Miki prefirió no quedarse a escuchar, dejó la sala del Tribunal Oral Criminal Nº1 de Florencio Varela en el cuarto intermedio antes del veredicto poco antes de las 14 horas de hoy. Se fue llorando luego de que la defensora oficial de Carlos Rolando Acosta, “Carlinchi", el padrastro que la violó durante nueve años mientras la amenazaba con una pistola y le decía que iba a ser suya para siempre, el padrastro que la embarazó de su beba que hoy tiene dos años, hizo su alegato a favor de Acosta para que reciba una pena menor. La defensora aseguró, entre otros puntos, que faltaba una prueba en el expediente que le parecía elemental, una pericia psicológica a Miki, que dijera que su relato era incuestionable, que no existía ningún signo de mentira o fabulación. No hacía falta ese ese estudio, quizás. La bebé de Miki, no cabe ninguna duda, es hija de su padrastro. Un genetista de la Asesoría Pericial bonaerense declaró en el juicio luego de comparar la sangre de Acosta con la sangre de la bebé. “99,99% de certeza", afirmó. Además, se parecen: la nena tiene los ojos de su padre.
La defensora pidió también que el Tribunal presidido por la jueza María Florencia Butiérrez considere como atenuantes que Acosta era un hombre pobre, que nunca había estudiado. “Carlinchi”, un ex ladrón, perdió la facultad de caminar a los 19 años cuando le dieron un tiro por la espalda. Eso nunca lo detuvo.
Se convirtió en la pareja de la madre de Miki alrededor de 2009, cuando su víctima tenía ocho años: Miki, su madre y sus hermanos se mudaron al rancho del padrastro en la villa detrás de la cancha de Defensa y Justicia en Florencio Varela. Poco después, “Carlinchi” comenzó a forzarla sobre la cama para subirse sobre ella desde su silla de ruedas mientras su mamá salía a limpiar casas por 200 pesos al día. La embarazó cuando tenía 15 años, ella nunca se dio cuenta hasta el sexto mes, aseguró en el juicio, el período todavía le venía: dio a luz a la bebé en el baño de la misma casilla donde Acosta la violaba. Miki declaró en el juicio, lo hizo con el coraje suficiente para mirar a su padrastro violador a los ojos. Hubo un detalle en su testimonio que fue la marca de la denigración absoluta, una escena justo después del parto: mientras su madre llamaba a una ambulancia con los llantos de la bebé, “Carlinchi” la tomó del brazo y le dijo que más vale que invente una historia para cubrirlo, que niegue todo si le preguntan.
Miki tenía un novio para ese entonces, algo que “Carlinchi” no soportaba. Ese novio la acompañó a una comisaría: juntos, denunciaron a Acosta. Luego, Miki dejó la casa del hombre, fue a la casa de su abuela, luego a un hogar de madres con su bebé, luego al rancho de chapa de su tía Isabel, junto a seis primos y la pareja de ella, que se dedicaban al cirujeo.
“Carlinchi”, a pesar de la causa, a pesar del ADN, nunca fue detenido, en una provincia con 48 mil detenidos tras las rejas.
No fue fácil que se siente frente al Tribunal Nº1. El juicio en su contra comenzó el viernes pasado, pero antes del mediodía la audiencia ya estaba dada por perdida por la jueza Butiérrez. El acusado, con una orden de captura, no había sido encontrado, tampoco se presentaba. Infobae alertó sobre la situación, la fuga de un hombre en silla de ruedas. Casi dos horas después, “Carlinchi” apareció en la mesa de entradas del Tribunal y quedó detenido. El juicio comenzó ese mismo día. Miki llegó al lugar para declarar junto a su abogada, Maria Elena Colombo.
Hoy, finalmente, a “Carlinchi” fue condenado, sentado en su silla oxidada, con su apodo tatuado en los nudillos en tinta desvanecida y la mirada en el piso. Le dieron 17 años de cárcel, un año menos que lo que pidió el fiscal Dino Mastruk. Antes de condenarlo, la jueza Butiérrez le ofreció la chance de dar sus últimas palabras. Dijo que no tenía nada que decir. Y se lo llevaron, empujó la silla el mismo. No se veía tan amenazante como lo que decía la imputación en su contra, lo que le pasa a los monstruos cuando pierden. Miki no estuvo en la sala para verlo perder. Su abogada, presente en el lugar, se mostró satisfecha con el fallo.
Una camioneta de la Policía Bonaerense se lo llevó a una comisaría. Dos hermanos suyos estaban en la vereda para verlo irse, mientras miraban fijo con cara de malos a las tías y vecinas de Miki que habían llegado para acompañarla. Nadie les hacía caso, les daban la espalda. Uno de ellos, el primero en llegar, se negó a declarar como testigo.
Ahora a Miki le queda buscar justicia por lo que queda: en marzo, doce varones la sometieron y la denigraron para violarla por turnos, con insultos y golpes y frases horribles, la manada de Florencio Varela. Hoy, todos esos varones están presos en una causa bajo la firma del juez Diego Agüero y su equipo.
Conocí a Miki días después de que el caso saliera a la luz, la encontré escondida en casa de la madre de una amiga suya, una casa de material derrumbada que se había incendiado semanas atrás y que todavía estaba mojada del agua para apagarla. Una mujer adulta, posiblemente la madre de uno de los detenidos de la manada, la había amenazado para que retirara la denuncia mientras la trataba de “puta” y “mogólica”. Más de 30 personas la acompañaron en la sala del juicio, amigas de su barrio, tías, su hermano mayor, su psicóloga y su asistente social de la Municipalidad de Florencio Varela, las cuidadoras y directora del hogar en el que vive con su hija, un refugio de madres que también sufrieron violencia de género. Tuvo que renunciar a su celular para entrar, al contacto con sus amigos y familia como medida de seguridad, hizo amigas entre las mujeres con las que comparte el lugar, comenzó a estudiar peluquería, retomó los estudios.
“Me falta un año de la secundaria", dice, “quiero conseguir una vivienda para vivir con mi hija, empezar la facultad, quiero estudiar abogacía o ser trabajadora social”. “Mi nena está en el jardín”, sigue, “no daba que la trajera”.
Hoy tiene ropa nueva, un pantalón y una campera que se compró hace unos días, hay un pin en su cartera. Muestra una mano con un pañuelo verde atado, tomada por otra mano. “Ya no estoy sola”, dice. Alguien pasa y le recuerda que todo esto alrededor de ella pasa por ella, por su fuerza de voluntad. Miki asiente.
“Su historia cambió cuando tuvo el coraje de declarar”, asegura la abogada Colombo. Ahora, sus esfuerzos se concentran en el expediente de la manada. El juez Agüero todavía espera los cotejos de ADN entre la sangre de los acusados y el semen encontrado dentro de Miki tras las pericias. Mientras tanto, la Cámara Criminal de Quilmes rechazó en los últimos días excarcelar a varios detenidos.
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