El 28 de octubre de 2016, Amalia Ojeda fue hasta la Comisaría 11ª de San Miguel de Tucumán, frente al parque 9 de Julio, para denunciar la desaparición de Milagros Avellaneda, su hija de 26 años, y de Benicio, su nieto de un año y 8 meses. Los policías de guardia intentaron convencerla de que se había ido sola, que era grande, que esperara unos días.
Recién el 1° de noviembre pudo radicar la denuncia. Poco después, un patrullero se abría paso por el Pasaje Laras y Díaz y estacionaba frente a la casa en la que vivía Roberto Carlos Rejas, perito criminalístico y guardiacárcel de la Policía de Tucumán, de 31 años, parte de una familia ligada a las fuerzas de seguridad.
Amalia bajó del móvil policial junto a los efectivos que unos minutos antes le habían tomado la denuncia en la Comisaría 11ª. La mejor amiga de Milagros había señalado al policía Rejas como la última persona con la que ella y su hijo habían estado la noche de la desaparición. Pero él no parecía recordarlo.
“No querían abrir, primero salió el padre y me preguntó qué buscaba, me dijo que su hijo estaba enfermo, que estaba en reposo y que no podía atenderme. Después salió la madre a ver qué pasaba y al final terminó saliendo él. Me dijo que no conocía a Milagros, que la había visto una vez en 2014 y nunca más”, le dijo Amalia a Infobae, sobre la primera vez que tuvo a Rejas, cara a cara.
Ese mismo día, según el expediente que investigó la desaparición de Milagros y de su bebé, Roberto Rejas hizo una búsqueda en Google: “Descomposición rápida de cadáver".
Cronología de una desaparición
Milagros de los Ángeles Avellaneda era empleada administrativa en el Juzgado de Paz de El Chañar. Conoció al policía Roberto Carlos Rejas una noche de 2014. El romance fue fugaz y producto de esos pocos encuentros nació Benicio.
Milagros quería que Rejas reconociera al bebé, pero él, que estaba en pareja desde hacía varios años con una compañera de la Policía Federal, dijo no era hijo suyo, y que no quería verla más.
Rejas dejó de responder los mensajes, de atender el teléfono, la eliminó de todas sus redes sociales, quiso cortar todo tipo de contacto con Milagros. Pero ella insistió.
Empezó a aparecerse en los lugares que él frecuentaba, algo que al policía lo ponía nervioso. Iba casi siempre acompañada de Flavia, su mejor amiga, que un día fue testigo de cómo Rejas la amenazó de muerte.
“Quería que él le pase una manutención o alimentos, nada fijo, pero que cuando necesitara para el bebé remedios, por ejemplo, la ayudara”, le explicó a a Infobae la abogada Silvia Furque, representante de la familia de Milagros.
El día de la desaparición eran las 21:40 cuando Milagros, que iba con Benicio, paró en un taxi frente al minisúper donde su amiga Flavia hacía compras y sin bajarse del auto le pidió que la acompañara a hablar otra vez con Rejas.
Flavia estaba sola con sus chicos y esa noche le respondió que no podía acompañarla. “No hay problema”, respondió Milagros desde el coche y quedaron en encontrarse más tarde. Fue la última vez que vio a su amiga.
Más tarde esa misma noche, Flavia recibió en su teléfono un mensaje de voz de WhatsApp que hoy es parte del expediente: “Roberto me pegó, estamos cerca de la terminal de ómnibus”, la escuchó decir a Milagros.
Le preguntó donde estaba, pero no hubo respuesta. Minutos después llegó un nuevo mensaje, esta vez por escrito, en el que Milagros le decía que Rejas “se había calmado”, que estaba “todo bien”, pero que no iban a poder verse esa noche como habían acordado.
Las pruebas de instrucción de la causa establecieron que esa medianoche los celulares de Milagros y de Rejas se apagaron al mismo tiempo y en el mismo lugar; el parque 9 de Julio de San Miguel de Tucumán. El de él volvió a encenderse siete horas más tarde en su casa del Pasaje Laras y Díaz y el de ella nunca más.
Los Rejas, una familia ligada a las fuerzas de seguridad en Tucumán
El padre de Roberto Rejas comparte con su hijo nombre y profesión. Es perito criminalístico, jubilado de la Policía Federal y actualmente ejerce como profesor en el Instituto Privado Almafuerte de San Miguel de Tucumán, donde da clases en la Tecnicatura en Criminalística.
El 4 de noviembre, tres días después de la denuncia de Amalia en la Comisaría 11ª y un día antes de que lo detuvieran, Rejas llevó a lavar su Gol Trend y no fue una limpieza común. Se usaron ácidos, clarificantes y se aseó el auto al vapor.
Según los investigadores a la hora del análisis ese tipo de limpieza del Volkswagen hizo desaparecer todo rastro de ADN. Rejas fue consultado por el detalle cuando se le tomó declaración: “me gusta tenerlo limpio”, respondió.
A pesar de los esfuerzos por limpiar exhaustivamente el auto, las pruebas con luminol en el vehículo de Rejas dieron “positivo” en la búsqueda de rastros de sangre. Sin embargo por toda la manipulación el perfil de ADN en el rastro estaba incompleto y fue imposible establecer a quién pertenecían las muestras.
Se intervinieron los números telefónicos del guardiacárcel y de su círculo íntimo. Apenas unos días después Roberto Rejas padre llamaba desde su celular a un colega perito y le pedía explicaciones acerca de por qué si el vehículo había sido lavado con ácido, el luminol había dado positivo en sangre.
Producto de esas intervenciones telefónicas también surgió un mensaje del acusado a su novia: “Dale que ya saqué las armas y las computadoras de mi casa”. Exactamente a la misma hora del mensaje la policía se dirigía a su domicilio a realizar un allanamiento.
“Él era policía provincial, guardiacárcel y a su vez perito criminalístico, sabía qué y cómo hacerlo”, dice la abogada Furque, y recuerda que “cada vez que se hacían medidas, de una u otra manera los Rejas lo iban sabiendo”. Se adelantaban a cada paso.
Un ex compañero de Rejas de la Escuela de Policía declaró en la causa. Dijo que antes de la detención, el acusado le envió un mensaje a su teléfono celular, preguntándole si conocía a alguien en el Centro de Monitoreo local, el lugar desde el que se manejan las cámaras de seguridad urbanas de la ciudad de Tucumán.
El testigo dijo que le dio dos nombres de personas que trabajaban en ese lugar. Al otro día una de ellas le refirió que Rejas quería saber qué cámaras funcionaban y qué cámaras no en el parque 9 de Julio, el mismo en el que se habían registrado las señales telefónicas que lo ubicaban junto a Milagros la noche del 28 de octubre.
El informe en el expediente precisa que la mayoría de los dispositivos de seguridad estaban rotos y no grababan, que el resto de los que había en la zona apenas captan imágenes blanco y negro y de baja calidad.
En libertad y sin fecha de juicio
En 2016 a Roberto Rejas se le impuso una prisión preventiva en la Unidad 5 de Villa Urquiza, en un pabellón compartido con otros ex policías. Fue acusado de “Homicidio agravado por alevosía”, por Benicio, y “por violencia de género”, por Milagros.
A fines de 2017 la fiscal a cargo de la instrucción, María del Carmen Reuter, presentó el requerimiento de elevación a juicio de la causa ante el Juzgado de Instrucción V a la espera de que se le ponga fecha al debate oral. Fue el último avance real.
La primera prisión preventiva a Rejas era por 18 meses. Cuando faltaban 48 horas para que se cumpliera el plazo, Amalia decidió que no estaba dispuesta a permitir que el principal acusado por el crimen de su hija y de su nieto quedara libre.
“Me concentré con varias personas que me apoyan, fuimos al juzgado de instrucción donde estaba el juez (Marcelo) Mendilaharzu, presenté un escrito para que se extienda la preventiva y gracias a Dios falló a favor nuestro”, repasa en diálogo con Infobae.
Pero la mamá de Milagros y la abuela de Benicio, no pudo hacer nada cuando en noviembre de 2018 se cumplieron los dos años que el Código Procesal Penal pone como límite para que alguien espere con prisión preventiva a ser juzgado. Los extensos plazos de la justicia tucumana dejaron a Rejas en libertad.
La abogada Furque espera porque se ponga fecha al proceso y apuesta a conseguir una condena perpetua sin cadáveres, como ocurrió en el caso de Ángela Beatriz Argañaraz, desaparecida el 31 de julio de 2006, también en Tucumán.
Una madre que busca justicia
Amalia del Jesús Ojeda vive en su casa del barrio Lola Mora con su esposo Miguel y con Alvarito, el hijo mayor de Milagros, que el martes de la semana pasada cumplió 10 años.
“Pregunta por su mamá, él sabe ya. La psicóloga le dijo: ‘tu mamá no está trabajando en otro lado, a tu mamá la hizo desaparecer un hombre malo’”, comparte Amalia con Infobae, aunque sabe que Alvarito sigue esperando a Milagros.
Después agrega en confianza, en un susurro para que Alvarito no escuche, que hace poco se hizo una remera con una leyenda que por ahora prefiere mantener lejos de los ojos de su nieto: “Hija mientras no te entierre, te seguiré buscando”.
A partir de una acordada la Corte de Tucumán había dispuesto que el sueldo de Milagros en el Juzgado de Paz de El Chañar lo siguiera cobrando Amalia y que ese dinero se destinara a la crianza de Alvarito.
Pero uno de los abogados defensores de Rejas, Carlos Picón, -fueron varios los nombres que pasaron ya por su defensa en estos tres años- denunció que “estaba cobrándose el sueldo de una mujer ausente”. La Justicia dio de baja el puesto, se puso a otra persona en ese lugar y suspendió la pensión.
Miguel, el esposo de Amalia es vendedor ambulante. A Alvarito no le falta nada, pero tampoco es fácil. Recién este año, tras haberse cumplido tres de la desaparición, se podrá tramitar un acta de “presunción de fallecimiento”, para que cobre lo que le corresponde.
A lo largo de estos tres años hubo sombras que se posaron sobre la familia. Un día alguien en una moto, con el casco puesto, cruzó a Miguel una tarde en el centro de Tucumán y amenazó con matar a toda su familia si Amalia seguía investigando, yendo a las marchas, pidiendo justicia.
A comienzos de este año se realizó una intervención en el marco de una campaña para visibilizar los femicidios que se llamó “Banco Rojo”, impulsada por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y la ONG Antígona.
La iniciativa, nacida en Italia, dedicó un banco a cada una de las víctimas de femicidios en Tucumán. Están el de Claudia Lizarriaga, María Medina, Paulina Lebbos, entre otros. Unas semanas después de haber sido colocados, sólo uno había sido vandalizado con rabia. Lo habían despintado con espátula, arrancado la placa: el de Milagros.
“Yo veo que desde un principio la familia Rejas ha tenido apoyo desde adentro, de la policía, por ejemplo en los allanamientos que se mandaban a hacer desde la Fiscalía 3ra, ellos sabían antes”, repasa Amalia, que no tiene dudas de las manos anónimas que destruyeron el banco rojo en homenaje a su hija en el parque 9 de Julio.
“Es una herida en el corazón. En el medio perdí hace 9 meses otro hijo en un accidente, la vida me ha golpeado duro”, reflexiona. Después trae a la charla esa pregunta recurrente de Alvarito, su “motor”, dice ella, cada vez que la ve salir a las marchas, “¿cuándo vas a encontrar a mi mamá?”, y la respuesta suya, “en eso estoy”, antes de atravesar la puerta.
“No hay día que él no diga que está triste. Yo le pregunto y él me dice ‘vos ya sabés por qué’”, agrega, antes de hacer una última confesión. Algunas mañanas en las que cree que está solo, Amalia descubre a su nieto llamando a Milagros desde su cama. Una voz que insiste, y a la que todavía nadie le puede contestar.
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