“El vídeo no lo vi y no lo quiero ver. Su mamá lo vio. Yo no quiero”, dice Martin Reynoso, carpintero de profesión, 50 años de edad, en el comedor de su casa de José León Suárez, donde recibe a Infobae.
Este martes por la tarde, su hijo Alejandro, de 28 años, murió en el acto cuando la moto Yamaha robada en la que circulaba por Villa Ballester chocó de frente con un patrullero que intentaba detenerlo, arrojándolo violentamente contra el asfalto.
Minutos antes del choque, Reynoso había sorprendido junto con Francisco Núñez y Sebastián Acosta, de 25 y 26 años, a un hombre de 31 años para robarle la moto. Luego habían asaltado a otro transeúnte, a quien también golpearon. Cuando comenzaron a huir, sin embargo, los efectivos de la Comisaría Nº9 de San Martín ya habían dispuesto un operativo cerrojo y, en esa encerrona, se produjo el impacto en la intersección de las calles Mar del Plata y Profesor Aguer. La secuencia quedó registrada por las cámaras del municipio y en cámaras de seguridad de la zona.
El video, impactante, se hizo viral, junto con las fotos del cadáver de Alejandro, un paquete transmitido por WhatsApp.
Núñez y Acosta fueron trasladados al hospital Castex, uno de ellos con una fractura en el cráneo, y continúan internados, aprehendidos y acusados de robo calificado, en una causa que lleva la UFI N°3 de San Martín.
Poco después, la familia Reynoso recuperó el cadáver de su hijo.
“Nosotros reconocemos que él estaba haciendo cosas que no tenía que hacer. Cagadas, decimos nosotros. Pero lo correcto es que él pague como tiene que pagar. Para algo tenemos leyes, tendría que ir preso por el tiempo que sea”, dice Mariana, su tía. “Se mandó una cagada, que la pague. Pero a mí me mataron un hijo y la justicia no hizo nada”, agrega Martín, al borde del llanto.
Pero Martín Reynoso no habla de Alejandro.
Ángel, el menor de sus 11 hijos, tenía 11 años cuando una bala calibre 38 ingresó por su mejilla derecha y lo mató el 17 de diciembre de 2016. Estaba enfrente de su casa, jugando con un primo de su edad, en la casa de una prima de Martín.
“No sabemos cómo fue, dijeron tantas cosas. Que mi hijo llevó el revólver de mi casa, que se pegó un tiro solo, que entró un tiro por la ventana. Es imposible. El tiro entró y salió de la misma dirección, se lo tiraron directo”, cuenta el padre. “El arma nunca apareció y mis primos se mudaron”, dice: “Puede haber sido un accidente porque yo nunca tuve problemas con ellos, no lo sé. Pero estamos dolidos porque quisieron ocultar la verdad y no vinieron a decir lo que pasó”.
“Tanto mis hijos como los pibes del barrio querían hacer cosas, ir a romperles la casa, y yo no los dejé. Los querían ir a buscar y yo me metí para que esperaran a la Justicia”, dice y recuerda el tiempo en que creía que la pérdida de su hijo no iba a quedar impune. Ahora, asegura, la causa "está trabada”.
“No tenía maldad. Lo único que tenía era que jugaba muy bien a la pelota. Pipita Messi le decían”, recuerda Martín a su hijo menor y se seca las lágrimas. Cuenta también que sus compañeros le hicieron un mural al costado de la cancha del club del barrio “José Ingenieros”, donde él entrenó una división y ahora es delegado.
Desde la muerte de Ángel nada volvió a ser lo mismo para la familia Reynoso. “Alejandro nació con el labio leporino y eso, imaginate, ya es muy cruel para un nene. Pero después de lo del hermanito quedó con mucho odio. Era como su bebé. Quedó muy afectado, con mucha bronca adentro. Cuando te arrebatan a alguien así te queda mucho resentimiento”, dice su tía Mariana.
“Nosotros sabíamos que Alejandro terminaba en esto porque él siempre decía ‘yo termino así’. Uno sabía que si no era un día era otro y que una llamada a la madrugada era salir corriendo por él”, cuenta, como resignada. “No lo podíamos enderezar aunque somos una familia muy unida. Él amaba a su madre pero ni ella podía cambiarlo”.
Otro hermano de “Ale” está preso. “Y está bien porque se mandó sus cagadas”, insiste Martín: “Nunca hablé con nadie para que me lo saquen, tiene que pagar, pero quisiera que la Justicia que fue a buscarlos a ellos también me llegara por la muerte de mi hijo".
“La Justicia tendría que ser así. Hacés algo malo y cumplís tu condena. El que está muerto ya no paga nada. Él ahora murió. Se estaba mandando muchas y es verdad pero tendría que haber ido preso”, repite con énfasis Mariana: “Muchos dicen ‘uno menos’ pero así no paga nada. Los que pagamos somos nosotros, la familia”.
En las redes sociales de los Reynoso, los extraños entran para agraviarlos e insultarlo, hostigarlos, les publican en sus perfiles las fotos del cuerpo de Alejandro luego del accidente. “Para que no te olvides”, les escriben. Por WhatsApp incluso, se multiplican una serie de memes repudiables -de fútbol, de política, de Los Simpsons- con las fotos y el video del accidente.
“Yo me pongo en el lugar de los damnificados. A mi mujer también le robaron y le apuntaron a la cabeza, pero es mi hijo. Yo lo veo de los dos lados. Uno ve las cosas que pasan en el noticiero y ahora me esta pasando a mi”, dice el padre de Alejandro, con la paradoja enfrente.
Esta mañana, cuando el velorio de Alejandro todavía seguía en una capilla a la vuelta de su casa, un joven de 21 años se presentó ante Martín. “¿Te acordás de mí?”, le dijo. A sus 12, Alejandro lo había visto abandonado en la calle a las 3 de la mañana porque lo habían echado de su casa y se lo llevó a vivir a la suya. “Yo lo quería mucho a tu hijo porque me sacó de la calle y me dio un hogar”, le dijo. “Me enteré hoy esta historia”, cuenta conmovido su papá:“Él, que andaba en la calle, lo había sacado de ahí”.
“Somos así nosotros. La gente me dice que por qué lo defiendo. Yo no lo defiendo, pero también sé muy bien que acá el nunca se portó mal. Anoche había miles de personas en el velorio. Ahora siempre va a quedar su lado malo pero él tenía un gran lado bueno”, agrega su tía.
A pocas cuadras, el mural para recordar a Ángel sigue ahí, en el club del barrio.
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