“Regalada, no servís para nada”: el infierno de violaciones y torturas al que Marcelo Herrera sometió a su ex pareja

La Justicia le impuso siete años de cárcel al vecino del Abasto: las pruebas en su contra detallaron años de tormentos denigrantes. Los grafittis en la pared

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Marcelo Herrera, hoy detenido en el penal de Ezeiza.
Marcelo Herrera, hoy detenido en el penal de Ezeiza.

“El 8 de diciembre se cumple un año que le pusimos los cuernos a Nazareno”, se leía el miércoles 6 de diciembre del 2017 en una pintada fresca en el frente de un edificio en la calle Sánchez de Bustamante, en el barrio porteño de Almagro, donde vivía A., una mujer de la zona. “Te amo”, decía también.

A los graffitis los taparon. No tardaron en aparecer otros el viernes 15, casi 10 días después: “Mostrale los videos a Naza (del pete)”, decía el nuevo graffiti. Y al otro día hubo varios más: “Cornudo Naza, tu hijo me decía papá Marce”, era uno. “Mostrale los videos a Naza”, decía otro, seguido del ya clásico “Te amo” y de uno más: “Naza cornudo empleado en computación”.

El viernes 22 hubo pintadas otra vez, esta vez con un tono más insistente y repetitivo: “Hola te amo”; “Naza cornudo te amo”; “Te amo, te amo decidite te amo” y, como si no estuviera ya claro el mensaje: “te amo, atendeme, te amo".

A. sabía que los graffiti los había escrito su ex pareja, Marcelo. Hugo Marcelo Herrera.

Había estado en pareja con él por 11 meses y convivían hacía 10. Se habían conocido en diciembre de 2016 en un curso de computación, mientras ella salía de una relación con Nazareno, el hombre que Marcelo insulta repetidamente en las pintadas. Ella y Nazareno habían convivido durante 10 años, tenían un bebé de dos años y medio. A. tenía otra hija de una relación anterior, una adolescente de 16 años.

Pero la relación entre Marcelo y A. se había terminado antes del primer aniversario: ella lo había denunciado en noviembre de 2017 por violencia de género. Había conseguido una restricción de acercamiento -que él violaba sistemáticamente para dejar esos mensajes amenazantes- y tenía en su poder un botón antipánico.

Eventualmente, la causa contra Marcelo Herrera, hoy de 48 años, oriundo de Santiago del Estero, avanzó y tras un año y medio que pasó detenido en el penal de Ezeiza, donde sigue hasta hoy, el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N° 5 de la Capital Federal lo enjuició con una lista de delitos que bien podrían tratarse de un trabalenguas judicial.

Vale la pena reproducir la lista completa, sin abreviaturas: Herrera fue sentenciado en diciembre de 2019 a siete años de prisión por los delitos de “lesiones leves doblemente agravadas por su condición de pareja y por haber mediado violencia de género en concurso real con el delito de robo simple en concurso real con el delito de lesiones leves doblemente agravadas en concurso real con el delito de daño en concurso real con el delito de abuso sexual con acceso carnal en concurso real con el delito de privación ilegal de la libertad en concurso real con el delito de desobediencia a la autoridad reiterada en cinco oportunidades”.

En la causa constan una serie de hechos específicos. A mediados del 2017 empezaron las discusiones entre A. y Marcelo pero el 3 de julio, cerca de las 3 de la mañana, hubo más que una pelea de pareja.

Marcelo empezó a increparla y a preguntarle con cuántos hombres había tenido relaciones sexuales. Quería un número. A. se defendía y él empezó a insultarla y denigrarla. La agarraba de los brazos y la zamarreaba. “Vos sos una putita regalada, débil de mente, no servís para nada”, le decía en el departamento dos ambientes donde también dormía su hija mayor y su bebé de dos años.

Ella le pedía que se calmara o que se fuera, él se puso peor. Le dijo que si quería que se fuera ella tenía que armarle la valija y, de acuerdo a los fundamentos de la condena en su contra, golpeó un espejo. Después fue hasta la cocina: insultaba a A. mientras se metía comida en la boca y se la escupía encima, mientras su hijo dormía. Agarró un par de borcegos marrones que sabía que a A. le gustaban y un teléfono Motorola que él mismo le había regalado y los metió en una mochila.

“Ahora me voy porque sos una putita regalada, me mentiste”, le dijo.

Ahí fue que intervino la hija de ella, que estaba detrás de la puerta escuchando la discusión, y lo persiguió insultándolo porque veía que él se iba con las llaves. Herrera las tiró en el hall del edificio y huyó. Estuvo una semana sin volver hasta que la citó a A. en la boca del subte en Uruguay y Corrientes para “arreglar” las cosas y hasta le propuso ir hasta el ex CENARESO (hoy Hospital Nacional de Salud Mental y Adicciones Laura Bonaparte) para hacer terapia.

Hubo otros episodios. En una oportunidad le rompió un diente al lanzarle una mamadera de plástico duro y otro día le tiró a patadas la puerta del baño donde A. se refugió después de una discusión. También le prendía fuego la punta de las sábanas con un encendedor, enseguida las apagaba con una ojota y le decía que la iba a quemar a ella y a sus hijos.

Sánchez de Bustamante al 400, donde Herrera hacía graffitis intimidatorios contra su ex pareja
Sánchez de Bustamante al 400, donde Herrera hacía graffitis intimidatorios contra su ex pareja

A mediados de noviembre de 2017 todo empeoró. Una tarde, cerca de las 19 horas, Marcelo empezó a insultar a A. otra vez después de una discusión. Le pegó dos cachetadas y la tomó muy fuerte del cuello contra la pared. A. relató ante la Justicia que pensó que si pasaba un segundo más se desmayaba o se moría. Cree que Herrera se dio cuenta por su cara y por eso la soltó. Su hija se acercó y la vio a su madre acorralada contra la pared.

Más tarde, la discusión escaló y Marcelo se ponía cada vez más violento. Ella lloraba y él le hacía burla hasta que en un momento le dijo que fuera al comedor. “Vení acá y chupame la pija”, le ordenó. “Si no me la chupás te tiro la pintura en el comedor”, le aclaró señalando un tacho de pintura que estaba en la casa.

A., atemorizada, accedió y recibió de Marcelo un golpe en la cabeza. “Dejá, no servís ni para eso”, le dijo y acto seguido le tiró la pintura en el parquet. Después la agarró de las manos y le hizo un nudo alrededor de las muñecas con una bufanda. “Te ato porque no confío en vos”, le dijo y la dejó una hora así hasta que él consideró que podía desatarla. “Qué loco, si ibas a la Novena [por la comisaría] agarraba al nene y lo tiraba por las escaleras”, le advirtió.

Al otro día, cuando viajaron a Villa Luzuriaga para visitar al padre de A., se separaron. Y al día siguiente ella se presentó en la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) y radicó la denuncia contra él.

En ese momento a Herrera le prohibieron acercarse o contactar a A. y él decidió hacerlo igual. Violó en reiteradas veces la medida para pintar los graffitis y fue por más. Cuando borraban las pintadas, pintaba con fibra junto al portero del edificio “A. la putita la mejor” y su celular, simulando que su ex pareja ejercía la prostitución. También lo hizo en la puerta del jardín de su hijo y en un supermercado chino cercano.

La llamaba desde locutorios para hostigarla y luego A. recibía llamadas de los comercios, donde le explicaban que Marcelo no había pagado los llamados. Herrera llamaba también a Bomberos y Defensa Civil para notificar falsos incendios en el departamento de Sánchez de Bustamante y le ocasionaba cortes de gas.

Cuando fue llamado a declarar en indagatoria, Herrera se defendió de las acusaciones. Negó rotundamente haber golpeado, maltratado, atado o abusado de su ex. Dijo que la primera discusión ocurrió cuando se metió en una discusión de A. con su hija y que lo único que hizo fue golpear un ropero e irse. Que no se llevó las botas, que solo se llevó el teléfono porque era suyo y luego lo vendió en Once. A A. le dijo que se lo robaron mientras vivía en la calle. Curiosamente, Herrera declaró haber estado en situación de calle al Tribunal Nº5, sin embargo, lo defendió un conocido abogado particular.

Argumentó que el vínculo con ella “se volvió tóxico”, que ella estaba obsesionada con su cuerpo y que ella le pedía cosas que él no le podía dar porque trabajaba en negro en una gomería y solo ganaba 300 pesos. Que nunca se imaginó que A. podía llegar a ese punto (de denunciarlo) y aseguró que ella tenía problemas con el consumo de sustancias.

Su abogado defensor reconoció las violaciones a la restricción de acercamiento pero pidió en el juicio que Herrera sea absuelto en los otros delitos y le reclamó a la víctima “un testimonio más preciso y detallado”.

Los testigos, sin embargo, no sustentaron la versión de Marcelo. La hija de A., por ejemplo, contó en su declaración varios de los episodios que denunció su madre, aseguró que recordaba ver a su madre sin un diente cuando Marcelo la golpeó y también que varias veces vio cómo le daba cachetadas. Dijo que era cierto que quemaba las sábanas como amenaza y aseguró, a pesar de que ella no se encontraba en la casa ese día, que su madre había sido víctima de violencia sexual, porque ella se lo había contado.

Nazareno, el ex de A., la otra víctima de las pintadas, también dijo que la veía angustiada, preocupada y que recordaba también haberla visto con un diente roto. Un vecino del edificio además, remarcó que era cierto que durante todo el fin de 2017 un hombre pintaba el frente del edificio donde vivía su madre y recordó que una vez lo vio haciéndolo y lo persiguió.

La psicóloga del Cuerpo Médico Forense que los evaluó consideró que A. padecía inestabilidad emocional e indicó que la mujer se angustiaba al relatar los episodios, lo que podría ser un síntoma de depresión. Sobre Herrera, en tanto, indicó la existencia de un trastorno de personalidad, consumo de sustancias y comportamientos de impulsividad y simulación.

Para el juez Enrique Gamboa, el único integrante del Tribunal, no hubo dudas. Consideró “rotunda y definitoriamente probado” que Marcelo Herrera era autor de esos delitos y consideró que el testimonio de A. fue “contundente” al describir con detalle “una serie de episodios que se daban con frecuencia y eran similares entre sí”.

También consideró “inconsistente” el descargo de Herrera. “La endeble excusa exculpatoria brindada por Herrera de que con la víctima tenían una relación tóxica, que hubo peleas y discusiones, pero no agresión, es falaz y resulta un pueril argumento para morigerar su comprometida participación en el hecho”, argumentó en los fundamentos de la condena.

Sin embargo, consideró como atenuantes su escaso de nivel de instrucción, su precariedad laboral y su falta de antecedentes penales y le otorgó una pena dos años menor a la propuesta por la fiscalía.

Herrera deberá cumplir siete años en prisión por una larga lista de delitos mientras A. intenta reconstruir la vida junto a sus hijos.

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