Darwin C., oriundo de Perú, con 21 años, había pasado por departamentos en Parque Patricios y Boedo, tuvo empleo por algunos meses en una empresa gastronómica que entró en dificultades para pagar a comienzos de este año. No duró mucho, apenas tres meses en blanco. Eventualmente, según las acusaciones en su contra, consiguió otro trabajo.
Así, Darwin reapareció esta semana en el asiento trasero de un patrullero de la Policía de la Ciudad. Un agente de consigna en la esquina de La Rioja y Rondeau en el barrio de Parque Patricios lo vio junto a la persiana de un supermercado chino de la cuadra. Darwin, vestido en un chaleco inflable con una coqueta camisa manga corta de estampa floreada y chupines gastados, fue sorprendido junto a Edgar R., un joven venezolano de 19 años que le oficiaba de chofer en un Volkswagen Gol. Llevaba una mochila, con un mazo de seis hojas A4 con una docena de ideogramas asiáticos escritos con marcador negro y un teléfono de contacto al que curiosamente le faltaban uno o dos dígitos.
Darwin, por lo visto, era un courier, correo privado. Las hojas eran el clásico apriete de la mafia china contra los supermercadistas de su comunidad. Así, se los llevaron detenidos a ambos, con una causa en su contra por amenazas a cargo del Juzgado Nº33 de Darío Bonnano. Darwin fue fotografiado en la alcaldía de la Policía de la Ciudad donde lo mantuvieron detenido, le pidieron que se quite la camisa para identificar sus tatuajes. Eran muchos, de un trazo limpio y una calidad notable, hechos con pulso y buena sombra, lejos de los escrachos rústicos de los delincuentes de años: un león coronado en el antebrazo izquierdo, una virgen en el brazo izquierdo, un tigre en el cuello y un escorpión en el hombro.
Y en el pecho, un oni, un demonio japonés en forma de mujer, que pierde su máscara de a poco, hasta revelarse.
Era la primera vez que Darwin caía. Quien lo contrató quizá lo hizo porque su legajo estaba limpio, no tenía ninguna causa en su contra en la Ciudad de Buenos Aires, al menos según los registros de la Cámara del Crimen y la Cámara Federal, lo mismo para su cómplice.
Así, el joven fue indagado. Aseguró ante el juez Bonnano que lo enviaron “de otro negocio”, que otro supermercadista lo habría contratado, y no un mafioso, no uno de los bolseros que suelen reclutar mano de obra violenta para las tríadas que le quitan dinero en dólares a punta de pistola a comerciantes en la Ciudad y en el conurbano bonaerense.
En todo caso, y si este es el caso, no sería la primera vez que un supermercado chino en la ciudad contrata de manera directa un sicario para extorsionar e intimidar a su competencia. La sangre de Lin Zhi no parece tan distante en la memoria policial.
A Lin Zhi lo mataron de un tiro en la cabeza a mediados de agosto de 2015. Recién había terminado de pintar el frente de su nuevo supermercado en la calle Ensenada en Floresta, había colocado el reflector de la entrada días atrás. Solo faltaba el cartel. A fines de ese mes, un sicario en moto le disparó en el cráneo. Se supo, eventualmente, que a Lin le habían exigido una gran cantidad de dinero para no matarlo a balazos a él y a su familia, algo que el comerciante no denunció. Lin Zhi pagó. El 22 de agosto, cámaras en la zona captaron el retiro del dinero: otro hombre chino lo fue a buscar.
La vieja división Defraudaciones y Estafas de la Policía Federal, quizás los mayores expertos en investigar delitos mafiosos dentro de la comunidad china, se encargó de seguir el caso, a cargo de la jueza María Fontbona de Pombo. Un CPU fue secuestrado y se hicieron pericias en el lugar a cargo de la Unidad Criminalística de la PFA. Dos semanas después de su muerte, la familia de Lin, principalmente su madre, comenzó a retirar mercadería del local en la calle Ensenada sin saludar a los vecinos.
Una voz policial aseguraba en ese entonces: “Esto pasó porque abría el supermercado cerca de otro que ya le colaboraba a la mafia”. Sin embargo, los cálculos finales resultaron ser algo diferentes. Por qué murió Lin a pesar del pago es un misterio que se aclaró casi un año después.
Los comerciantes que pactan con la mafia y sus múltiples facciones suelen invocar los privilegios de su dinero, la mafia puede oficiar como una suerte de control interno para regular el mercado. Sin embargo, en el caso de Lin Zhi, la mafia esta vez fue la competencia barrial misma.
La Federal determinó que el supermercadista había empezado a recibir amenazas de otros dos comerciantes de la zona. Chen Maoxing y Chen Mahua eran sus nombres, le exigieron $100 mil pesos bajo amenaza de muerte. Mientras tanto, otro competidor comenzó a interesarse: Shin Ronghua, con un supermercado en la avenida Directorio al 3500, le exigió un monto similar. Pero Lin Zhi le fue franco: ya no tenía más plata para nuevas extorsiones.
Así, Ronghua lo habría amenazado de muerte. Dos hombres en un vehículo color claro hoy son los principales sospechosos de ejecutar a Lin en la calle Ensenada. Ronghua y Maoxing fueron eventualmente detenidos. Hubo otro caso similar al de Darwin.
G.V, de 33 años, oriundo de Quillabamba en el Cuzco peruano, está preso en un penal federal. Antes estuvo en Devoto, acusado de guardarle 33 kilos de cocaína y una escopeta a una banda en su departamento de Almirante Brown. En septiembre de 2018, la Policía de la Ciudad lo encontró a bordo de un Ford Focus con números de chasis adulterados mientras repartía extorsiones en chino mandarín que pedían 50 mil dólares.
Lo más curioso de todo vino con los papeles del auto: había entre los documentos una cédula de autorización de conducir con un nombre asiático que correspondía a un hombre de 28 años, registrado en la AFIP como comerciante de bazar.
Los supermercadistas chinos, por otra parte, crearon a lo largo del tiempo sus propias redes de información en su propio idioma, con contenidos totalmente clandestinos. Montaron en 2018 su propio sitio donde exponían con foto, nombre, apellido y número de documento a los empleados que les hacían juicio en el fuero laboral con adjetivos como “rata” o “serpiente". Algunos de esos DNI fueron usados por la mafia, aprovechados para contratar celulares descartables para cobrar extorsiones.
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