A la larga, uno la lleva en el cuerpo. Un médico legista revisó a Lucas Vera Ojeda luego de que la división Homicidios de la Federal lo detuvo en una pieza del sector 5 del barrio Villegas en Ciudad Evita para el reporte de rigor que elevó más tarde a la Fiscalía Nº29, el análisis que los legistas le hacen a cualquier detenido. El médico encontró una tela, una faja que le envolvía el abdomen. Esa tela cubría un orificio, “tercio inferior del abdomen, región anterior izquierda”, anotó el forense en su planilla. Era una colostomía. Se la habían hecho a Lucas en el hospital Paroissien de Isidro Casanova en 2009. “Me metieron un tiro”, dijo. Era menor en aquel entonces cuando le dispararon, 17 años de edad.
Pero Lucas nunca dejó que ese agujero en el abdomen lo detenga.
Su mamá, que le había dado su apellido, no se sorprendió cuando la Federal le tocó la puerta de chapa, no peleó para que su hijo se quede en casa. “¿Son la Policía? Pasen, él está acostado, llévenselo”, dijo y se corrió del medio. Terminó preso en una celda de Devoto. Ya había corrido durante demasiado tiempo, vivido la vida de la pandilla, con causas radicadas entre Morón y La Matanza desde 2010 por los delitos de robo en banda, abuso de armas, incendio. Fue preso y excarcelado, al mes que salió volvió a atacar, otro robo más. Después, según la Justicia, mató.
La Federal lo detuvo, precisamente, por ese homicidio.
El 21 de noviembre pasado, Lucas, ya con 27 años, se sentó frente al Tribunal Oral Criminal Nº4 en calle Talcahuano, presidido por el juez Julio Báez, con los vocales Ivana Bloch y Pablo Laufer, un defensor particular lo asistió. Escuchó una docena de testigos a lo largo del proceso, policías y amigos de su víctima que relataron los hechos y lo marcaron. El 15 de enero de 2017, cerca de las 2 de la mañana, Lucas Vera Ojeda, “Luquitas”, intentó robarle el auto a Elías Nicolás Martínez, un hombre del barrio Padre Mugica en la avenida Castañares de Villa Lugano que manejaba su Chevrolet Agile: Elías trabajaba como remisero, llegaba a su casa de un viaje desde Moreno, el último de su jornada. Iba a festejar el cumpleaños del hermano menor de Noelia Bogado, su pareja desde que tenía 15 años de edad, la madre de Mateo, su hijo, que tenía tres años en ese momento.
Un cómplice lo acompañaba, Brian Facundo Nicolás Martínez, oriundo de Villa Madero. “Quedate quieto porque te quemo”, le gritó a Elías uno de ellos, con una 9 milímetros en la mano. Elías, con un acompañante en el Agile, dio marcha atrás por Castañares e intentó huir. Lucas le disparó dos veces en la cabeza. “Vamos que lo quemamos”, le dijo Brian a Lucas.
Así, huyeron. No fueron certeros en su puntería. Once vainas quedaron en el suelo. Habían intentado robar otro auto antes de atacar a Elías, sin éxito.
La familia de Elías escuchó los disparos y bajó a la calle. Lo encontró moribundo en el auto manchado de sangre. Lo llevaron al hospital Santojanni ellos mismos. Murió dos horas después. Un forense le extrajo los plomos del cráneo en la autopsia posterior.
Lucas, “Luquitas” para sus amigos, decidió declarar durante el juicio. Dijo que en el momento del crimen tenía un brazo roto, que él no estuvo, que no fue.
“Luquitas” fue condenado por el Tribunal Nº4 a prisión perpetua. Noelia Bogado se sentó en el juicio: fue la querellante, junto al abogado Federico Paruolo. Había conocido a Elías en el jardín de infantes, volvieron a vincularse en su adolescencia, tuvieron a Mateo, hoy de cinco años. Declaró en el proceso, dijo lo que pasó esa noche. Una crisis de nervios le impidió estar frente a frente de Vera Ojeda en el Tribunal, llevaron al acusado a una sala aparte para que no enfrente a la pareja de su víctima.
Brian Martínez, el cómplice, también fue detenido por el caso. Nunca llegó a juicio: se ahorcó en el penal de Marcos Paz en la Nochebuena de 2018, quitándose la vida.
Para Noelia, perpetua es suficiente. “Es una pesadilla de expresar, el momento de la condena, pero estoy conforme: era lo mínimo que se merecía”, dice Noelia a Infobae.
-No cualquiera enfrenta una querella. Es algo difícil, conlleva mucha fuerza emocional hacerlo.
-Pero tenía que hacerlo. Elías fue el papá de mi hijo. Este tema era el temor del barrio, había miedo de que nos pàse algo, decían que la banda de estos pibes era muy numerosa, los conocían del barrio, venían a robarle a los vecinos, a los que iban y venían de trabajar. Al principio pensé que era un ajuste de cuentas, después entendí que no, que fue al voleo.
-La madre de Vera Ojeda fue quien lo entregó.
-Nunca la vi en el juicio, no fue. Solo estaba una mujer del lado de él, que tenía un chico de pocos meses en brazos. Declarar en la causa me dio pánico, fue como revivir todo. Por suerte, mis hermanos nunca me dejaron sola.
-¿Mateo sabe del juicio y la condena?
-Mateo solo sabe que su papá está en el cielo.
Había un término un poco impreciso. “Los de Villegas”, les decían, solo por su proveniencia, con una naturaleza temible, capaces según testigos de apretar a quien pudiera marcarlos en una rueda de reconocimiento. Solían reunirse en Villa Madero para cruzar la General Paz en remise y robar en el Padre Mugica, billeteras, autos preferentemente, para volver a Ciudad Evita a casillas dentro de pasillos para contar los botines.
A Lucas y a Brian, alguien los conocía por nombre en Villa Lugano. Borraron sus redes sociales, pero poco después se abrieron nuevas. Brian usó un nombre totalmente ficticio, pero Lucas empleó uno que conocía, el de su hermano muerto, Fabián. Hasta subió propias fotos, posó con su madre. Su familia no lo ayudó para mantener la mentira. “Qué linda foto primo Lucas, jajaja, beso”, le comentaron.
Alguien hizo una captura de pantalla del nuevo perfil. Los familiares de Elías la recibieron. El rastro, eventualmente, llegó hasta Vera Ojeda. En el juicio, un testigo lo señaló como el tirador.
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