Hacía horas que esperaba. El estómago crujía. Y todavía tenía un largo rato para volver a la celda. Ya estaba en el despacho del juez. Terminaba de enfrentar la indagatoria por un robo del que lo acusaban. Sin las esposas puestas, después de negarse a declarar por consejo de su defensor, el detenido vio su momento. Ese que le permitiría callar el ruido de la panza, y saborear ese pebete de jamón y queso que se había comprado uno de los empleados que lo estaba investigando…
Hay dudas sobre lo que pasó entonces. Uno de los empleados le convidó medio sándwich. El problema fue cuando se abalanzó sobre el segundo pebete, el almuerzo de otro de los empleados del juzgado que, al igual que el preso, tampoco había podido ingerir un bocado.
El detenido dijo que preguntó si se lo podía comer. Que el silencio lo interpretó como una aceptación. Pero al parecer no siempre el que calla otorga. El que debía contestar dice que nunca lo escuchó.
El problema del preso parecía menor. ¿Qué más podría perder? Después de todo, era un pebete de jamón y queso. Cuando lo detectaron degustando ese segundo sándwich, estalló el escándalo. El juez que lo había traído detenido mandó a investigarlo por robo.
El juez ya no es más juez y el preso ya cumplió sus deudas con los tribunales, al menos, en la causa por la que llegó con hambre de tribunales. Pero la anécdota es famosa en el mundo judicial. La llamaron “El Pebete Judicial”. Incluso, se enseña en algunas cátedras de la facultad de derecho para pensar la doctrina de la insignificancia y la falta de lógica de ciertas decisiones judiciales.
A 25 años de aquel rapto de gula, Infobae intentó recrear a través de los protagonistas aquel episodio que se fue trasmitiendo de boca en boca. Entre ellos, hay un ex juez, un fiscal que tiene en sus manos un juicio clave en el escenario político, un ex funcionario del Gobierno de Mauricio Macri que hoy está en el Tribunal Superior de Justicia de la ciudad y hasta uno de los principales defensores en la causa de los cuadernos.
Todo ocurrió el 20 de mayo de 1994 en el quinto piso del Palacio de Tribunales, cuando todavía los juzgados federales no se habían mudado a Comodoro Py. El caso estaba a cargo del entonces juez Juan José Galeano, el mismo al que apenas tres meses después le tocaría la investigación por la causa por la que más tarde fue destituido y condenado.
Gustavo Castelli tenía hambre. Según reconstruyeron en tribunales fuentes judiciales, al hombre lo habían llevado preso porque no lo detectaban en varios domicilios. Lo acusaban de robar unas computadoras del Senasa. Terminó detenido. Ese día la alcaidía estaba llena de arrestados. Fue una larga jornada de indagatoria para los empleados del juzgado.
Castelli tuvo que esperar su turno. Estaba asesorado por el defensor oficial Gustavo Kollman y el prosecretario de la Defensoría Santiago Otamendi. Los abogados le aconsejaron negarse a declarar hasta no poder conocer en detalle el expediente. Fue así que cuando al detenido le llegó su turno, repitió las palabras que le aconsejaron. “Me niego a declarar”. Nada nuevo bajo el sol de tribunales. Se labró el acta, se dio por terminado el asunto. Los defensores pidieron que bajaran al detenido a la alcaidía para volver a la cárcel de Devoto. Y como también había sido una larga jornada, y ya eran más de las 5 de la tarde, aprovecharon a que bajaran a ese detenido y subieran al próximo para poder ir a comer un sándwich en uno de los bares que rondan el Palacio porque no habían almorzado. Llevaban un viejo y gigantesco celular por si había algún inconveniente.
Al regresar, se encontraron con una escena que no podían entender, según reconstruyó Infobae. Castelli, el mismo preso que se había negado a declarar un rato antes, estaba confesando el robo. “¿Qué pasó?”, preguntó Kollman. “Es que me comí el sándwich”, contestó Castelli. Para los empleados, algunos de los cuales figuran en el acta, lo que había pasado no tendría que haber pasado de una anécdota. “Eh, Nachito, te comieron el sanguche”, le decían al que había pagado el almuerzo del preso. Pero no entienden cómo la historia devino en lo que ocurrió después. “Me da vergüenza”, dijo a Infobae uno de los consultados.
El defensor pidió parar todo. Planteó la nulidad de la indagatoria que se le había abierto a su pupilo después de su conflictivo almuerzo. Se había reabierto la declaración sin motivo y sin él, su defensor, presente. El juez Galeano le pidió entonces hablar unos minutos si estaba seguro de lo que le estaba planteando. “En ese entonces ningún juez quería una nulidad, algo de lo más común en el día de hoy”, interpretaron en los pasillos de tribunales al recordar aquel día.
Algunos creen que lo de Galeano fue un rapto de enojo. Otros que no comprendió la dimensión de lo que iba a ocurrir. Lo que está claro es que lo que Castelli había hecho quedó asentado en un acta judicial. “Señor Juez: Informo a Vuestra Señoría que en el día de la fecha, siendo aproximadamente las 18:30 horas, el Prosecretario del Tribunal, Javier de Gamas, me hizo saber que en circunstancias que el imputado Gustavo Fabián Castelli se encontraba sentado en una silla dentro de uno de los compartimentos de la Secretaría, pudo advertir que el nombrado estaba comiendo un sandwich. Es así que interrogó a los demás miembros de la Secretaría, quienes le informaron que el sandwich en cuestión lo había adquirido para comerlo el Oficial Ricardo Ignacio Durand. Este interrogatorio aconteció en el mismo momento en que Castelli lo estaba comiendo, pudiendo presenciar este suceso el Auxiliar Cristian Maldonado, el Escribiente Diego Luciani, el Auxiliar Roberto Dios, el Defensor Oficial Dr. Gustavo Kollman, el Prosecretario de esa Defensoría Santiago Otamendi, la Auxiliar Guillermina Álvarez Colodrero y el Ayudante de 4ª Carlos E. Ledesma del Servicio Penitenciario Federal”.
Según refleja el acta que firmó la entonces secretaria Susana Spina, “en el mismo momento en que el Prosecretario se hallaba interrogando al personal de la Secretaría, Castelli le refirió al Escribiente Diego Luciani que el propio Prosecretario lo había autorizado al efecto. En el medio de la confusión el detenido Castelli se lo refirió a este Funcionario. En ese mismo momento, y al preguntarle De Gamas, señaló que en realidad le había pedido autorización al efecto, pero que nunca contestó. También dijo que ante el silencio, lo comió. Por su lado, De Gamas dijo (que), que no sólo que, en ningún momento lo autorizó a ello, sino que tampoco nunca lo escuchó preguntarle si podía comer el sándwich cuestionado, más aún, ya que le pertenecía al Oficial Durand”.
Pero algo más aún. El acta relató que Castelli no tendría por qué tener hambre. “Momentos antes de ello y en el trascurso de la indagatoria que se le recibía, el Auxiliar Maldonado le había dado a Castelli medio sándwich para que comiera. Por último, cabe dejar constancia que cuando Castelli fue sorprendido comiendo el segundo de los sándwichs —que motiva el presente informe— éste se encontraba dando la espalda al personal de la Secretaría, presumiéndose que así lo hacía para evitar ser visto”.
El Poder Judicial necesita pruebas, y como el sándwich ya no estaba, se encontró la manera de acreditarlo. Se agregó el ticket que “acredita la compra de tres sándwichs, siendo uno de ellos el que motiva este informe”. Notificado oficialmente, el juez dispuso: “Tiénese presente el informe que antecede, y pudiendo constituir un ilícito de acción pública, elévese a la Oficina de Sorteos de la Excma. Cámara del Fuero, a efectos de que mediante sorteo de práctica se desinsacule el Juzgado que deberá investigar el mencionado suceso. Sirva lo proveído de muy atenta nota de elevación”.
El caso no fue un escándalo hasta que periodistas de Pagina/12 y Clarín lo publicaron. Eran tiempos sin Twitter ni redes sociales. El sorteo de la denuncia por el sándwich recayó en el juzgado de Gustavo Literas, que renunció más tarde en 2001. Como es de rigor, el entonces magistrado mandó la denuncia a la fiscalía, por entonces en manos de Julio Castro, ahora acusado de violar y golpear a quien fuera su novia).
Castro leyó la denuncia y dictaminó que no había delito. Envió su escrito al juzgado, con un sobrecito de mayonesa, contaron a Infobae fuentes judiciales.
Según el dictamen al que accedió Infobae a 25 años de los hechos, el escrito de Castro no fue una simple oración para rechazar la denuncia. “Se puede advertir claramente en un primer momento el detenido fue convidado por un empleado de medio emparedado y que luego solicitó autorización para ingerir otro. Lo que no ha quedado claro no obstante es si el permiso le fue concedido. Duda esta que proyectaría un cono de sombra sobre lo realmente acontecido en medio de la confusión aludida en el informe actuarial”, escribió.
Y avanzó: “Sin perjuicio de lo hasta aquí planteado, resultaría prudente desde esta fiscalía establecer el valor del bocadillo -ironizó el fiscal-. Por especial que fuera, no podría alterar el bien jurídico tutelado, la propiedad, dada la insignificancia que entrañaría el valor del mismo". Y fue así tras avanzar sobre el principio de la insignificancia y la proporcionalidad del castigo, el entonces funcionario se preguntó: “¿Sería racional aplicar una pena de 15 días a dos años de prisión a una persona por comerse un sándwich?” y resaltó que había que considerar "el estado de necesidad que padecía el imputado Castelli, dado que si sustrajo un sándwich fue por hambre y no por otro motivo, máxime cuando se lo comió”.
“Párrafo aparte nos merece el celo puesto de manifiesto por el tribunal denunciante, en particular por la doctora Susana Spina, quien rápidamente en defensa del apetito de sus empleados y del especial de jamón y queso y seguramente temiendo que el suceso redundara en la buena administración de Justicia, puso en conocimiento del Sr. Juez el hecho, quien a su vez ordenó la pertinente elevación a la Oficina de Sorteos de la Excelente Cámara. Conductas que demuestran tal preocupación no pueden dejar de resaltarse”, escribió con sarcasmo. Fue así que desestimó la denuncia ante el entonces juez Gustavo Literas, acompañado, como se dijo, por el sachet de mayonesa.
La suerte del juez Galeano, del fiscal Castro y de otros funcionarios judiciales ya es noticia vieja para los que circulan por tribunales. Pero nada se supo de Castelli, el ladrón hambriento tuvo que pasar algunos meses más a la sombra por otros problemas con la ley. Según relató a Infobae un funcionario, en la cárcel, aprovechó su esporádica fama. Le decían Sanguchito. Se jactaba de haber sido el que le comió el pebete a un juez.