Un misterio que dura 31 años: qué pasó con Rodolfo Clutterbuck, el empresario al que secuestró la misma banda que a Mauricio Macri

Fue uno de los secuestros de “la banda de los comisarios”. El alto ejecutivo de Alpargatas nunca apareció. Llamadas extorsivas, postas cinematográficas y una familia que encontró las pruebas para acusar a dos ex policías. Pero uno murió y la condena del otro aún no está firme. Es más: en el ínterin, se perdieron pruebas claves, según revelaron fuentes judiciales a Infobae. “Ya no sé si quiero saber lo que pasó”, dice el hijo del empresario

Guardar
Alan Clutterbuck y su padre, Rodolfo
Alan Clutterbuck y su padre, Rodolfo

Alan Clutterbuck pasó la mitad de su vida buscando a su padre. El tiempo lo obligó a seguir adelante. 31 años después, los tribunales aún no le dieron respuestas. No solo no han castigado a los culpables sino que jamás develaron qué pasó con el empresario que fue secuestrado en una mañana del Día de la Madre de 1988.

A esta altura, la sensación de justicia se desvanece. La causa aún sigue abierta y el único condenado está pidiendo la nulidad de las pruebas por las que fue preso. Es más, según pudo saber Infobae, desaparecieron las escuchas de las llamadas extorsivas que fundaron su acusación.

Rodolfo Clutterbuck, un alto ejecutivo de Alpargatas, fue secuestrado en 1988 por una banda de comisarios que habían actuado durante la dictadura y que hacían “negocios” en democracia capturando a empresarios por los que pedían plata para liberarlos.

Algo salió mal. Los intentos de pagos de rescate se frustraron. Y en medio de las negociaciones, los diálogos que la familia tenían con los secuestradores se filtraron a la prensa. Los delincuentes desaparecieron. La familia siguió publicando mensajes encubiertos en los diarios buscando reabrir un diálogo. Cuando volvieron a conectarse y se quiso hacer un pago, ya no había certezas sobre si Clutterbuck estaba o no con vida.

Fue la propia familia Clutterbuck la que, investigando, se dio cuenta de que los delincuentes que habían raptado a Clutterbuck eran los mismos que habían llevado adelante tres años después el secuestro de Mauricio Macri, hoy presidente de la Argentina. La voz de los captores y una máquina de escribir fueron la clave para descubrir la conexión entre los dos casos.

La Justicia acusó a dos personas: los ex policías federales Miguel Ángel Ramírez y Carlos Benito. Benito ya murió. Ramírez fue condenado por el caso de Clutterbuck a 15 años de prisión, aunque la pena se unificó en 25 años por el caso Macri.

La sentencia sin embargo se hizo esperar: llegó el año pasado, después de que el secuestro y la desaparición cumpliera 30 años. El fallo todavía no está firme: la defensa del acusado pidió una pericia de voz nueva, pese a que su voz –hoy con 77 años- ya no es la misma. Eso derivó en otro detalle: los audios originales para poder cotejarlos se perdieron, según revelaron a Infobae fuentes judiciales.

A esa altura, a Alan Clutterbuck le da lo mismo. “Que hoy metan preso a una persona de más de 70 años, después de 31 años… “, dice a Infobae con las manos sobre la cabeza, reclinando sobre una silla y lamentándose de lo que está a punto de decir... “la verdad que no me cambia nada”.

Caso Clutterbuck. El auto en el que iba a Clutterbuck, el dia de su secuestro
Caso Clutterbuck. El auto en el que iba a Clutterbuck, el dia de su secuestro

Paso a paso, la historia de un secuestro

Todo ocurrió entre las 9.30 y las 10 de la mañana del 16 de octubre de 1988. Rodolfo Campbell Clutterbuck -53 años, vicepresidente de Alpargatas, director del Banco Francés, miembro de IDEA- salió de su casa en el barrio de Belgrano rumbo al club de Golf San Andrés, en la localidad de San Martín, a donde iba todos los fines de semana.

“Mi padre era un relojito”, dice Alan. Aunque la mayoría de las veces iba con su esposa, el almuerzo del Día de la Madre frustró la compañía. Con un jean, una remera gris y blanca y un suéter, Clutterbuck manejó su Peugeot 505, gris metalizado. A las 9.53 estaba anotado para jugar con su hermano Pedro.

Al llegar a la calle Ituzaingó, frente al club, se cruzó en su camino un auto Ford Falcon color claro, con cuatro o cinco hombres, con “ametralladoras cortitas”. Media cuadra antes, uno de los ocupantes había puesto sobre el techo la baliza color roja de la Policía. Lo obligaron a bajar. Hubo forcejeos. “San Andrés, San Andrés”, llegó a gritar Clutterbuck para que alguien lo ayudara. Los testigos de lo que pasó fueron unos chicos que estaban juntando a la pelota y se asustaron sin entender qué pasaba. No hubo nada para hacer. Clutterbuck fue obligado a entrar a un auto del que nadie vio la patente y que desapareció sin que nadie lo siguiera. Esa fue la última vez que lo vieron.

Según se desprende de la causa a la que accedió Infobae, el chofer de una ambulancia que trasladaba a un paciente vio sobre la ruta 6, por Cañuelas, un Ford Falcon a gran velocidad. Manejaba un joven, delgado, de pelo rubio. Un rato después, el auto volvió a cruzarlo. Ahí vio al acompañante y a tres personas que iban en el asiento de atrás. El sujeto del medio, robusto, calvo, “dirigió su mirada hacia la ambulancia con un gesto de desesperación, para ser luego empujado por el sujeto de la izquierda para que agache la cabeza”. Al llegar a su casa, se enteró en las noticias el secuestro de Clutterbuck.

Caso Clutterbuck. Las fotos de la revista Gente en los días posteriores al secuestro
Caso Clutterbuck. Las fotos de la revista Gente en los días posteriores al secuestro

La familia

La primera noticia del secuestro llegó recién a las 17.45. Atendió Myriam Norris Clark. “¿Señora Clutterbuck? Tenemos a su marido. No llame a la policía. La volveremos a llamar”.

Pero la policía ya estaba interviniendo de oficio. Un vecino encontró el Peugeot de Clutterbuck abandonado, con la puerta mal cerrada, y después de varias horas fue hasta el auto, abrió la puerta, la guantera y vio papeles de la firma Alpargatas.

Un rato después, cerca de las 19, el teléfono volvió a sonar en la casa de los Clutterbuck. “La vida de su esposo vale 500 mil dólares. Hasta mañana”. La empresa comenzó a juntar los billetes, numerados, para el pago.

“Todos pensaron que iba a resolverse rápido. Por eso no me avisaron”, cuenta hoy Alan que estaba en Estados Unidos estudiando una maestría en la Universidad de Standford –el mismo lugar a donde había estudiado su padre-. “Pero pasaron varios días y recibí el llamado de Javier Gamboa, uno de los directivos de la empresa, que me dijo: ‘Quiero hablarte de tu papá. Lo tienen secuestrado’”.

Alan se tomó el avión rumbo a Buenos Aires. “Ni me acuerdo de cómo fue ese el viaje. No sé si por el shock o porque ya me está fallando la memoria… Sí recuerdo cuando llegué al aeropuerto. Me estaban esperando, me sacaron de la fila corriendo y me llevaron a mi casa, donde me reencontré con mi madre y mi hermana y me fui enterado de todo lo que pasó.”

“Después, empezó lo habitual en los secuestros extorsivos”, dice Alan. “¿Habitual?”, pregunta Infobae. “Sí. Es lamentable, pero es así. Para esta gente, es un negocio. Ellos tienen un valor que es importante para alguien y le ponen un precio. Y empieza un proceso de negociación”.

Alan Clutterbuck, hoy, en una entrevista con Infobae (Thomas Khazki)
Alan Clutterbuck, hoy, en una entrevista con Infobae (Thomas Khazki)

Las llamadas

El primero de los llamados que hablaban de un pedido concreto ocurrió el 26 de octubre, diez días después del secuestro. Los diálogos, que reproduce Infobae según constan en el expediente, planteaban un sistema de postas, en donde los pagadores tenían que ir a lugares específicos, donde encontraban un baño, una planta, un paquete de cigarrillos con instrucciones que los derivaban a otro lugar. Una llave que abría un cofre, y en el cofre estaba otra indicación. O una marquilla de cigarrillos en un teléfono público naranja que los mandaba a una confitería.

Entra al bar, se sienta en la barra, pide un café y lo paga inmediatamente. Espere allí el tiempo que sea necesario. Le haremos llegar un mensaje su nueva identidad. Compórtese en forma natural y discreta, no cometa imprudencias. Lo estaremos vigilando”. Y pese a cumplir con todo, los secuestradores nunca aparecían.

La siguiente vez los secuestradores ordenaron ir a Figueroa Alcorta y Tagle. “En un árbol encontrará un paquete de cigarrillos y un mensaje”. De ahí tenían que dirigirse hasta la calle La Pampa, llegar a Lugones, pegarse al carril derecho, manejar despacio, parar en un cartel de Coca-Cola, detener el auto en una columna de alumbrado. Al pie, entre el pasto, había una caja de chicles, con un mensaje adentro.“Cumplan estrictamente las instrucciones y pronto esto terminará. Si nos engañan, Rodolfo sufrirá las consecuencias. De su serenidad y comportamiento, dependerá”.

Cumplieron con todo. Las nuevas postas los llevaron a Aeroparque y en un tubito de un rollo de fotos encontraron dos pasajes de avión que debían tomar a Mar del Plata, con el dinero despachado en un bolso. El problema es que los pasajes eran para las 16 y para cuando llegaron el vuelo ya había despegado.

“Todo era así, tuvimos muy mala fortuna -dice Alan-. Además, una revista publicó los diálogos con los secuestradores. Fue horrendo. Los secuestradores desaparecieron. No volvieron a contactarse hasta mucho, mucho después”.

La filtración de los diálogos por parte de la revista Gente fue un escándalo. Incluso, los responsables de la editorial fueron arrestados y el debate sobre la libertad de prensa se puso en juego. Mucho tiempo después, la hija de uno de los directivos de la editorial escuchó al hijo de Clutterbuck contando su disgusto por aquello que había pasado. Llamó para pedirle perdón.

La familia intentó reanudar el diálogo. Publicaba avisos en los diarios, con la misma clave que les pedían antes. “Danos el mensaje prometido. GRACIAS ANDREW DE SAVIOURS. MGNCC”, decía la familia en las páginas de Clarín. Pero no hubo caso.

Los secuestradores recién llamaron a la casa de un compañero de Clutterbuck de la empresa en enero de 1989. De 500 mil dólares habían pasado a pedir 2 millones. Pero no había pruebas concretas de vida. Enviaron un diario con una firma. “La firma no era de mi padre, era una truchada, ni siquiera se parecía”, cuenta Alan.

La esposa de Clutterbuck también pedía a un secuestrador que le preguntara a su marido qué había cenado la noche previa a su desaparición. Los diálogos eran cortantes, secos, duraban apenas segundos y era imposible localizarlos. Los papelitos que dejaban con las indicaciones no tenían huellas dactilares.

Caso Clutterbuck. Extracto de la transcripción de las negociaciones con los delincuentes, tal como figuran en el expediente
Caso Clutterbuck. Extracto de la transcripción de las negociaciones con los delincuentes, tal como figuran en el expediente

Mientras tanto, la prensa que estuvo apostada frente a la casa de la familia un día también se cansó porque ya no había noticias. “No había nada para hacer. Era sentarse a esperar. Mirabas la televisión, leías… La vida se nos había empezado a pasar así. Al lado del teléfono. El tiempo se iba a estirando esperando que pasara algo”. Y ese algo no pasaba.

Para mamá fue durísimo. Ella nunca rehízo su vida. Es difícil si no tenés certezas. Es muy complicado, no podés hacer un duelo. No tenés una tumba donde llorar. Ni la certeza de que ya no está…. ¿Cómo se hace? Se aprende a vivir con eso”.

En agosto del 89, Alan volvió a Estados Unidos a completar sus estudios. En octubre, al año del secuestro, la empresa abrió una casilla de correo para recibir información. Durante años, los amigos de la víctima publicaron periódicamente la oferta de una recompensa para el que aportara datos ciertos. Hubo gente de buena y mala fe. Videntes, lectores de péndulo o solo anónimos que decían saber la verdad. Hubo excavaciones para encontrar huesos, con la ayuda del equipo de Antropología Forense. Clutterbuck nunca apareció.

Mauricio Macri, el día que fue liberado de sus captores
Mauricio Macri, el día que fue liberado de sus captores

Al año siguiente Alan volvió al país y ocupó el lugar de su padre en la empresa. Pero las noticias lo sacudieron otra vez. Mauricio Macri, el hijo mayor de Franco Macri, había sido secuestrado. Fue en 1991. Gianfranco, hermano del hoy presidente, y Blanco Villegas, su tío, se comunicaron con la familia Clutterbuck para consultarlo del secuestro de Rodolfo. “Fue lo mismo que hicimos nosotros con otros casos de secuestros que habían sucedido antes que el nuestro. Uno no sabe. Necesita saber… Por un par de detalles, había una similitud”.

El secuestro de Mauricio Macri tuvo otra resolución. Después de pasar 12 días en cautiverio y un millonario pago de rescate, el hoy presidente fue liberado sano y salvo y la Justicia desarticuló a la banda de los comisarios. Cuando Macri ya había sido liberado y estaba encabezando la presidencia del club Boca Juniors, Alan lo buscó para hablar, para conocer datos de su captura, para encontrar detalles que pudieran ayudarle a dar con su padre. Macri se mostró dispuesto, pero siempre aparecía algún compromiso que lo impedía. “Nunca pudo”, dice sin rencores.

La Justicia y el tiempo

La causa tuvo varios vaivenes. La Policía que investigaba era la misma a la que habían pertenecido los acusados, en épocas de la dictadura. Curiosidades del destino: uno de los principales comisarios que estuvo al frente de resolver el caso fue el comisario René Derecho, condenado por torturas a un detenido en 1988. El comisario Carlos Sablich, que investigó el secuestro de Macri, también terminó preso por denuncias de tormentos de uno de los detenidos por esa causa.

El expediente pasó por las manos de por lo menos cuatro jueces. Un día, diez o doce años después del secuestro, Alan Clutterbuck habló por azar en una reunión social sobre el caso de su padre con el abogado Joaquín Da Rocha, que más tarde se convertiría en Procurador del Tesoro durante el gobierno kirchnerista. Da Rocha le preguntó por la causa y Alan le respondió que “la policía estaba trabajando”. Cuando el abogado quiso saber si tenían un querellante que los acompañara, la repuesta lo sorprendió: “No”. Pocos meses después, el hijo de Clutterbuck lo contactó de nuevo y le pidió que lo ayudara a revisar a la causa.

La portada de un expediente judicial que tiene más de 31 años
La portada de un expediente judicial que tiene más de 31 años

Da Rocha y su colega Juan Martín Mellace comenzaron a revisar los más de 30 cuerpos de la causa, junto al expediente de Mauricio Macri. Las pruebas estaban ahí, desparramadas. La banda tenía planos del golf San Andrés. Los secuestradores habían trabajado en una agencia de seguridad, en donde se incautaron diez máquinas de escribir. Dos eran Olivetti. Precisamente, las postas en el secuestro de Clutterbuck habían sido todas escritas con una máquina de esa marca. Bingo. Una de ellas había sido con la que se escribieron los mensajes extorsivos.

La segunda clave estuvo en una pericia de voz. Una grabación en la cárcel –que la defensa hoy cuestiona por ilegítima- permitió registrar la voz de Miguel Ángel Ramírez, “Jopo”, y de Carlos Benito, ambos ex suboficiales de la Policía Federal que estaba cumpliendo condena por el caso de Macri. La querella logró que la Gendarmería hiciera un cotejo de esa voz con las cintas que habían logrado registrar las llamadas extorsivas. Los peritos entendieron que eran las mismas voces.

Ahora, sin embargo, la defensa de Ramírez cuestiona que se lo haya escuchado ilegalmente en la cárcel para poder examinarle la voz. También pidió que se hagan los cotejos de nuevo. Fue ahí cuando quedó acreditado en el expediente un problema: las escuchas ya no están. Desaparecieron del expediente, revelaron a Infobae fuentes del caso.

Otro de los indicios fue un Torino. Quince días antes del secuestro, un auto así había estado haciendo vigilancias en la casa del empresario. El policía tenía un auto así, con el que hacía tareas de seguimiento en otros secuestros. “Hubo una estrategia y procedimiento común entre los casos de Karina Werthein, Roberto Apstein, Julio Ducdoc, Sergio Meller y Mauricio Macri, con el de Rodolfo Clutterbuck”, concluyó el juez Rodolfo Canicoba Corral el año pasado, cuando dispuso una condena unificada de 25 años para Ramírez.

La pista sobre el otro condenado del caso, Carlos Benito, otro ex policía, fueron distintas. Un testigo de identidad reservada declaró que el día del secuestro vio lo que creyó era un procedimiento policial. Dos autos en el cordón de una vereda, uno con balizas en el techo. Cuando años después, apareció la foto de Benito detenido y él tuvo la convicción de que era uno de los que vio aquel día.

En tanto, un abogado de Paraná contó que en mayo de 1990 recibió en su estudio jurídico a cuatro hombres que buscaban asesoramiento. Le mostraron un diario Crónica en donde los amigos de Clutterbuck ofrecían dinero por datos. Ellos aseguraron que Clutterbuck estaba muerto y sabían dónde estaba enterrado. Dijeron que estaban seguros de que la que publicaba los avisos era la policía y por eso necesitaban un intermediario. Nunca avanzó de allí la idea de contestar la solicitada y pedir dinero. Pero con la banda de los comisarios presa, el abogado fue llamado a una rueda de identificación. Reconoció a Benito como uno de los hombres que estuvo en su estudio. Benito fue condenado. Murió al poco tiempo de salir de prisión.

Rodolfo Clutterbuck
Rodolfo Clutterbuck

Qué pasó con Clutterbuck

El misterio sigue abierto. La única manera de haberlo resuelto hubiera sido que alguno de los integrantes de la banda se quebrara. Nunca sucedió.

Un preso de Batán, que había trabajado para la policía y estaba resentido porque había sido abandonado cuando cayó detenido, pidió hablar. Quería contar todo lo que sabía “del Chancho”. Así, dijo, le decían a Clutterbuck.

Afirmó que escuchó a un subcomisario decir que Clutterbuck estuvo en una casaquinta abandonada de Victoria. También dijo en los primeros días del 89 participó de una caravana hacia Paraguay llevando autos robados. Y que al pasar por la localidad de Cinco Esquinas, cerca de Gualeguaychú, el grupo se dividió. Algunos, en el que estaba Benito, fue a enterrar “al Chancho” que se había muerto por un problema cardíaco.

Hubo distintos rastrillajes y diligencias en ese pueblo para saber si podían encontrar allí sus restos, pero la versión nunca se pudo verificar. “Era encontrar una aguja en un pajar”, dijo a Infobae Da Roccha, el abogado de la familia.

El 16 de octubre, se cumplieron 31 años de aquel día en que se llevaron al empresario. Hace poco, una persona se contactó con Alan Clutterbuck y le pidió una entrevista. Se vieron en un bar del microcentro, cerca de Corrientes y Florida. Esa persona le aseguró que conocía a los que habían secuestrado a su padre y que podía darle datos nuevos a cambio, claro, de una cifra de muchos ceros. Alpargatas, la firma que había integrado su padre, ya no vivía épocas de bonanza. En los últimos dos años, la textil había cerrado varias plantas, iniciado un proceso preventivo de crisis y despedido a más de 400 trabajadores.

Pero además la espera había dado lugar a la resignación. “A esta altura del partido, ya no estoy seguro de querer enterarme de lo que pasó. Si lo mataron, si sufrió… Ya aprendí a vivir con esto. Esto pasó cuando tenía 28 años. Ahora voy a cumplir 60. Pasé más tiempo sin mi padre que con él. Pasé 31 años sin saber".

SEGUÍ LEYENDO:

Guardar