: marcar a los culpables de un espejo, uno por uno, en recuerdo de su amigo muerto a patadas por nada.
Con información de Martín Angulo y Joaquín Cavanna.
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