Marta Ramallo cerró una parte del drama atroz que desde julio de 2017 atraviesa su vida como una estaca clavada en el alma. Casi dos años y medio después de haber visto por última vez con vida a su hija, se despidió de lo que quedó de Johana: con una reunión íntima en la sede platense de la Comisión Provincial por la Memoria, rodeada de su familia, frente los restos de la chica de 23 años hallados en agosto de 2018 y que sirvieron para, casi un año más tarde, confirmar su identidad.
Marta, de 39 años, dejó finalmente a su hija en un nicho el cementerio de La Plata. La buscó, enojada y desesperada y con muy poco apoyo del Estado. No la encontró. La Justicia, caracterizada en este caso por la lentitud y cierta desidia, aún investiga la causa. No hay imputados ni sospechosos. Solo una certeza, que se repite en cientos de casos y lo dice la canción feminista: “No están perdidas son desaparecidas para ser prostituidas”.
Si alguna vez la Policía la buscó, llegó tarde. A Johana la mataron y la descuartizaron, parte de su cuerpo nunca apareció. Y quien lo haya hecho está libre.
Marta, Johana y otros seis hermanos vivían juntos en Villa Elvira, un barrio pobre de la capital bonaerense. Allí fue que la madre vio por última vez a su hija. Fue el 26 de julio de 2017. Un mes y medio antes, Johana se había separado de su pareja -padre de su hija, que actualmente tiene 8 años- y volvió a vivir a la casa materna.
Su situación económica se convirtió en desesperante. Por cuestiones de horarios con la educación de su hija, Johana dejó de trabajar como cooperativista en el marco del programa estatal “Ellas hacen” y empezó a frecuentar la zona roja de la Plaza Matheu platense, donde estuvo en situación de prostitución. En un rasgo común en estos casos, también comenzó a tener problemas serios con el consumo de drogas.
La noche del 25 de julio, Johana fue esa zona y sufrió una descompensación en la calle por la que fue internada en el Hospital San Martín. Una etiqueta pegada a la cama donde estaba Ramallo decía “NN Johana”. Los médicos acomodaron la salud de la chica, que al otro día, ya cuando se sentía mejor, se escapó del hospital sin el alta médica. Desde el centro de salud denunciaron la fuga de una mujer joven NN, pero la Policía no prestó atención: flotará por siempre la duda sobre qué sería ella si hubieran prestado atención al dato.
Marta la esperaba esa noche. Su hija le había avisado que llegaría cerca de las ocho de la noche. Nunca se enteró que pasó esa madrugada en la cama de un hospital. La mamá se angustió pero aguardó. A las ocho de la mañana del día siguiente Johana apareció en la casa. Su madre la recibió llorando.
Johana le explicó que había perdido el celular y le contó de la descompensación. Todavía tenía el algodón agarrado con tela adhesiva en sus muñecas, rastros de la inyección de suero. Se acostó en su cama. Marta se sentó a su lado y le rascó la cabeza hasta que se durmió.
Siete horas más tarde Johana despertó y cerca de las cinco de la tarde volvió a salir a la calle. Como un día antes, volvió a decirle a su mamá que volvería a las 20. Pero nunca más lo hizo.
Una cámara de seguridad de una estación de servicio ubicada en la esquina de las calles 1 y 63 (a tres cuadras de la zona roja de Plaza Matheu) la registró mientras entraba y salía del baño junto a otra mujer. Vestía un pantalón negro. Marta fue al otro día salió en busca de su hija. Ni en los hospitales ni en las comisarías le dieron indicios del paradero.
Antes del anochecer de ese día, Marta hizo la denuncia en la comisaría de Villa Ponzatti. Según su relato, los agentes que la atendieron se burlaron de ella. Cuestionaron que buscara a una mujer adulta, de 23 años. Le insinuaron que seguramente estaba con algún novio por ahí. Ella les explicó que Johana nunca se ausentaba de la casa por las noches. Los policías formalizaron la denuncia como “averiguación de paradero”.
Marta luego denunció que la fiscal Betina Lacki no prestó atención a los indicios que le dio sobre la posible desaparición de su hija. Le contó a la investigadora que unos días antes un hombre la había llamado insistentemente a Johana al teléfono celular y que la chica le pidió a su mamá que no atendiera. “Yo a vos te tengo que cuidar. Nadie tiene que saber que sos mi mamá”, le dijo “Yoa”, como le decían en el barrio.
La investigación de Lacki fue cuestionada por los abogados y las organizaciones sociales y de derechos humanos que acompañaron a Marta. “Ante la insistencia de Marta de que Johana no había desaparecido por voluntad propia hubo un vacío, no era escuchada. La situación de prostitución en la que estaba Johana la convirtió en una víctima de segunda. La Justicia es patriarcal y clasista”, comentó Silvina Perugino, una de las abogadas que trabaja junto a Marta por el esclarecimiento del caso.
Los testigos que declararon en la causa coinciden en que la vieron, pero todos los relatos hablaron de que se la cruzaron antes de las 22. Después de esa hora hay nada. Las abogadas de Marta critican la búsqueda, por floja e ineficiente, pero además admiten que se trata de casos donde siempre hay gente que sabe, pero que se esconde, no declara y huye presa del terror de las represalias.
Tres meses después de haber sido vista por última vez, la causa pasó al fuero federal, donde comenzó a investigarse la desaparición forzada ante el eventual delito de trata. Y sin la participación de la Policía Bonaerense, sospechosa vitalicia en esto de estar implicada por connivencia con redes de trata y narcotráfico (asociaciones ilícitas hermanas).
Johana llevaba una vida trágica, pero puso mucho de sí para salir de la fuerza centrífuga que tracciona el círculo infernal en que se había transformado su cotidianidad. Muchas veces estuvo en situación de calle y paró con jóvenes en esa misma condición que “rancheaban” en la Plaza San Martín.
Quedó embarazada cuando cursaba primer año en la Escuela N° 24 de Berisso, abandonó la escuela y se juntó con su pareja. Después hizo un curso de peluquería. Fue voluntaria en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata en una jornada solidaria por las inundaciones de 2013, terminó la secundaria en el plan FINES y luego ingresó al Ellas hacen como cooperativista.
Pero a esa altura, fines de 2013, su vida se había oscurecido. Se separó momentáneamente de aquella pareja, comenzó a tomar cocaína y pastillas hasta que la adicción la enfermó y comenzó a salir con un hombre 30 años mayor que ella. Cortó y en 2014 volvió a estar con el padre de su hija. Pero para Marta, algo ya había enturbiado el alma de su hija.
En agosto de 2018 la agencia estatal de noticias Télam anunció el hallazgo de restos humanos en la zona de Palo Blanco, la costa de Berisso. Rosa Bru, mamá de Miguel, desaparecido a manos de la policía bonaerense en 1993, llamó al fiscal Marcelo Martini -que tenía la causa de Johana- para confirmar su intuición y le adelantaron que los restos encontrados eran de una mujer. Pocos días después hubo otro hallazgo, también de un cuerpo de mujer.
Rosa le recomendó a Marta que exigiera que analicen los restos y los cotejen con el ADN de Ramallo. Finalmente, en mayo pasado el resultado dio positivo en uno de los restos. Era Johana. Los peritos determinaron que la joven había sido descuartizada y que su muerte habría ocurrido entre septiembre de 2017 y enero de 2018. La identidad genética del otro resto encontrado no pudo ser determinado por los peritos de la Corte Suprema y actualmente inverviene el prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense.
“No me alcanzan las palabras para explicar cómo era ‘Yoa’, era la hija soñada y soñadora, muy alegre, chistosa, compañera”, contó Marta a Télam a finales de noviembre último, y pidió recuperar el cuerpo para despedirlo.
“Aún la Justicia no nos da las respuestas que una madre quiere escuchar, desde hace 28 meses a hoy la Justicia nos sigue agachando la mirada y sin darnos la respuesta concreta que le venimos pidiendo: qué pasó con Johana, qué están ocultando, a quiénes está encubriendo el Poder Judicial misógino”, reclamó la mamá de la joven.
Marta recuperó los restos de su hija y los despidió el miércoles pasado por la mañana, en un velatorio organizado dentro de la sede de la Comisión Provincial por la Memoria. Estaba con su familia y con referentes de las organizaciones sociales, políticas, gremiales y de derechos humanos que la respaldaron y acompañaron en su pedido de Justicia. También participó la ministra de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual bonaerense, Estela Díaz, y Rosa Bru, la madre de Miguel. Lo hicieron bajo la consigna “Debemos florecer, no desaparecer”.
Cerca del mediodía llevaron los restos de Johana al cementerio de La Plata. “Marta necesitaba cerrar. Es terrible todo el proceso. Fue terrible buscarla y no encontrarla, no tener eco. No hubo ida y vuelta con el Ejecutivo, ni nacional ni provincial, fue complejo, Marta necesitaba ese compromiso y no lo tuvo. Así que ahora necesitaba dar un cierre, una despedida y una sepultura. La familia lo necesitaba”, comentó Perugino, quien está segura el rumbo que debe seguir la investigación, a cargo del juez Adolfo Gabino Ziulu: “Hay un sistema de redes que prostituyen mujeres en La Plata y especiamente en la Zona Roja y eso tiene que ver con la desaparición. Creemos que hay gente que sabe y que por miedo no habla”.
“Este es un momento triste, cierra una etapa, es muy triste, pero por suerte Marta la encontró. Deseo que Johana encuentre la paz y descanse en paz", dijo Bru.
Marta, que lleva casi 1.000 días al frente de la lucha por el esclarecimiento del crimen de su hija, expresó su tristeza en Facebook, 24 horas antes del adiós formal y definitivo a Johana: “Mañana me iré con vos, sí, mi alma te la llevás vos, hija. Solo quedará de mí el cuerpo para seguir luchando contra lo que venga. Con vos te llevás mis miedos y me dejás las fuerzas y el coraje para seguir luchando contra el mundo cruel, contra un sistema judicial misógino patriarcal que se llevó tu vida”.
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